Muy atentamente, siempre tuyo,
Philip
Acontecimientos a finales de julio de 2006
Como policía nada conseguía asombrarme, pero como persona me dolió que dos seres humanos hubieran muerto a causa de un malentendido. Lennart Gudmundsson no mintió sobre la desaparición de su esposa, y Gabriella Dahlström decía la verdad sobre el problema que ella creía que había en la central nuclear, pero Philip no entendió que esas cosas pueden suceder en la «realidad». Y aunque hubieran mentido, qué reacción más exagerada y de niño mimado… La costumbre de conseguir cuanto deseaba: ese castillo, esa vida relatada, esa persona asesinada.
Philip. Pensé mucho en él en la semana que siguió. Un inválido aislado, ofuscado por el dolor y los calmantes. Un asesino con conciencia tan delicada que la muerte de un feto de algunos meses le llevó a ejecutarse. Podía entenderlo, pero ¿bastaba la confesión y el suicidio para el perdón?
Además, me hizo pensar en mí mismo. Hacía tiempo que estaba angustiado pensando que un aviso público podía haber salvado a la segunda y la tercera víctimas del Cazador. Pero no era así. Ni el Cazador ni Philip habrían cambiado por eso, y la segunda de las muertes no tenía nada que ver con el Cazador. Por tanto, es curioso pero personalmente gané algo con la carta de Philip, una especie de absolución, aunque no fuera la que él me ofrecía por Erik Lindell y los posibles condenados injustamente.
¿Hay algún inocente que esté encerrado en Kakola o en Riihimäki por mi culpa? No, no que yo sepa, pero confieso que faltó poco para que pasara con Lindell. De no haber sido por su extraña coartada en el último minuto con el tratamiento para la espalda, ahora estaría encerrado, para su desgracia y sin provecho alguno para la sociedad. Tuvo suerte, y yo con él. Podría haber sido una gran carga para mí. Pero ¿ha habido algún sospechoso al que haya presionado y haya tenido mala suerte? No lo creo, pero, como dijo el comisario Hämäläinen, nunca se sabe.
El último día de julio era un lunes. Como era mi costumbre, por la mañana inspeccioné mi rostro. Los ojos, más oscuros que antes, como ensombrecidos por una pena interior. Los párpados, bastante más caídos. La piel cambiaba, las arrugas se extendían. Pero no estaba acabado, ¡me quedaban fuerzas y asuntos que atender! ¿Quién era el Cazador que había realizado los encargos de Philip? ¿Quién mató a Jon Jonasson? ¿Quién de la comisaría había informado a Philip?
Pero primero necesitaba descansar, parar y reflexionar un poco. Tenía ocho semanas de vacaciones de verano y tiempo extra que me debían, y necesitaba realmente recuperarme. Sonja y Gunnar tendrían que hacerse cargo de los asuntos que surgieran. Podía viajar a Åbo y jugar con los nietos, y Gunnar me había invitado a menudo tras la muerte de Inger a que pasara algún fin de semana con él y Britta. Por fin iba a aceptar.
Septiembre de 2006
Escribo ahora en un nuevo cuaderno, aunque no he escrito desde hace mucho. Estoy en otro lugar después de que pasaron muchas cosas.
Cuando murió Galina estuvimos tristes de otra manera, y Sergej y Denja también estaban diferentes. Hablaban mucho en voz baja y con secretos, y cuando llamaban clientes les decían que estábamos cerrados. De esa forma las chicas tuvimos dos días para descansar y fueron bastante amables y callados con nosotras. Denja también quería consolarnos cuando llorábamos. Pero nos apartábamos porque estábamos muy enfadadas con ella y con Sergej por lo de Galina. ¡Era culpa suya!
Luego, una tarde, alguien llamó al timbre. Sergej fue hacia la puerta y se quedó en silencio hasta que esa persona se fuera, pero volvió a llamar y a golpear la puerta y gritó, por lo que supimos que era un hombre. Sergej le dijo que tenía que marcharse, que estaba cerrado, pero el hombre gritaba que quería ver a Galina. Entonces pensé, y por la voz supuse que era el cliente fijo de Galina que quizá quería casarse con ella. Había llamado cuando Galina estaba enferma y quería verla, pero Sergej le dijo que no era posible. Ahora Sergej le dijo, o más bien le gritó, al hombre que Galina no estaba, que había vuelto a Rusia. Pero el hombre gritaba aún más y golpeaba la puerta, y entonces le dijo que se fuera o acabaría herido.
Entonces el hombre se alejó de la casa y del cuchillo de Sergej, y desde las cortinas del salón vi, junto con Liza y Larissa, que era el cliente de Galina. Dijo en voz más baja que no creía que Galina se hubiera ido y preguntó dónde estaba, si estaba bien. Sergej le dijo que estaba bien, pero no allí. Entonces Denja también se acercó hasta la puerta y le dijo con más calma y en un sueco mejor que Galina había viajado hacia Toksovo porque su madre estaba enferma y quería verla. Es lo que Sergej y Denja decidieron que todos teníamos que decir si alguien preguntaba.
Pero el hombre tampoco creyó a Denja. «¿Puedo entrar y ver que no está?», preguntó. Dos veces. Sergej lo pensó un momento, y luego dijo que no. El hombre dijo que Sergej tenía que cuidarse mucho de no hacer daño a Galina. Enseguida volverá y querrá verla, eso fue lo que gritó cuando se alejó hacia su coche. «¡No creas que lo vas a impedir! ¡Y cuidado con hacerle algo!» Luego alargó el brazo y le sacó una fotografía a Sergej con el teléfono móvil. Entonces Sergej corrió hacia el coche, pero no pudo detenerlo. Sergej gritó muchas palabrotas en ruso y estaba muy enfadado.
Cuando entró en casa, él y Denja estaban más nerviosos que enfadados. Nerviosos porque el hombre vuelva, quizá con amigos, o quizá envíe a la policía llamándoles por teléfono. Entonces nos encontrarán a todos y «esas» (se refería a nosotras, las chicas) pueden decir cualquier cosa sobre Galina, le decía Sergej a Denja. Se miraron y de repente empezaron a correr y a buscar cosas en la casa. Nos gritaron que recogiéramos nuestras cosas porque teníamos que salir de viaje inmediatamente.
Denja volvió de la cocina y nos dio muchas bolsas de plástico. Recogí mi ropa, los productos de maquillaje y los cuadernos, que escondí abajo en la bolsa, y pensé en coger otras cosas, pero apenas había nada. Mis cosas antiguas de Rusia estaban rotas o eran infantiles, y los regalos de Sergej y Denja eran adornos pequeños.
Quise coger una chaqueta de calle, pero la que traje de Rusia estaba vieja y me venía pequeña. Le pedí a Denja una chaqueta, pero me gritó que había que darse prisa y no escuchó lo que le decía. Tuve que coger mi chaqueta antigua que era pequeña, y Liza y Larissa también tuvieron que coger las suyas viejas de Rusia. «Pero al menos saldremos de este XXX lugar», dijo Larissa empleando una palabrota rusa. Todas corríamos y teníamos prisa, y Sergej gritaba « Davaj, davaj !», que significa «¡Daos prisa!». Él llevaba una bolsa abierta con algunos cuadernos… ¡y dinero! Montones de billetes sueltos: billetes marrón claro de cincuenta euros como los que le daban los clientes muchas veces.
Pronto Sergej abrió la puerta y gritó «Davaj!» de nuevo y todas salimos rápido hacia el coche, las bolsas rápidamente en el maletero, y luego Larissa, Liza y yo en el asiento de atrás; Sergej conducía y Denja iba sentada a su lado, con la bolsa del dinero en su regazo. Vi que se ponían el cinturón de seguridad y busqué en el asiento, pero atrás no había.
Luego Sergej arrancó el coche y salimos deprisa. Primero pensé que era divertido salir de la casa y viajar por las calles de Forshälla, pero enseguida me di cuenta de que Sergej conducía muy rápido y mal. Le dijo a Denja que mirara todos los coches, por si el cliente de Galina iba en alguno. «Le voy a matar», gritaba, y le decía a Denja también a gritos que no miraba con atención. Conducía como un loco; las chicas salíamos disparadas arriba y abajo y a los lados. Denja gritaba y le dijo que la policía nos detendría si conducía así. Entonces frenó un poco y se calmó algo, pero luego creyó que el cliente de Galina iba en un coche: «Ahí está». Sergej giró rápido a la izquierda, pero no vio ningún otro coche. Liza gritó y yo solo vi un gran coche negro que venía directo a nosotros. Luego ya no recuerdo más. Desperté bajo una intensa luz y me dolía la cabeza. Fue lo primero. Luego el estómago y las piernas, y sentí que no podía moverme. Abrí los ojos y lo comprendí; estaba en el hospital, herida. Tuve miedo y grité, pero apenas salió sonido. El suficiente al menos para que viniera una enfermera, que dijo: «Vaya, hemos despertado. ¡Hola!». Era muy amable y habló mucho rato conmigo. Dijo que había estado inconsciente tres días y que me habían operado dos veces.
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