Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El código de Babilonia: краткое содержание, описание и аннотация

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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– Chris Zarrenthin.

Sullivan calló durante un rato, y a continuación asintió con la cabeza.

– Venga aquí. Creo que en realidad le están esperando. Pero guarde su arma.

Chris continuaba detrás de Sullivan, quien subía en silencio las escaleras y le guiaba a través de largos pasillos, abriéndole a continuación una puerta.

El rostro de Jasmin estaba totalmente colorado y sencillamente maravilloso.

Su pulso martilleaba, y la carótida latía contra la piel. Cascadas de sentimientos repletos de felicidad recorrían sus venas con estrépito, sacudiendo todas sus tensiones y dudas.

– Jasmin… -en su oído graznaba un viejo cuervo. «Maldita sea, ¿por qué ella no le estaba mirando?».

Los ojos de Jasmin se habían enganchado en los labios del hombre sentado a su lado al mismo tiempo que sus puños cerrados permanecían tensos sobre la mesa.

«Parece que he venido en el momento oportuno», pensó Chris. La rojez de Jasmin develaba su estado de exaltación.

Él se liberó de su imagen y paseó la mirada rápidamente por las demás personas de la habitación. Wayne se quedó mirándole pasmado, pero los ojos de Chris continuaron con su paseo: el centro de atención en toda la ronda lo formaba, sin duda alguna, el hombre sentado al lado de Jasmin.

– ¡Tenemos visita! -dijo Sullivan en voz alta, y todas las cabezas viraron hacia ellos.

La expresión de Jasmin oscureció todavía más su semblante. Sus ojos parecían arrojar un manojo entero de flechas incandescentes.

– Ahí tiene al hombre que puede responderle a todas sus preguntas. Es a él a quien debemos agradecerle la prueba ósea -Jasmin dio un brinco y marchó hacia Chris.

– Jasmin, cuánto te he… -comenzó a decir Chris mientras abría feliz los brazos.

Ella, por el contrario, se detuvo con labios temblorosos delante de él.

Su tortazo hizo que a Chris se le saltaran las lágrimas.

* * *

A pesar de haber estado esperando la llamada, Jacques Dufour se llevó un sobresalto al sonar el teléfono móvil.

– Te agradezco que hayas mantenido tu promesa. ¿Estás en el laboratorio, no? -la voz del padre Jerónimo sonaba fuerte y decidida.

– Sí.

– ¡Debes confiar en el Señor! -la voz de Jerónimo apremiaba, no aceptaba titubeos-. ¡Demuestra tu fe en Dios! ¿Vas a aceptar la prueba?

– No puedo. Yo… yo soy científico -la boca de Dufour se tornó de súbito tan seca como el desierto.

– Tú puedes. Y debes hacerlo. Él te lo ruega.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

– Lo sé. ¡Confía! Confía en Dios. Confía en mí.

– ¿Cuándo estarás aquí?

– Pronto. Pero tú no debes demorarte. Debe haber ocurrido para entonces. ¡Hazlo!

– Jerónimo, no me dejes solo. Yo ya no sé lo que está bien y lo que no. Yo… yo voy a esperar a que vengas.

– ¡No! Debe ocurrir rápido, debe ocurrir ahora.

Dufour calló.

– Yo no puedo…

Jacques Dufour se incorporó. Sus huesos le dolían y pesaban como piedras. Desde la muerte de Mike Gelfort, sus reservas vitales desaparecían como la nieve al sol. Meneaba desesperado la cabeza. Jerónimo le estaba pidiendo demasiado. No importaba lo que hiciera: sería un traidor de todos modos.

Dufour comenzó a temblar. Los músculos de sus muslos se estremecían mientras él observaba incrédulo su propia reacción nerviosa, visible incluso a través de la tela del pantalón.

– ¡Es la voluntad de Dios! -Con su clara e incesante voz, el monje quebrantaba cada vez más la voluntad de Dufour. Jerónimo calló por un momento antes de continuar hablando con un tono más suave, pero aun así firme-. A través de la misericordia de Dios somos lo que somos. Tú y yo, también. Jacques Dufour, recuerda siempre los designios que ha fijado Dios para el hombre. Para ti y para mí. «Yo no he venido a actuar a mi voluntad, sino a la de quien me ha enviado». Así habló Jesús, el Señor. Esta misma obediencia es la que nos exige también a nosotros, los monjes, San Benito a través de sus preceptos. Tú crees en Dios, pues obedece tú también su voluntad. Nadie puede escapar de la prueba del Señor. Yo también he huido. Sin embargo, Dios dispone las cosas de tal modo para que yo no pueda escapar. Tú eres una herramienta del Señor, tu labor es su voluntad. Compréndelo, Jacques Dufour, Él te ha elegido. ¡Obedece! Esta prueba va dirigida a ti.

Dufour dejó caer agotado el auricular. Él no sabía qué era lo correcto, pero Jerónimo sí. Agradecido se aferraba a su inquebrantable voluntad. Jerónimo le estaba mostrando el camino.

Dufour cogió el bolso de viaje que había robado por la tarde de una de las habitaciones de los pacientes, y caminó con pasos pesados hacia el laboratorio. Una vez allí, encendió la luz ubicada al lado de la puerta y orientó su mirada hacia arriba hasta que vio iluminarse con una silenciosa vibración hasta la última lámpara.

* * *

– Así somos las mujeres -se reía Zoe Purcell-. Siéntese y digiera primero esta demostración de amor. -Su mirada desairada perseguía la estela de Jasmin, quien se encaminaba hacia su asiento.

– Qué agradable resulta poder conocer al misterioso desconocido que nos ha facilitado el descubrimiento de esta extraordinaria primicia científica. ¿Qué es lo que le trae por aquí? -saludó Thornten a Chris.

Chris murmuró algo sobre unos negocios importantes y urgentes, y mencionó la preocupante llamada de Jasmin.

– Y ahora quiere liberar a la señorita Persson de las garras del monstruo… -Thornten se reía divertido-. Mire a su alrededor. Somos un grupo de responsables científicos. La señorita Persson se habrá excedido seguramente, pero eso ya nos lo temíamos. A mí mismo me ha comentado hace tan solo un momento que ella se consideraba una prisionera. Lo cual no es cierto en absoluto.

– ¿Está usted diciendo que puedo irme de aquí con la señorita Persson, si así lo deseamos?

Thornten se reía.

– Yo no creo que vaya a hacer eso -acto seguido resumió en pocas frases bien estructuradas lo sucedido en Praga y Dresde. Chris no dejó entrever a través de un solo gesto su opinión acerca de la traición de Wayne, y escuchó con atención para entender un poco más acerca de los detalles referentes a la tecnología genética.

– Para mí, la tecnología genética es un enorme y desconocido océano -dijo Chris, una vez hubo acabado Thornten-. Pero he entendido lo siguiente: Wayne consiguió llevar a cabo finalmente una división celular, y durante su análisis posterior ha descubierto un cromosoma 47, un cromosoma masculino adicional. Esto por otra parte constituye una anomalía, pero que…

– … Trisomía, sí, una trisomía XYY…

– … Que desde un punto de vista científico no es desconocido -Chris hizo una pausa para hacer acopio de sus ideas-. Por otro lado, he entendido que las trisomías están casi siempre asociadas a graves enfermedades.

– Sí, pero en los cromosomas sexuales existe una serie de peculiaridades que no admite una generalización -Thornten ladeaba la cabeza-. Yo conozco mejor el mundo de las plantas. Andrew, esta es tu especialidad.

Andrew Folsom arqueaba las cejas, pero Thornten asentía impaciente con la cabeza, y Folsom comenzó sin más a matraquear su discurso.

– Normalmente, cualquier cromosoma adicional suele causar graves daños, como puede ser el caso del síndrome de Down en una trisomía del cromosoma 21. Sin embargo, parece ser que existe un sinfín de cromosomas sexuales que son menos perjudiciales que las trisomías. Mujeres con tres o cuatro cromosomas X a menudo no suelen revestir ningún cuadro clínico grave. Eso parece tener relación con el hecho de que un gran número de cromosomas X son desactivados con el tiempo. Y esto suele considerarse un caso bastante común, pues una mujer posee normalmente dos cromosomas X: uno de la madre, y otro del padre. Uno de ellos es desactivado precisamente en un estadio bastante prematuro. Con el tiempo se convertirá en algo común.

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