– ¡Ja!-resopló Houdini-. Seguramente estaba celoso del mío.
– Posiblemente, o quizá reconoció la lentitud de los trenes cuando uno debe viajar de Londres a Brighton en treinta minutos.
– Dios mío, Holmes. ¿Es realmente tan rápido el aeroplano?
– Lo es. -dijo, y salió rodando de debajo de las alas-. Yo mismo lo he hecho.
– No.
– Recordará que lo dejé en el tren en Victoria y aun así conseguí llegar antes que usted a Brighton, ¿verdad?
– ¿Voló?
– Sí. Ese fue mi primer vuelo en solitario. Fue positivamente estimulante. De hecho, usted confundió mi estado de animación con una vuelta al uso de los narcóticos. Terrible desconfianza por su parte, doctor.
– Mis excusas, estoy convencido; pero admitirá que lo que es estimulante para usted, es una locura para mí. Que usted, una de las luces más brillantes de nuestra era, deba arriesgar la vida en tal…
– Holmes -Houdini interrumpió, apuntando a la torre-, tendremos que añadir peso al lastre si queremos levantarnos del suelo.
– ¡Y hay algo más! -exclamé, exasperado-. ¿Cuál es el propósito de ese mecanismo?
– Ah, permíteme que te explique -dijo Houdini, asumiendo felizmente el aire profesional de Holmes-. Como el propio aeroplano, este aparato de lanzamiento fue diseñado por los hermanos Wright. Norteamericanos, como sabe. La torre que ve aquí iza este lastre cilíndrico hasta unos doce metros de altura. Entonces, al soltarla, el cable arrastra al aeroplano a lo largo de la vía de tren en dirección opuesta. El aeroplano gana velocidad mientras la carga cae a tierra, y en el momento que el peso impacta contra el suelo, el avión se mueve los suficientemente deprisa como para alzar vuelo.
– Lo hace parecer tan simple, y sin embargo…
– El único problema -continuó Houdini, disfrutando mucho de su papel de conferenciante- es que el lastre tendrá que ser más pesado para compensar el peso añadido de usted y Holmes.
– Si mi peso supone un problema, ¿por qué no mejor me quedo en tierra?
– Me temo que lo necesitamos para equilibrar a Holmes. ¿Dónde está Holmes, por cierto? Ah, aquí está. Ha encontrado algunas cadenas. Justo lo que necesitábamos.
Mientras los dos se dedicaban a envolver el lastre con las pesadas cadenas que Houdini había mencionado, aproveché la oportunidad de examinar el aeroplano que ellos, llenos de confianza, tenían intención de lanzar al aire.
La nave estaba hecha a partir de recambios, con un diseño austero, construida con poco más que palos de madera y secciones de tela. Tenía dos largas alas continuas, una sobre la otra, de apariencia delicada, que no ayudaron a acrecentar mi entusiasmo. A unos nueve metros, las alas eran tan solo armazones cóncavos cubiertos de paño grueso, conectados unos a otros por medio de soportes de madera y cables de acero, que únicamente servían para enfatizar su fragilidad.
En el centro del ala inferior había un bajísimo asiento de madera para el piloto y un ordinario volante de coche con forro de piel. Aparentemente, no había otros medios para controlar el aparato. Detrás del asiento había un pequeño motor de gasolina que servía para impulsar la gran hélice de madera. Orientada hacia la parte trasera de la nave, la hélice alcanzaba la altura de un hombre.
Detrás de la hélice se encontraba la cola del aparato, un desnudo pedazo de madera entrecruzado de riostras que se extendía a lo largo de más o menos siete metros, para finalmente ser coronado por algo parecido a una caja de cometa.
En la parte delantera del aparato había una pequeña protuberancia que recordaba la aleta de una ballena y que estaba conectada, mediante dos delgados cables, al volante.
Mi examen del aparato, a pesar de haber sido breve, hizo poco por estimular mi confianza en su funcionamiento; y de hecho, más bien me pareció que aspirar a volar resultaba demasiada ambición para toda aquella morralla de leña.
Entretanto, Holmes y Houdini habían asegurado las pesadas cadenas alrededor del lastre y ahora luchaban para izar el peso a lo alto de la torre tirando de una cuerda.
– ¡Venga y échenos una mano Watson! -Houdini me llamó mientras tiraba de la pesada carga-. Este es normalmente un trabajo para cinco hombres.
– Pero… Yo… -Al verlos pelear duramente con la polea me vinieron a la memoria los arcaicos montacargas utilizados para levantar a los caballeros con su armadura sobre sus caballos. Mientras que esta resultaba una asociación bastante agradable, es quizá, de alguna manera, medida de mi natural nula disposición hacia la aviación moderna. Un temor real y paralizante me subyugó, y creo que Holmes percibió mi malestar, porque se dirigió a mí de una manera bastante civilizada a pesar de su desesperada lucha por alzar el lastre.
– Watson -dijo, mientras tiraba ferozmente de la cuerda-, en los últimos cinco minutos nuestra presa ha escapado en un aeroplano muy similar a este. Se dirigen directamente hacia el Canal. Si consiguen salir del país, Inglaterra no conocerá al rey Jorge V. -Dio otro tirón de la cuerda-. Por tanto, le estaría muy agradecido si nos ayudara a tirar de este peso.
Con un suspiro de resignación, me acerqué a la torre y me uní a ellos.
– De acuerdo, caballeros -dije, agarrando con fuerza la cuerda-. Tiren.
Después de una breve pero intensa lucha, fuimos capaces de izar el lastre hasta lo alto de la torre, donde Houdini lo aseguró, bloqueándolo con una palanca.
– ¡De acuerdo, entonces!-exclamó el mago-. Estamos listos para marchar. John, tú y Holmes tendréis que tenderos a ras sobre las alas a cada lado. Estará más equilibrado de esta manera.
– Harry… ¿estás seguro?
– Este aparato es asombroso, ¿verdad? -Hizo un gesto hacia una de las secciones de tela sobre la que estaba impresa su nombre en negrita-. Mucho después de que el mundo haya olvidado a Houdini el mago, recordará a Houdini el aviador.
– Solo espero que sea tan rápido como dice -comentó Holmes-. Kleppini vuela en un modelo más lento, pero le hemos dado casi cinco minutos de ventaja.
– Eso no es nada -se burló Houdini-. Los alcanzaremos pronto. Venga, John. Sube. -Estaba listo para ayudarme a subir sobre el ala.
– ¿Esperan de mí que simplemente me eche sobre el ala? Me caeré.
– No, no lo hará -me aseguró-, siempre y cuando permanezca recostado cerca de la cabina del piloto, estará protegido del viento. Es lo que se conoce como espacio muerto.
– Encantador.
– Mire, si le va a hacer sentirse mejor, aquí tiene algo a lo que aferrarse. -Colocó un par de esposas en uno de los palos del ala-. Tendrá un buen agarre aquí. Ahora, pongámonos en marcha.
– De acuerdo. -Suspiré.
Me subí al ala inferior, tratando de tenderme tan plano como me era posible sobre el ancho del ala. Me sentía como un niño arrepintiéndose de un estúpido desafío; me aferré a mis asideros y esperé.
Houdini brincó sobre el asiento del piloto e hizo una señal a Holmes, quien hizo girar el enorme propulsor. El motor se encendió de inmediato y el propulsor comenzó a girar cada vez más rápido, produciendo un ruido insoportable, mientras Holmes se subía sobre el otro lado del ala. Estábamos ahora preparados para volar.
Poniéndose un gorro de cuero y gafas protectoras, Houdini se giró para decirme algo que ahogó el sonido del motor. Viendo que no le oía, levantó alegremente los pulgares y tiró de la cuerda para liberar el lastre.
El aeroplano salió disparado hacia delante a lo largo de la vía, dando brincos y temblando terroríficamente al ser empujado hacia una arboleda que se encontraba al final del prado. La vía no podía tener más de veinte metros de largo, pero igual podría haber tenido más de cien kilómetros, porque cada centímetro fue un tormento de saltos que amenazaban con sacarnos fuera del aparato. Mis costillas malheridas ardían cuando la misma ala sobre la que estaba colocado empezó a botar arriba y abajo de forma alarmante. Temí que mis costillas o que el ala se rompieran en cualquier momento.
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