José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Juan Maltiempo despierta del amodorramiento en que se hundió tras haber tomado la medicina, fue una suerte para él, estaba en una pausa prolongada de dolor y el remedio hizo efecto como si fuera sueño natural, pero ahora le vuelve a doler, despierta gimiendo, es una estaca clavada allí, cuando recobra la lucidez entera ve que está rodeado de gente, no cabe nadie más en el cuarto, Faustina y Gracinda se inclinan hacia él, y también Amelia, al fin vino, fue el gemido lo que las llamó, y Joana Canastra está más atrás, por no ser de la familia, los hombres se quedan apartados porque aún no es su momento, están junto a la puerta que da al corral, tapan la luz, son Sigismundo Canastro, y Manuel Espada, y Antonio Maltiempo.

Si hubiera tenido dudas Juan Maltiempo, aquí se acabarían, todos saben que hoy es el día de su muerte, alguno lo debió de adivinar, después se lo fueron diciendo, pero si es así no van a oírme gemir, esto fue lo que pensó Juan Maltiempo, y apretó los dientes, es un decir, dónde estarán ya los dientes, unos pocos arriba, unos pocos abajo, es lo que queda, y desencontrados, no se pueden cerrar, dan en las encías, ah vejez, y sin embargo este hombre tiene sólo sesenta y siete años, no es ningún muchacho, ese tiempo pasó, pero otros andan por ahí más viejos y compuestos, son los que viven lejos del latifundio. En fin, la cuestión no es tener dientes o no tenerlos, no es eso lo importante, lo importante es cortar el gemido cuando aún está naciendo, dejar que el dolor crezca, ya no se puede evitar, pero quitarle la voz, enmudecerlo, como hace más de veinte años, cuando lo llevaron a la cárcel y le obligaron a hacer la estatua, este dolor de riñones, cuando le golpearon sin mirar dónde, queda la frente cubierta de sudor, se crispan todos los miembros, los brazos sí, pero las piernas, Juan Maltiempo no las siente, primero cree que aún no ha despertado del todo, pero luego sabe que está consciente, quiere mover los pies, al menos los pies, y los pies no se mueven, quiere doblar las rodillas y no vale la pena, nadie adivina lo que está pasando bajo esta sábana y esta manta, es la muerte, se acostó conmigo y no hubo quien la viese, se cree que entra por la puerta o por la ventana y resulta que está en mi cama, desde cuándo, Qué hora es, es una pregunta que siempre se hace y siempre tiene respuesta, saber la hora, la gente se distrae pensando en el tiempo que aún falta o que ya pasó, y cuando han dicho que hora es, nadie más piensa en eso, fue la necesidad de interrumpir cualquier cosa o de poner en movimiento lo que estaba parado, no hay ahora tiempo para saberlo, ya ha llegado aquella a quien estaba esperando. Juan Maltiempo mira vagamente, están allí sus más allegados parientes y amigos, son tres hombres y cuatro mujeres, Faustina con el cordel atado a la muñeca, Gracinda que vio morir en Montemor, Amelia la siempre sumisa, Joana la dura, Sigismundo camarada, Manuel de cara seria, Antonio mi hijo, ay hijo mío, y son éstos los que voy a dejar, Dónde está mi nieta, Gracinda responde, tiene voz de lágrimas, es verdad que Juan Maltiempo va a morir, Fue a casa a buscar unas ropas, alguien ha tenido la idea de alejarla, tan joven todavía, y Juan Maltiempo siente un gran alivio, así no habrá peligro, lo malo sería que estuvieran allí todos, si falta la nieta no puede morir, no morirá hasta que estén todos allí, ojalá lo supieran ellos, se quedaría siempre uno fuera, todo es tan sencillo.

Juan Maltiempo clava los codos en el jergón, arrastra el cuerpo hacia arriba, le ayudan, sólo él sabe que si no lo hicieran no se moverían sus piernas, tiene la seguridad de que recostado se sentirá mejor, aliviará la opresión que súbitamente le ha llegado al pecho, no es que se haya asustado, sabe que nada sucederá mientras su nieta no llegue y tal vez a uno de los que allí están se le ocurra salir, a ver si el cielo escampa, hace tanto calor en este cuarto, Abrid esa puerta, es la que da al corral, está lloviendo aún, sólo en las novelas se abre el cielo en ocasiones como ésta, es una luz blanca la que entra, y de repente Juan Maltiempo deja de verla, ni él supo cómo fue.

María Adelaida trabaja lejos, hacia Pegôes. No es trabajo para ir y volver, la distancia es mucha, más de treinta kilómetros, basta mirar el mapa, y el trabajo es duro, díganlo si no los que por una sola vez hayan puesto el pie en una viña y la mano en la azada, ahora es cavar. Y este trabajo no se acaba en media docena de días, María Adelaida lleva aquí más de tres meses, en casos como éste el color de los ojos no establece ninguna diferencia. A casa sólo va cada quince días o tres semanas, el domingo, y entonces descansa en ella como en el latifundio descansan las mujeres, trabajando en otra cosa, luego regresa a la viña y a la azada, bajo los ojos de unos vecinos que están en el mismo trabajo, siempre es un descanso para los padres, cómo no iba a ser desconfiado Manuel Espada con los bríos de su única hija, y más viviendo en Monte Lavre, tierra de mucha desconfianza en cuestión de noviazgos, no se puede ver a un chico hablando con una chica, y si esta María o esta Aurora no son esquivas como bichos salvajes y hablan naturalmente con los muchachos, riendo cuando hay que reír, madre mía, ya son una locas y unas desvergonzadas. Lo único que han hecho, bajo la luz del sol y en medio de la calle, es conversar dos minutos una y otro. Quién sabe lo que estarán tramando, murmuran de inmediato las viejas y las menos viejas, y llegado el dicho a oídos paternos y maternos empieza la bronca, quién era ése, qué os decíais, estás avisada, aunque también hayan sido hermosas sus propias historias de amor, como fue la de Manuel Espada y Gracinda Maltiempo, aunque no tan explicada como merecía, los padres tienen ese defecto, lo olvidan todo muy de prisa, y las costumbres cambian despacio. María Adelaida tiene apenas diecinueve años y hasta ahora no ha dado trabajos, a ella sí se los han dado, estos trabajos pesados de azada y viña, no hay otro remedio, las mujeres no han sido criadas para princesas, como queda abundantemente demostrado en este relato.

Todos los días son iguales y ninguno se parece. Mediada la tarde llegan a la viña noticias que desasosiegan al personal, nadie tiene certeza de lo ocurrido, Dicen que algo pasa con los militares en Lisboa, lo oí en la radio, si así fuese sería saberlo todo, es un error creer que en una selva de cepas apartada del infierno siete palmos puedan los hechos tener fácil explicación, allí la gente no anda cavando con la radio al cuello como si fuera cascabel o cencerro, o metida en el bolsillo, cuerpo hablante y cantante, son devaneos no autorizados, fue alguien que viniendo de alguna parte al pasar le dijo al capataz lo que había oído en la radio, de ahí viene la confusión. En un abrir y cerrar de ojos se rompió el ritmo de trabajo, la cadencia de la azada pasó a ser vergonzosa distracción, y María Adelaida no es menos que los otros, está con la nariz alzada, curiosa, parece una liebre que ha visto un periódico, diría su tío Antonio Maltiempo, qué ha pasado, qué ha pasado, pero el capataz no está allí para representar papel de heraldo, no le pagan para eso, y sí para vigilar al personal y poner orden en la cuadrilla. Eh, vosotros, a ver si os ponéis a trabajar, y como no hay más noticias, vuelven las azadas a cavar, quien a estas cosas presta atención recuerda para sus adentros que hace un mes salieron a la calle las tropas de Caldas da Rainha, y al final no pasó nada. La tarde continúa y se acaba, y si otras noticias llegaron no se les dio más crédito. En este lugar del latifundio, tan lejos del Carmo de Lisboa, no se ha oído un tiro ni anda la gente gritando por los descampados, no era fácil entender qué es una revolución y cómo se hace, y si empezáramos con explicaciones de palabra lo más seguro es que alguien preguntara, con el aire de quien no cree, Ah, eso es una revolución.

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