– Pero no puede ser -bajé la voz instintivamente, de tal manera que si Kleppini hubiera estado presente, no me habría escuchado-. Kleppini no podría…
– No hay necesidad de que baje la voz, Watson. La cámara está completamente aislada y el sonido no penetra.
– Kleppini no puede estar en la cámara acorazada -volví a decir en un volumen de voz normal-. Lo dejamos en Brighton. Es inconcebible que haya podido llegar tomándonos tanta delantera, como quiera que sea que lograra colarse dentro.
– Mire, Holmes -Houdini continuó-, no conozco demasiado a lord O'Neill, pero tendría que ser muy simplón para tomar semejantes precauciones para proteger el estudio, y después pasar por alto a un hombre escondido en él.
– No obstante -dijo Holmes-, Kleppini está escondido en la habitación, y es solo cuestión de tiempo que la fuerce para salir.
– ¿Propone que simplemente esperemos hasta que lo haga?
– No veo que nos quede otra alternativa.
– ¡Esto es absurdo!-exclamó Houdini-. ¿De verdad quiere que esperemos aquí, quizá durante toda la noche, con la esperanza de que Kleppini se encuentre dentro? ¿Por qué no…?
– Harry -interrumpí con cuidado-. Estoy convencido de que la teoría de Holmes es correcta. Sugiero que sigamos su plan.
– Pero… De acuerdo, John. Si tú lo dices.
Aunque había conseguido calmar a Houdini, Sherlock Holmes observó nuestra aparente intimidad con una expresión de vago desconcierto y se quedó callado.
Poniéndonos tan cómodos como era posible en el austero corredor, nos instalamos para lo que prometía ser una larga espera en vela. No había pasado media hora, cuando Houdini se quedó dormido, y temí que sus ronquidos pudieran penetrar incluso en la habitación insonorizada. Por mi parte, estaba demasiado absorto en las consecuencias de nuestra vigilancia para pensar en dormir. Si las suposiciones de Holmes eran correctas, en el escaso margen de tiempo que tuvo desde mi apresurada partida de la caseta, herr Kleppini había conseguido de alguna manera ponerse en contacto con su enlace, llegar a Londres desde Brighton, volver a acceder a Gairstowe House, y esconderse en el estudio de lord O'Neill. ¿Era eso posible? ¿Pudo hacerse en un tiempo tan limitado? ¿Cómo pudo Kleppini pasar por delante del guardia? ¿Cómo consiguió entrar en el estudio de lord O'Neill sin alertarlo cuando este debía estar presente si la puerta estaba abierta? Estas eran solo algunas de las muchas preguntas que medité durante aquellas oscuras horas nocturnas mientras Houdini dormía ruidosamente.
No ha sido esta la primera vez que he estado despierto de guardia toda la noche con Holmes, pero el tiempo no ha hecho que me acostumbre a las incomodidades. Pasadas dos horas, mis miembros estaban rígidos y mi vieja herida palpitaba miserablemente. Por mucho que me estirara o cambiara de postura, no sentía ningún alivio. Holmes, por el contrario, parecía crecerse en semejantes circunstancias. Casi de inmediato, se había sumergido en ese distante estado similar al trance en el que siempre parece encontrarse completamente absorto. En realidad, está consciente y alerta ante el más mínimo estímulo externo que, de producirse, de inmediato lo empujaría a entrar en acción. He visto a Holmes caer en este estado meditativo en otras ocasiones similares, y, por extraño que parezca, en la ópera. Abstraído de esta manera, soportaba el tedio de nuestra espera mucho mejor que yo mientras las largas horas de la noche pasaban arrastrándose.
Justo cuando los primeros signos del amanecer aparecieron, a través de una distante ventana nos llegó el débil sonido de unos golpes contra el metal, como si un herrero estuviera martilleando sobre su yunque en la distancia. Holmes se puso en pie de inmediato.
– Es Kleppini -dijo, encontrado ahora oportuno susurrar-. Está abriendo la cámara acorazada desde el interior. Despierte a Houdini.
Pero el mago estaba ya despierto y alerta. Evidentemente lo había despertado el agudo chasquido del trinquete metálico.
– Ya ha sacado la placa trasera -dijo Houdini, al tiempo que el primero de los enormes indicadores numéricos de combinación empezó a girar, aparentemente por iniciativa propia-, abrirá la puerta en cuestión de segundos.
– Asombroso -susurré.
– Un juego de niños -replicó el mago, mientras el segundo y el tercer indicador giraban por turno-. Holmes, ¿puedo ser el primero en ponerle las manos encima? Tiene una deuda pendiente conmigo.
– Como desee -dijo Holmes.
Moviéndose como si fuera dirigida por un espíritu, la enorme manija de cierre bajó, disparando una columna de gruesos pernos. Lentamente, la pesada puerta se movió hacia dentro, inundando el oscuro pasillo con una luz irregular. La figura de Kleppini encorvada y furtiva, emergió de la habitación envuelta en una aureola de sombra y luz deslumbrante. Houdini debió de moverse con inusitado sigilo, porque no me di cuenta de que se había alejado de mí hasta que lo vi aparecer delante de Kleppini, con los brazos cruzados sobre el pecho y dando un gratificante susto al sorprendido villano.
– Hola, Kleppini- dijo el norteamericano-. «Quién el fraude es, esta noche habremos de saber.»
Incluso en estas asombrosas circunstancias, el comentario de Houdini enfureció tanto a su rival, que Kleppini arremetió contra él con todas sus fuerzas y le golpeó en el estómago. Como ya ocurriera en el Savoy, el enérgico golpe no pareció tener ningún efecto visible en Houdini. Una vez más, el joven mago simplemente sonrió y preguntó:
– ¿Le importaría probar de nuevo?
Kleppini parecía dispuesto a hacer justamente eso, hasta que Holmes y yo nos acercamos. Yo había sacado mi revólver para advertirle de que seguir resistiéndose sería inútil.
– De veras, Harry -dije, mientras este se disponía a poner una de sus pesadas esposas sobre las muñecas de Kleppini-, deberías ser más cuidadoso con esos golpes en el abdomen. Te darán problemas algún día.
– Oh, venga doctor. Soy un hombre de…
Hasta el día de hoy no sé qué me impulsó a mirar sobre mi hombro en ese preciso instante. Quizá escuché un sonido, o quizá vi que los ojos de Kleppini registraban otra presencia, pero al girarme vislumbré otra figura que se acercaba entre las sombras hacia nosotros. En su brazo extendido, percibí un amenazador brillo metálico.
No hubo tiempo de gritar. No puedo recordar tampoco un impulso consciente que me impulsara a actuar. Empujé a mis compañeros hacia el suelo justo cuando la llamarada azulada de un disparo surgió entre la penumbra. No me moví lo bastante rápido como para salvarme a mí mismo. Sentí un tremendo impacto en mi pecho que me arrojó al suelo, dejándome apenas consciente para escuchar el sonido de mi nombre, que alguien gritaba en la oscuridad que me rodeaba.
18. Otra recuperación asombrosa
A menudo he observado que cuando la víctima de un serio trauma físico recupera la consciencia, es frecuente que tenga dificultades en recordar quién es y qué provocó su estado. En mi caso, sin embargo, no se dio ese lapsus de memoria porque tan pronto como desperté, fui consciente de la presencia de Sherlock Holmes y Harry Houdini, acuclillados junto a mí a ambos lados, inmersos en una escandalosa discusión sobre si debían o no poner mis pies en alto.
Así que, aunque no tenía ni idea del tiempo que había estado inconsciente, ni siquiera de cómo había recobrado la consciencia, supe de inmediato que aún me encontraba sobre el suelo del corredor a las puertas del estudio de lord O'Neill. Y también supe que había recibido una bala en el pecho. Curiosamente, no me sentí peor por ninguna de estas razones.
– No lo entiende, Holmes -decía Houdini-. Mamá siempre decía que cuando alguien se desmaya… ¡Mire Holmes! Está volviendo en sí. Está bien.
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