Lindmark: Estás echando balones fuera. ¡La cruz y el aceite unidos te señalan a ti y a nadie más! Así es y así lo vería también el fiscal. Pero somos amigos. Quizá podamos llegar a un acuerdo, solo tú y yo. Quizá puedas contarme algo que me ayude a entenderte mejor. Pensé que lo sabía todo de ti. Que eres un poco débil, que no eres capaz de dar los últimos pasos contra los delincuentes más peligrosos. Pero estaba equivocado y eso, en cierto modo, es genial: el Cazador que rompe todas las fronteras. Ayúdame a entenderlo y seguro que llegamos a un acuerdo.
[Pausa.]
Holm: No sabes nada de mí. Nada.
[Pausa más larga. Se escucha coger aire.]
Holm: ¿Podemos conjeturar? ¿Ver las diferentes posibilidades?
Lindmark: Sí, claro, por qué no.
Holm: Pero entonces tendrás que permitir que antes te cachee. Tal como me estás acusando, quizá estés ahí sentado y lleves un micrófono. Y luego lo que digo se puede malinterpretar y utilizarse en mi contra.
Lindmark: Naturalmente. Me quitaré la chaqueta para que la examines.
[Una pausa larga con sonidos de crujidos y algunos comentarios medio articulados y difíciles de entender de Holm, Lindmark o de ambos.]
Lindmark: ¿Satisfecho?
Holm: Sí. Hablemos abierta e hipotéticamente, como dos viejos amigos que… quieren llegar a un acuerdo.
Lindmark: Exacto. Imaginemos a un inspector criminalista experimentado que se pasa al otro lado, a la delincuencia, ¿qué motivos le impulsan?
Holm: El dinero.
Lindmark: Sí, claro. Pero hay muchas formas de conseguir dinero: atraco, estafas…
Holm: Son complicadas, llenas de momentos arriesgados. Para realizar un atraco de gran envergadura necesitas cómplices, en los que no puedes confiar nunca totalmente, y para estafas mayores hay que tener acceso a grandes cuentas bancarias o similares. No creo que nuestro… inspector escogiera ninguna de esas opciones.
Lindmark: Pero ¿asesinato?
Holm: Es sencillo. Un trabajo individual. Bastante rentable si se encuentra el empleador adecuado. Y si nuestro inspector ha trabajado con asesinatos más que, por ejemplo, estafas, sabrá cómo evitar que lo descubran.
Lindmark: Buen tanto. Pero… matar a alguien ¿no es un paso tremendo para una persona por otra parte bastante normal? Es el mayor delito, el que conduce a la pérdida más irreemplazable.
Holm: No si es un asesinato por encargo. Esas personas habrían muerto de todos modos, es solo cuestión de quién realizó el encargo.
Lindmark: Entiendo. Aunque ¿no imaginamos a este inspector viviendo una vida bastante buena, con mujer y quizá dos hijos adultos, casa, coche, casa de campo, todo lo que uno razonablemente puede desear? ¿Para qué iba a querer dinero extra?
Holm: Quizá no se trate solo de dinero. Imagina a alguien que trabaja en una organización, pública o privada. Hace un buen trabajo y tiene derecho a esperar un ascenso ecuánime, pero alguien, una persona en particular, siempre se lo impide. Alguien que es un poco más listo, que hace un montón de horas extra, que a veces tiene suerte con sus tareas. Siempre se le adelanta y ocupa los puestos superiores: «el comisario». Pasa el tiempo y todo cambia. La experiencia ya no cuenta tanto, llegan personas más jóvenes con calificaciones más actuales, llega gente del sexo oportuno y del origen étnico adecuado. Pasan por delante de nuestro hábil trabajador y él comprende que jamás tendrá ya su oportunidad, ni siquiera para un segundo puesto más o menos en paralelo. Primero se conforma con ello y apuesta por la familia y el tiempo libre. Pero en su fuero interno no está satisfecho. Se acerca a la jubilación y una incesante amargura lo corroe. Ya es tarde para hacer carrera. Nunca será más de lo que es, ni siquiera será el segundo, sino solo el tercero, pronto quizá el cuarto.
Lindmark: ¿El puesto como comisario auxiliar?
Holm: ¡Un ejemplo típico! Con una atención explícita a «una mayor variedad y un mayor equilibrio entre mujeres y hombres». Así pues, ¿qué puede hacer nuestro inspector? Pues tomarse la revancha de alguna otra forma: conseguir mucho dinero. Tenerlo escondido en muchas cuentas bancarias y bajo falsas identidades. Saber que aunque otros tienen mayores sueldos, él posee un enorme capital libre de impuestos en, por ejemplo, las islas Caimán, donde le estará esperando cuando se jubile. Una vida de lujo con bebidas junto a la piscina. Pensar en ello hace que se sienta de nuevo completo, que sienta que la amargura se disuelve. E imagínate si lo que hace, además, tiene otra recompensa: demostrar, al menos a sí mismo, que es más listo que esa nueva estrella de las calificaciones e incluso que el no va más de los listos, el que siempre se le ha adelantado. Imagina que él, en su fuero interno, sabe que ese misterio con el que han chocado, ese enigma, ¡lo ha pensado y realizado él! Ellos, con sus investigaciones de asesinatos, son como eunucos, saben cómo se hace pero no pueden hacerlo por sí mismos. Él, en cambio, lo ha hecho, y lo ha hecho tan bien que los otros tienen que trabajar cientos, miles de horas y no dan jamás con la identidad del Cazador. Y encima es tan listo que se protege de su empleador con números de cuentas bancarias secretos y extraños, y con informes medio psicopáticos. Aunque su empleador le traicionara y quisiera denunciarle, el Cazador seguiría libre.
Lindmark: Fue sutil. Previsor. Pero es difícil pensar en todo. No cometer un solo fallo. Es algo que he aprendido con los años. No siempre lo vemos, no solucionamos todos los casos, pero nadie está libre de errores que pueden salir a la luz, si esa luz es la adecuada y las circunstancias lo muestran. El error del Cazador fue querer ser demasiado astuto: ornamentar el plan con una cruz greco-ortodoxa colocada sobre el cadáver de Gudmundsson. Si con eso ese asesinato se relacionaba con una muerte completamente ajena al caso, como era la de la cabaña, el misterio sería finalmente imposible de solucionar. Eso fue lo que te perdió, Gunnar: tu deformación profesional, querer ser tan tremendamente sagaz y consciente de todas las posibilidades. Como lo de escribir sobre el cuerpo de Gudmundsson una «E», de «Amén», cuando sabías que pensábamos que podía ser un fanático religioso. Sin la cruz y las incisiones, el aceite de engrasar no habría significado nada. Ni siquiera lo habría descubierto. Fue el segundo error, no emplear guantes en casa de Lennart porque era un ambiente protegido y él era tan pequeño y débil que las medidas de seguridad parecían innecesarias, y porque tú, tras un primer asesinato con éxito, te sentías invencible y te arriesgaste a dejar huellas. Quizá también querías sentir más de cerca el lazo que corta en tus manos cuando penetra y mata a una persona.
Holm: Es fácil ser cauteloso y ponerse psicológico a posteriori.
Lindmark: Pero es justo después cuando has sido cauteloso. Te has escondido tan bien que solo he visto tu habitual forma de ser calmada.
Holm: Quizá con los años he conseguido ser bueno escondiendo mis verdaderas emociones. Lo más difícil era en las reuniones. Ya sabes cómo son. Uno se deja llevar como en una borrachera y dice aquello que nunca pensó decir, que quizá ni siquiera había pensado antes. Tenía miedo de soltar sin querer algo que solo el Cazador supiera. Algún detalle que no se pillara al momento pero que tú luego descubrirías en la cinta.
Lindmark: No, ahí lograste mantener el tipo. He escuchado las cintas muchas veces, pero no hay nada; todo sellado como alto secreto, por así decirlo.
Holm: Bien.
[Pausa.]
Lindmark: Pero, aun así, encargo o no… ¿cómo pudiste? Una mujer y un jardinero inofensivo, no mucho más alto que un niño de doce años.
Holm: Ya te lo he dicho: ¡habrían muerto de todas formas! Yo, en tanto que el Cazador, no quería cargar en mi conciencia con una muerte que no hubiera sucedido de todos modos.
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