Graham Masterton - La Pesadilla

Здесь есть возможность читать онлайн «Graham Masterton - La Pesadilla» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Pesadilla: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Pesadilla»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El juez O`Brian, famoso por su lucha contra el narcotráfico, es nombrado para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Pero el helicóptero en el que se dirige a Washington junto con su mujer y su hija se estrella.
La compañía de seguros encarga el caso a un investigador, Michael, caso que, en principio, no presenta grandes dificultades: tanto las Fuerzas Aéreas como la policia defienden la hipótesis de que el siniestro fue un accidente.
Pero las cosas se complican cuando, pasado algún tiempo, aparece la hija de O`Brian con señales de haber sido cruelmente torturada.
Extraños individuos de tez pálida, en los que no hacen mella las balas, empiezan a perseguir a Michael. Una serie de coincidencias acabarán poniendo el descubierto una poderosa organización responsable de magnicidios a lo largo de la historia. La suerte está echada y la sombra del mal sumerge al lector en una verdadera pesadilla.

La Pesadilla — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Pesadilla», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Victor leyó una larga inscripción débilmente escrita a lápiz y luego se la dio a Michael sin decir palabra. Michael la leyó también, miró fijamente a Victor y luego dijo:

– Mierda.

– Crees que son auténticas? -le preguntó Victor.

– Al parecer, Joe cree que sí, y eso que ni siquiera se cree que es de día sí no le presentas un acta notarial.

– Entonces, ¿qué vas a hacer?

– No lo sé. Cambiarme el nombre, ir a esconderme y hacer como que nunca las he visto.

Joe no había perdido de vista el polvoriento Camaro negro que veía por el retrovisor desde que salieran de New Seabury. Sabía quiénes eran. Los mismos hombres jóvenes de cara blanca que habían entrado en su despacho aquella mañana y le habían entregado la carpeta con el informe de la autopsia, con claras instrucciones de que, a partir de aquel momento, la investigación de seguros de O’Brien estaba cerrada.

Joe se había puesto a discutir con ellos, pero uno de los jóvenes de cara blanca le había preguntado en el más suave de los tonos si no le gustaba su esposa tal como era ahora, sin cicatrices, sin máculas, sin tocar siquiera por una broca, por unas tenazas o por un soplete.

Impresionado, había llamado «arriba» para hablar con el señor Bedford.

El señor Bedford estaba reunido en una conferencia que iba a durar todo el día, pero había dejado instrucciones de que la compañía de reaseguros Hillary Underwriters tenía su completa aprobación.

– Me han amenazado -le había protestado Joe al ayudante personal del señor Bedford.

– Irónico, Joe. Irónico.

Pero el tono de su voz lo decía todo. «Mantén la boca cerrada, Joe, y haz lo que te dicen.»

Encendió la radio del coche. Un grupo llamado Red House Painters estaba cantando una triste canción, con música típica de la costa oeste, que producía el efecto de que la desgracia resultase casi atractiva. Echó un vistazo por el retrovisor y vio que los jóvenes de cara blanca que iban en el Camaro negro seguían allí, pegados a su cola con una tenacidad siniestra, no tan cerca como si quisieran adelantarle, pero no tan lejos como para tener intención de dejarlo escapar.

En principio, Joe tenía pensado coger, la carretera ciento treinta para ir a dar a la autopista en Sandwich y luego volver a tomar la dirección norte, hacia Boston. Pero en lugar de eso giró hacia el oeste por la ciento cincuenta y uno, una tortuosa carretera estatal que lo llevaría, pasando por Hatchville, al sur de Johns Pond, donde se dirigiría de nuevo hacia el norte por la carretera veintiocho. Así podría comprobar sí realmente estaban siguiéndolo o no… y, si era así, hasta qué punto sabían conducir.

Cogió la primera curva, muy larga, y se metió en la carretera ciento cincuenta y uno entre un confuso y multicolor caleidoscopio de robles, arces y alerces, y en cuanto comprobó que el Camaro negro se había perdido de vista, apretó el pie contra el acelerador, de manera que el Cadillac salió lanzado a ochenta, cien, ciento veinte, ciento treinta quilómetros por hora.

Sin embargo, con aquel automóvil, último modelo, de la compañía no tenía ninguna posibilidad. El Camaro apareció casi al instante en el retrovisor, y aunque estuviera polvoriento y tronado, iba alimentado por un motor turbo de cinco litros y estaba preparado con suspensión rígida del tipo Ty neumáticos ovalados muy anchos. Venía tras él con toda la energía y el hambre depredadora de un puma, y la siguiente vez que Joe miró por el retrovisor vio que lo tenía allí mismo, a menos de medio coche de distancia del parachoques trasero, y los jóvenes de cara blanca le sonreían, se burlaban de él, y lo desafiaban a intentar conducir más aprisa.

Joe sacó el pañuelo y se limpió el sudor de la cara.

– Muy bien, cabrones. ¿Queréis convertir esto en una carrera? -dijo en voz baja. Apretó de nuevo con fuerza el acelerador y el Cadillac cobró velocidad, pero no la suficiente. No era un coche potente: no tenía motor para ello. Lo siguiente que supo fue que el Camaro negro estaba golpeando y empujando su parachoques trasero, sólo ligeramente, pero lo suficiente para atormentarlo y para hacerle cambiar de dirección.

Joe se desvió a un lado de la carretera y luego al otro, rezando para que no viniera nadie en dirección contraria. El Camaro lo empujaba una y otra vez, y los neumáticos chillaban como niños asustados.

Intentó disminuir la velocidad, pero el Camaro seguía golpeándole una y otra vez, y al final Joe volvió a pisar con fuerza el acelerador y se esforzó por sacarles ventaja. Llevaba treinta años conduciendo, por amor de Dios. De acuerdo, sus reflejos eran más lentos y la sangre fría lo había abandonado, pero era muy hábil, y tenía mucha experiencia. No había ningún joven punk en el mundo que pudiera ganar a Joe Garboden conduciendo… nunca, jamás, de ninguna manera.

Pegados, los dos coches chirriaban al tomar las curvas que los llevaban al sur de Johns Pond. El Camaro seguía empujando y fastidiando, y una y otra vez, Joe comprobaba que el control del coche se le escapaba de las manos.

«Tengo experiencia, puedo controlarlo.» Pero se daba cuenta de que estaba aterrado. Sabía que no podría salvar la situación Miró por el retrovisor y vio que los dos jóvenes se reían de él, realmente se reían, con los ojos negros y las caras blancas.

Se reían de él.

La policía lo llama «niebla roja»: es esa sobreestimada sensación de rabia, miedo e irrealidad que un conductor experimenta cuando deja de actuar como un ser humano razonable y pierde todo control. Encendido por la ira, por la adrenalina y por un ardiente sentido de competición, es capaz de hacer cualquier cosa y de arriesgarlo todo: su trabajo, su vida y la vida de cuantos lo rodean.

Joe estaba sobrepasado por la «niebla roja», y apretó fuerza el pedal del freno.

El Cadillac giró, derrapó y comenzó a describir círculos. El Camaro se enganchó en el extremo trasero del Cadillac, le arrancó la luz lateral de freno, el embellecedor y la mitad del parachoques, y salió despedido serpenteando, aullando, hacia la parte de arriba del terraplén herboso en dirección a los arces. Fue a chocar contra unos árboles y volcó. Hubo unos momentos de solemne silencio y luego hizo explosión, sesenta litros de gasolina despedidos en llamaradas hacia el cielo.

El coche de Joe patinó, dio unas cuantas vueltas y por fin se detuvo a un lado de la carretera. El Camaro estaba enteramente en llamas. El humo impedía la visión por el parabrisas de Joe; fragmentos de vinilo negro en llamas pasaban flotando, como murciélagos que danzaran; luego chispas. Joe consiguió desabrocharse el cinturón y salir. El Camaro rugía suavemente, como el quemador de gas de una cocina.

Joe consiguió caminar seis o siete metros hacia el coche incendiado. Pero, sin previo aviso, las rodillas parecieron convertírsele en bolsas de gelatina y tuvo que volver atrás y apoyarse en el capó de su coche para aguantarse. El estómago le hacía ruido. El hedor que producían la gasolina y el plástico al arder llenaba el aire de la tarde. Una bandada de gorriones salió súbitamente del seto que había al otro lado de la carretera, y loe se sobresaltó.

«Jesús -dijo para sus adentros-.Jesús.»

Se sentía asustado y aliviado, ambas cosas a la vez.

Se inclinó sobre el brillante capó del Cadillac y vio en él su propio reflejo distorsionado, muy confuso. Cerró los ojos y respiró repetida y profundamente. Había matado a aquellos dos hombres de cara blanca que llevaban gafas oscuras, muy oscuras. Se encontraba mal, pero no se sentía culpable. Ellos lo habrían matado a él de haber podido, eso seguro, y le habrían hecho daño a su esposa. Había visto ya a otras personas como aquéllas… y no sólo una vez, sino muchas. No había reparado en ellos hasta que se fijara por primera vez, pero una vez que lo hubo hecho, empezó a darse cuenta de que se encontraban por todas partes: en cualquier acto social de cierta importancia, en cualquier acontecimiento de negocios importante, en cualquier mitin político. Los había visto entrar y salir con frecuencia de Plymouth Insurance, y marcharse siempre en limusinas con los cristales de las ventanillas ahumados. También habían asistido a fiestas en Milton, en Duxbury y en Canton, con aquella cara blanca suya, reticentes, evasivos. Nadie hablaba nunca de ellos, pero tampoco nadie discutía con ellos. Se les aceptaba en la sociedad de Boston del mismo modo que se acepta la podredumbre en una casa antigua. No gusta, pero una vez que se ha instalado no se puede hacer mucho al respecto, excepto arrancarle el corazón a la casa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Pesadilla»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Pesadilla» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


libcat.ru: книга без обложки
Graham Masterton
Graham Masterton - Mirror
Graham Masterton
Graham Masterton - The Devils of D-Day
Graham Masterton
Graham Masterton - Revenge of the Manitou
Graham Masterton
Graham Masterton - Das Atmen der Bestie
Graham Masterton
Graham Masterton - Irre Seelen
Graham Masterton
Graham Masterton - Innocent Blood
Graham Masterton
Graham Masterton - Festiwal strachu
Graham Masterton
Graham Masterton - Brylant
Graham Masterton
Graham Masterton - Kły i pazury
Graham Masterton
Graham Masterton - Manitú
Graham Masterton
Graham Masterton - Dom szkieletów
Graham Masterton
Отзывы о книге «La Pesadilla»

Обсуждение, отзывы о книге «La Pesadilla» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x