Al principio, Joe no contestó. Sacó un arrugado pañuelo blanco, lo dobló, volvió a doblarlo y luego se sonó la nariz.
– No hay mucho más que yo pueda decir -confesó-. ¿Por qué no regresamos a la casa… para que pueda enseñarte el informe del doctor Moorpath y los faxes que he recibido de Jorge da Silva y de la Administración Federal de Aviación?
– Joe… -insistió Michael-. ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Qué ocurre?
Echaron a andar. Una gaviota revoloteó muy cerca de ellos, se mantuvo a su paso y ni siquiera cuando Joe la espantó con la mano quiso alejarse.
– Alguien está presionándome mucho -dijo Joe.
– Qué quieres decir?
– Exactamente eso. Alguien quiere que el caso O’Brien se cierre y se archive. Alguien con la clase de influencia con la que tú y yo sólo podemos soñar.
– Como quién?
Joe hizo un gesto con la cara.
– No tengo ni idea, y no creo que merezca la pena pensar demasiado en ello. Usa el cerebro, Michael. Si Edgar Bedford de repente se muestra dispuesto a vomitar varios cientos de millones de dólares sin siquiera intentar luchar en un juicio, es que alguien está apretándole con la clase de fuerza que podría convertirle a un hombre las gónadas en páté-de-foie.
Rodearon la casa y empezaron a subir por las escaleras de madera.
– Es cuestión de política? -le preguntó Michael.
– No lo sé -repuso Joe-. No lo he preguntado. Hay ocasiones en que un hombre, en el desarrollo de su trabajo, decide que es más prudente mirar hacia otro lado. -Guardó silencio durante unos instantes y luego miró a Michael con la cara muy triste y seria-. No digo que hacerlo sea honrado ni profesional, sólo digo que es más prudente.
– Y Sissy O’Brien? -le preguntó Michael-. ¿Dónde encaja ella en este escenario de «completo accidente»? ¿Cómo va a explicar Edgar Bedford lo que le ha pasado a ella?
– El caso de Sissy O’Brien todavía está investigándose.
– Ya lo sé. Estoy investigándolo yo… junto con el teniente Thomas Boyle, del departamento de policía de Boston… y el señor Victor Kurylowicz, de la oficina del forense. De hecho, el señor Kurylowicz está aquí conmigo hoy.
Victor apareció en lo alto de la escalera sosteniendo su lata de cerveza.
– Nasdravye -dijo, e inclinó la cabeza a modo de saludo.
– Victor, éste es Joe Garboden, de Plymouth Insurance. Joe ha traído una copia del borrador de la autopsia que ha hecho el doctor Moorpath sobre el accidente de O’Brien.
Joe y Victor se estrecharon la mano. Joe parecía incómodo, y consultó el reloj.
– Escucha, Michael… puede que éste no sea el momento más oportuno.
– Venga, Joe. Victor ha realizado la autopsia deSissy O’Brien. Yo mismo la vi, aunque, por Dios, ojalá no la hubiera visto. Todo lo que dijeron la televisión y los periódicos era cierto. Fue atacada sexualmente y torturada cuando todavía estaba viva.
Victor asintió, se quitó las gafas y dijo:
– Eso es cierto.
Michael continuó hablando.
– Si fue torturada, es que debió de sobrevivir al choque del helicóptero. Uno puede abusar sexualmente de una persona muerta, pero no sirve de nada torturarla, ¿verdad?
– Ésa sería la conclusión lógica -convino Joe.
– La conclusión lógica? Oye, Joe, soy yo, Michael, quien está hablándote, tu viejo amigo Michael. Pues claro que sobrevivió al choque del helicóptero. Y ahí es donde la autopsia de Raymond Moorpath empieza a parecer, a todas luces, una verdadera chapuza. Aunque no encontraran su cuerpo entre los restos del helicóptero, Sissy O’Brien había estado sentada precisamente al lado de Dean McAllister… de manera que es muy raro que a él le cortara las piernas un pedazo de mamparo que atravesó ambos asientos sin que, al mismo tiempo, le cortase las piernas a ella. La aparición del cuerpo de Sissy O’Brien también convierte en una absoluta tontería la teoría de Edgar Bedford acerca de que Neal Masky intentaba saquear el helicóptero y de que no había ninguna camioneta.
Muy bajo, con voz casi inaudible entre el viento del océano, Victor le dijo a Joe:
– Ella sobrevivió al accidente, pero no estaba en condiciones de abandonar su asiento. El único modo en que pudo haber salido del helicóptero fue que alguien la liberase con una palanca y se la llevase a cuestas.
– Qué? -inquirió Joe.
– Esto también es cierto -continuó diciendo Victor-. Los pies y los tobillos les habían quedado aplastados debajo del asiento. Sólo puedo suponer que alguien utilizó algún tipo de palanca para liberarla y luego se la llevó de allí. Ella no hubiera podido caminar, ni siquiera gatear.
Joe parecía muy trastornado. La cara se le había puesto de un color casi beige.
– Michael… -dijo-, de veras que no quiero ninguna clase de complicaciones en esto. Sea lo que fuere lo que pasó a Sissy O’Brien… estoy seguro de que el jefe de policía Hudson sabrá solucionarlo.
– No hay nada que solucionar -dijo Michael; y nunca antes la voz le había sonado tan fría. Incluso él mismo se sobresaltó al escucharla-. Lo único que tienes que hacer es ir a ver a Edgar Bedford y decirle que no estamos de acuerdo con el informe de la autopsia que ha realizado Raymond Moorpath, ni con la investigación técnica que ha hecho Jorge, y que pensamos ahorrarle más dinero en los próximos diez días del que nadie le haya ahorrado en diez años.
– Me parece que Edgar ya ha tenido en cuenta esa opción y la ha rechazado -dijo Joe-. De mala gana, podría añadir. Quiero decir, verdaderamente de mala gana.
– Muy bien. Dile que acudiremos a la prensa.
– Venga, hombre, Michael -protestó Joe-. ¿Has visto la prensa hasta este momento? Todo se reduce a «Trágico accidente mata al juez más joven del Tribunal Supremo». Eso es lo único que quieren saber. De manera que Sissy O’Brien apareció arrastrada por las olas en la costa de Nahant. ¿Y qué? Pudo haber salido flotando de los restos del helicóptero; pudo haber saltado antes de que se estrellase contra el suelo. ¿Quién sabe? Ya está muerta. No va a decirle nada a nadie. No puede. Y nadie más va a averiguarlo.
– Y cómo explicas lo de la tortura? -le preguntó Victor.
– Quién sabe? -repuso Joe-. Cualquiera hubiera podido sacarla de la bahía. A lo mejor ni siquiera la torturaron. Había permanecido bastante tiempo en el mar, ¿no? Ya sabemos de lo que son capaces los depredadores. Tiburones, cangrejos… ho se andan con remilgos sobre lo que comen. -Se hizo un largo silencio entre ellos. Por fin, Joe no pudo aguantar más el silencio, levantó las manos con exasperación y dijo-: ¿Qué?
Michael tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contener la ira.
– Lo que tú no sabes, Joe, es que a Sissy O’Brien la torturaron con cigarrillos, con extraños instrumentos metálicos, con cuchillos, con anzuelos de pescar, con toda una serie de cosas que jamás se te pasarían por la cabeza. La definitiva y última tortura fue un gato callejero, envuelto y apretado con alambre cortante, que le insertaron a la fuerza en el mismo puñetero lugar por el que habláis Edgar Bedford y tú.
Joe tenía los labios blancos. Se agarró a la barandilla de madera para mantenerse firme.
– Jesús -susurró-. Lo siento.
– Así que, ¿qué es todo esto, Joe? -quiso saber Michael-. Todas estas excusas, todas esas autopsias falsas y todos esos informes del accidente arreglados.
– Sinceramente, no creo que nos convenga saberlo -le dijo Joe-. La voz de arriba dice que la investigación sobre O’Brien ha sido cerrada satisfactoriamente, que se trata de una muerte accidental, y que Plymouth Insurance está dispuesta a pagar. Eso es todo lo que había venido a decirte.
Michael lo agarró por el brazo.
Читать дальше