La luz de la linterna bailaba por las paredes mientras dibujaba miles de contornos fantasmagóricos que se fundían entre sí. Chris se echó en el último momento hacia un lado antes de colisionar una vez más con el hombro contra la roca. De repente, y sin saber cómo, finalizó el pasadizo.
Solo enormes rocas y roturas, en ningún lugar se veía la salida. Se tuvo que obligar a sí mismo a mantener la calma e iluminó la roca. Nada. Aporreó la roca poco a poco en busca de cavidades huecas. Nada.
Finalmente dio media vuelta y volvió a recorrer el pasadizo. Después de treinta pasos cruzó una roca prominente que se erguía como un poste dentro del pasadizo. Por poco hubiera pasado nuevamente de largo, cuando a la luz de la linterna avistó el pequeño montón de escombros. Restos de la roca mellada descansaban amontonados en una pequeña pila. Si se procedía de la otra dirección, era imposible darse cuenta de la existencia de la escombrera por culpa de la sobresaliente roca. Uno pasaba simplemente de largo.
Apartó los escombros con el pie hacia un lado, y a la luz de la linterna brilló de pronto una anilla metálica. Apresurado, se agachó y tiró de ella, percibiendo una gran resistencia, que provocó que tirara todavía con más fuerza. Poco a poco aparecieron deslizándose las argollas de una cadena metálica entre el montón de piedras. A continuación se sucedieron varios golpes secos.
En la pared de roca, justo al lado, se abrió un ceñido agujero, lo suficientemente grande como para que un hombre se pudiera apretujar a través de él.
Se prensó a través de la abertura e iluminó la oscuridad que se encontraba detrás. A mano izquierda se encontraba el bloque de roca con el otro extremo de la cadena. La luz bailaba sobre los primeros peldaños de una escalera de madera que, al final de la cavidad y a través de un ajustado pozo, despejaba el camino hacia las alturas.
Chris se arrastró mientras tiraba de la mochila detrás de él para llegar finalmente a una ceñida cueva. Se obligó a subir por la escalera. El pozo que llevaba hacia las alturas era estrecho, y la escalera se encontraba en un plano prácticamente vertical. Subió escalón a escalón mientras la pared de roca le restregaba la espalda.
La escalera finalizaba en una trampilla que Chris alzó con la cabeza y las manos. Cuando se estrujó a través de la abertura, su mirada se topó, enfrente, con las ruedas de una moto.
Las toscas paredes de madera del cobertizo estaban corroídas y los escombros se amontonaban en las paredes. Sobre un banco de trabajo reposaban varias llaves inglesas, y más arriba, en la pared, colgaban dos trajes de cuero de motorista con sus respectivos cascos.
La llave estaba puesta en el contacto de la máquina. Chris se metió en el traje de motorista y palpó algo duro en uno de sus bolsillos. Sacó a la luz una caja metálica y se echó a reír entre dientes cuando descubrió el contenido: una tarjeta de crédito sin firmar y varios billetes de cien euros y algo de calderilla. Marvin había pensado realmente en todo…
Media hora más tarde alcanzó el siguiente pueblo y de pronto estaba de camino por la autovía hasta Aix-en-Provence, y a continuación a través de la A8, paralelamente a la costa en dirección este.
«Cerca de Cannes», había dicho Jasmin.
Chris abandonó sobresaltado sus pensamientos, cuando un conductor detrás de él empezó a tocar el claxon, instantes más tarde pagó el peaje y continuó conduciendo por la salida, que se bifurcaba pocos metros después. Allí se desvió hacia el interior, y tras varios cientos de metros accedió a una salida que le indicaba el camino a Sofía Antípolis.
Una vez allí, se detuvo delante de un panel de información. Las dependencias del parque científico parecían enormes y estaban divididas en diferentes áreas temáticas. Las empresas con fines técnicos se congregaban en un lugar diferente al de las compañías médicas. Finalmente encontró el nombre Tysabi y memorizó el camino.
Muchas de las parcelas ubicadas en ese terreno montuoso permanecían aún sin construir. La calle tan pronto ascendía por colinas como que los descendía de nuevo, lo que provocó que perdiera poco después la orientación. Finalmente, se detuvo delante del parque de bomberos situado al final de las dependencias, dio media vuelta y se metió nuevamente de lleno en la maraña de calles empinadas hasta que, más bien por casualidad, se topó con la entrada del grupo farmacéutico detrás de una colina.
La entrada se ceñía entre dos pilares revestidos en mármol en los que se había esculpido el nombre de «Tysabi» en vivas letras. El empinado camino conducía hacia un complejo de edificios situado en lo alto de una colina.
La empinada calle se encontraba vacía y desaparecía después de unos cien metros en una curva hacia la derecha, detrás de la colina. La parcela situada a la izquierda de la calle estaba todavía sin construir, carecía de arboleda, pero ofrecía una amplia vista hacia el valle.
Rodó lentamente con la motocicleta hasta la entrada. Una alta valla metálica limitaba la propiedad con el exterior. La pendiente hasta el edificio estaba sembrada de arbustos y flores.
El edificio de cuatro plantas en lo alto de la colina se levantaba como un castillo sobre un promontorio.
Chris se detuvo detrás de la bifurcación. Se bajó de la moto, se quitó el casco y tentó examinante en busca de su mochila echada sobre la espalda. A continuación fue subiendo a buen ritmo entre pinos y alcornoques por la pendiente. Una vez en la cima, giró hacia la derecha y continuó avanzando a hurtadillas bajo el amparo de los árboles.
La valla continuaba serpenteando a través de la loma; detrás de una fila de árboles y arbustos se prolongaba una zona de césped hasta arribar a la parte posterior del edificio desprovista de ventanas, que se alzaba como un búnker.
Chris aguardó de pie durante varios minutos debajo de los árboles dedicándole atención al bloque de hormigón. La luz poniente del sol iluminaba la mitad superior del edificio mientras que su parte inferior recibía la sombra de los árboles.
Sacó el teléfono móvil y volvió a escuchar la llamada de Jasmin. Su voz desesperada consiguió elevar de nuevo su presión sanguínea. Marcó una vez más el número que le había mencionado ella. De nuevo sin señal. Así había ocurrido durante todo el día.
– ¡Mierda! -vomitó Chris.
Sofía Antípolis, el edificio de Tysabi… estaba en el lugar correcto.
Sin embargo, él no había preparado ningún plan.
* * *
– … ¡No hagáis ningún comentario sin haberlo pensado antes! ¿Zoe? ¿Andrew? No podremos mantenerlo en secreto durante mucho más tiempo. Debemos ser rápidos, ella tiene que sumarse a…
La voz con acento norteamericano calló cuando Jasmin apareció por la puerta en la recatada sala de conferencias acompañada por Sullivan. En una de sus paredes había dispuesto un bufé mientras que en el centro se alzaba una mesa redonda.
Todos permanecían aún de pie cuando giraron hacia ella.
La mirada de Jasmin se había posado en Wayne Snider, quien sujetaba una copa de champán en su mano y sonreía con espíritu emprendedor. Ned Baker le hacía un gesto altanero con la cabeza, mientras Zoe Purcell permanecía de pie con el rostro forzado al lado de dos hombres, que Jasmin conocía por la revista de la empresa. Le sorprendió el hecho de descubrir lo pequeño que era en realidad Andrew Folsom, el director ejecutivo de Tysabi.
La cara petrificada del director ejecutivo con las comisuras decaídas de la boca tenía un aspecto cínico, y los estrechos labios junto con los ojos lobunos reforzaban aún más la dura expresión de su rostro.
El otro hombre tenía unos treinta y cinco años, era delgado y vestía un pantalón oscuro y un polo amarillento debajo de la chaqueta americana, por lo que se ataviaba claramente con mayor informalidad que el director ejecutivo, enfrascado en su traje oscuro y la corbata roja. Debajo de su cabello rizado centelleaban unos ojos verde marinos. Todos le brindaban un trato especialmente respetuoso, lo cual se reflejaba sobre todo en el hecho de que cada uno le guardaba una respetuosa distancia.
Читать дальше