Anne Holt - Crepúsculo En Oslo

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En la ciudad de Oslo, una conocida presentadora de televisión aparece asesinada en su domicilio. El superintendente Yngvar Stubø y la que fuera profiler del FBI Inger Johanne Vik son requeridos para llevar a cabo la investigación. Pareja tanto en la vida real como en la profesional, Stubø y Vik se muestran reticentes a llevar el caso ya que acaban de ser padres; sin embargo, se ven forzados a aceptarlo dada la naturaleza del mismo.
Todo apunta a un asesino en serie de gusto perverso que se deleita escenificando sus crímenes. Mientras Stubø se vuelca en el análisis meticuloso de los detalles que rodean cada crimen, Vik ahonda en una teoría que coge fuerza a medida que traza el perfil del presunto asesino; la posible conexión entre los hechos presentes y su pasado como miembro del FBI.

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No fue capaz de mantener la primera promesa.

Leía las reseñas tan pronto como aparecían impresas.

Pero nadie diría nunca: «Wencke Bencke no sabe lo que se dice».

Y nadie lo dijo.

Llevaba estudiando y leyendo desde 1985. Había hecho investigaciones de campo. Había viajado. Había observado y había examinado. Con el tiempo se dio cuenta de que la teoría nunca podía sustituir a la práctica. Tenía que concretar. El universo ficticio se le hacía demasiado poco tangible. La vida real estaba llena de detalles y de sucesos imprevistos. Desde el escritorio era difícil representarse la multitud de detalles aparentemente insignificantes, de sucesos triviales que al final podían jugar un papel determinante en un caso de asesinato.

Empezó a estudiar a gente real.

El archivo surgió en 1995. Para el libro que iba a escribir necesitaba un director de orfanato y un policía de mala fama. Le escandalizó lo fácil que le resultó encontrarlos. Vigilar a la gente era un aburrimiento, obviamente; horas de espera y de observaciones sin importancia. Las anotaciones eran secas y carentes de pasión.

Pero se le hizo más fácil escribir.

Los reseñistas se mostraron positivos. Su octavo libro fue recibido con cierto entusiasmo, como lo había sido el primero. Un par de críticos señalaron que daba la impresión de que Wencke Bencke estaba más fresca que en mucho tiempo, casi renovada.

Se equivocaban.

Se aburría más que nunca. Vivía apartada del mundo. Hacía mapas de la vida de los demás, pero nunca intervenía en esas vidas, y el archivo iba creciendo. Compró un armario de acero, un artefacto a prueba de incendios que colocó en su dormitorio.

A veces, por las noches, se quedaba en la cama leyendo el contenido de una carpeta. A menudo resultaba irritante. La gente llevaba vidas tan parecidas. El trabajo y los niños, las infidelidades y las borracheras. Los proyectos de obras y los divorcios, los problemas económicos y los mercadillos del equipo de fútbol. Ya podía estudiar a políticos o a dentistas, a gente rica o a clientes de la ayuda social, a hombres o a mujeres, eran todos asombrosamente parecidos.

«Soy única -pensó reclinándose sobre el confortable asiento del taxi-. Y ahora me están viendo. Por fin me ven, como lo que soy. Una experta fuera de lo común. No alguien que entrega todos los otoños su examen para que lo desprecien con ardor de estómago. Puedo. Sé. Y hago.

»Él me vio. Se asustó. Lo sentí; quitó la mano de golpe y miró hacia otro lado. Ahora me están viendo, pero no como yo los veo a ellos. No como yo la veo a ella. Su carpeta es muy gruesa. Su carpeta es la más gruesa que tengo. La he seguido mucho tiempo, y la conozco.

»Ahora me están viendo, y no pueden hacer nada.»

– Mira esto.

Yngvar le enseñó el Dagbladet, abierto por la página cinco. Seguía pálido, pero había dejado de dar la impresión de estar gravemente enfermo.

– Wencke Bencke -dijo Inger Johanne, daba vueltas por la habitación con Ragnhild contra el hombro-. ¿Y qué?

– Mira la marca. En la solapa de la chaqueta.

Ella le pasó tiernamente a la niña, cogió el periódico y dio un par de pasos hacia la lámpara de pie.

– Todo encaja -dijo él arrullando a la niña-. Encajan demasiadas cosas de tu perfil. Wencke Bencke realmente tiene el crimen como especialidad. ¡Una escritora de novela policiaca de renombre internacional! Superior sobre el terreno a la mayoría de los asesinos en serie. Malhumorada y amarga, si nos fiamos de los retratos que se han compuesto de ella, a pesar de que nunca concede entrevistas en Noruega. Hasta ahora, vamos. Algo tiene que haber cambiado. Lleva mucho tiempo siendo una ermitaña. Justo como dijiste. Como describía tu perfil. -Ragnhild entreabrió los ojos. Yngvar le pasó la mano por la frente y dijo-: Mira el broche que lleva.

La fotografía del Dagbladet no era especialmente buena. Wencke Bencke estaba a punto de decir algo; tenía la boca abierta y los ojos muy redondos bajo las gafas, que se caían sobre la punta de su pequeña nariz respingona. Pero los contornos de la fotografía eran claros. El broche sobre la solapa izquierda de la chaqueta se veía bien.

– Sabía quién era yo -dijo Yngvar al aire-. Era yo quien le interesaba.

– Esto es peor de lo que crees -dijo Inger Johanne.

– Peor…

– Sí.

– ¿Qué quieres decir?

Ella se dirigió al dormitorio sin responder la pregunta. La oyó buscar en los cajones de la gran cómoda. El portazo de la puerta de un armario. Los pasos continuaron; hacia el armario trastero, pensó él.

– Mira esto.

Había encontrado lo que estaba buscando. Cogió a Ragnhild de sus brazos y la tumbó de espaldas en el suelo, bajo un móvil con adornos colgando. La niña se regocijó y alargó los bracitos hacia las figuras coloridas. Inger Johanne le pasó la carpeta de anillas que había traído. Era blanca, con una gran marca circular sobre la tapa.

– El logotipo del FBI -dijo él frunciendo el ceño-. Lo conozco, claro. Tengo una placa en el despacho. A eso me refiero, por eso…

Señaló la foto del Dagbladet.

– Sí -dijo ella-. Pero te digo que es peor de lo que piensas. -Se sentó junto a él, sobre la punta del sofá-. Los estadounidenses aman sus símbolos -dijo enderezándose las gafas con el dedo índice-. La bandera. Pledge of Allegiance . Los monumentos. Nada es casualidad. Esto azul…

Señaló el fondo oscuro del emblema.

– ¿Esto azul?

– …junto con la balanza en la parte alta del escudo, simboliza la justicia. El círculo contiene trece estrellas, que representan los trece estados que tenía Estados Unidos al principio. Estas rayas rojas y blancas de aquí son de la bandera. El rojo simboliza el valor y la fuerza. El blanco: la pureza, la luz, la verdad y la paz.

– Es obvio que les parecen más importantes el valor y la fuerza que la verdad y la paz -dijo Yngvar-. Puesto que hay más rayas rojas que blancas, quiero decir.

Inger Johanne no tenía fuerzas para sonreír.

– Así es también la Star Spangled Banner -dijo-. Las rojas son una más que las blancas. El ribete de picos en torno al emblema simboliza los grandes retos a los que se enfrenta el FBI, y también la fuerza de la organización.

Ragnhild agitaba las piernas y pataleaba. Las figuras de madera entrechocaban. Yngvar se rascó el cuello y murmuró:

– Imponente. Pero no sé exactamente adónde quieres llegar.

– ¿Ves estas dos ramas? -Pasó la uña por las dos líneas de hojas que discurrían a ambos lados del escudo rojo y blanco del interior-. Laurel. Con una lupa podrías contar exactamente sesenta y cuatro hojas. Tantas como estados había en el país en 1908, cuando fue fundado el FBI.

– Sigo muy impresionado -dijo Yngvar-. Pero…

– Ahora mira esto.

Inger Johanne sostuvo la página del periódico con la fotografía de Wencke Bencke bajo la lámpara.

– Miro, miro…

– El broche. El laurel. ¿Lo ves?

– No es laurel.

Él entrecerró los ojos.

– No -dijo ella.

– Son… ¿Plumas?

– Sí.

– Plumas en vez de laurel. ¿Por qué?

– Son plumas de águila -dijo ella.

– Plumas de águila…

– ¿Quién usa plumas de águila? -preguntó Inger Johanne.

– Los indios.

– Los jefes indios.

– Los jefes indios -repitió él dócilmente y sin comprender nada.

Inger Johanne levantó cuidadosamente a Ragnhild y se la colocó sobre el hombro. Olía el aroma a jabón y la peste de la caca. Una mancha marrón se estaba extendiendo por el muslo del pantalón de la cría. La abrazó contra su cuerpo.

– The Chief -dijo ella-. Warren Scifford. Una panda de estudiantes se hizo estos broches. Cien ejemplares. Se montó un verdadero infierno cuando lo descubrieron. No se juega con la heráldica del FBI. Con el tiempo los broches fueron adquiriendo bastante valor. La gente los llevaba en la parte de dentro de la solapa. Como un carné de socio, como un signo de estar dentro. Ser uno de los discípulos de Warren. A él… le encantaba, claro. No quería saber nada del asunto, pero… le encantaba.

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