Estos hombres y estas mujeres nacieron para trabajar, son ganado entero o ganado rajado, salen o los sacan de las barrigas de sus madres, los ponen a crecer de cualquier manera, es igual, lo necesario es que acaben teniendo fuerza y destreza de manos, aunque sea para un gesto solo, qué importancia tiene si al cabo de pocos años están pesados y yertos, son troncos ambulantes que cuando llegan al trabajo se sacuden a sí mismos y de la rigidez del cuerpo hacen salir dos brazos y dos piernas que van y vienen, aquí se ve hasta qué punto llegaron las bondades y la competencia del Creador, obrando tan perfectos instrumentos de cava y siega, de monda y serventía general.
Habiendo nacido para trabajar, sería un contratiempo que abusaran del descanso. La mejor máquina es siempre la más capaz de trabajo continuo, con la lubrificación mínima y suficiente para no quedar trabada, alimentada sin excesos, si es posible en el límite económico de la simple subsistencia, pero sobre todo de sustitución fácil si se avería o envejece, los depósitos de esta chatarra se llaman cementerios, o bien se sienta la máquina en el portal, toda ella herrumbrosa y gimiente, a ver pasar, qué, nada, mirando sólo sus manos tristísimas, quién me vio y quién me ve. Generalmente, en el latifundio hombres y mujeres tienen regateado su tiempo de vida, nos asombra que alguno llegue a viejo, y mucho más cuando, pasando, encontramos a uno que a la vista parece un anciano y oímos decir que tiene cuarenta años, o esta mujer marchita y con la piel cuarteada que aún no ha cumplido los treinta, al final vivir en el campo no acrecienta la vida, son invenciones de la ciudad, como aquel repetidísimo refrán, Acostarse pronto y levantarse pronto da salud y hace crecer, tendría gracia verlos aquí agarrados al mango del azadón y los ojos en el horizonte a la espera del sol, o derrengados ansiando un anochecer que no acaba de llegar, el sol es un desgraciado, lleno de prisa por salir y tan poca por apagarse. Como los hombres. Pero se van acabando los tiempos de la resignación. Anda una voz por los caminos del latifundio, entra en villas y aldeas, conversa en los montes y en los encinares, una voz con dos palabras esenciales y otras muchas que explican estas dos, ocho horas, decir esto así parece decir poco, pero si dijéramos ocho horas de trabajo ya se empieza a entender mejor, y no faltará quien proteste escandalizado, qué quieren éstos, dormir ocho horas y trabajar otras ocho, y qué van a hacer con las ocho que sobran, yo sé muy bien qué es todo esto, es una invitación a la vagancia, no quieren trabajar, son las ideas modernas, la culpa es de la guerra, se pervirtieron las costumbres, quién lo iba a pensar, nos robaron la India, quieren ahora echarnos de África, y encima lo de ese barco que anduvo ahí por los mares dando un escándalo internacional, un general que se alza contra quien le dio las estrellas, en quién vamos a confiar, dígame, y ahora lo de las ocho horas, esa calamidad, el mal está en no haber seguido la ley de Dios, hora más hora menos son doce para el día y doce para la noche, contando con el amanecer y el anochecer, y si no es ley de Dios que sea ley natural y en consecuencia obedecida.
La voz que anda en el latifundio tal vez no oiga estos decires, y si los oye, es como si no, esto son conversaciones históricas que vienen del tiempo de Lamberto, Verdaderamente, su distracción es el trabajo, si no trabajan se meten en la taberna y luego, venga, a sacudirle a la mujer, pobrecillas. Pero no crean que son fáciles los caminos. Hace un año que anda esta voz por calles y carreteras, ocho horas, ocho horas de trabajo, y hay quien no se lo cree, quien cree que eso ocurriría sólo si el mundo se estuviera acabando y el latifundio quisiera salvar su alma, presentarse al juicio final diciendo a ángeles y arcángeles, Tuve piedad de mis siervos, que trabajaban en exceso, y por amor de Dios les pedí que trabajaran sólo ocho horas por día, con descanso el domingo, y como hice esto espero un lugar en el paraíso, a la diestra del Señor, no quiero otra. Así piensan algunos, incrédulos y temerosos de que el cambio sea para peor. Pero los portadores de la voz no han descansado en todo el año, por todo el latifundio anduvieron proclamando las consignas, mientras la guardia y la pide erguían como abanicos las orejas inquietas igual que los burros cuando las moscas los acosan. Entonces se derraman las patrullas furibundas y marciales, sólo les falta llevar delante un trío de cornetín y cajas, y no es que no les hubiera gustado, pero no lo consentía el plan de batalla, faltaría más, que estuvieran los conspiradores reunidos en un monte abandonado o tras los matojos, y oyeran a lo lejos las trompetas, tatará-tatá, así nunca cogeríamos a nadie. Se reforzó la guardia, se reforzó la policía, cualquier aldea sin médico tiene ahora la medicina de veinte o treinta guardias y el armamento correspondiente, sin olvidar el enlace constante con los dragones que defienden al Estado y me persiguen a mí, pobrecillos los verdaderos dragones, feos como sapos y sabandijas, pero que no hacen mal que pese en las balanzas, la prueba es que el paraíso está lleno de dragones que echan fuego por la boca, es lo que más abunda. Y como de astuto y farsante cualquier guardia tiene bastante, se inventó el arte sutilísimo de poner debajo de una piedra, pero tan a la vista que los vería un ciego, debajo de una piedra papeles aprehendidos a esa gente comunista que anda por el latifundio diciendo consignas subversivas, como estas de ahora, ocho horas de trabajo, quieren entregar el país a Moscú. Y cometida la habilidad, se esconden tras un vallado o elevación del terreno o árbol ingenuo o piedra mayor, y cuando pasa inadvertido el inocente, es posible que coja los papeles y los meta en el bolsillo, o en el forro del sombrero, o entre la piel y la camisa, esos blancos papeles de letra negra y menuda, no es sólo que apenas se sepa leer es que tampoco ayuda la vista, y aún no ha dado diez pasos cuando le salta el guardia al camino, Alto, a ver lo que llevas en los bolsillos, si esto no es astucia de gran calibre, tendremos que concluir que existe mucha mala voluntad contra la guardia, la cual sólo loores debería merecer por aplicar tan bien los principios de la hipocresía y de la falsedad mezquina, embutidos al mismo tiempo que la instrucción de armas y las técnicas de asalto.
Está el pobre hombre expuesto en medio de un círculo de carabinas, y no tiene más remedio que despejar los bolsillos, una navajilla gitana, media onza de picadura, el librillo del papel de fumar, un cabo de cuerda, un cacho de pan mordisqueado, una perragorda, pero esto no satisface al guardia que tiene otras ambiciones, Mira mejor, piensa que es por tu bien, si rebuscamos nosotros, podemos dejarte lisiado para toda la vida, y entonces de entre la piel y la camisa salen los papeles ya húmedos de sudor, no es que el calor sea tanto, pero un hombre no es de hierro, en medio de estos guardias que se ríen, ahora va en serio, interviene el cabo Tacabo o el mandamás de la expedición, sabe muy bien qué papeles son ésos pero se hace el ignorante, los examina y luego dice, astuto, Pues estás apañado, te hemos atrapado con propaganda comunista, tienes que venir con nosotros al puesto, vas a acabar en Montemor o en Lisboa, no quisiera estar yo en tu pellejo. Y cuando el pobre hombre quiere explicar que acaba de encontrar esos papeles, que ni los ha leído, que ni siquiera sabe leer, que iba por ahí y los vio, los cogió, curiosidad natural, es un gesto que uno, no puede acabar porque le sueltan un palo en el pecho o en espalda, eso si no ha sido un puntapié, andando para delante o te pego un tiro aquí mismo, las armas y los barones señalados.
Este hablar es como las cerezas, se tira de una frase y salen otras prendidas, o quizá como las garrapatas cuando están enganchadas, que lo que más cuesta es soltarlas una de otra, lo mismo sucede con las palabras, una palabra nunca viene sola, incluso la palabra soledad precisa de quien la sufra, y menos mal. Esta guardia es de tan firme constancia que va a donde el latifundio la llama, ni pregunta, ni discute, son sólo unos mandados, véase lo del uno de mayo, hicieron hombres y mujeres su feriado de trabajadores y, cuando al día siguiente volvieron al tajo, estaba la guardia de guardia, Aquí sólo trabaja quien trabajó ayer, son órdenes, y decir esto era sólo una manera de no quedar callado, porque faltar habían faltado todos. Y ahora qué va a pasar, los trabajadores se hicieron a un lado, mirando, cómo van a resolver esto, y porque la guardia había ocupado el terreno y el capataz estaba oculto entre ella, sin aparecer en el trato como profesional que era, decidió la cuadrilla retirarse a sus casas, esto ocurrió por la mañana temprano, un día más de fiesta, y la guardia se quedó guardando las hormigas que andaban a lo suyo y admiradas levantaban la cabeza como perros. Pero todavía antes el graduado, junto al administrador o encargado o manijero, son nombres diferentes, tanto da, había hecho aplicación de sus métodos de interrogatorio inteligente, Vamos a ver, por qué no habéis venido a trabajar ayer, ya está la pregunta inteligente, vaya hombre, Pues no vinimos porque era el primero de mayo, y el primero de mayo es el día de los trabajadores, y como los trabajadores somos nosotros. Es una respuesta inocente, allí están ellos, ante mí, cabo de la guardia, si creen que me engañan, como si yo les creyera, todos muy serios mirándome, es lo que tienen estos cabrones, se ponen muy serios mirándole a uno y a ver quién adivina lo que piensan, pero yo ya les digo, con ellos puedo yo bien, lo mejor es que confeséis la verdad, faltasteis al trabajo por política, creéis que me engañáis y ellos insisten, No señor, no fue por política, es que el primero de mayo es el día de los trabajadores, y cuando responden esto, respondo con una carcajada de burla, Qué coño sabéis vosotros de eso, y uno de allá atrás responde, qué pena no haberle visto la cara, Es así en todo el mundo, y yo me irrito con toda la razón, Pues esto no es el mundo, es Portugal, y es el Alentejo, tenemos nuestras propias leyes, y se me acerca entonces el capataz a decirme algún secreto, pero no es un secreto porque lo teníamos ya combinado, y yo decido, con la autoridad de que estoy investido, Aquí sólo trabaja quien no faltó ayer, y apenas dije esto ellos se apartaron, todos juntos, es su costumbre, hacen lo mismo cuando cantan, y pasados unos minutos se fueron con las azadas al hombro, el trabajo era de azada, se vuelven a casa, todos juntos, da cierto respeto, no sé por qué. Las palabras son como las garrapatas, se empieza con una cereza, en mayo pintan, y si respeto no es la última es por lo menos la necesaria.
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