– No… no es tan malo -se ahogaba-. Es… es necesario colocar… el brazo alrededor… Ahí está. -Exhaló profundamente-. Se ha encajado de nuevo y mi mano está donde la necesito.
De hecho, por primera vez, una pequeña parte del cuerpo de Houdini se hizo visible cuando su mano subió poco a poco por su cuello y se libró del grueso cuello de cuero y de las cadenas. A pesar de lo que había visto, no fue hasta que aquella mano apareció, que comprendí por fin que había un método en toda esta locura, y que el gran artista del escapismo sería realmente capaz de escapar. Esta revelación me alegró tanto el corazón, que no pude evitar dar vítores y golpear alegremente en la puerta de la celda.
– ¡Bravo! -grité-. ¡Bravo, Houdini!
– Cálmate, John -me advirtió Houdini desde el suelo-. No atraigas al guardia, todavía no estoy fuera. Este es solo el cuarto paso.
Se me ocurrió entonces que estos cuidadosos pasos y progresiones suyas se parecían bastante a los métodos de Sherlock Holmes, en los que un problema aparentemente imposible era resuelto por medio de una serie de estratagemas meticulosamente planeadas e impecablemente ejecutadas. Mientras que el esfuerzo de Holmes era ante todo mental, Houdini estaba dotado de una casi idéntica astucia artística, la cual, mientras observaba cómo aflojaba un pesado cierre de metal alrededor de su cuello, parecía no menos increíble.
– Esa primera hebilla es la más difícil -dijo Houdini, al tiempo que forzaba su mano libre hacia la siguiente en la cuerda que mantenía las correas de cuero en torno a él-. Ahora seré capaz de llegar a la segunda… Ahí está… Y la tercera… -Pero a pesar de sus intentos, Houdini no era capaz de alcanzar la tercera hebilla con su mano libre. Sin inmutarse, se dobló por la mitad y la alcanzó con los dientes, para abrirla con un enérgico gesto de cabeza.
– ¡Bravo!-exclamé de nuevo, con cuidado esta vez de no alertar al guardia-. Nunca había visto nada parecido.
– Estaría sorprendido si lo hubieras visto -respondió Houdini con una carcajada-. Nadie más puede hacerlo. -Con esta merecida autoadulación, Houdini emprendió el que claramente era el último paso en su serie de trabajos. Retorciéndose y girando aún más, mientras aflojaba la envoltura que lo cubría, empezó finalmente a liberarse de las formidables cadenas. Centímetro a centímetro, primero el brazo, después el hombro, Houdini serpenteaba hacia la libertad. Al principio me recordó irresistiblemente a la mariposa emergiendo de su capullo. Pero, a medida que progresaba, la imagen se transformó en la de un niño al nacer, una idea que fue cobrando fuerza por la inexplicada ausencia de sus ropas, y, aún más penosamente, por el estado de su cuerpo expuesto en carne viva y ensangrentado.
– ¡Harry! -exclamé-. ¡Estás malherido!
– No es nada, doctor -me aseguró.
– ¿Nada? Estás sangrando. ¿Y dónde están tus ropas?
– Me las quitaron antes de atarme -respondió, medio libre ahora de su envoltorio-, por si tenía alguna herramienta oculta en ellas.
– Abominable.
– En realidad no, John. Tengo herramientas ocultas en ellas.
– Pero es un insulto. Has sido seriamente degradado.
– Quizá -dijo, mientras apartaba las últimas ataduras impías con un gesto de triunfo y agotamiento-, pero no por más tiempo. Ahora soy un hombre libre.
Es imposible decir quién experimento un mayor sentimiento de alivio mientras Houdini permanecía tendido de espaldas sobre el frío suelo de la celda. Acababa de superar el que pudiera haber sido el mayor reto de su carrera, un desafío único. Todavía aferrado a la pequeña ventana enrejada, me sentí tremendamente conmovido, como si yo también me hubiera sometido a un penoso rito, y me encontré ofreciendo una silenciosa oración de gracias.
Finalmente, Houdini se levantó, estiró y examinó sus doloridos músculos, e inspeccionó su entorno como por primera vez.
– Bien, amigo mío -dijo mientras caminaba por la celda-. Diría que lo primero que tenemos que hacer es recuperar mis ropas. Están en una celda al final del pasillo.
– ¿Has olvidado que todavía estás encerrado en una celda en prisión? -pregunté-. Lo primero que tenemos que hacer es sacarte de aquí. He traído las ganzúas de Holmes, ¿te bastarán para…?
Fue cuestión de un instante, un destello metálico, un agudo clic, la mano de Houdini dio unos golpes secos sobre la placa de encaje y la pesada puerta de la celda se abrió, antes de que ni siquiera hubiera tenido tiempo de terminar mi frase.
– ¿Estabas diciendo algo, John?
– Pensé que tus herramientas estaban en la ropa -repliqué sin alterarme.
– Solo algunas de ellas, John. Solo algunas de ellas. -Me hizo su guiño de marca-. Veamos. Estas celdas británicas tienen corrientes. Debemos encontrar mi ropa antes de que coja una neumonía.
– Muy bien. Y entonces tendremos que encontrar la manera de sacarte del edificio. Mi plan es el siguiente: yo iré a la puerta principal y distraeré a los guardias de alguna manera, para permitirte así…
– No, John.
– ¿Qué quieres decir? Puede ser un poco arriesgado, pero es seguro…
– No, no. No lo entiendes. No dejaré que te comprometas aún más por mí. Ya estás implicado en mi huida. Si se llegara a saber que me has ayudado de cualquier manera, te considerarían tan culpable como a mí.
– Te aseguro que soy completamente consciente de lo indecoroso de la situación, pero sigue siendo mi deseo por completo el ayudarte. Nada me proporcionaría mayor placer.
– Te lo agradezco, John. Eres un verdadero caballero. Pero puedo salir de aquí sin ponerte en peligro. ¿Dispones de un coche? Bien. Rodea el edificio hasta el muro oeste, cerca del patio donde los reclusos hacen ejercicio. Recuperaré mi ropa y me reuniré contigo allí en diez minutos. Pasarán dos horas completas antes de que me echen en falta.
– ¿Estás seguro de que puedes apañártelas solo?
– ¿Seguro? Soy Houdini. Ahora vete y diles a los guardias que estoy dormido. O que me entretengo cantando himnos británicos.
– Pero Harry -pregunté mientras me empujaba hacia la salida-, ¿cómo es que has esperado tanto para escapar, si eras perfectamente capaz de hacerlo antes?
– Porque le di mi palabra de honor a Holmes de que no lo haría, y esa -dijo al cerrar la puerta de la celda- es la única atadura que no rompo.
Diez minutos después, Houdini y yo rompíamos el silencio en mitad de la noche de camino a Stoke Newington. En tan corto espacio de tiempo, Houdini había localizado sus ropas y se había puesto su traje negro, había escapado del edificio de la prisión, y escalado el muro del patio. No tenía, en modo alguno, peor aspecto tras todo ese esfuerzo, y escuchaba ansiosamente mientras le narraba los sucesos de los dos últimos días y le esbozaba el propósito de nuestro regreso a Gairstowe House.
– Veo que tuviste la misma reacción que yo ante herr Kleppini -comentó Houdini cuando terminé-. Un tipo simpático, ¿verdad?
– Es un villano, tal y como dijiste, y si Holmes anda en lo cierto, no será nuestra única captura de esta noche.
– Sí, un extraño misterioso. Me pregunto quién será.
– No sé de quién se puede tratar en absoluto, pero me imagino que Holmes sospecha más de lo que ha contado.
– Posiblemente, pero no lo culpo por ocultártelo, John. Todos tenemos nuestros secretos profesionales. Nos proporcionan una útil distracción respecto de los privados.
Sentí curiosidad por saber qué quiso decir con ese comentario, pero no insistí en el tema porque estábamos ante las puertas de hierro forjado de Gairstowe House. Al bajar del coche, me sorprendió ver al joven Turks, el amable guardia que había conocido en nuestra visita anterior, de pie en el puesto de centinela.
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