El rostro de Houdini quedó lívido y se apoyó pesadamente sobre el brazo de Franz, que se encontraba todavía junto a él esperando sus instrucciones. No habría tenido un impacto mayor si le hubieran dado la noticia de la extinción del sol.
– Franz -dijo suavemente-, anuncia… anuncia que el gran Houdini no puede finalizar su función esta noche, pero que invita al público a volver sin coste alguno. Y Franz -el joven norteamericano miró con elocuencia a Lestrade-, diles que busquen en los diarios noticias sobre la fuga más genial hasta el momento.
Con una ligera sonrisa, el único rasgo de humor que yo le haya visto delatar, Franz se inclinó y atravesó el telón. Mientras lo escuchábamos dirigirse a la audiencia en su entrecortado acento alemán, Houdini hacía muecas y se retorcía como si cada palabra le traspasara el alma.
– Mi actuación -gimió-. Mi carrera. Todo por culpa de un estúpido policía.
– Inspector -dijo uno de los agentes uniformados-, hay un montón de periodistas ahí fuera en la entrada de los artistas. Deben de haberse enterado de alguna manera.
– De acuerdo -dijo Lestrade-. Esperaremos hasta que el teatro quede vacío y lo sacaremos por la entrada principal.
– ¡Harry! ¡Harry! ¿Qué es todo esto?-Bess Houdini se había abierto camino hasta bastidores y estaba desconcertada con lo que allí se había encontrado-. Franz ha cancelado el espectáculo. ¿Estás bien? Pensé que realmente te habías ahogado. ¿Quiénes son estas personas?
Lenta y dolorosamente, Houdini le explicó a su mujer que era sospechoso de espionaje y que había sido arrestado. Ninguno parecía comprender cómo había ocurrido.
– Bess -Houdini tomó sus pequeñas manos entre las suyas-› es el fin de mi carrera. Después de todos esos años actuando por diez centavos, de todos estos años esperando alcanzar el éxito… Y ahora, ¿qué ha ocurrido? ¿Cómo puede pasar esto?
Bess fulminó con la mirada al inspector Lestrade.
– ¿Es usted quien ha acusado a mi marido de ese crimen?
Lestrade asintió
– ¿Cree que es culpable?
– Lo creo.
– ¿Cree en la justicia también? ¿Qué cada hombre debe responder de sus actos?
– Sí, de hecho lo creo, y no hay mayor justicia en el mundo que la de un jurado británico.
– Hay una superior -dijo la señora Houdini-, y yo la temería si fuera usted. ¿Señor Watson?
– ¿Sí, señora Houdini?
– ¿Era la historia de esta mañana tan solo el parloteo de una mujer ilusa? Les dije que algo malo le pasaría a mi marido y aquí estamos. ¿Dónde está el gran Sherlock Holmes ahora?
– Le aseguro a usted, señora Houdini, si algo puedo decir al respecto, que Holmes se entregará con toda su energía a este asunto.
– Gracias.
– ¡Wilkins!-llamó Lestrade a uno de sus agentes-. Acompañe a la señora Houdini a su hotel.
Uno de los enormes agentes tomó a la señora Houdini por el brazo y la condujo hacia la salida del escenario.
– ¿Está el teatro vacío ya?-preguntó Lestrade a otro de sus hombres-. ¿De dónde viene esa música?
– ¡Espere!-gritó la señora Houdini, volviéndose hacia su marido-. Harry, todo se arreglará, yo…
En lo que a continuación inesperadamente sucedió, no hubo malicia intencionada, pero mientras el oficial agarraba con más fuerza el brazo de la señora Houdini para sacarla de allí cuanto antes, la pequeña mujer tropezó y cayó pesadamente sobre el escenario. Desde donde Houdini se encontraba debió de parecer como si el agente hubiera empujado a su mujer y la hubiera arrojado al suelo. Houdini gritó de ira, empujó a Lestrade a un lado y rápidamente despachó al agente Wilkins con un golpe en la barbilla. Otro de los agentes hizo girar a Houdini y le asestó un golpe sordo en el abdomen. Fue un puñetazo tan fuerte como nunca haya visto, pero no tuvo ningún tipo de efecto sobre Houdini. Solo le hizo un guiño al agente, extendió sus brazos y dijo:
– ¿Le importaría probar de nuevo?
Fue en este momento cuando alzaron el pesado telón para descubrir que el teatro estaba por fin vacío. Vacío a excepción de un personaje vestido con traje de noche que encaramado sobre un asiento tocaba un violín.
– Buenas noches, caballeros y señora Houdini -dijo Sherlock Holmes, dejando a un lado su violín-. Pensé que tendría que salir por aquí. Espero, Lestrade, que tenga una buena razón para interrumpir el espectáculo del señor Houdini. Lo estaba disfrutando inmensamente.
– Sherlock Holmes -dijo Lestrade indignado-. Debí intuir que andaría cerca cuando Watson hacía el ridículo sobre el escenario.
– Bueno, bueno, Lestrade. Recordará que le he sido de ayuda una o dos veces en el pasado. Y en cuanto a Watson, me temo que estaba demasiado inmerso en la adoración de su público como para advertir mi presencia.
– ¿Ha estado usted aquí todo el tiempo, Holmes? -le pregunté, avergonzado.
– En el foso de la orquesta, Watson. Tocando junto a los excelentes músicos del Savoy.
– Ha perdido el tiempo entonces, señor Holmes -dijo Lestrade-. Es una investigación oficial de la máxima relevancia. No hay lugar para aficionados, gracias.
– ¿Por qué no me complace, Lestrade? ¿Eh?-dijo Holmes, sonriendo con indulgencia-. Me estoy haciendo mayor, ¿sabe? Watson, ¿se ha recuperado la señora Houdini de su caída?
– Estoy bien, señor Holmes -respondió ella-. Solo he resbalado. Harry a veces se deja llevar demasiado.
– Ya lo he visto. Y ¿cómo está el agente Wilkins?
– Inconsciente todavía, Holmes -repliqué.
– Y lo estará por un buen rato -añadió Houdini, orgulloso.
– Muy bien. Entonces supongamos que nos tomamos un momento, mientras Wilkins se recupera, para revisar el caso contra Houdini. ¿Dice que ha robado unos documentos, Lestrade? ¿Ha sido esto idea suya?
– Nuestro caso contra el señor Houdini está totalmente cerrado. Tenemos al culpable.
– Pero aun así está teniendo cuidado en evitar a los caballeros de la prensa. No ha sido usted nunca de esas personas que no quieren asumir el mérito en un caso, Lestrade. De hecho, más de una vez he llegado a saber que se ha atribuido mis méritos. ¿Pudiera ser que el caso no esté tan atado como nos quiere hacer creer?
Lestrade callaba.
– Así pues, ¿cuál es la naturaleza de esos documentos que se supone que el señor Houdini se ha llevado?
– No estoy autorizado a decirlo -dijo Lestrade, ceñudo.
– Quiere decir que no lo sabe. Ahora, corríjame si me desvío en mis conjeturas, pero creo que no me equivoco si supongo que había bastante gente en Gairstowe House la pasada noche. ¿O tuvieron Houdini y el príncipe un encuentro tete á tete?
– Era una fiesta bastante concurrida, en cuanto a lo que nos interesa, e incluía a un buen número de diplomáticos y sus esposas.
– ¡Madre mía! Diplomáticos y sus esposas, personajes irreprochables. Y ¿fue invitado Houdini para darle mayor solemnidad a la ocasión?
– Se le invitó para que escenificara algunos trucos.
– Pensé que se trataría de eso.
– Se ha mencionado que divirtió enormemente al príncipe.
– Estuve brillante -dijo Houdini-. Absolutamente brillante.
– ¿De verdad?-dijo Holmes, divertido por la presunción del mago-. Y una vez que le hemos sonsacado esta confesión, ¿podría decirnos también si es verdad que se escabulló hasta la planta superior para robar esos misteriosos documentos?
– En absoluto.
– Se encontraron sus huellas en la habitación, Holmes -dijo Lestrade con vehemencia.
– Ah, por fin empezamos a conocer los hechos. Las huellas de Houdini se encontraron en la habitación. Esto merece una visita a Gairstowe House, Watson. Dígame, Lestrade, ¿ha tenido ya la oportunidad de leer mi pequeña monografía sobre el tema de las huellas? ¿No? La encontrará muy instructiva. He descubierto que las huellas son generalmente las pruebas menos fiables en el campo de la investigación. ¿Alguna otra cosa?
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