Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1942 - Lima, 2015) es un escritor de culto. Su carácter reservado no impidió que mostrara su enorme talento para la narrativa, en donde si bien tuvo especial predilección por el género fantástico, también exploró otros registros como lo real maravilloso (El huevo de la iguana), lo filosófico-policial (La conciencia del límite último) o lo gótico (la saga de Sarah Ellen), los cuales desarrolló al máximo en su producción cuentística. En 2006 estuvo muy cerca de ganar el premio Tusquets con El fantasma nostálgico (2013). De manera paradójica, este no-reconocimiento lo consolidó como un escritor para escritores. Alejado de toda polémica literaria, Carlos Calderón Fajardo fue un hombre concentrado únicamente en leer y unir palabras.
Los zapatos de Bianciotti
Primera edición electrónica: diciembre de 2020
© Carlos Calderón Fajardo
© Paracaídas Soluciones Editoriales S.A.C., 2020
para su sello Narrar
APV. Las Margaritas Mz. C, Lt. 17,
San Martín de Porres, Lima
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editorial@paracaidas-se.com
Composición: Juan Pablo Mejía
Arte de portada: Augusto Carrasco
Retrato del autor: Nadia Cruz Porras
ISBN ePub: 978-612-48358-4-1
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio sin el correspondiente permiso por escrito de la editorial.
Producido en Perú
A María de Lourdes Galliani,
que vio muchos mares junto al autor de este libro
El escogido
Si has amanecido con los brazos cubiertos de arañas, no te preocupes. Te llevarán a la isla sagrada. Te cortarán la cabeza. Has sido escogido para traernos el agua, la lluvia y el río.
La piedra
El místico Jan Van Ruysbroeck, contemporáneo de Meister Eckhart, se retiró al interior del bosque luego de que se sintió tocado por el Espíritu Santo. Se sentó bajo un árbol hasta que el árbol resplandeció de luz. Se encontraba inmerso en el trance y rodeado por un aura brillante de Luz Divina cuando le cayó una piedra en la cabeza. Luego de ese trance habría de escribir La piedra resplandeciente, libro donde sostuvo que aquellos tocados por Dios se unen para siempre con lo que no pueden ver.
Astralicus
Vivía en suciedad, dedicado al alcohol y a las drogas y pasaba el día oyendo música estridente, fumando peor que un chino; consumía enormes cantidades de carne, tragaba basura, comida rápida y practicaba con ferocidad el amor por el simple hecho de posesión. Hasta que se convirtió en mí, en lo que soy. Soy un monstruo astral y vivo devorando toda la alegría de mi vida.
Testificar
«Testificar» viene de testículos. Para los antiguos romanos testificar significaba apretarse los testículos en el momento de decir la verdad: ¡Juro por mis testículos que digo la verdad! Los tiempos han cambiado, pero en algunos casos se necesita huevos para testificar. Maruja dijo: «¿Y con las mujeres qué pasaba en la Antigua Roma?». A lo que yo respondí: No sé, flaca, quizá se apretaban los senos diciendo: ¡Juro por mis tetas que digo la verdad! Después de decir eso levanté la cabeza y clavé los ojos en los senos de Maruja. Mis testículos dan testimonio de la verdad de esos senos maravillosos.
El escritor, la loca y la novela compartida
El personaje recibe la visita de una mujer que resulta ser una loca de atar. Ella aduce que, como figura como protagonista, la novela le pertenece y que, si se publica, sea firmada con el nombre de ambos como autores. A mí me pasa exactamente lo mismo. Mañana voy a ver a mi loca. Pero yo no soy cojudo. Le voy a decir que en mi novela ella muere, que el personaje —el escritor— la asesina.
El buitre
El buitre resplandecía iluminado por el fuerte sol del mediodía que parecía de oro. Su muerte causó estupor. Nadie quiso tocarlo ni enterrarlo. Quedó en el lugar donde había muerto. El buitre se fue secando. Al final quedaron solo los huesos y los huesos se hicieron polvo. El polvo en el que se convirtió el buitre creció hasta convertirse en una enorme nube, una polvareda. El pueblo se llenó de polvo. El pueblo llamado El Buitre quedó tapado por el polvo.
Vejez
Eran dos parejas de amigos. Una pareja no paraba de envejecer. La otra no paraba de rejuvenecer. Los que envejecían envidiaban y odiaban a los que rejuvenecían. Pero la naturaleza es sabia, los que rejuvenecían murieron primero.
El síndrome de Bram Stoker
Sufro del síndrome de Bram Stoker. Es decir, soy un escritor que cree será inmortal igual que Drácula. Pero, así como el personaje de Bram Stoker tuvo su doctor Van Helsing, yo tengo el mío. Es un crítico que escribe en un diario de circulación nacional y que me clava una estaca en el pecho cada vez que yo publico un libro.
La casa maldita
Estoy en una casa donde vive un mayordomo fantasma con una peluca azul y donde una escalera se pasea sola. Estoy en una casa donde los espejos reflejan de noche las imágenes registradas un siglo antes. En esa casa vuela un pájaro por ratos amarillo, glauco, que se torna rojo cuando se acerca con la intención de sacarte los ojos. Ahí habita una vampira ciega. En esa casa hay un ataúd que me espera.
El regalo
Alguien me llamó para decirme que quería hacerme un regalo. ¿Un desconocido que me llama para hacerme un regalo? No pude evitar la curiosidad. Nos citamos en un café del centro. Llegó puntual. Era alguien sin edad, sin nada especial que lo distinga. El desconocido dijo: Le he traído un disco. En ese disco esta su vida, toda su vida. Cuide mucho este disco. El resto se lo pueden ustedes imaginar. Era un disco rayado.
Los espejos
Esta historia data de la época en la que los seres humanos se volvieron uno el espejo del otro. Había sido un ideal largamente acariciado y después de siglos de esfuerzos el viejo sueño se cumplió. La primera en celebrar gozosa la nueva realidad fue mi mujer. Católica de joven, marxista en su adultez, ecologista después de la menopausia, andaba feliz viendo su cara en la cara de los demás. Yo, que siempre fui un partidario de las diferencias y genéticamente vanidoso, ególatra, me sentí mal, incómodo, muy fastidiado en la nueva época ambigua, indeseable, horrible. Ahora sé por qué Borges tenía horror por los espejos, donde todo acontece y nada se recuerda, donde el rostro mira y es mirado.
Tres objetos extraños
Lo envenenaron. No solo perdió el cabello, sino que sufrió un grave deterioro de su sistema inmunológico. Cuando lo examinaron se descubrió que se había tragado tres objetos extraños. El Scotland Yard logró averiguar que ese hombre envenenado se había graduado a los diecisiete años en matemáticas y ciencias exactas, que hacía sus compras en el West End y en Knightsbridge, pero nunca se supo qué eran esos tres objetos extraños porque cuando abrieron su estómago lo que encontraron fue un borrador, una piedra incolora y una pequeña estatua de Buda.
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