Durante años, Conde recordaría aquella sagacidad universal, y sobre todo la risa, profunda, de cuerpo entero, capaz de remover la voluminosa arquitectura del capitán de policía que, unos meses después, sería degradado, expulsado y juzgado por sus continuos y abultados delitos de extorsión, sacados a la luz por las todavía secretas investigaciones en marcha de las cuales, sin darle detalles, le había hablado el mayor Rangel. ¿Quién podía decir en ese instante que el capitán Jesús Contreras, aquel gordo simpático y sonriente, siempre tan servicial y eficiente, era un policía corrupto que con sus acciones puso en la picota incluso la cabeza del mayor Rangel, el policía honrado que, por desgracia, fungía como su jefe? Veinte años después, siempre que la imagen del Gordo Contreras regresaba a la mente del Conde, el ya ex policía sentía una mezcla mal llevada de asco, gratitud, rabia y compasión por el defenestrado.
– Tengo un chino muerto atrás, Gordo -le había dicho aquella mañana, cuando Contreras todavía solía ser su tabla de salvación.
– Ah, yo conozco un babalao que es una maravilla sacando muertos y espíritus burlones. Fíjate si el tipo es bueno que tiene clientes que vienen de afuera para hacerse la ceremonia de coger un santo y le pagan en dólares… Es un tipo un poco raro, la verdad, porque es ucraniano, de origen judío, y aquí en Cuba se metió a babalao. ¿Cómo la ves? Claro, el Gobierno es quien le hace los contratos con los extranjeros y le paga al babalao ucraniano en dinero cubano… Ja, ja. ¿Qué te parece eso? Bueno, dime, ¿para cuándo quieres que te saque un turno para que te haga una limpieza?
– No jodas, Gordo, que estoy cabrón y yo tengo un babalao, palero y abakuá mejor que el tuyo…
– ¿Y cobra en dólares? Dímelo, porque si cobra en dólares ahora mismo tengo que meterlo preso por tráfico de divisas…
El Conde ocupó una butaca frente al buró del capitán Contreras y paseó su vista por la oficina.
– ¿Ya tú no le brindas un café a la gente que te quiere?
Contreras rió, pero fue una explosión muy breve.
– ¿Así que café, no? ¿Tú no sabes que de arriba redujeron la cuota y ya no tengo café, eh? -mientras hablaba rodeó su buró y se dejó caer en su sillón. Siempre el Conde se preguntaba lo mismo: ¿cómo resiste el pobre sillón?, mientras observaba el espectáculo que había montado el Gordo para darle café-. Dime a ver, ¿qué coño tienen que ver Walesa y sus polacos de mierda con los boniatos y las yucas que se sembraban en Matanzas?, ¿o Gorbachov y su cagazón con el café de las lomas de Guantánamo?… Se jode un astillero en Polonia o los soviéticos se ponen a comer mierda y aquí se acaba el azúcar y a mí me quitan la cuota de café…
– Olvídate del café -le propuso el Conde, sin dejar de admitir para sí mismo que Contreras tenía razón. Pero justo en ese momento de lo que menos deseaba hablar era de economía socialista global y del futuro del comunismo europeo. O chino.
– Pero fíjate, para que tú veas que yo también te quiero -siguió el capitán y abrió una gaveta del buró y movió sus manazas, como el mago encima del sombrero: sacó un vaso de café y se lo entregó al Conde.
– ¡Coño, si está caliente! -exclamó el Conde, como si estuviera asombrado.
– Mira, muchacho, di una clase de bateo que para callarme el mayor Rangel me manda un vaso cada vez que le cuelan café, porque a él sí le mantuvieron su cuota… Cuestión de jerarquías, ¿no? -Y soltó las amarras de su risa. Su papada, sus tetas y su barriga de tonel sin fondo bailaron al ritmo estruendoso de su carcajada.
– No hay quién te agarre, Gordo -dijo el Conde, aunque la vida demostraría que se equivocaba. ¿Quién diría que Contreras no resultaba simpático?, ¿quién que era mucho más de lo que aparentaba?
– Y eso que hay gente aquí que siempre anda hablando mierda de mí, y tú lo sabes. Tú no, porque tú sí me quieres, ¿verdad?
– Yo, bueno, mira: es una cosa que no puedo vivir sin ti, te lo juro.
– Claro, por eso estás aquí. A ver, ¿qué te duele?… Por cierto… ¿el chino muerto que tienes atrás tendrá algo que ver con el cónsul chino vivo que estuvo esta mañana en la oficina del mayor Rangel?
Conde cerró los ojos. Lo que le faltaba.
– ¿El cónsul chino?
– Eso me dijo la secretaria de Rangel…
El Conde encendió su cigarro: ni siquiera había pensado que los moradores del Barrio Chino tuvieran algo que ver con el consulado del país que no era el mismo país cuando ellos salieron, aunque, por suerte o desgracia para ellos, los chinos nunca dejaban de ser chinos: ni aunque se operaran los ojos. Conde sabía que ahora debía moverse a mayor velocidad y fue directo al grano: estaba allí porque necesitaba que el capitán Contreras le cediera un informante.
– Alguien que conozca todas las movidas del Barrio Chino, Gordo, las que pasan y las que se comentan, y yo sé que tú debes tener a alguien.
– Ah, ¿sí? ¿Qué facilito, eh?
– Ayúdame, Gordo. Es un lío complicado, fíjate que ya están los de la embajada metidos en eso… y mira…, esto me lo hicieron ayer.
El Conde volteó la cabeza para mostrarle a Contreras el hematoma que se le había formado en la base del cráneo.
– Te dieron con ganas -dijo, sin reír esta vez, y añadió-: No, eso no se puede permitir… Eso es una falta de respeto y…
– Pero no quisieron robarme la pistola. ¿Tú entiendes eso? ¿Ahora mismo, cuánto vale mi pistola?
Contreras meditó apenas unos segundos y recitó:
– Alquilada, con ocho balas, cien pesos por día.
Vendida, como tres mil cañas, porque últimamente la demanda es mucha…
– Así que las alquilan… Mira, ésa no me la sabía. Tienes que ayudarme, Gordo.
– Eso ya me lo dijiste.
– Y te lo vuelvo a decir: ayúdame, compadre.
– Está bien, muchacho, te voy a tirar un cabo… Mira, tú eres un tipo legal y ya no queda mucha gente como tú. Pero déjame recordarte algo: nunca te vayas a creer que eres mejor que los demás. Aquí todos navegamos en la mierda y nadie sale ileso, nadie… Yo te defendí cuando tuviste la bronca con el teniente Fabricio, [5]porque tenías la razón y porque Fabricio es meao de perro y le venía bien que alguien le diera cuatro trompadas y dos patadas en el culo… Pero yo sé que a veces tú te crees cosas, te haces el intelectual y el pulcro, y eso le jode a mucha gente. Mientras seas policía tienes que comportarte como policía y no ponerte a comer mierda, porque un policía que no le gusta a otros policías puede tener una vida muy, muy complicada…
Conde lo dejó hablar, interesado en aquel juicio de Contreras que, en buena medida, lo sorprendía aunque no demasiado.
– ¿Y a qué viene ahora todo eso, Gordo?
– Viene a que ahora mismo este lugar es una bomba de tiempo y lo mejor es no tener que mandarse a correr cuando vuele en pedazos…
A la mente del Conde regresaron las misteriosas advertencias del mayor Rangel respecto a la droga y tuvo la certeza de que algo grave se estaba gestando bajo la aparente rutina de aquella Unidad Central de Investigaciones Criminales. Y, como tantas veces, de tantos sitios, sintió unos deseos irrefrenables de irse lo más lejos posible.
– Te voy a dar la mejor lengua que tengo en el Barrio Chino -casi lo sobresaltó la voz de Contreras y el dedo del Gordo, como un plátano macho, apuntado hacia su rostro-. Pero cuídamela. El Narra vale un millón de pesos. Y úsalo nada más para lo que estás investigando, no me lo compliques en otras cosas, mira que te conozco bien y cuando te impulsas…
Obviamente, el Narra también debía tener algo de chino y por eso le decían el Narra, aquel apelativo con el cual, sólo Dios sabía por qué razón, solían llamarles a los chinos en Cuba. Aquel Narra revelaba su origen sobre todo cuando se reía: los ojos formaban dos surcos profundos en la cara, como piquetes simétricos, con algo tétrico y siniestro. Aunque, por lo demás, no parecía chino: más bien un mulato cualquiera, sacado de un baúl de recuerdos. Usaba un demodé flat top con motas, sin patillas, el pelado que caracterizaba a los guapos y buscapleitos de la década de 1970, y sobre la piel oscura de su brazo derecho lucía un tatuaje que advertía «Eva, por ti me muero».
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