– ¿Piernas de madera?
Holmes se giró hacia mí con mirada sorprendida.
– Nunca deja de sorprenderme, Watson -murmuró-. Sin duda, un apéndice de madera es posible, pero ¿dos? Creo que es más probable que estas huellas se hicieran presionando con la mano un zapato por su parte central.
– ¿Para implicar a Houdini?
– Obviamente. Pero lo que es verdaderamente sospechoso es que no hay huellas que se dirijan a o se alejen de este bloque de pisadas. ¿Podría nuestro embarrado ladrón simplemente aparecer en el centro de la habitación? Y respecto al barro, es ciertamente curioso. Es consciente, Watson, de que he realizado un pequeño estudio sobre las variedades de barro que se pueden encontrar en Londres. Es un conocimiento útil para establecer los movimientos de alguien a partir de las manchas de los bajos de su pantalón. Y aun así no soy capaz de situar el origen de este barro.
– ¿Por qué? Es barro de fuera, sin duda -sugirió herr Osey.
– Sin duda. Pero ¿de fuera, de dónde? No de los terrenos de esta propiedad. De eso estoy seguro. Una vez que hayamos localizado la fuente de este barro, habremos avanzado un enorme trecho hacia la solución, se lo aseguro. -Holmes se levantó y miró vagamente por la habitación-. Estaban solo ustedes cuatro ¿verdad? -Sí.
– ¿Nadie más entró o salió?
– Solo una persona del servicio.
– ¡Oh!
– Entonces también estábamos tomando el té.
– ¿A esa hora?
– Al príncipe le gusta.
– Absolutamente cierto. Lo había olvidado. Y cuando arreglaron el asunto, ¿las cartas fueron entregadas y depositadas en el escritorio?
– En el cajón inferior.
– Perdónenme -me aventuré-, pero ¿debo entender que las cartas se dejaron en un cajón sin cerradura? Se nos había dicho que se habían depositado en una caja fuerte.
Lord O'Neill no pudo evitar reír entre dientes al ver mi confusión.
– Doctor Watson, esta habitación es una caja fuerte.
– No lo entiendo.
– Déjeme que se lo muestre -dijo lord O'Neill, y me condujo hacia el estrecho pasillo por el que habíamos entrado-. Vea -dijo, apartando los cortinajes orientales para descubrir, oculta por el propio muro, una enorme puerta blindada y los raíles sobre los que corría.
– Exactamente como la caja fuerte de un banco -dije, admirado.
– En realidad, amigo mío, es considerablemente más seguro -dijo con orgullo O'Neill-. Hay tres mecanismos de cierre independientes en esta puerta. Uno inglés, otro americano y un tercero europeo, que la convierten en una de las cámaras acorazadas más segura del imperio. Y como puede ver, al no haber otras entradas en la habitación, ni ventanas por las que un hombre pudiera colarse, cualquier objeto que se deje en esta sala estará tan seguro como en un banco.
– O eso creían -remarcó herr Osey.
– Sí, o eso pensábamos.
– Bueno, no desesperen -dijo Holmes-. Solo tenemos algunas preguntas más y después el doctor Watson y yo haremos todo lo posible por lograr que el asunto tenga un final feliz. Lo primero, ¿podemos suponer que nadie puede entrar o salir de los terrenos de la propiedad sin ser observado por un guardia?
– Sí. Hay guardia las veinticuatro horas del día, y tienen un listado de acceso.
– ¿Podemos tener una copia del listado de acceso de la noche de la recepción?
– La tendré preparada inmediatamente.
– Por favor, asegúrese de que incluya cualquier ayuda que necesitaran contratar para el evento: personal de cocina, lacayos y demás.
– Como desee.
– Bien. Veamos, ¿disponen de un retrato de la condesa Valenka?
– No, señor Holmes. Yo no dispongo de ninguno.
Herr Osey se aclaró la garganta.
– Esto podría ser útil -dijo incómodo. Sacó su reloj de bolsillo y nos lo abrió. En la parte interior de la cubierta había una miniatura de marfil de uno de los perfiles más impresionantes que yo haya visto.
– La condesa me lo dio hace algún tiempo -nos dijo herr Osey-. Me doy cuenta de que una fotografía les sería más útil, pero…
– En absoluto, herr Osey -dijo Holmes mientras se inclinaba sobre la miniatura -. Es verdad que una fotografía hubiera sido más práctica a efectos de identificación, pero esto es informativo en cualquier caso.
Alzó la vista al cerrar herr Osey su reloj y volver a guardárselo en el bolsillo de su chaleco.
– Sí. Bien. Bueno, ¿dónde podemos encontrar a la condesa?
– Se aloja en el Cleland.
– Muy bien. Entonces deberíamos marcharnos. Nuestra prioridad es exculpar al señor Houdini, y después deberemos hacer una visita a la condesa Valenka. Buenos días, caballeros.
– Señor Holmes -dijo lord O'Neill-, nosotros estamos considerablemente menos interesados en la inocencia o culpabilidad del señor Houdini que en recuperar las cartas robadas.
– Sí -convino herr Osey-, dejemos que sea esa su primera preocupación.
Sherlock Holmes tomó su sombrero y su bastón, y, andando despreocupadamente, atravesó la puerta acorazada simulando no oír.
Sherlock Holmes tenía por norma no discutir sobre un caso mientras este se desarrollaba. Yo digo que esta reticencia no era sino un gesto de vanidad por su parte, una manera de satisfacer ese peculiar amor suyo por lo dramático, que hacía de sus investigaciones algo notable. Holmes insiste en que tan solo desea evitar la especulación vana que podría sesgar sus conclusiones. Cualquiera que fuera la razón, esta negativa a deliberar era uno de sus caprichos menos entrañables, y por mucho que lo intentara, como lo hice cuando abandonamos Stoke Newington, no pude persuadirlo para que contestara a mis preguntas. De esta manera, durante todo el camino hasta la calle Baker parecía que solo pudiera hablar de hemoglobina.
– Tome nota de lo que digo, Watson -dijo-: pronto veremos cómo investigadores de policía de todo el mundo se encierran en sus laboratorios y se vuelcan en sus microscopios para observar la hemoglobina. Es inevitable.
– ¿Realmente cree que las gotas de sangre son más útiles para los criminólogos que, pongamos, las huellas?
– Decididamente -respondió-. Una vez que todas las propiedades de la hemoglobina se conozcan y comprendan, los métodos tradicionales para localizar a los criminales se abandonaran como reliquias anticuadas. Lo he sabido hace años.
– Seguramente las huellas no -insistí-. ¿Huellas como las que había en el estudio de lord O'Neill? ¿No le serán de utilidad esas huellas en este caso?
– Huellas. Las huellas son pruebas groseras, Watson. Mire con qué facilidad una mente como la de Lestrade se desvía por causa de ellas. La hemoglobina permite la precisión analítica de la ciencia moderna cuando la huella puede estar sujeta a multitud de variantes. Una huella se puede expandir o contraer, o la puede pisar alguno de los secuaces de Lestrade…
– Pero seguramente los métodos tradicionales de investigación criminal se puedan reconciliar con los avances de laboratorio. Por ejemplo, ¿si fuese capaz de analizar el inusual tipo de barro que compone esas huellas…?
– No, no, mi buen amigo. Esa pequeña irregularidad no podría ser desvelada en el laboratorio de ninguna manera. Ahora, si el ladrón hubiera sido tan amable como para haber dejado un poco de hemoglobina…
– Holmes, es usted insufrible. ¿No me va a contar nada sobre el asunto de Gairstowe?
– Mi querido Watson, los hechos, tal y como son, están todos frente a usted.
– Pero no deduzco nada de ellos.
– ¿Nada, Watson? ¿Puede ser este el mismo hombre cuya inteligencia natural y perspicacia son el deleite de millones de personas? Usted ha visto todo lo que yo he visto, pero no lo ha observado. Piense Watson, estrújese el cerebro.
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