Frédéric Lenormand - Medicina para asesinos

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Un médico se ha atrevido a introducir un veneno mortal dentro del círculo del emperador de China. El juez Di recibe el encargo de investigar el Gran Servicio Médico, una institución única en el mundo que recoge todos los conocimientos médicos y forma a los mejores sabios del imperio. De la acupuntura a la farmacopea, Di emprende la búsqueda de un asesino brillante y temible y nos lleva a descubrir los refinamientos del arte médico chino.

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Le recomendó además que se procurara placenta tostada para facilitar el parto y favorecer la expulsión del feto cuando llegara el momento.

– Le doy las gracias, señor Choi -dijo la futura madre cuando se despedían, aunque ninguno de los dos había dado su nombre.

– Adiós, Loto -respondió el coreano.

Di alzó los ojos al cielo. Estaba decepcionado. Todo eso estaba la mar de bien pero él no había venido a repartir medicamentos.

Fueron a situarse al otro extremo del caserío y empezaron de nuevo con su farsa sin demasiada convicción. Di se preguntó si era por celo o por placer por lo que se dedicaba a envilecerse poniéndose en tales situaciones. ¡Un hombre de su rango buscando clientes en las plazas públicas como un vulgar buhonero!

Estaba sumido en tan tristes pensamientos, el ceño fruncido, cuando los llamaron por segunda vez. Era ahora una pequeña criada la que solicitaba sus servicios. Los condujo a una casita coquetona cuya primera sala estaba acondicionada para recibir a los invitados de marca.

– Mi señora ha recibido tratamiento de un gran médico, pero ha sido incapaz de curarla. Ya que los dioses les envían a nosotras, quizá sepan qué remedio aplicarle.

Les mostró a la mujer que yacía en su lecho de dolor, desfigurada por la enfermedad, flaca y agotada, que llevaba la cabeza envuelta en un chal anudado como turbante. Di supuso que se trataba de Crepúsculo, la tercera de la lista.

Choi Ki-Moon procedió a examinar los síntomas: labios ennegrecidos, frío en los dientes, pérdida involuntaria de orina, aborrecimiento a la comida… Muy malos indicios. La lengua blancuzca delataba una enfermedad peligrosa. La sombra azulada bajo los ojos era una promesa de muerte inminente. Los tres pulsos del anular, el mediano y el índice - touen, kouan, tche -, eran «ch'ch», lentos, y sólo producían tres latidos por ciclo de respiración. La paciente dijo que a toda hora le apetecía comer salazones, de lo que Choi dedujo que su vejiga estaba afectada.

– No tiene por qué alarmarse, todo irá bien -dijo en un tono que escondía mal su verdadera opinión.

Hizo ademán de buscar algo en su bolso y pasó cerca de Di, al que susurró al oído que se trataba de una gonorrea de un tipo muy infrecuente y agresivo.

– Me han recomendado la manta -dijo la cortesana entre muecas de dolor.

Di, que empezaba a familiarizarse con el tema, recordaba que el insecto tang lang estaba recomendado para la blenorragia. Choi Ki-Moon sacudió la cabeza en señal de aprobación y alabó la sabiduría de quien había prescrito este remedio.

– No es bastante eficaz para su dolencia -murmuró dirigiéndose al mandarín-. Salta a la vista que el tratamiento ha fracasado. Por desgracia, no conozco otro.

Recetó varias pociones calmantes. Agradecida, Crepúsculo rogó a su criada que les sirviera el té. Se sentaron en sendos pufs, a poca distancia de la cama.

– Veo por la elegancia de esta habitación -dijo Di dejando enfriar lentamente el contenido de su taza- que es usted una de las perlas del barrio.

La cortesana explicó con una modestia de buen tono que había tenido la suerte de ser formada en todas las artes por las mejores maestras. Después de ejercer durante una década, la había pedido en matrimonio uno de sus clientes más asiduos. Como el lugar no tenía la apariencia de la vivienda de un notable, Di supuso que su marido había tenido algún motivo para repudiarla.

– Desgracia y dicha se siguen de un día al siguiente, danxi huofu -dijo de la manera sibilina que convenía a este tipo de observación.

Crepúsculo sonrió con tristeza.

– Ustedes, los médicos, adivinan lo que esconde el corazón de las mujeres.

Antes de su matrimonio, cayó enamorada de otro de sus admiradores, un alto funcionario que no pudo acogerla en su casa debido a la oposición de su Primera Esposa. Por desgracia, su inclinación natural la llevaba más hacia el noble refinado que hacia el burgués nuevo rico al que había concedido su mano. Cediendo a la pasión, terminó cometiendo el peor de los crímenes del que podía hacerse culpable una mujer casada.

Pese a la indignidad de sus confesiones, una sonrisa nostálgica se estampó en sus labios. Di vio que el coreano estaba impresionado. Podían vender su cuerpo tanto como quisieran, pero engañar al marido era una falta imperdonable. Por su parte, Di había visto tantos engaños a lo largo de su carrera que las infidelidades femeninas le parecían trasnochadas. Inspiró profundamente y empezó a completar el relato de la paciente, que ahora se perdía en los recuerdos de días felices. Tenía una idea bastante clara del drama que se había escenificado y de la identidad del resto de protagonistas.

– Su marido, el que la ha repudiado, era un médico famoso. En cuanto a su amante, el alto funcionario, la ha instalado aquí, y paga su manutención.

Movida por la sorpresa, la cortesana hizo un esfuerzo por incorporarse sobre los codos para ver mejor a su interlocutor.

– ¡Usted no es médico! -exclamó.

Di se preparó para que lo echara de su casa.

– ¡Usted es adivino! -terminó ella dejándose caer de nuevo sobre los almohadones.

El mandarín se guardó de desengañarla.

– Los dioses nos han castigado a mi amante y a mí -continuó la infortunada-. Nos han azotado con esta enfermedad contra la cual nada pueden los hombres. Mi marido es un santo. Cuando supo que estaba tan enferma, se ocupó de cuidarme con una devoción que yo no merecía.

Di deseó saber cómo se llamaba esta alma compasiva. Crepúsculo negó con la barbilla.

– He prometido no involucrarlo en mi vergüenza. Se ha rebajado hasta mí, pese a mi indigna conducta. Yo puedo aceptar morir, pero no perder la cara. ¿Cómo puedo presentarme antes los reyes del cielo si mi alma está manchada con una segunda traición a un esposo tan clemente?

El té estaba ya tibio. Ella vació la taza y se retorció en una mueca. Di se precipitó a sostenerla.

– ¿Qué ha bebido?

– El Gran Servicio Médico -murmuró-. La materia secreta… es el último recurso…

Un instante después, expiraba en brazos del mandarín. Di recordó que la primera vez que habían mencionado a Crepúsculo en su presencia le habían dicho que no había tenido suerte. Ahora comprendía hasta qué punto. El coreano contemplaba la escena con expresión afligida. El mandarín decidió que ya había visto bastante.

– Vuelva a su casa. Me ha sido muy útil. Mi misión toca a su fin. Sabré recompensar sus esfuerzos como conviene.

Di se levantó y salió de la casa a paso tan lento como si cargase sobre sus hombros toda la desolación del mundo. Viendo alejarse a su patrón, Choi Ki-Moon se preguntó si esa promesa de recompensas auguraba algo bueno o no.

***

Di se dirigió directamente al Gran Servicio Médico. Dejó atrás el porche monumental, atravesó el gran patio y entró en el edificio central, donde el director estaba disertando rodeado de sus discípulos. El mandarín dio unas palmadas para interrumpirlo y despidió a los estudiantes, sin hacer caso de la expresión ofendida de su profesor.

– No creo que usted pueda… -empezó a decir.

Di esperó a que todos hubiesen desaparecido para cortarle la palabra.

– Y yo no puedo aceptar que su institución vaya repartiendo venenos mortales a petición. Sé qué significa la materia secreta que se enseña aquí a un único aprendiz muy bien elegido: las mil maneras de matar a una persona.

– ¡Usted no sabe nada! -replicó Du Zichun-. Es una enseñanza autorizada e incluso exigida por la Corte. Para el Estado reviste la misma importancia que las ciencias de la vida. Es su complementaria. Así es como nosotros honramos el gran equilibrio natural de las cosas. Usted, en cambio, ha hecho todo por destruir la armonía de este establecimiento. Ha hecho detener a muchos de nuestros émulos cuyos conocimientos poseen un gran valor.

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