Lindmark: Pero si alguien tuviera otras intenciones y quisiera ocultárselas a ustedes, ¿podrían averiguarlo? Nunca escuchan las conversaciones de otras personas, ¿o sí?
Karttunen-Andersson: Bueno, sí, porque un cliente puede llamarnos y quejarse de la actitud de un colaborador. Ocurre a veces, pero nunca como usted lo insinúa. Normalmente el problema es que el cliente tiene expectativas poco realistas sobre la ayuda concreta en los casos de asilo o similares.
Lindmark: ¿Qué cualidades buscan en un colaborador? ¿Cómo describiría el perfil de un buen colaborador?
Karttunen-Andersson: Tranquilo y paciente. Sabio, con vivencias. Que sepa escuchar, por supuesto, que deje que el cliente hable en lugar de dar consejos todo el rato. Y que mentalmente sea fuerte, que no permita que su propia estabilidad se vea afectada por escuchar… sí, cosas bastante horribles a veces. Debo añadir que, por supuesto, pueden proporcionar el número de teléfono de otras instituciones, como la policía, los servicios sanitarios o de salud mental, la ayuda al refugiado de Finlandia, y otros que pueden averiguar si es necesario. Si alguien necesita realmente ayuda muy concreta, no nos limitamos a escuchar y luego nos despedimos como si nada.
Lindmark: En el grupo de investigación comentábamos que… ¿diría que su cometido se parece al de un confesor?
Karttunen-Andersson: ¿Como en la Iglesia católica? Bueno, en cierto modo sí: se trata de escuchar y de que el cliente pueda contar confidencialmente aquello que en otro caso no contaría. Pero somos aconfesionales del todo, y la absolución o la culpa no entran en absoluto en nuestra actividad. Lo cual es una diferencia importante. Así pues, la comparación cojea un poco.
Lindmark: Pero la culpa está claro que aparece, ¿no? Habrá clientes que reconozcan que algo les produce mala conciencia.
Karttunen-Andersson: Sucede, sí, pero no los culpabilizamos. No juzgamos.
Lindmark: Pero si alguien, por ejemplo, les cuenta que es pedófilo, ¿qué hacen?
Karttunen-Andersson: Intentamos mostrarle que con su actitud hace daño a otros y a sí mismo y que debe buscar ayuda. Tenemos los teléfonos de buenos terapeutas.
Lindmark: Sin embargo, para los colaboradores debe de ser muy difícil hablar con alguien que abusa de niños sexualmente, o incluso con un asesino. ¿No desean intervenir de algún modo?
Karttunen-Andersson: Bueno, sí, esa es una posible reacción psicológica, pero en el entrenamiento los preparamos en ese sentido. Por supuesto, no deben hacer nada concreto en relación con los clientes. Además, suelen ser las víctimas, no los culpables, quienes acuden a nosotros. Lo más habitual es que los colaboradores intuyan que aquel con quien hablan no es trigo limpio. Confesiones abiertas como la que ha insinuado se dan muy excepcionalmente.
Lindmark: Entiendo. Por último, quisiera saber si alguien durante el último medio año o así ha abandonado el servicio o ha sido despedido por algún tipo de actuación indebida, por ejemplo, por una queja.
Karttunen-Andersson: En ese caso, sería también confidencial.
Lindmark: ¡No si entorpece la investigación de un delito grave! Pero insisto en que este caso no tiene que ver con su actividad. Se trata de delitos de los que es posible que tengan información sin saberlo.
Karttunen-Andersson: Existe cierta renovación del personal por los motivos normales. Algunos se mudan, otros quieren tomarse un respiro, dedicar más tiempo a la familia… y, claro, otros llegan. Pero algún caso como…, si he de nombrar uno en particular, el otoño pasado una mujer africana se quejó de uno de nuestros colaboradores, un hombre. Ella hablaba con tanta prudencia y vaguedad que realmente nunca entendimos qué había pasado. Pero cuando se lo preguntamos a él, se enfadó y nos dejó. Se llamaba, o se llama, Osmanovic. Adar Osmanovic.
Lindmark: ¿Cómo es?
Karttunen-Andersson: Un hombre en los cuarenta, se crió en Bosnia, llegó a Finlandia hace diez años y ha aprendido finlandés y sueco. Se tomaba su trabajo con gran seriedad y nunca antes había causado problemas, al contrario. Siempre estaba dispuesto a hacer un turno extra y contaba con la experiencia vital adecuada para hablar de asuntos difíciles. Pero ya ve, se demostró que no toleraba que se le cuestionase. «Soy siempre correcto y nadie puede afirmar lo contrario. ¿La creéis a ella más que a mí?», bufó, casi gritó, aunque yo no lo acusaba de nada, solo comprobaba una queja, de acuerdo con nuestros procedimientos. No creo que fuera nada más que un malentendido, pero ya que ha preguntado…
Lindmark: Excelente, gracias. Si no lo encontramos, me pondré en contacto con usted para pedirle la dirección.
Karttunen-Andersson:Vive en Eura. O por lo menos vivía allí hace medio año.
Lindmark: ¿Euraåminne?
Karttunen-Andersson: No, Eura, al este, hacia Pyhäjärvi.
Lindmark: Bien, gracias.
Es cuanto conseguí de la conversación, una mirada interesante a un mundo del que podría proceder el Cazador. En cualquier caso, esta sería la tapadera ideal del Cazador: ofrecerse como colaborador voluntario en un servicio de ayuda telefónica al ciudadano para después escoger a sus víctimas. No teníamos ninguna posibilidad de atraparlo por lo que ya hubiera hecho, pues en el servicio no se archivaba nada, pero planeamos colocar una escucha para intentar encontrarlo en acción. Obtener el permiso nos llevaría tiempo y quizá no nos lo concedieran por razones de derecho a la inviolabilidad. Pero podíamos investigar a Osmanovic por nuestra cuenta.
Acontecimientos del 9 de mayo de 2006
Esa misma tarde sentí la necesidad de experimentar el asesinato, los sentimientos del asesino.
Al atardecer me dirigí hacia Kronstad, en medio de la amplia explanada en la que los altos árboles estaban aún desnudos tras el invierno pero con yemas que pronto florecerían.
Delante, a lo lejos, Stadsskogen aguarda con sus olores y su fuerza. Me encanta, pero ahora no voy hacia allí sino hacia una casa en la que vive un hombre. Tengo que hacerlo. Solo han pasado dos semanas desde la última vez, en la cabaña, pero tengo que hacerlo. Sin ello no estoy completo, algo en mi interior lo necesita, como mi estómago necesita comida y mi boca pide agua. Mis manos necesitan un objeto para su fuerza.
Me encanta la primavera que despierta a mi alrededor, su luz creciente que aún se esconde tras el bosque y el techo. Pero ahora no es eso lo que contemplo. Es la gran casa que veo frente a mí, sus contornos en el atardecer y la escalera que me aguarda.
¿Sé quién vive allí? Sí, tengo que saber que es alguien que vive solo para que pueda recibirme. Le conozco de antes, pero quizá él no me reconozca. Él no me ha elegido, pero yo lo he escogido de entre otros mil. Es el elegido, designado para ser mi encuentro de esta noche.
Me meto en una callejuela y luego en otra y así llego a la casa. ¿Cómo entraré? Quizá llame y pregunte si puedo hacer una encuesta. Con una compensación para el que colabora, por ejemplo, una suscripción a un periódico, y además, la posibilidad de ganar un regalo. Soy amable y voy bien vestido, siento molestar. Me envía una conocida empresa cuyas encuestas se nombran a menudo en los medios de comunicación. Eso estará bien. El que me abra me permitirá pasar por su propia voluntad; no voy a entrar como un vulgar ladrón.
¿Cómo lo he escogido? ¿Cómo ha sido elegido? Casi ni yo mismo lo sé, pero es el adecuado, al que voy a salvar. Entrará en la eternidad adornado con una cruz y liberado de toda la suciedad que ha tenido que ver en este mundo.
¿Qué siento cuando llego? Misión. ¿Y cuando lo veo? Ternura ante su cabeza canosa y su pequeño pero bien empleado cuerpo que ahora puede descansar. Soy como el médico que causa dolor un momento pero libera de todo daño.
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