Andrea Camilleri - Las Alas De La Esfinge

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Montalvano se encuentra sumido en un mar de dudas. Su relación con Livia (se entenderá mejor si se ha leído Ardores de Agosto) es… compleja.
Entonces aparece el cadáver de una joven, de quien por toda identidad se tiene el tatuaje de una esfinge (mariposa nocturna) en su espalda. Y esta pista le lleva a investigar una asociación benéfica (La Buena Voluntad) dedicada a redimir chicas de la calle. La asociación está respaldada por gente importante… pero a Montalvano el tema le huele mal…

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Ya eran las dos. Intentó llamar a Livia de nuevo. Nada, la habitual grabación de una voz femenina. Sonó el teléfono. ¿A que era ella? Estaba dispuesto a pedirle perdón, poniéndose incluso de rodillas en presencia de toda la comisaría.

– ¡Ah, dottori ! Hay uno que dice que se llama Dona Antonio y que quiere hablar con usía personalmente en persona.

Jamás en su vida había conocido a ningún Antonio Dona. Pero ordenó que se lo pasaran.

– Soy don Antonio, ¿me recuerda?

¡Vaya si lo recordaba! ¡El cura boxeador!

– Dígame.

– Voy hacia su despacho con Katia.

– ¿Dónde se encuentra en este momento?

– He recorrido tres cuartas partes del camino.

Pero si Katia acudía a la comisaría, igual se tropezaba con alguien de La Buena Voluntad.

– Oiga, padre, ¿usted conoce Marinella?

– Pues claro.

– Quizá será mejor que nos reunamos allí. Hay un bar donde a esta hora no habrá nadie. Lo verá enseguida; tiene un rótulo de gran tamaño.

Catarella lo vio pasar por delante como un rayo.

Katia Lissenko era una chica preciosa. Las formas de su compacto cuerpo impecablemente diseñado casi estallaban a pesar de estar escondidas en el interior de unos anchos vaqueros y un grueso jersey deformado. Se comprendía que el pobre Graceffa hubiera perdido la cabeza.

– Katia ha decidido hablar con usted nada más enterarse de que habían disparado a Tommaso Lapis. Y por el camino hemos sabido que ha muerto -empezó don Antonio.

– Una advertencia -dijo Montalbano-. Usted, Katia, ¿desea que esta reunión se mantenga en privado o está dispuesta a declarar ante un tribunal?

Katia intercambió una mirada con don Antonio.

– Estoy dispuesta a declarar.

– Pero hasta que llegue el momento -terció el sacerdote-, es mejor que se quede con nosotros. Katia ha conocido a un buen chico que la hospeda en su casa. Se quieren. Comisario, yo no me fío de lo que pueda ocurrir.

– Tiene toda la razón. Pues entonces, Katia, ¿empiezo con las preguntas?

– Sí.

– ¿Por qué la mariposa tatuada?

– En Chelkovo, la agencia a la que me dirigí para emigrar tenía esa costumbre. Puesto que nos íbamos en pequeños grupos, en general de cuatro o cinco chicas, a cada grupo le hacían un tatuaje distinto.

– Una especie de marcado.

El bello rostro de Katia se entristeció.

– Sí. Como a las bestias. Nosotras, para ellos, éramos como bestias de carga. Y necesitábamos trabajo para ayudar a nuestras familias, que lo habían vendido todo. Habíamos pasado momentos terribles en Rusia. Nos hacían aprender un poco de baile y nos enviaban a clubes nocturnos italianos. Nuestro grupo era de cuatro, como las alas de la mariposa tatuada.

– ¿Cuánto ganaban por término medio en los clubes nocturnos?

– Lo que ganábamos era para saldar la deuda con la agencia de Chelkovo, que en Italia se encargaba de facilitarnos también un apartamento en común. Para ganar el dinero suficiente para poder enviar algo a casa, teníamos que irnos con los clientes después del cierre del local. -Se ruborizó.

– Comprendo. ¿Dónde conoció a Tommaso Lapis?

– En un club nocturno de Palermo. Antes habíamos estado en Viareggio, Grosseto y Salerno. Lapis habló sobre todo con Sonia. Varias veces. Hasta que un día que estábamos todas en casa, Sonia nos dijo que Lapis le había propuesto trasladarnos a todas a Montelusa, donde una organización benéfica se haría cargo de nosotras y nos encontraría trabajo como cuidadoras, empleadas del hogar y mujeres de la limpieza.

– ¿Y quién saldaría la deuda con la agencia?

– Lapis nos dijo que no nos preocupáramos, que él lo arreglaría con la participación de sus amigos.

Mafiosos, evidentemente.

– El caso es -prosiguió Katia- que nuestras familias en Rusia no sufrieron represalias. Porque con eso nos amenazaban siempre los de la agencia: si una de vosotras se escapa, la que lo pagará será su familia.

– En resumen, aceptaron la propuesta de Lapis.

– Sí. Pero Lapis quiso que nos presentáramos en La Buena Voluntad diciendo que habíamos ido allí voluntariamente, no por consejo suyo. Y nos ordenó que no acudiéramos todas juntas.

Estaba claro: Lapis no quería aparecer personalmente como inspirador y organizador del grupo.

– ¿Por qué, a su llegada, tanto usted como Irina estaban tan aterrorizadas?

– ¡¿Nosotras?! -dijo Katia perpleja.

Por lo visto, había sido una nota de color añadida por el cavaliere Piro.

– ¿Después de ustedes dos llegó Sonia?

– Sí.

– ¿Por casualidad la cuarta del grupo era Zin?

– Zinaida Gregorenko. Sí.

– ¿Por qué ella no fue a La Buena Voluntad?

Katia lo miró sorprendida.

– ¡Cómo que no! ¡Fue la cuarta en llegar!

Pero el cavaliere Piro no se lo había dicho. Lo cual significaba que el cavaliere estaba metido en el asunto hasta el cuello.

– ¿Y después qué ocurrió?

– Ocurrió que al día siguiente, cuando todas estábamos juntas, Lapis nos llamó aparte y nos dijo lo que tenía pensado. En las casas adonde iríamos a trabajar, debíamos tener los ojos muy abiertos y comprobar si había joyas o dinero. Después, en el momento oportuno, robarlo todo y desaparecer. A continuación, él se encargaría de cambiarnos de pueblo y de colocar las cosas. A la que cometía el robo, le tocaba la cuarta parte de las ganancias.

– ¿Aceptaron?

– Sonia enseguida. Pero creo que ya se había puesto de acuerdo con él antes de irse del club nocturno. Después dijeron que sí Irina y Zin. Yo también acepté.

– ¿Por qué?

– ¿Adónde podía ir sin las otras? Era importante estar juntas. Pero me prometí escapar a la primera ocasión. Lo hice y jamás robé nada. Después Zin también lo dejó, pero por otros motivos.

– ¿Cuáles?

– Se enamoró y se fue a vivir con su novio.

– ¿Y Lapis cómo se lo tomó?

– Mal. Pero no pudo hacer nada. Porque el hombre que estaba con Zin, un peligroso delincuente, amenazó con contárselo todo a la policía.

– Cuando en la televisión hablaron de la chica encontrada en el vertedero, ¿comprendió usted enseguida que se trataba de Sonia?

Katia puso unos ojos como platos.

– ¡¿Sonia?!

– ¿No es ella?

– No; ¡es Zin la asesinada!

Esa vez el turno de abrir los ojos le tocó a Montalbano.

– Pero ¿Zin no estaba ya fuera?

– Lo estaba. Pero necesitaba dinero para pagar al abogado de su novio, que había ido a parar a la cárcel. Y Lapis lo aprovechó para convencerla de que regresara con él. Hizo que la contratara una empresa de limpieza. Zin recibió el encargo de limpiar también el apartamento del comerciante y entonces se dio cuenta de que en la casa, sobre todo el sábado por la noche, había mucho dinero. Pero Zin puso una condición: que después de aquel trabajo, Lapis desaparecería. Pero en cambio…

Dos gruesas lágrimas se le escaparon de los ojos. Don Antonio le puso la mano en el hombro un momento.

– Pero ¿usted cómo se las ha arreglado para saber todo eso?

– De vez en cuando llamo a Sonia.

– Perdone, pero Sonia podría descubrir la procedencia de la llamada.

– Para hablar con ella utilizo siempre teléfonos públicos.

De momento, no tenía más preguntas. Lo que había averiguado bastaba y sobraba.

– Oiga, señorita, le estoy inmensamente agradecido por lo que me ha dicho. Si la necesitara todavía como…

– Llámeme a mí -dijo don Antonio-. Y permítame una petición.

– Dígame.

– Envíe también a la cárcel a esos canallas de La Buena Voluntad. Ensucian con sus actos el trabajo limpio de miles de honrados voluntarios.

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