Luego vino un doctor y habló de conmoción cerebral, costillas rotas y la pierna izquierda rota por dos sitios. También dijo algo sobre el «bazo» que no entendí. Tenía también heridas en la cara y debía estarme quieta mucho tiempo, pero me pondría bien del todo, dijo. Y tenía razón. Lo puedo decir ahora que ya estoy bastante bien.
Tres meses tumbada en el hospital. Dos meses realmente echada, pero luego caminando con cuidado y entrenando la pierna. Antes de eso, otra operación, del bazo.
Vino la policía y preguntó qué había pasado. Yo dije lo que sabía y les conté sobre los cuadernos. Los encontraron entre nuestras cosas, que se habían llevado a la comisaría tras el accidente, y allí se quedaron porque la policía decía que eran importantes e interesantes. Pero nunca encontraron a Sergej y Denja. Cuando llegó la policía, en el coche solo estábamos las tres chicas, todas heridas. Nadie más, ni tampoco el dinero.
Larissa y Liza también estaban en el hospital, aunque al principio en otra sección, con otras heridas; Larissa en el pulmón, y Liza en los ojos. Pero tras unas semanas pudimos estar juntas en la misma habitación, cuando una asistenta social dijo que lo arreglaría. Era buena, pero preguntaba demasiado sobre la casa y lo que hacíamos allí, aunque nosotras no queríamos hablar de eso. Ni siquiera cuando la asistente social buscó un intérprete de ruso. Pero un poco sí tuvimos que decir.
Cuando las tres estábamos en la misma habitación, hablábamos mucho en ruso y estábamos contentas de estar lejos de la casa y de los clientes, pero también teníamos miedo de lo que Sergej podía hacernos. Podía decir que nos habíamos escapado. Larissa dijo que teníamos que solicitar «asilo» para que no tuviéramos que volver a Petersburgo, donde podían estar Sergej o sus amigos. Hablamos con un médico, pero él dijo que habláramos con la asistente social. Ella nos dijo que el asilo era posible, y habló con un abogado. A él le contamos sobre Sergej, que éramos suyas y que podía estar en Petersburgo, y el abogado dijo que estaba bien como «amenaza creíble». Leyó mis diarios en la comisaría y dijo que eran buenos. Son un «documento estupendo» que muestra que Sergej es peligroso. Cuando nos preguntaran, Larissa, Liza y yo teníamos que decir que Sergej era nuestro dueño y que nos puede matar en Petersburgo. Y también teníamos que contar, aunque fuera desagradable, lo que pasaba en la casa en Gröndal (se llamaba en verdad Gröndalen). «Todos saben que no fue culpa vuestra», dijo el abogado.
Ahora las tres estamos en un campamento de refugiados y vuelvo a escribir en un cuaderno. Aquí hay muchos otros que esperan recibir asilo, pero no hay nadie más de Rusia. Está bien, así no hay nadie que conozca a Sergej y nos cuente cosas sobre él. Tenemos miedo de que nos encuentre.
Vamos a la escuela porque somos jóvenes y sabemos sueco. Yo la que más, y sé escribir, pero Larissa y Liza aprenden también más cada día. Ahora quizá podamos quedarnos en Finlandia y luego, tras la escuela, empezar realmente a limpiar y tener un trabajo. Primero quizá vayamos a una familia de acogida, la misma para las tres si es posible. Tenemos que esperar y ver qué pasa; intentar aprender también finlandés si queremos trasladarnos a Helsinki.
Escribí a la madre de Galina y a Sasha en Toksovo. Les conté que Galina les perdonó, pero que ahora estaba muerta. No escribieron ninguna respuesta, por lo que no sé si las cartas llegaron a la dirección correcta.
Pienso que más tarde puedo hacer que Kolja venga aquí. Le escribí desde el hospital a Petersburgo y lo busqué en su escuela, ¡y tuve suerte! Ahora está en un orfanato, ya que la abuela murió, pero sigue yendo a la misma escuela y sabe escribir y puede contarme cosas él mismo, aunque no escribe muy bien. Nos mandamos muchas cartas, y yo le digo que podrá venirse aquí cuando tenga un trabajo o una familia de acogida. Él me cuenta que el orfanato de chicos no está tan mal en Petersburgo y que quizá no quiera mudarse, pero yo quiero que cambie de idea. Le escribo que quizá Sergej lo encuentre y le haga daño. Por eso también Kolja tiene que dejar el orfanato y venir a Finlandia conmigo. Quizá sea posible.
Lo que sigue a continuación es una transcripción de la conversación que mantuvimos Gunnar Holm y yo, Harald Lindmark, la tarde del domingo 10 de septiembre de 2006. El escenario exterior en el que nos encontramos es Euraåminne, cerca de Olkiluoto. Estamos sentados en una roca cerca de la playa limpiando pescado en una ensenada resguardada. A lo lejos se divisa el perfil de la central eléctrica bajo un cielo azul claro de otoño; a nuestro alrededor está el bosque, en tonos verdes y amarillentos, cerca de la orilla del agua. Hemos estado pescando con caña desde las rocas y hemos tenido suerte; hemos hablado de pesca y de cosas cotidianas. La transcripción comienza cuando la conversación se adentra en asuntos que atañen a las investigaciones en curso.
Lindmark: ¿Por qué no hablas del trabajo, de lo que pasa allí? Comprenderás que esté interesado.
Holm: Creí que no querías. Cuando estuviste en casa hace solo dos semanas dijiste claramente que querías hablar de otras cosas.
Lindmark: Sí, necesitaba una pausa, unas verdaderas vacaciones. Me sentó bien estar con vosotros y pensar en otras cosas, pero ahora vuelvo a tener curiosidad. Por ejemplo, ¿habéis conseguido capturar al Cazador?
Holm [riendo]: Ese es un ejemplo muy grande, y la respuesta es no. Algo así te lo habría dicho.
Lindmark: ¿Y qué pasa con el que informaba a Philip?
Holm: Hemos empezado a llamar a unos cuantos sospechosos, pero todavía no hemos acabado.
Lindmark: Cuando terminéis, quiero saber quién fue.
Holm: Claro. Por supuesto.
[Pausa. Ruido de rascar al limpiar el pescado.]
Holm: De hecho, ha ocurrido algo que puede que te interese. Nos lo pasaron como intento de asesinato. Te acuerdas de Erik Lindell, ¿verdad?
Lindmark: Naturalmente.
Holm: Ha sufrido una brutal paliza.
Lindmark: ¿De veras? ¿Cómo?
Holm: Golpes y patadas. Ocurrió una tarde, hace unas semanas, en Dagmasberg, justo detrás de su casa. Los testigos, una pareja de mediana edad que volvía a casa de un banquete de bodas, vieron a cuatro chicos jóvenes correr desde allí. Uno era muy alto, probablemente somalí. Más no pudieron decir. Cuando se acercaron, encontraron a Lindell inconsciente y muy maltrecho. En el hospital constataron que tenía rota la mandíbula, unas cuantas costillas y el bazo. Aparte, una patada en la espalda le rompió la espina dorsal y quedará en silla de ruedas de por vida.
Lindmark: ¡Diablos, qué barbaridad! ¿Y él qué dice?
Holm: Eso es lo extraño. Como te he dicho, todo ocurrió por la tarde, antes de que hubiera anochecido. Lindell tuvo que haber visto a sus atacantes, sin embargo contesta con evasivas a las más simples preguntas sobre ello. Tuvo una conmoción cerebral, pero los médicos afirman que no sufre amnesia. No dice nada de los autores. Tengo la impresión de que sabe algo pero no quiere soltarlo.
Lindmark: ¿Por qué?
Holm: Algún asunto privado. Es posible que esté planeando una venganza personal. Quizá a los militares les va eso.
Lindmark: ¿Desde la silla de ruedas?
Holm: Ya. Cuento con que empezará a hablar cuando comprenda que nunca volverá a estar de pie. Entonces, si pretende que los autores sean castigados, solo le quedará la vía legal.
Lindmark: Pero quizá no sea eso lo que quiera.
Holm: ¿Y por qué no? ¿Pondrá la otra mejilla?, ¿es religioso?
Lindmark: No, pero es un tipo extraño y siempre lo ha sido. ¿No recuerdas que en el caso Dahlström se declaró culpable porque tendría que haber impedido que su novia muriera a manos de un asesino en serie en un sendero del parque en mitad de la noche cuando ni siquiera estaba allí? Quizá ahora piensa que tiene alguna culpa que debe expiar.
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