Si iba a intentar usar los cuernos contra Lee más le valía empezar ahora, antes de que él hiciera lo que hubiera ido a hacer. Pero cuando abrió la boca para hablar le sacudió una nueva oleada de dolor y tuvo que hacer esfuerzos para no gritar. Tenía la mandíbula rota, hecha añicos probablemente. La sangre le salía a borbotones entre los labios y sólo pudo emitir un gemido sordo de dolor.
Estaban al principio de unas escaleras de cemento y Lee respiraba pesadamente. Se detuvo.
– Joder, Ig -dijo-. Nunca pensé que fueras a pesar tanto. No estoy hecho para este tipo de cosas.
Le dejó caer escaleras abajo. Primero se golpeó en el hombro y después en la cara; fue como si se le rompiera la mandíbula otra vez, y entonces no pudo evitarlo y gritó, profiriendo un ruido ahogado y arenoso. Rodó hasta el final de las escaleras y quedó tumbado boca abajo, con la nariz pegada al suelo.
Una vez en esa posición permaneció completamente inmóvil -no moverse le parecía importante, lo más importante del mundo- esperando a que las negras punzadas de dolor cedieran, al menos un poco. A lo lejos oyó pisadas de botas en los escalones de cemento y después sobre tierra. Oyó abrirse la puerta de un coche y después cerrarse. Las pisadas de botas avanzaban en su dirección y escuchó un pequeño tintineo seguido de un chapoteo, sin conseguir identificar ninguno de los dos sonidos.
– Sabía que te encontraría aquí -dijo Lee-. No podías mantenerte alejado, ¿eh?
Hizo un esfuerzo por levantar la cabeza y mirar hacia arriba. Lee estaba de cuclillas junto a él. Llevaba unos vaqueros oscuros y una camisa blanca con las mangas enrolladas, dejando ver sus antebrazos delgados y fuertes. Tenía el semblante sereno, casi alegre. Con una mano y gesto ausente jugueteaba con la cruz que reposaba en los rizos rubios del pelo de su pecho.
– He sabido que te encontraría aquí desde que Glenna me llamó hace un par de horas. -Por un momento se asomó una sonrisa a las comisuras de sus labios-. Cuando llegó a su apartamento se lo encontró patas arriba, con el televisor roto y todo por los suelos. Me llamó inmediatamente. Estaba llorando, Ig. Se siente fatal. Tiene la impresión de que de alguna manera te enteraste de nuestro…, ¿cómo llamarlo?…, nuestro encuentro secreto en el aparcamiento, y de que ahora la odias. Tiene miedo de que hagas alguna locura. Yo le dije que me preocupaba más lo que pudieras hacerle a ella que a ti mismo y que debería pasar la noche en mi casa. ¿Quieres creer que me dijo que no? Me dijo que no tenía miedo de ti y que necesitaba hablar contigo antes de que ella y yo pasáramos a mayores. ¡La pobre! Es una buena chica, ¿sabes?
Siempre ansiosa por agradar a todo el mundo, muy insegura y bastante putón. Es lo segundo más parecido a un ser humano de usar y tirar que he visto en mi vida. El primero eres tú.
Ig se olvidó de su mandíbula destrozada e intentó decirle a Lee que se mantuviera alejado de Glenna. Pero cuando abrió la boca, todo lo que salió de ella fue otro grito. El dolor le irradiaba desde la mandíbula acompañado de una sensación de oscuridad que se concentraba en los límites de su campo visual y después le envolvía por completo. Exhaló, expulsando sangre por la nariz, e intentó sobreponerse, espantando la oscuridad con un esfuerzo de voluntad sobrehumano.
– Eric no se acuerda de lo que pasó en casa de Glenna esta mañana -dijo Lee con una voz tan tenue que a Ig le costó trabajo oírle-. ¿Y eso por qué, Ig? No se acuerda de nada excepto de que le tiraste una cacerola de agua hirviendo a la cara y casi se desmaya. Pero en el apartamento algo pasó. ¿Una pelea? Algo, desde luego. Me habría traído a Eric conmigo esta noche -estoy convencido de que le gustaría verte muerto- pero tal y como tiene la cara… Se la has quemado a base de bien. Un poco más y habría tenido que ir a un hospital e inventarse algún cuento para explicar cómo se había quemado. De todas maneras, no debería haber ido al apartamento de Glenna. A veces pienso que ese tío no tiene ningún respeto por la ley. -Rió-. Quizá sea mejor así, quiero decir, que no haya venido. Este tipo de cosas se hacen mejor sin testigos.
Tenía las muñecas apoyadas en las rodillas y la llave inglesa colgaba de su mano izquierda, cinco kilos de hierro enmohecido.
– Casi puedo entender que Eric no se acuerde de lo que pasó en casa de Glenna. Un cacerolazo en la cabeza puede provocar amnesia. Pero no consigo explicarme lo que pasó cuando fuiste ayer a la oficina del congresista. Tres personas te vieron llegar. Chet, nuestro recepcionista; Cameron, encargado de la máquina de rayos X, y Eric. Cinco minutos después de que te marcharas ninguno de ellos recordaba que habías estado allí, hasta que les enseñé el vídeo. Sólo yo. Ni siquiera Eric se lo creía hasta que no le enseñé la grabación. Hay imágenes en las que los dos aparecéis hablando, pero no supo decirme de qué. Y hay otra cosa. El vídeo…, algo raro le pasa. Es como si la cinta estuviera defectuosa… -Se calló y permaneció en silencio unos segundos, pensativo-. La imagen está distorsionada, pero sólo a tu alrededor. ¿Qué le hiciste a la cinta? ¿Y a ellos? ¿Y por qué a mí no afecta? Eso es lo que me gustaría saber.
Como Ig no respondió, levantó la llave y le pinchó con ella en el hombro.
– ¿Me estás escuchando, Ig?
Ig había escuchado todo lo que le había dicho Lee, se había estado preparando mientras éste hablaba, reuniendo las fuerzas que le quedaban para salir corriendo. Había recogido las rodillas debajo del cuerpo, había recuperado el aliento y esperaba el momento adecuado, que ya había llegado. Se levantó empujando la llave a un lado y se lanzó contra Lee, golpeándole en el pecho con un hombro y haciéndole caer de espaldas. Levantó las manos y rodeó con ellas la garganta de Lee… y en el preciso instante en que tocó su piel gritó de nuevo. Entró por un instante en la cabeza de Lee y fue como estar a punto de ahogarse en el río Knowles otra vez. Se hundía en un torrente negro que lo arrastraba a un lugar frío y tenebroso y le obligaba a seguir moviéndose. Ese único momento de contacto le bastó para saber todo aquello que no había querido saber, que quería haber olvidado, desaprendido.
Lee seguía teniendo la llave y la usó para golpear a Ig en el estómago, lo que le causó un violento ataque de tos. Trastabilleó, pero justo cuando iba a caer de lado, sus dedos se aferraron a la cruz de oro, que colgaba con una cadena del cuello de Lee y que se rompió sin hacer ruido. La cruz salió volando y se perdió en la oscuridad.
Lee salió de debajo de él y logró ponerse de pie. Ig estaba a cuatro patas luchando por respirar.
– Intenta estrangularme, saco de mierda -dijo Lee y le dio una patada en un costado. Una costilla crujió e Ig se estrelló de cara contra el suelo con un aullido de dolor.
Lee le dio una segunda patada y una tercera. Esta última le dio en la parte baja de la espalda y le causó un espasmo de dolor que le irradió a los riñones y los intestinos. Algo le mojó la nuca. Saliva. Luego Lee se detuvo unos segundos y ambos aprovecharon para recuperar el resuello.
Por fin Lee dijo:
– ¿Qué coño es eso que te ha salido en la cabeza? -parecía verdaderamente sorprendido-. Joder, ¿son cuernos?
Ig temblaba por el dolor que sentía en la espalda, el costado, la cara, la mano. Arañó el suelo con la mano izquierda, excavando surcos en la tierra negra, aferrándose a un atisbo de lucidez, luchando por no perder el sentido. ¿Qué acababa de decir Lee? Algo sobre los cuernos.
– Eso era lo que salía en el vídeo -dijo Lee-. Cuernos. Me cago en la puta. Y yo pensando que la cinta estaba defectuosa. Pero el problema eras tú. El caso es que ayer me pareció verlos cuando te miraba con mi ojo malo. Sólo veo sombras con él pero cuando te miré, pensé: Joder… -Se llevó dos dedos a la garganta desnuda-. Mira tú.
Читать дальше