Lettie no recordaba quién había nombrado a Robin Boyton como principal sospechoso alternativo, pero cuando surgió la idea, se propagó mediante una especie de osmosis. Al fin y al cabo, él había ido a Stoke Cheverell a visitar a Rhoda Gradwyn, al parecer estaba desesperado por verla y había sido rechazado. Seguramente el asesinato no había sido premeditado. Después de la operación, la señorita Gradwyn era perfectamente capaz de andar. Lo había dejado entrar, habían tenido una pelea, y él había perdido los estribos. Hay que admitir que no era el propietario del coche aparcado cerca de las piedras, pero éste quizá no tenía nada que ver con el asesinato. La policía intentaba localizar al dueño. Nadie decía lo que todos pensaban: que sería conveniente que no lo encontraran. Aunque el conductor resultara ser un viajero muy cansado que se detuvo prudentemente a echar una cabezadita, la teoría del intruso seguía siendo válida.
A la hora de cenar, Lettie percibió que las especulaciones iban menguando. Había sido un día largo y traumático, y lo que ansiaban todos era un período de calma. También parecían necesitar soledad. Chandler-Powell y Flavia dijeron a Dean que cenarían en sus respectivas habitaciones. Los Westhall se fueron a la Casa de Piedra, y Helena invitó a Lettie a compartir una comida consistente en tortilla de hierbas y ensalada que ella prepararía en su pequeña cocina privada. Después de la comida, lavarían los platos juntas y se acomodarían frente al fuego de leña para escuchar un concierto en Radio Tres bajo la tenue luz de una sola lámpara. Nadie mencionó la muerte de Rhoda Gradwyn.
A las once el fuego se estaba extinguiendo. Una frágil llama azul lamía el último tronco mientras éste se desintegraba en ceniza gris. Helena apagó la radio, y las dos se quedaron en silencio.
– ¿Por qué te fuiste de la Mansión cuando yo tenía trece años? -preguntó Helena de pronto-. ¿Tuvo que ver con mi padre? Siempre he pensado que sí, que erais amantes.
Lettie contestó con calma.
– Siempre fuiste muy sofisticada para tu edad. Estábamos tomándonos demasiado cariño, dependiendo demasiado el uno del otro. Lo acertado era marcharme. Y tú tenías que estar con otras chicas, tener una educación más amplia.
– Supongo. Aquella escuela espantosa. ¿Erais amantes? ¿Tuvisteis relaciones sexuales? Una expresión horrible, pero las alternativas son aún más burdas.
– Una vez. Por eso supe que tenía que acabar con aquello.
– ¿Por mamá?
– Por todos nosotros.
– Así que fue un Breve encuentro sin la estación de tren.
– Algo parecido.
– Pobre mamá. Años de médicos y enfermeras. Al cabo de un tiempo, sus débiles pulmones ya no parecían ni enfermos, sino sólo parte de lo que era ella realmente. Cuando murió, apenas la eché de menos. De hecho, ella había estado más ausente que presente. Recuerdo que me mandaron llamar a la escuela, pero demasiado tarde. Creo que me alegré de no llegar a tiempo. Pero esa habitación vacía, fue horroroso. Aún aborrezco esa habitación.
– Yo también tengo una pregunta -dijo Lettie-. ¿Por qué te casaste con Guy Haverland?
– Porque era divertido, listo, encantador. Y muy rico. Aunque yo sólo tenía dieciocho años, supe desde el principio que no duraría. Por eso nos casamos en Londres por lo civil. Las promesas parecían menos exorbitantes. Guy no podía resistirse a ninguna mujer guapa, y no iba a cambiar. Pero pasamos tres años maravillosos, y él me enseñó mucho. Nunca me arrepentiré.
Lettie se puso en pie.
– Es hora de acostarse -dijo-. Gracias por la cena. Buenas noches, querida. -Y se fue.
Helena se dirigió a la ventana que daba al oeste y descorrió las cortinas. El ala oeste estaba a oscuras, era sólo una forma alargada iluminada por la luna. Se preguntó si sería la muerte violenta lo que la había impulsado a confiarse, a formular preguntas que había guardado en su interior durante años. Pensó en Lettie y su matrimonio. No habían tenido hijos y sospechaba que esto había sido motivo de aflicción. Aquel cura con quien se casó ella, ¿veía aún el sexo como algo indecente y consideraba a su esposa y a todas las mujeres virtuosas como madonas? Las revelaciones de esta noche, ¿eran un sustituto de la pregunta que estaba en la mente de ambas y que ninguna se había atrevido a formular?
Hasta las siete y media, Dalgliesh casi no había tenido tiempo de examinar su hogar provisional y habituarse a él. La policía local había sido muy servicial: había comprobado las líneas telefónicas, había instalado un ordenador y colocado un tablero de corcho en la pared por si Dalgliesh necesitaba exponer imágenes visuales. También se había pensado en su comodidad, y aunque la casita de piedra tenía el leve olor a moho de una casa desocupada durante meses, en la chimenea ardía un fuego de leña. La cama estaba hecha, y en la planta de arriba había una estufa eléctrica. Dalgliesh comprobó que de la ducha, aun sin ser moderna, salía agua muy caliente, y que la nevera estaba abastecida de suficientes provisiones para al menos tres días, incluida una cazuela de estofado de cordero obviamente hecho en casa. Había también latas de cerveza y dos botellas de vino blanco y dos de tinto muy aceptables.
A las nueve se había duchado y cambiado, había calentado y consumido el estofado. Una nota debajo del plato explicaba que había sido cocinado por la señora Warren, un descubrimiento que reforzó la idea de Dalgliesh de que la asignación temporal de su esposo a la Brigada había sido un acierto. Abrió una de las botellas de vino tinto y la dejó con tres vasos sobre una mesita baja ante el fuego. Con las cortinas de alegres estampados corridas frente a la noche, se encontró, como ocurría a veces en un caso, cómodamente instalado en un período de soledad. Pasar al menos una parte del día completamente solo era para él, desde la infancia, algo tan necesario como la comida o la luz. Ahora, agotada la breve tregua, sacó su pequeña libreta personal y comenzó a analizar los interrogatorios del día. Desde la época de sargento detective, anotaba en un bloc extraoficial unas cuantas palabras y expresiones destacadas que inmediatamente le permitían recordar una persona, una admisión imprudente, un fragmento de diálogo, un intercambio de miradas. Ayudándose de esto, tenía un recuerdo casi completo. Una vez hecha esta revisión particular, llamaría a Kate para pedirle que ella y Benton se reunieran con él, y entonces hablarían del desarrollo de la jornada y dispondrían el plan del día siguiente.
Los interrogatorios no habían aportado cambios esenciales a los datos de que ya disponían. Cierto es que Kimberley, pese a que el señor Chandler-Powell le había asegurado que su actuación había sido correcta, estaba evidentemente disgustada e intentaba convencerse a sí misma de que, al fin y al cabo, pudo haberse equivocado. A solas en la biblioteca con Dalgliesh y Kate, no dejaba de echar miradas furtivas a la puerta, como si esperase ver a su esposo o temiera la llegada del señor Chandler-Powell. Dalgliesh y Kate tuvieron paciencia con ella. Cuando le preguntaron si, en su momento, estaba segura de que las voces que había oído eran las del señor Chandler-Powell y la enfermera Holland, adoptó la expresión de quien se angustia esforzándose en pensar.
– Pensé que eran el señor Chandler-Powell y la enfermera, claro, pero es que no podía, no sé, no podía esperar que fueran otros. Parecían ellos, si no, no habría supuesto que eran ellos, ¿verdad? Pero no recuerdo lo que decían. Me pareció que estaban discutiendo. Abrí la puerta de la salita sólo un poco y allí no estaban, así que quizás estaban en el dormitorio. Pero, desde luego, también puede ser que estuvieran en la salita y yo no los viera. Oí voces fuertes, pero a lo mejor sólo estaban hablando. Era muy tarde…
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