El alemán se levantó e hizo una formal reverencia en nuestra dirección.
– Me agrada conocer al famoso especialista criminalista -dijo en un inglés muy ensayado-, aunque no esperaba que tuviera usted este aspecto -añadió, mirando con recelo el desaliñado atuendo de Holmes, lleno de manchas de hierba.
– Los métodos del señor Holmes son quizá poco ortodoxos -dijo rápidamente lord O'Neill-, pero le aseguro que los resultados hablan por sí mismos. Se lo aseguro. Le estaba contando a herr Osey de su inestimable ayuda durante aquel horrible asunto de 1900.
– Ah, sí -dijo Holmes despreocupadamente-, un caso simple, pero no sin ciertos rasgos de interés. Lo registré en mis notas como La aventura del italiano divagador.
– Holmes -pregunté, a pesar de la ansiedad de lord O'Neill por continuar-, ¿quiere decir que mantiene sus propios archivos de sus casos?
– No se ofenda tanto, viejo amigo. En aquel momento me había abandonado usted por la señora Watson. No podía permitir que su ausencia interrumpiera el hilo de la historia del crimen.
– Fascinante -dije-. ¿Puedo…?
– ¡Caballeros, por favor! – exclamó lord O'Neill-. El asunto al que nos enfrentamos es de lo más acuciante. Debemos atenderlo. ¿Desean que pida té? Sí, creo que deberíamos tomar un té. -Corrió hasta el cordón de la campanilla y tiró de él con urgencia.
– ¡Té! -exclamó herr Osey. – En un momento como este. Y toda esta cháchara sobre registros e italianos divagadores. Es asombroso que ustedes los británicos alguna vez logren terminar algo.
– Herr Osey, por favor -dijo lord O'Neill-. Estoy seguro…
– ¿Quién es esa extraordinaria mujer con la que el príncipe ha sido tan indiscreto?
Muchas veces, durante mis años con Holmes, he visto cómo hacía revelaciones sorprendentes en medio de circunstancias aparentemente corrientes, pero nunca antes una de esas abruptas observaciones tuvo semejante impacto. Fue como si a los dos diplomáticos les hubiera alcanzado un rayo.
– ¡Señor Holmes! -exclamó lord O'Neill, poniéndose en pie de un salto.
– Mein Gott! -gritó herr Osey-. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede…?
– El té, señor -anunció el mayordomo, y entró empujando un gran carrito.
Herr Osey se metió los puños en los bolsillos y se giró hacia la pared. Lord O'Neill se sentó pesadamente en su silla, blanco como el papel, pero fue capaz de reponerse lo suficiente como para atender la llegada del té. El mayordomo se retiró y ambos hombres se giraron y miraron fijamente a Sherlock Holmes.
– Caballeros, es absolutamente obvio. Déjenme que se lo explique. Lestrade ha sido lo suficientemente atento como para dejar la habitación en orden, así que no es difícil deducir que un encuentro de algún tipo tuvo lugar aquí la noche del crimen. Las copas de coñac sobre el aparador apuntan a una hora tardía, lo más probable es que se desarrollara mientras la reunión principal acontecía en el piso inferior. No se ha cambiado el día en el calendario del escritorio desde antes de ayer. Y como lord O'Neill es bastante escrupuloso con esos detalles, deberíamos suponer que esta habitación no ha sido utilizada desde entonces.
– Totalmente válido -admitió lord O'Neill-. Pero como…
– Que el encuentro era importante, me lo ha asegurado la presencia del príncipe de Gales. Aquí tenemos los restos de un puro que tiene la marca de su reserva privada. Aún más revelador es el contenido de este cenicero junto al sillón. Hay dos colillas manchadas de rojo. A no ser que a alguno de ustedes se le haya ocurrido pintarse los labios, podemos deducir que una mujer estuvo presente.
»¿Qué clase de mujer es aquella que fuma en semejante compañía? Una mujer con un gran carácter, sin duda. También, según parece, familiar para el príncipe. Sin embargo, en lugar de recurrir a la caja de cigarrillos que vemos sobre el escritorio, los cigarrillos que fumó esta mujer se los proporcionó herr Osey, cuyas colillas también se encuentran en el mismo cenicero. De este hecho también se derivan otras implicaciones.
Herr Osey se quitó el cigarrillo de los labios y lo apagó, malhumorado.
– Se trata de una mujer alemana que se encuentra involucrada en cierta desavenencia diplomática. Hasta aquí todo es obvio, teniendo en cuenta la implicación de ustedes dos, caballeros. Así pues, ¿qué escena es la que hemos desarrollado? Una gran fiesta en Gairstowe House después del teatro. Mientras los invitados están entretenidos abajo, un pequeño grupo se reúne en esta habitación para tratar de negocios. La discusión tiene que referirse a los documentos que desde entonces han desaparecido. El príncipe y esta misteriosa mujer… -Holmes hizo una pausa y miró a herr Osey.
– La condesa Valenka -informó el alemán.
Holmes asintió.
– … normalmente no hubieran estado presentes en semejante entrevista. Así pues, ellos eran los protagonistas y ustedes, caballeros, sus representantes.
»¿Qué tipo de desavenencia lleva a dos personas, íntimas en el pasado, a valerse de representación diplomática? Así pues, veamos, el príncipe tiene ciertas… tendencias comprometedoras que son de todos conocidas. Quizá se ha colocado a sí mismo en una incómoda…
– ¡Señor Holmes, por favor! -exclamó lord O'Neill violentamente-. Hemos seguido su razonamiento de cerca. Le ruego que no continúe.
Mientras herr Osey había escuchado el discurso de Holmes con fascinante indiferencia, lord O'Neill se mostraba cada vez más ansioso, y ahora era incapaz de controlarse.
– Usted ha percibido la naturaleza de nuestro problema, y puede ahora apreciar lo delicado del tema más allá de mi capacidad de especulación.
– ¿Cartas, entonces?
– Cartas -confirmó herr Osey.
– Maldita sea. No hay leche para el té.
– No importa, amigo mío -dijo herr Osey-. Lo tomaremos solo.
– Sí, de lo más acertado -dijo lord O'Neill con una risa nerviosa-. Es algo tonto, lo sé, pero mis nervios…
– En efecto, estamos todos con los nervios de punta. -Herr Osey tomó una taza de té-. Tal y como ha dicho, señor Holmes, nos reunimos para discutir sobre un cierto número de cartas indiscretas que la condesa amenazaba con utilizar.
– ¿Y estas son las cartas que se han perdido?
– Sí -retomó lord O'Neill-. Ella nos las entregó, después de una gran discusión y la promesa de una compensación económica bastante considerable. Pero cuando volví a la mañana siguiente, las cartas habían desaparecido.
– ¿Examinó la habitación a conciencia? ¿Había algo fuera de lugar?
– No se había alterado nada, ni nada había desaparecido, a excepción de las cartas. Y la única evidencia del intruso fueron estas huellas detrás del escritorio.
– Las huellas. Claro, echemos una mirada a las huellas -dijo Holmes gateando detrás del escritorio-. Vaya. De lo más extraordinario. Watson, ¿podría acercarse?-preguntó blandiendo su lupa- Eche un vistazo, ¿quiere?
Detrás del escritorio había un montón de huellas de barro que parecían haberse hecho por alguien que hubiera arrastrado los pies por el lugar durante un rato.
– Nos han dicho que estas son las huellas del señor Houdini -dijo lord O'Neill.
– Totalmente cierto -asintió Holmes-. De hecho, he tenido la ocasión de examinar recientemente sus zapatos y he reconocido la suela. Pero aun así, he de decir que en todos mis años de práctica nunca he visto unas huellas tan inusuales.
– ¿Qué hay de extraordinario en ellas, Holmes? -pregunté.
– ¿Cómo? Mi querido compañero, quizá debería preguntar qué es lo que hay de ordinario en ellas. Observemos: en una huella ordinaria, la mayor presión la ejercen el talón y el metatarso del pie. En estas huellas, la mayor presión se ha ejercido sobre el centro del pie, sobre el arco. ¿Qué le sugiere esto?
Читать дальше