»Tal y como Harry había esperado, el teatro tenía el aforo completo aquella noche. Kleppini comenzó con sus números de magia habituales, pero la audiencia estaba impaciente por que diera comienzo el desafío de Houdini. Cuando llegó el momento de la competición, Houdini subió al escenario y fue recibido con abucheos y burlas por parte del público. Debe entender que los alemanes son un pueblo extremadamente patriótico. A sus ojos, un presuntuoso e insolente estadounidense estaba acosando a un compatriota. Pero mi marido habla alemán con fluidez.
– Lo he notado -dijo Holmes con sequedad.
– Sí que lo ha hecho, y lo siento mucho. Pero en aquel momento Harry le dio un mejor uso. Se dirigió a la audiencia en su propio idioma, y fue capaz de hacerles ver que Kleppini lo había calumniado. Harry es brillante sobre un escenario, y se ganó a la audiencia rápidamente.
» Llegó el momento de que Kleppini escogiera las esposas que protagonizarían el desafío. Por supuesto que Harry no se sorprendió cuando eligió las esposas francesas. Kleppini las cogió y corrió detrás de una cortina que se había situado sobre el escenario. Evidentemente lo que hacía era comprobar que las podía abrir. Cuando volvió a aparecer, anunció que aceptaba el desafío. «Me llevará solo unos minutos escapar», aseguró. «Y después dejaré que sea mi mujer la que se quite las esposas del gran Houdini. Así enseñaremos a este norteamericano que somos nosotros, los alemanes, los que lideramos el mundo.»
»En ese momento surgió la disputa entre Kleppini y mi marido. Pasaron varios minutos hasta que dejaron de empujarse el uno al otro y de lanzarse terribles insultos. Al fin, Kleppini dejó que lo esposaran. Y entonces volvió detrás de la cortina y se puso a trabajar.
En este punto crucial de su historia, la señora Houdini hizo un alto en la narración y comenzó a tirar distraídamente del encaje de sus mangas. Estaba claro que su marido no era el único Houdini con sentido dramático.
– ¿Y bien? -pregunté-. ¿Qué pasó entonces?
Ella me sonrío amablemente.
– Después de una hora, sacaron la cabina de Kleppini del escenario para que otra actuación tuviera lugar. Después de dos horas, la mayor parte de la audiencia se había marchado a casa. Cuatro horas después de que Kleppini entrara en su cabina, se rindió y pidió que lo liberaran de las esposas. En presencia de un reportero, Harry giró los cilindros para abrir las esposas. Clefs ya no era la clave. Mientras se peleaban en el escenario, Harry había cambiado las letras para formar f-r-a-u-d. [6]
Pocas veces he visto a Holmes reír tanto como después de escuchar esta historia. Pero mientras él se recuperaba rápidamente, yo seguía jadeando y limpiándome los ojos con un pañuelo. La señora Houdini sonreía recatadamente; obviamente estaba encantada con el efecto que su historia había tenido. Tomó otro sorbo de té.
– De verdad, señora Houdini -dijo Holmes después de un momento-, que su historia me ha parecido encantadora, pero no veo en qué puede concernirnos a Watson o a mí.
– A ese punto estaba llegando ahora -dijo, dejando de nuevo a un lado su taza y su plato-. Tienen que entender que todo esto ocurrió hace cinco años, y que no hemos sabido gran cosa de Kleppini desde entonces. Ocasionalmente nos han llegado noticias de que sigue afirmando haber vencido al gran Houdini, pero, en general, se le considera un bufón y solo consigue los peores contratos. Así que no volvimos a pensar demasiado en él hasta que esta mañana hemos recibido una misteriosa nota con el primer correo.
– ¿Una nota? -Holmes se incorporó y se inclinó hacia delante-. ¿Qué decía?
– Solo esto, señor Holmes, «Quién el fraude es, esta noche habremos de saber».
Holmes se acercó hasta la repisa, donde comenzó a rellenar su pipa de cerámica negra.
– ¿Esas eran las palabras exactas?
– Sí.
– ¿Trae la nota consigo?
– Me temo que Harry no me permitió conservarla. Insistió en que no había por qué preocuparse y no quería que me inquietara con la nota.
– Es una pena. Esa nota por sí misma nos habría dicho muchas cosas. ¿Cree que era un mensaje en clave de Kleppini?
– La palabra «fraude» me hizo creerlo.
– Absolutamente. Y esa peculiar forma de construir la frase me sugiere que no se trata de un hablante nativo. ¿Cree que este mensaje supone algún tipo de amenaza y no simplemente otro desafío?
– ¿Qué sentido tendría otro reto? Houdini ha sido retado una docena de veces y siempre ha vencido. El hombre no tiene igual. Y es seguro que Kleppini lo sabe de sobra más que nadie.
– ¿Pero por qué amenazarlo? ¿Y por qué ahora?
– Para humillarlo. Por el daño infligido a la carrera y reputación de Kleppini. ¿No se ha cruzado antes con el rencor, señor Holmes?
Sherlock Holmes, de pie junto a la repisa, observaba la caja de marfil en blanco y negro que le había regalado el sanguinario Culverton Smith. De haber abierto su tapa alguna vez, Holmes habría sucumbido, víctima de un resentimiento nacido veinte años atrás. La caja guarda en su interior un afilado muelle enrollado y bañado en veneno bacteriano. [7]
– Me suena más a un gesto de frustración que a una auténtica amenaza -dijo Holmes-. En cualquier caso, no sé qué pasos razonables se podrían dar. No podemos enfrentarnos a Kleppini solo con la fuerza de sus conjeturas.
– No es eso lo que les estoy pidiendo. Lo que quiero es que usted y el señor Watson vengan esta noche al teatro y estén alerta por si hay algún problema. Sería demasiado fácil que mi marido sufriera algún tipo de accidente durante una de sus actuaciones. Por su misma naturaleza, sus proezas presuponen peligro. Si cualquier cosa saliera mal, por la razón que fuera, mi marido podría resultar gravemente herido. -Y murmuró-: O peor incluso.
– De verdad, señora Houdini. Soy detective, no pretoriano.
– ¿Qué?
– Guardaespaldas. No ha venido con nada más que suposiciones y aun así espera de mí que corra a encontrarme con ese peligro que intuye, o que más probablemente se imagina. Es como una de esas historias de Watson, donde solo hay bravatas sin sustancia.
La señora Houdini se quedó pálida.
– ¿Es este el legendario Sherlock Holmes? No puedo creerlo. Se niega a actuar porque no le cae bien Harry, o por algún… algún prejuicio más profundo. Esperaba que usted estuviera por encima de ese tipo de conducta.
Cruzó enérgicamente la habitación y cogió su abrigo y su sombrero.
– Me doy cuenta de que he malgastado mi tiempo aquí. Si algo le pasara a mi marido pesará sobre su conciencia, señor Holmes. Buenos días a los dos, caballeros.
Y con estas palabras, Beatrice Rahner Houdini nos dio la espalda y abandonó la habitación.
Holmes y yo estuvimos un rato sentados sin hablar. Cuanto más pensaba en la historia de la señora Houdini, más convencido estaba de la validez de sus temores.
– Holmes -dije por fin-, ¿por qué es tan reticente a actuar? ¿Cómo puede estar tan seguro de que el hombre no corre peligro?
Holmes no dijo nada.
– No puedo compartir su complacencia -continué-. Espero que no le importe que asista al teatro esta noche.
Holmes alcanzó su violín. Colocándolo descuidadamente sobre su rodilla, empezó a pellizcar una peculiar y pegadiza melodía.
– ¡Holmes, es usted insufrible! -grité-. ¡La vida de Houdini corre peligro!
Siguió en silencio.
Cuando me marché camino del teatro, dos horas después, seguía tocando la misma pegadiza canción.
4. La actuación de Houdini
El teatro Savoy había resucitado para la actuación de la noche, había recobrado parte de la grandeza que recordaba en él; sin embargo, mi mente estaba nublada por la aprensión y no era capaz de advertir esa atmósfera más agradable. El tal Kleppini intentaría seguramente causar algún mal a Houdini, pero ¿cómo sería yo capaz de detectarlo? Y aún más, ¿cómo sería capaz de prevenirlo? Estas y otras preocupaciones me seguían inquietando, cuando una voz familiar se abrió paso entre mi confusión.
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