Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El código de Babilonia: краткое содержание, описание и аннотация

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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– ¿Cómo continuamos a partir de aquí?

– Hay una senda que desciende por el otro lado.

– ¿No viene antes ninguna bifurcación, un camino al bosque?

– Nada -murmuró Dufour apático-. Nada.

La carretera asfaltada se convirtió en una pista de escombros. El furgón se balanceaba peligrosamente; esquirlas de piedra saltaban contra la chapa. A su izquierda, la colina descendía de forma escarpada, y un cortafuego que cruzaba el bosque despejaba la panorámica hacia los valles circundantes.

Era impresionante. Como desde un candelecho, la mirada de Chris se deslizaba sobre los valles boscosos y las cadenas de montañas. A pesar de la oscuridad, eran claramente visibles las siluetas de las montañas que se agolpaban unas detrás de otras al igual que las olas del mar.

Delante de ellos, en la siguiente cordillera, se erguía, sobre una torre vigía, un poderoso muro de unos trescientos metros de longitud. Pero sus edificios superaban incluso a estos poderosos muros de protección, y gracias a las diferentes alturas, todo en sí recordaba la imagen de un barco con sus mástiles. De esta forma, los edificios se alzaban con poderío hacia el cielo en la proa del barco, mientras que en dirección a la popa se hacían cada vez más diminutos.

Hacia el sur, la proa del barco rocoso ascendía la loma de la montaña como un buque remolcador que surca una ola en movimiento; mientras que en el norte, la popa se hundía y colgaba profunda en el valle de olas.

– ¿El monasterio? -Chris se estremeció.

– El monasterio tiene mil años.

Ellos echaron una ojeada en dirección al extremo occidental del edificio. Los apabullantes muros de protección se erguían desde las profundidades del valle hacia arriba. A pesar de todo, las instalaciones parecían, desde la lejanía, compactas y extraordinariamente ligeras al mismo tiempo. Chris comenzó a comprender lentamente este efecto. Los muros de contención situados en la profundidad del valle eran los que creaban la plataforma sobre la que se construyeron los edificios. Debido a que no veían las instalaciones desde abajo, al encontrarse a la misma altura, se relativizó su magnificencia.

– Parecen las ruinas de un castillo.

– Los monasterios se construían antaño con capacidad para defenderse.

– ¡Es usted un entendido en la materia!

– En mi juventud estuve aquí en varias ocasiones. Un monasterio de los cartujos. Paz y soledad: el lugar ideal para hacer examen de conciencia.

El camino de grava les obligó a recorrer la falda de la montaña por curvas serpenteantes. En algunos lugares, la carretera se estrechaba de tal forma que no hubieran podido transitar dos vehículos al mismo tiempo. Delante de ellos, del lado izquierdo, vislumbraron el último repecho de la curva; detrás se elevaban los muros de piedra natural del monasterio en forma de pared negruzca.

Chris detuvo el furgón.

– ¡Ayúdeme! Venga -ordenó mientras saltaba del vehículo y abría las puertas traseras de un manotazo-. ¡Debemos correr, venga, rápido!

Jasmin clavó su mirada en él.

– ¡Tú no estás en tus cabales!

– Nos están persiguiendo. Los hombres de Tysabi. Han intentado pararnos.

– Me da igual. ¿Te enteras? -Ella se apeó del coche-. ¡Tu egoísmo nos ha llevado a esto!

– ¡Debemos ir al monasterio! ¡Venga, fuera! ¡Todos!

Anna apartó su brazo y se bajó sola del vehículo. Chris, por el contrario, se subió de nuevo a él y agarró a Thornten por sus muñecas inmovilizadas.

Thornten y Zoe Purcell se incorporaron con cuidado, pues continuaban unidos por sus respectivos cuellos a través del nudo de ocho. Lentos y con cierta torpeza se apearon del furgón. Chris les alejó unos pasos del vehículo y ofreció a Anna la pistola.

– Si quieren fugarse, dispare. ¡Los cerdos son ellos!

A continuación, él se apresuró de nuevo hacia el furgón y trasteó en la camilla hasta deshacer los seguros de transporte y, a continuación, deslizó la camilla hacia afuera para trasladarla ayudado por Dufour hasta el borde de la carretera.

– ¡Todo va bien, Mattias! ¡No te va a pasar nada!

Chris sonreía al niño, que le observaba en silencio. Apenas escuchó a Mattias pronunciar ni una sola palabra. Sin embargo, eso era comprensible, pues el chico hablaba sueco y seguramente no entendía la maraña de idiomas en los que conversaban los demás.

Chris corrió de nuevo hacia la furgoneta para agarrar el maletín con las pruebas y la jaula portátil con los ratones.

– ¡Lleva tú esto! -él buscaba la mirada de Jasmin, pero ella se giró de forma abrupta como si fuera un leproso. Chris la seguía furioso con su mirada, pero instantes más tarde sacó una linterna de la guantera lateral de los asientos traseros y se la ofreció a Dufour-. Llame a su amigo, dígale dónde estamos.

– ¿Se refiere a Jerónimo?

– ¿A quién sino?

– ¿Por qué?

– ¡Maldita sea! ¿Ya no recuerda que nos hemos citado con el papa en Collobrières? Ellos viajan con helicópteros. Ahora deben venir aquí. ¡Dese prisa! ¡Debemos aguantar hasta entonces!

Hank Thornten había girado la cabeza y escuchaba furtivamente, pero no pudo entender más que palabras sueltas.

– Zoe, ¿de qué están discutiendo? ¿Con quién acaban de hablar por teléfono? -preguntó en silencio mientras continuaba a la escucha. Anna se encontraba de espaldas y de pie a su lado mientras que le dedicaba palabras tranquilizadoras a Mattias-. ¿A quién están esperando?

– No lo sé… quizás hayan decidido algo durante el descanso de hace un rato. Yo… -Zoe Purcell se calló, pues Anna había girado al mismo tiempo que los miraba con semblante muy serio.

Thornten seguía sin comprender la conexión de los hechos. Pero le parecía que ya no les restaría mucho tiempo. Quiso dar unos pasos hacia Dufour, quien habló excitado por el teléfono móvil, pero Anna le detuvo con el arma en la mano, por lo que Thornten se paró y continuó escuchando.

Chris se subió al coche y condujo marcha atrás hasta la última curva. En la falda de la montaña destacaba un promontorio en el camino, estrechando la vía. Mientras que del otro lado, en el precipicio, crecían tres árboles cuyos fuertes troncos se alzaban ceñidos a la vía.

Chris guió el vehículo cerca de la falda de la montaña, giró el volante con la intención de deslizar el furgón en plena curva con la parte trasera de cara hasta el precipicio. Se detuvo, giró de nuevo el volante, condujo hacia delante, y a continuación dejó deslizarse hacia atrás. Durante la última ocasión pisó el pedal del acelerador a todo gas. El furgón dio un brinco hacia adelante y colisionó con el morro contra la pared de roca, rompiendo en mil pedazos el cristal y abollando asimismo el capó.

El furgón se encontraba ahora en perpendicular a la vía, formando una barrera junto al promontorio. Chris se asomó fuera del coche y miró hacia atrás. Las ruedas traseras no distaban ni veinte centímetros del precipicio.

Chris metió la marcha atrás, aceleró y soltó el embrague. El furgón dio un brinco y las ruedas traseras salieron disparadas por el precipicio, provocando que la parte trasera colisionara con los árboles. El vehículo comenzó a hundirse hasta que la chapa del suelo se posó sobre la misma vía. Las ruedas traseras giraban silbando en el aire.

Chris saltó del vehículo y volvió corriendo.

– ¿Ha llamado por teléfono?

Dufour asentía con la cabeza.

– ¿Y?

– Vienen de camino.

– ¿Lo ve? ¡Venga! ¡Al monasterio!

Anna Kjellsson zarandeaba su brazo. El azul claro con el iris azul oscuro de sus ojos le recordaban sin remedio a los de Jasmin.

– Quiero que sepa dos cosas, Chris Zarrenthin…

– ¡Ahora no tenemos tiempo!

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