José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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De monte en montanera, estas y otras palabras van dando la vuelta al latifundio, pero no la historia de la pelea, que ésa nadie la creería, pese a que fue verdad verdadera, y en Monte Lavre también hubo reuniones de acuerdo y combinación, si había gente con miedo, otros no lo tenían, de modo que al llegar el primero de mayo estaban los ánimos decididos, los más temerosos se juntaban a los que mostraban más valor, hasta en las guerras ocurre así, como explica quien en ellas estuvo, valiente o timorato. Fue día de mucho gasto de gasolina y gasóleo, andaban los aires de la primavera cargados de tanta humareda, pasaban por los caminos uno tras otro los jeeps y las furgonetas cargados con las carabinas y caretas de la guardia, y ponemos caretas para no avergonzarles la cara, y cuando llegaban a un lugar habitado, si había en él puesto local, entraban para la conferencia del estado mayor, intercambiaban órdenes y hacían balance de la situación, cómo van las cosas por la parte de Setúbal, y en el Bajo Alentejo, y en el Alto, y en Ribatejo, que también es latifundio, no lo olvidemos. Patrullas armadas recorrían las calles y callejas, al olor de la subversión, y desde los altos lanzaban miradas de águila pescadora sobre el mar interior, a ver si vislumbraban bandera negra de piratas o roja, quién iba ahora a meterse en una cosa así, pero es la obsesión de la guardia, no saben pensar en otra cosa, y lo más que conseguían descubrir no era nada que se escondiera, hombres en su pausado pasar o conversando en las plazas, vestidos con sus ropas mejores, con sus remiendos muy compuestos, que de eso saben mucho estas mujeres del latifundio, echar fondillos o rodilleras, y las ve uno rebuscando en el cesto de los trapos procurando un retal de dril, luego lo asientan sobre la pernera ofendida, y tras meter la tijera cautelosa se oye el repasar del hilo, es un trabajo de gran precisión, sentada estoy en el umbral de mi puerta, remendando estos pantalones de mi marido, no va a andar desnudo en el trabajo, que basta que así lo sienta yo entre las sábanas.

Parece que nada tenga que ver esto con el primero de mayo y las ocho horas, y los cuarenta escudos, no faltará quien lo crea, gente distraída que no repara en el mundo, cree que el mundo es sólo esa esfera que por el espacio rueda, astronomías, más le valdría estar ciega, que nada hay más ligado al primero de mayo que esta aguja y este hilo en la mano de esta mujer que se llama Gracinda Maltiempo, para que su hombre Manuel Espada vaya remendado al primero de mayo, día de los trabajadores. La guardia pasa por allí mismo ante la puerta, un jeep de mucha guerra, y Gracinda Maltiempo llama a su única hija, María Adelaida, y la chiquilla, que tiene siete años y los ojos más azules del mundo, mira el desfile, parece imposible que no se animen estos chiquillos ante el prestigio del uniforme, allí está María Adelaida con su mirada severa, ya ha visto de la vida bastante para saber qué guardias son ésos y qué uniforme.

Por la noche vuelven los hombres a casa. Será un desasosegado dormir, como los soldados en víspera de batalla, quién sabe si volveré vivo, una cosa son huelgas y manifestaciones, es hábito antiguo, ya se sabe cómo suelen responder los amos y la guardia, mientras que esto es desafío mayor, rechazar al latifundio un poder que le viene de los abuelos de los abuelos, Trabajarás para mí de sol a sol todos los días de tu vida mientras me plazca y convenga, en los demás harás lo que quieras. Ahora no precisa Sigismundo Canastro levantarse tan temprano, ni Juan Maltiempo, ni Antonio Maltiempo, ni Manuel Espada, ni ninguno de los otros hombres y mujeres, a esta hora todavía despiertos, pensando en lo que será el día de mañana, es una revolución, ocho horas de trabajo en el latifundio, Será un desafío, o se gana o se pierde, en Montargil avanzaron y ganaron, y no vamos a ser nosotros menos que ellos, en plena noche se oye el jeep de la guardia rondando por las calles de Monte Lavre, nos quieren asustar, pues van a ver.

Son palabras también de otras bocas, las dijeron Gilberto y Alberto, Van a ver, y fue un gran momento en la historia del latifundio, hasta los amos se levantaron temprano para estar presentes al nacer del día, que quien no ve lo suyo, el diablo se lo lleva, ya el sol está fuera y no se ve un alma que se acerque al trabajo, están nerviosos administrador, capataz y manijero, el campo es un consuelo para los ojos, mayo, florido mayo, y Norberto consulta su reloj, las siete y media, y nadie, Esto me huele a huelga, dice un lacayo, pero Adalberto responde airado, Cállate, está furioso, tiene ya un objetivo determinado, todos lo tienen, basta con esperar. Y entonces empiezan a llegar los jornaleros, juntos en la hora que eligieron, dan benignamente los buenos días, para qué rencores, y cuando son las ocho empiezan a trabajar, así se había decidido por esos campos, pero Dagoberto pega un grito, Alto, y todos se paran con mirada inocente. Qué pasa, amo, tanta serenidad puede enloquecer a un hombre, Quién os ha dado orden para venir a trabajar a esta hora, quiere saber Norberto, y en esta cuadrilla es Manuel Espada quien tiene incumbencia para responder, Lo hemos decidido nosotros, ya hay sitios donde trabajan las ocho horas, no somos menos que los camaradas de otras tierras, y Berto se va hacia él, parece como si fuera a pegarle, pero no, a tanto no se atreve, En mis tierras el horario de trabajo es el que siempre fue, el que quiera trabajar ya sabe, de sol a sol, y ahora decidid, o bien os quedáis y mañana compensáis el tiempo que habéis perdido hoy, o bien os largáis, que aquí no quiero a nadie, Así se habla, dirá doña Clemencia cuando el marido se jacte de sus hazañas, y después, Después, ese Manuel Espada, que está casado con la hija de Maltiempo, y él era el cabecilla del grupo, respondió sí señor, nos vamos, y se fueron todos, y cuando volvían a Monte Lavre preguntó Antonio Maltiempo, Y ahora, qué haremos, no porque estuviera inquieto o temeroso, pues ayudaba al cuñado con la pregunta, y él respondió, Ahora hacemos lo acordado, nos reunimos en la plaza, si aparece la guardia y quiere armar follón, se va cada uno a su casa y mañana volvemos al trabajo, a las ocho empezamos a segar, como hoy, éstas fueron más o menos las palabras que Juan Maltiempo dijo en otra cuadrilla, y Sigismundo Canastro en la suya, y así se encontraron todos en la plaza y vieron pasar a la guardia, y vino el cabo Tacabo, O sea que no queréis trabajar, Sí señor, queremos, pero sólo las ocho horas, y el amo no quiere admitirlo, no hay verdad más verdadera que ésta, pero el cabo sigue con sus averiguaciones, Entonces esto no es una huelga, No señor, nosotros queremos trabajar, fue el amo quien nos mandó para casa, dice que no da las ocho horas, y por esta clara respuesta el cabo Tacabo dirá más tarde, No sé qué hacer, señor Dagoberto, ellos dicen que quieren trabajar, que es usted el que, y no llega a acabar la frase, salta Dagoberto, Unos gandules son, o trabajan de sol a sol, o se van a morir de hambre, en mis tierras no hay trabajo para ellos, que yo sepa el gobierno no ha dado orden de que se trabaje sólo ocho horas, y aunque la diera, en mis tierras mando yo, que soy el amo, y con esto se acabó la charla con el cabo Tacabo y el día terminó así, cada uno en su casa, las mujeres queriendo saber lo sucedido, como ya vimos con doña Clemencia, cosa que es también derecho de las otras.

Echan cuentas, en este día no hay salario, cuántos vendrán así, depende de los lugares, en algún sitio se rindió el latifundio al cabo de dos días, en otros sitios tres, en otros cuatro, y hubo lugares donde pasaron semanas en este juego de comprobar quién tiene más fuerza y más paciencia, al final los hombres no iban ya al trabajo a ver si los aceptaban con estas condiciones, se quedaban en los pueblos, ahora sí es huelga, y cuando esto se hizo hábito, ya no fue preciso más, volvió la guardia a su costumbre de apalear, y de un extremo a otro del latifundio anduvieron las máquinas de guerra, no vale la pena repetirlo, no hay ya quien no lo sepa. En sus castillos resistieron Dagoberto y Alberto, Humberto y otro Berto, pero poco a poco se fue disolviendo la santa alianza y de otros lugares llegaban noticias de rendición, qué vamos a hacer, pero dejémoslos andar que no perderán con el retraso, Yo bien sé, padre Agamedes, que pensamientos de venganza no son cristianos, más tarde haré una penitencia, No es exactamente así, señor Alberto, está escrito en el Deuteronomio, Mía es la venganza, y yo se lo haré pagar, este nuestro padre Agamedes es una lumbrera de sabiduría, cómo es posible que de un libro tan grande como la Biblia se aprendiese de memoria un pasaje tan precioso, no necesitamos más justificación.

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