Graham Masterton - Manitú

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Manitú: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Puede la mente humana proyectar una imagen o sugestionar a alguien, sin importar el tiempo o la distancia? ¿Existe la posesión de espíritus? ¿Es verdad que en nuestra época se dan las manifestaciones de las artes que implican la magia y el espiritismo? ¿Puede ser inmoral crearle daño a otra persona valiéndose de la transmisión del pensamiento para causarle la enfermedad y aun la muerte?
Manitú, uno de los libros más vendidos en España, obra de Graham Masterton, nos da respuesta a más de uno de estos interrogantes, narrándonos la historia más insólita, tan solo comparable con El bebé de Rosemary o El exorcista, tal vez superando estas dos obras en muchísimos cuadros de suspenso, llenos de un terror intenso y escalofriante.

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– Muy bien -dije. No había querido decir «muy bien», pero parecía que no tenía más remedio-. Vamos a buscarlo.

Caminamos por el corredor, mirando a izquierda y derecha. El silencio era opresivo y yo podía oír las moléculas del aire bombardeando mis oídos y el latido de mi propio corazón. El miedo permanente de enfrentarnos con Misquamacus o con uno de sus demonios nos hacía sudar y temblar, y los dientes de Singing Rock castañeaban todo el tiempo mientras recorríamos el primer corredor. En cada puerta iluminábamos con la linterna a través de la ventana y comprobábamos si el hechicero no estaba escondido dentro.

– Esos caminos -le susurré a Singing Rock mientras dábamos vuelta a la primera esquina-, ¿cómo son?

Singing Rock se encogió de hombros.

– Los hay de muchas clases. Todo lo que se necesita para traer a un demonio como el Lagarto-de-los-árboles es un círculo en el piso y las promesas e invocaciones adecuadas. Pero el Lagarto-de-los-árboles no es especialmente poderoso. Es una nadería en la jerarquía de los demonios de los pielrojas. Si se quiere invocar a un demonio como el Guardián-de-la-vara-de-la-Serpiente-de-Agua hay que preparar el tipo de nexo que le haga aparecer atractivo el mundo físico.

– Fíjese en aquella puerta – dije, interrumpiéndolo.

Yo dirigí el rayo de luz de la linterna y él miró a través de la ventana en el cuarto del hospital. Movió la cabeza.

– Espero que aún esté en este piso -dijo Singing Rock-. Si se escapa de aquí, sí que nos veremos con problemas.

– La escalera está vigilada -le señalé.

Singing Rock hizo una leve sonrisa.

– Contra Misquamacus nada está vigilado.

Caminamos con cuidado por el pasillo, deteniéndonos cada pocos centímetros para investigar los cuartos, armarios y rincones extraños. Me estaba comenzando a preguntar si Misquamacus alguna vez había existido o si sólo había sido una espantosa alucinación.

– ¿Alguna vez ha invocado un demonio usted mismo? -le pregunté a Singing Rock-. Quiero decir… ¿no podemos llamar a algunos que estén de nuestra parte? Si Misquamacus busca refuerzos, ¿por qué no nosotros?

Singing Rock volvió a sonreír.

– Harry, no creo que sepa lo que dice. Estos demonios no son broma. No son hombres disfrazados. Los principales, la jerarquía más alta de los demonios indios de los pielrojas, pueden tomar muchas formas. Algunos de ellos cambian de forma y de esencia continuamente. En un momento son como un terrible bisonte y al siguiente nido de víboras. No tienen el sentido de la conciencia humana y no tienen sentido de la piedad. ¿Usted cree que ese Lagarto tuvo piedad de Jack Hughes cuando le comió la mano? Si quiere a esos demonios de su parte tiene que querer que hagan algo muy impío por usted y desdeñar las posibles consecuencias si algo no funciona bien.

– ¿Quiere decir que son absolutamente malos? -le pregunté.

Envié el rayo de luz al fondo del corredor para comprobar una forma sospechosa. Resultó ser una papelera llena.

– No -dijo Singing Rock-. No son malos en el sentido que lo entendemos nosotros. Pero tiene que entender que las fuerzas naturales del planeta no están en buenos términos con la humanidad. La madre Naturaleza, no importa lo que diga su catecismo de la escuela dominical, no es benigna. Nosotros cortarnos árboles y los espíritus y los demonios de ellos quedan desposeídos. Cavamos minas y canteras y perturbamos a los demonios de las rocas y los suelos. ¿Por qué cree que hay tantas historias de demonios poseyendo a gente en una granja aislada? ¿Ha estado alguna vez por Pennsylvania y vio los fetiches y amuletos que usan los granjeros para alejar los demonios? Esos granjeros han molestado a los demonios de los árboles y los campos y están pagando por ello.

Dimos la vuelta a otra esquina. De pronto dije:

– ¿Qué es eso?

Miramos en la oscuridad. Tuvimos que esperar dos o tres minutos antes de ver nada. Luego hubo un breve chispazo de luz azulina en una de las puertas.

Singing Rock dijo:

– Ya está. Misquamacus está allí. No sé qué está haciendo, pero cualquier cosa que sea, no nos gustará.

Saqué el tubo con virus de gripe del bolsillo.

– Tenemos esto -le recordé-. Y cualquier cosa que nos tenga preparada Misquamacus no puede ser tan malo como lo que le tenemos preparado a él.

Singing Rock resopló.

– No confíe tanto Harry. Por lo que sabemos, Misquamacus es inmune.

Le golpeé el hombro y traté de hacer un chiste.

– ¡Está bien, desanímeme!

Pero todo el tiempo sentí como si cada nervio de mi cuerpo estuviese campanilleando y hubiese dado cualquier cosa para aliviar mis acuosas y resbaladizas tripas.

Apagué la luz y caminamos a tientas por el corredor hacia la relampagueante luz. Era como si alguien estuviese soldando algo o el reflejo de una persona encendiendo un cigarrillo a lo lejos. La única diferencia era que tenía una cualidad sobrenatural en ella, una extraña frialdad que me hizo pensar en las estrellas, cuando uno mira al cielo en una noche solitaria de invierno y ellas titilan heladas y distantes e irremediablemente remotas.

Llegamos a la puerta. Estaba cerrada y la luz azulina brillaba a través de la pequeña ventana de arriba de la puerta, y por abajo. Singing Rock dijo:

– ¿Va a mirar usted o lo hago yo?

Tuve un escalofrío, como si alguien entrara a mi tumba.

– Yo lo haré. Por el momento usted ya ha hecho demasiado.

Atravesé el pasillo y me apreté contra la pared en la que estaba la puerta. La pared estaba allí extrañamente fría, y cuando me acerqué a la ventana de la puerta, me di cuenta de que había trozos de hielo en el vidrio. ¿Hielo en un hospital con calefacción? Se lo señalé a Singing Rock y él asintió.

Cautelosamente llevé mi cara hacia la ventana y miré dentro del cuarto. Lo que vi me puso la piel de gallina y el pelo se me levantó como si fuera un puercoespín aterrorizado.

CAPITULO OCHO

Sobre la negrura

Misquamacus estaba instalado divinamente en el centro del cuarto, sosteniendo su deformado cuerpo sobre un brazo. Todos los muebles del cuarto, que parecía una sala de lectura, estaban caídos de lado como por un huracán. El piso estaba despejado y Misquamacus lo había marcado con tiza. Había un amplio círculo, y dentro de él Misquamacus había dibujado docenas de símbolos y figuras cabalísticas.

El mago reencarnado tenía su mano izquierda alzada sobre el círculo y estaba cantando algo con susurros roncos e insistentes.

Sin embargo, no fue el círculo ni los hechizos lo que me aterraron. Era una línea borrosa, medio transparente, que aparecía y desaparecía en el centro del círculo; una línea de escurridiza luz azul y forma camblante. Amparando mis ojos logré ver una curiosa forma como de escuerzo que parecía deformarse y desaparecer, cambiar y derretirse.

Singing Rock caminó suavemente por el corredor y se me unió junto a la ventana. Miró y dijo:

– Gitche Manitú, protégenos; Gitche Manitú, defiéndenos del daño; Gitche Manitú, aleja a tus enemigos.

– ¿Qué sucede? -susurré-, ¿Qué está pasando? Singing Rock terminó con sus invocaciones antes de responderme.

– Oh, Gitche Manitú; envíanos ayuda. Oh, Gitche Manitú, sálvanos de los daños. Danos suerte y buena fortuna durante todas nuestras lunas.

– Singing Rock, ¿qué es?

Singing Rock señaló a la horrible forma distorsionada del escuerzo.

– Es la Bestia Estrella, lo cual es la traducción más acertada que puedo lograr. Nunca la había visto antes, sólo en dibujos, y por lo que me habían dicho los hacedores de milagros. No pensé que ni siquiera Misquamacus se atreviese a invocarla.

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