Daniel Stashower - Houdini Y Sherlock Holmes

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Houdini Y Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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Novela nominada al premio Edgar, del ganador de los premios Edgar y Agatha
Ninguno de los admiradores de Sherlock Holmes o amante de la aventura y el misterio con mayúsculas debe perderse este espectáculo de magia, salpicado de suspense, comedia y romance
Cuando Harry Houdini es encerrado por espionaje, víctima de un montaje, Sherlock Holmes se compromete a limpiar su nombre. Ambos se unen para derrotar a los criminales que quieren chantajear al príncipe de Gales. El caso requiere de todas sus habilidades; y aún más. Houdini consigue transformarse en ectoplasma y protagoniza una audaz huida de Scotland Yard. Watson se convierte en la única persona en presenciar su fuga de una celda.
Su experiencia como mago profesional, su buen hacer al documentar sus textos, su estilo llano y evocador y su amor por el misterio bien construido hacen de Daniel Stashower un digno heredero de Conan Doyle y Poe, manifestado tanto en obras de ficción, como en ensayos.

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Justo cuando parecía que, o saltaríamos en pedazos, o chocaríamos contra los árboles que se abalanzaban sobre nosotros, llegó un golpe final, discordante, y entonces todos los empellones fueron sustituidos por la permanente vibración del motor.

En aquel momento estábamos volando, y en ese mismo instante tuve la extraña sensación de que me extraían todos los fluidos del cuerpo por los talones. Podría haberme desmayado de no ser por la fuerte corriente de aire que me corría por la cara. Houdini inclinó fuertemente el aeroplano hacía arriba, evitando por poco la arboleda al final del prado. Mientras, yo estrechaba con más fuerza los mástiles de madera cruzados y pensaba en atarme con las esposas.

Solo cuando Houdini niveló de nuevo el aeroplano, unos cien metros por encima del suelo, reuní el coraje suficiente para mirar por el borde del ala. Era una vista extraordinaria, un paisaje vertical en el que los árboles más altos tenían el aspecto de matojos, los edificios parecían taburetes, y todos los movimientos cobraron, en la distancia, la insignificancia de gotas de lluvia corriendo por un cristal.

Quizás estuviera mareado por el aire puro, pero mi fascinación con esta vista aérea me tenía tan absorto que me hizo olvidarme del peligro y de la persecución. De hecho, me hubiera podido convertir en un entusiasta de la aviación si me hubiera dejado unos minutos más, pero los gritos de Houdini rompieron mi encantamiento.

– ¡Allí están!-bramó Houdini, esforzándose por ser oído por encima del ruido del motor-. Su avión no es, ni de lejos, tan veloz como el nuestro. Les habremos dado caza enseguida.

El otro aeroplano, a unos treinta metros de distancia, aproximadamente, parecía algún tipo de enorme pterodáctilo planeador. Aparte de un perceptible temblor en sus alas, el aeroplano de Kleppini parecía positivamente tranquilo, y me pregunté si el nuestro, tan ruidoso y tembloroso, tendría ese majestuoso aspecto desde su posición de ventaja.

– ¿Qué ha dicho, Holmes? -gritó Houdini, mientras se quitaba el gorro de piel.

Fuera lo que fuera lo que Holmes hubiera dicho, se perdía para mí entre las ráfagas de aire y el ruido del motor, pero Houdini se encontraba más cerca y era evidentemente más capaz de oírlo.

– Lo sé -contestó Houdini cuando Holmes lo repitió-, pero sobrepasarlos no es suficiente. Debemos encontrar la manera de pararlos. -Miró hacia el otro aeroplano-. Quizás debimos dejar atrás al doctor Watson después de todo, ahora somos demasiado pesados para poder maniobrar… ¡Espere!-gritó cuando de repente le llegó la inspiración-. ¿Puede de verdad pilotar este aparato, Holmes?

Holmes contestó, y aunque no pude oírlo, sospecho que fue con indignación.

– ¡Entonces venga aquí y tome el control!-gritó Houdini-. Recuerde, empuje adentro y afuera para utilizar el elevador, gire el volante para usar el timón. Venga. Cambie de lugar conmigo.

– ¡Espere! -grité-. No lo hagan. El viento lo arrastrará hacia la muerte.

Holmes no podía oírme, aunque dudo que hubiera hecho caso de mi advertencia en caso de haber podido. Limitado como era mi conocimiento de nuestro aparato, sabía lo suficiente como para reconocer que, una vez Holmes abandonara su refugio, el espacio muerto del ala, se expondría a las fuerzas que de verdad mantenían el aeroplano en vuelo. Dudé de que ni siquiera él pudiera resistirlo por mucho tiempo.

Sosteniéndose con ayuda de dos de los palos de madera, Holmes se levantó lentamente hasta ponerse de pie sobre el ala inferior. El viento arremetía por entre los pliegues de su abrigo, llevándose su gorro de cazador por el borde del ala. El camino desde donde se encontraba, hasta el control, requería tan solo cuatro pasos, pero cada uno de esos pasos suponía un riesgo por el inestable equilibrio y el salvaje viento, que lo amenazaba a cada instante con arrastrarlo fuera del aparato. Avanzando de forma vacilante, centímetro a centímetro, agarrándose primero aquí y después allí, Holmes consiguió por fin poner sus manos sobre el volante y colocarse en el asiento de Houdini, mientras el joven mago se deslizaba hacia fuera por debajo y tomaba su lugar en el ala expuesta.

Muy poco me hubiera llegado a sorprender al llegar a este punto, porque estaba totalmente convencido de que los dos se habían vuelto locos, pero aun así no podía entender por qué Houdini ataba afanosamente una cuerda a dos de las varas cruzadas más robustas. ¿Qué podía estar planeando?

Las recientemente adquiridas habilidades de Holmes como aviador, le vinieron bien mientras dirigía nuestro aeroplano en dirección al de Kleppini y comenzaba a sobrepasarlo. Al mismo tiempo, Houdini se había atado los tobillos con el otro extremo de la cuerda y, obviando este impedimento, gateaba hacia el borde frontal del ala con manos y rodillas. A pesar de la dudosa precaución de la cuerda yo temía a cada instante que Houdini fuera barrido del ala, de hecho, dos veces se vio obligado a aplastarse contra la superficie cuando una ráfaga particularmente implacable le pasó por encima. Aun así, trabajó tenazmente, arrastrando la cuerda a lo largo de las varas cruzadas con algún propósito que yo no podía descifrar.

Volábamos ahora directamente sobre el aeroplano de Kleppini, y fue entonces cuando Houdini realizó uno de esos raros actos de valentía que, incluso inspirando admiración, alimentaban el lado oscuro del monstruo. Rodó con su cuerpo hasta el extremo delantero del ala, cuidadosamente probó la cuerda que rodeaba sus tobillos, y entonces descendió con suavidad desde el ala hacia el vacío.

Solo sostenido por el pedazo de cuerda alrededor de sus pies, Houdini giró y se balanceó boca abajo frente al viento como el juguete de un niño. Sin asomo de intimidación, descendió aún más, su cuerpo se dobló por la mitad para trabajar mano sobre mano a lo largo de la cuerda. Esta era la postura que había ideado para cuando escapaba de camisas de fuerza al aire libre, pero me imagino que ese reto palidecería en comparación con este. Colgado como un pez de un anzuelo, en cualquier momento podría soltarse por completo y caer en picado hacia el distante suelo.

Holmes trataba de compensar lo mejor que podía nuestra absolutamente desequilibrada distribución del peso, pero incluso así, nuestro aparato estaba escorando peligrosamente hacia delante, de tal manera que tenía que agarrarme con más fuerza a los soportes si no quería ser arrojado del ala. La inclinación hacia delante del aeroplano me dejó perfectamente situado para ver que Houdini trataba ahora de columpiarse hacia el ala del aeroplano que estaba debajo. Esta tarea demostró ser casi imposible, porque aunque ambos aeroplanos volaban casi paralelos, Houdini tenía que enfrentarse no solo con el feroz viento, sino también con los inestables descensos y temblores de nuestro desequilibrado aeroplano. Después de varios intentos que, por lo cerca que habían estado, resultaban tanto más exasperantes,-Houdini consiguió al fin asir el extremo de borde inferior del ala de Kleppini. Trabajando con una fuerza nacida de la desesperación, Houdini se impulsó hacia el interior del ala por debajo, y comenzó a arrancar la tela. Estaba claro que, igual que si perforara la cometa de un niño, la intención de Houdini era mutilar el aeroplano rasgando el ala. Por necesidad, Houdini estaba completamente absorto en su precaria tarea, y también ignorante de un nuevo peligro más amenazador.

Aunque Kleppini estaba ocupado pilotando su aeroplano, el hombre alto de la bufanda roja, nuestro misterioso adversario, había visto a Houdini y se movía lentamente por el ala hacia él. Estaba seguro de que si llegaba hasta donde Houdini colgaba de la delgada cuerda, la vida de mi amigo estaría perdida.

Le grité a Holmes, pero él no podía oírme, y evidentemente estaba tan atareado tratando de mantener el aeroplano nivelado que no había percibido el nuevo peligro.

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