Franck Thilliez - El síndrome E

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Un hecho muy extraño altera el verano de la teniente de la policía de Lille Lucie Hennebelle: un ex amante suyo se ha quedado ciego cuando visionaba un cortometraje que acababa de comprar al hijo de un coleccionista recientemente fallecido. Una película, muda, anónima, con un toque malsano, diabólico y enigmático. A trescientos kilómetros de distancia, el comisario Franck Sharko, de la policía criminal, acepta volver al servicio bajo la presión de sus jefes, tras haber abandonado el departamento. Se han hallado cinco cadáveres a dos metros bajo tierra que resultan imposiblesde identifi car, ya que tienen las manos cortadas, la cabeza abierta y cerebro, dientes y ojos extraídos. Al tiempo que Lucie descubre los horrores que oculta la película, una misteriosa llamada le informa de la relación entre el filme y la historia de los cinco cadáveres, y hace que Lucie y Sharko, dos seres absolutamente distintos, y quizás por ello tan cercanos, se encuentren para investigar lo que parece el mismo caso.

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El buen humor que de costumbre imperaba en los equipos, sobre todo en aquellos meses estivales, se desvaneció enseguida. Suspiros, murmullos y rostros adustos. Unos y otros calibraban la complejidad del caso, estimaban la perversidad de los asesinos y hacían públicos sus comentarios. El comandante Kashmareck se puso al frente de sus hombres.

– Disponemos de una copia digitalizada del film, y los asesinos lo ignoran, así que les pido que esa información no se filtre. Esos individuos han matado para hacerse con la película, lo que significa que su contenido oculto debería llevarnos a alguna parte. ¿Alguna idea respecto a lo que acabamos de ver?

Se produjo un guirigay. Entre las frases pronunciadas, desde la muy constructiva «¡Es repugnante!» a «¡Esas niñas están completamente chifladas!», no hubo ninguna digna del desenlace de un episodio de Colombo. Kashmareck puso punto final a la palabrería.

– Dos cosas importantes. En primer lugar, estamos en tratos con un historiador del cine con quien la víctima, Claude Poignet, había contactado. Ese hombre había desatendido la petición del viejo restaurador pero, en cuanto supo de su fallecimiento, se puso de inmediato manos a la obra para tratar de descubrir la identidad de la actriz. Crucemos los dedos. Por nuestra parte, haremos fotocopias de esa mujer o actriz, aún quiero llamarla «actriz», y las enviaremos a todos los archivos cinematográficos, por si acaso. En segundo lugar, dentro de un minuto haré entrar a una antigua experta en psicomorfología, ahora especializada en lenguaje labial. Ella sabe cómo hacer hablar a una película muda y nos transcribirá hasta la última palabra salida de la boca de la niña. Madelin, ¿has investigado con Kodak y el laboratorio canadiense quién fabricó el film?

El pardillo lameculos abrió su cuaderno con un suspiro.

– Ya no existe, en su lugar hay un McDonald's. Pero he podido localizar a los antiguos propietarios. Están muertos.

– Vale. Morel, localiza al hijo de Szpilman y convócale aquí para tratar de hacer un retrato robot del tipo de las botas militares que estuvo en su casa. Tú, Crombez, persigue a los de la científica para que espabilen con el ADN y lo demás. Además… Tenemos la comisión rogatoria del juez internacional, registro a las dos del mediodía en el domicilio de Szpilman con los belgas. Alguien tiene que ir allí. ¿Te ocupas tú, Henebelle?

– Ok, estoy abonada a Bélgica. ¿Se ha preguntado al centro de documentación cinematográfica para saber de qué donación procedía la bobina mortal?

– Está en curso.

Lucie señaló con el mentón a Madelin.

– ¿Qué sabemos de los números de teléfono del canadiense anónimo?

– He preguntado también a la Sûreté para obtener la información. De los dos números que nos diste, el primero era de una cabina del centro de la ciudad, y el otro, el del móvil, está registrado con un nombre y una dirección inexistentes.

Lucie asintió. El responsable de los anónimos hacía gala de una desconfianza ejemplar. El comandante, que manipulaba nerviosamente un cigarrillo, volvió a tomar la palabra.

– Mañana tengo una reunión en París con los peces gordos de la policía: Péresse, de Rouen; Leclerc, de la OCRVP, y Sharko, un analista del comportamiento.

Sharko… Lucie apretó los labios. No se había dignado a devolverle la llamada.

– ¿Hay noticias de Egipto? -preguntó ella.

– De momento, no. Probablemente ese Sharko no habrá averiguado nada en su viaje allí. Bueno, mañana me gustaría tener cosas que contar. Tras la intervención de la especialista en lenguaje labial, Caroline Caffey, todo el mundo a trabajar.

Kashmareck salió y regresó unos segundos más tarde con una mujer que encendió las miradas de los hombres. Unos cuarenta años, piernas largas y el rostro de una muñeca rusa. Rubia. Echó un rápido vistazo a los reunidos, se instaló en una silla que parecía recibirla con los brazos abiertos y abrió un cuaderno. Gestos decididos, seguros, que demostraban que estaba acostumbrada a estar al frente de las tropas. Explicó brevemente en ese tono que trabajaba para el ejército, los aduaneros y la policía, principalmente en el terreno de la lucha antiterrorista y la negociación. Una figura en su campo. Lucie jamás había sentido tanta atención a su alrededor. La testosterona aumentaba. Al menos, aquella bomba tenía el poder de cautivar las mentes.

Caroline Caffey se apropió del ordenador portátil, cuyo contenido se proyectaba en una pantalla mural mediante un retroproyector.

– El análisis labial de este film no ha sido fácil. En Canadá, como en Francia, hay diversos dialectos, que abarcan desde el argot hasta el lenguaje culto. Probablemente la chiquilla forme parte de la comunidad francófona del país, dado que habla el francés quebequés, o más precisamente el «joual», creo, un lenguaje propio de la cultura popular urbana de la región de Montréal. Es un habla muy parecida a la del norte de Burdeos. Se come algunas vocales, por ejemplo, y utiliza numerosas vocales largas.

Con el ratón, situó el film en la escena de la actriz adulta del principio, tiesa como un palo con su vestido de Chanel. Era justo antes de que le cortaran el ojo con el escalpelo. Sus labios comenzaron a moverse. Caroline Caffey dejó avanzar el film y tradujo simultáneamente:

– Habla al cámara, y le dice: «Ábreme la puerta de los secretos».

– ¿Es francés de Francia o francés quebequés? -preguntó Lucie.

Caffey le dirigió una mirada indiferente.

– ¿Señorita?

– Henebelle. Lucie Henebelle.

La había llamado «señorita». Muy observadora.

– Es difícil de afirmar, señorita Henebelle, dado que son las únicas palabras que pronuncia. Pero creo que francés de Francia, sobre todo por la manera de pronunciar «secretos»; en francés canadiense lo hubiera pronunciado con la boca más abierta.

Lucie anotó en su Moleskine: «Actriz adulta: francesa», y «Niña del columpio: Montréal». Caffey aceleró un poco el film y llegó a la chiquilla en el columpio. Explosión de alegría en el rostro de la criatura. Plano cerrado para no permitir distinguir el entorno. El cineasta no quería que se reconociera el lugar. En cuanto la pequeña hablaba, Caroline la imitaba:

– ¿Jugaremos al columpio mañana?… ¿Vendrás a verme pronto?… Lydia también quería columpiarse… ¿Por qué ella no puede salir?

La chavalilla se alzó hacia el cielo, muy alegre. La cámara se detenía en su rostro, en sus ojos y jugaba con los planos para crear una dinámica. Existía una evidente cercanía entre el cámara y la niña, se conocían bien. Cuanto más veía las imágenes, mayor angustia sentía Lucie por la chiquilla inocente. Un lazo incomprensible, una forma de afecto maternal. Trató de alejar de ella al máximo aquellos sentimientos peligrosos.

La siguiente escena que podía traducirse. Primer plano de los labios infantiles que comen patatas y jamón, en una mesa larga de madera. Caffey comenzó a descifrar:

– … le he oído. Un montón de gente dice cosas malas de ti y del doctor… Sé que mienten, que dicen eso para hacernos daño. No les quiero, no les querré nunca.

Las frases de Caroline Caffey restallaban en el silencio. Las palabras, el tono que empleaba, añadían una maligna dimensión a la proyección. Podía sentirse crecer la desazón, la tormenta estaba a punto de estallar. Lucie apuntó y rodeó con un círculo: «doctor».

Secuencia de la niña y los gatitos en la hierba. Sonreía abiertamente, acariciando afectuosamente a los dos animales. Lucie pensaba en el otro film, el film oculto, que en aquel preciso momento se agazapaba entre las imágenes y se introducía en los cerebros.

– Me gustaría quedármelos… Qué lástima… ¿Los traerás otra vez?… A la hermana María del Calvario no le gustaban los gatos… A mí me encantan… Sí, los conejos también, también me encantan… ¿Hacerles daño? ¿Por qué dices eso? Nunca, nunca…

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