Desde lo alto de la torre de homenaje, apoyando en las almenas sus manos de guerrero y conquistador, manos encallecidas por la empuñadura de la espada, Norberto contempló su obra y encontró que estaba bien, y como se perdió en la cuenta de los días, no descansó, Pueden los demonios de Lisboa devastar la herencia que nuestros abuelos nos dejaron, aquí en el latifundio tenemos otro respeto por la patria sacrosanta y la sacrosanta fe, manda entrar al sargento Armamento, Las cosas van mejor, manda entrar al padre Agamedes, Padre Agamedes, tiene usted muy buen aspecto, parece rejuvenecido, Será por lo mucho que he rezado por la salud de su excelencia y por la conservación de nuestra tierra, De mi tierra, padre Agamedes, Sí señor, de la tierra de su excelencia, es lo que dice también aquí el señor sargento de la guardia, Así es, fueron las órdenes que recibí de donjuán el Primero, e intactas las he ido transmitiendo a todas las generaciones de sargentos, y mientras en la casa grande hablan así, ha llegado el invierno y ha mordido a los jornaleros, y no por estar habituados van a sentirlo menos, Qué vamos a hacer, es la misma miseria de antes, Los señores son los amos de la tierra y de quien en ella trabaja, Somos menos que los perros de la casa grande y las casas grandes, ésos comen todos los días, les llevan el cazuelo lleno, nadie dejaría que un animal pasara hambre, Quien no sabe tratar a los animales, mejor que no los tenga, Pero con los hombres es distinto, perro no soy y hace dos días que no como, y esta cuadrilla de hombres que ha venido aquí a hablar es una jauría, hace tanto tiempo que ladramos, un día de éstos nos callamos y mordemos, como hacen las hormigas rojas, aprendemos de ellas, son estas las que levantan la cabeza como perros, repara en sus pinzas, si no tuviera yo la piel tan dura, encallecida del mango de la hoz, ya estaría sangrando.
Es un decir de dientes para fuera, que si bien alivia no remedia, ahora ya tanto me da estar parado como no, por ejemplo, éstos andan trabajando y de qué les sirve, llega el capataz, con el aire cínico de alguien a quien no le importa mostrar su cinismo y dice, Esta semana no hay dinero, paciencia, paciencia, vamos a ver si la otra, pero en su bolsillo hacen dueto doña María la primera y don Juan el segundo, y una semana después, lo mismo, y quien dice una semana dice dos y tres y cuatro y seis, de dinero ni la sombra de su olor, El amo no tiene liquidez, el gobierno no autoriza a sacar del banco, nadie puede creer lo que dice este capataz, son siglos de mentira que ni siquiera precisa ser imaginativa, pero el gobierno debería venir aquí a explicarlo, no vale la pena ponerlo en los periódicos que la gente no entiende, en la televisión pasa todo tan de prisa, todavía no percibimos una palabra y ya vinieron otras cien, qué decían, y en la radio no vemos las caras de la gente que habla, no puedo creer nada de lo que dices si no te veo la cara.
Y entonces en un sitio cualquiera del latifundio, la historia se acordará de decir cuál, los trabajadores ocuparon una finca. Para tener trabajo, nada más, que se cubra de lepra mi mano derecha si no es verdad. Y luego en otra heredad los jornaleros entraron y dijeron, Venimos a trabajar. Y lo que ocurrió aquí, ocurrió allá, es como en la primavera, se abre una margarita en el campo, y si no va en seguida María Adelaida a cortarla, millares de margaritas iguales nacen en un solo día, cuál ha sido la primera, todas blancas y mirando al sol, es como las nupcias de esta tierra. Sin embargo, estas blancuras no son, es gente oscura, hormiguero que se disemina por el latifundio, la tierra está llena de azúcar, nunca se vio tanta hormiga con la cabeza levantada, Malas noticias me llegan de mis primos y otros parientes, padre Agamedes, por lo visto Dios no ha oído sus oraciones, haber llegado uno a esta edad para asistir a tan gran desgracia, me estaba reservada esta prueba, ver la tierra de mis abuelos en manos de estos ladrones, es el fin del mundo cuando se ataca la propiedad, fundamento divino y profano de nuestra civilización material y espiritual, Laico querrá decir su excelencia, es más riguroso que profano, y perdone su excelencia si le corrijo, No, sea entonces profano, que profanando andan ellos, ya verá como ocurre lo mismo que en Santiago do Escoural, crimen que un día tendrán que pagar, Aún hablamos de eso el otro día, qué va a ser de nosotros, Hay que tener paciencia, doña Clemencia, una infinita paciencia, quién somos nosotros para penetrar en los designios del Señor y en sus desviados caminos, sólo El sabe escribir derecho con renglones torcidos, quién sabe si no nos está rebajando ahora para mañana exaltarnos más, quién sabe si después de esta punición no llegará el premio terrestre y celestial, cada uno en su tiempo y lugar, Amén.
Con diferentes palabras pero igual sentido se explicaba Lamberto al cabo Tacabo, sombra de la marcial figura conocida, Parece imposible, la guardia asistiendo a estos acontecimientos apocalípticos, dejando invadir las propiedades que es su deber defender para mí, y no mueve un dedo, ni dispara un tiro, un puntapié, un puñetazo, un culetazo, ni azuza a un perro contra los calzones de estos golfos, para qué les sirven unos perros tan caros, importados, acaso pagamos para eso nuestras contribuciones, que por mi parte he dejado de pagar, se va a ir todo a la ruina, yo me voy al extranjero, a Brasil, o a España, o a Suiza, que tiene una neutralidad agradable, o donde sea, pero lejos de este país que me avergüenza, Tiene usted toda la razón, señor Lamberto, pero la guardia de que soy cabo tiene las manos atadas, qué vamos a hacer nosotros sin órdenes, fuimos acostumbrados a las órdenes y ahora no vienen aquellas a las que estábamos habituados, y a usted puedo decírselo, que es de confianza, el comandante general de la guardia está de acuerdo con los enemigos, bien sé que quebranto la disciplina al hablar así, pero quizá un día me asciendan a sargento, y entonces van a pagarlas todas juntas y con los réditos, se lo juro, señor Lamberto. Son amenazas de dientes para fuera, no son un remedio, pero alivian, y entretanto no olvidemos la gimnasia matinal, la instrucción de armas, Cómo encuentra mi corazón, doctor, Defectuoso, Menos mal.
En el mar interior del latifundio no cesa el ir y venir de las olas. Manuel Espada fue un día a hablar con Sigismundo Canastro, los dos buscaron a Antonio Maltiempo, los tres a Justo Canelas, tenemos que hablar, y después fue la vez de José Medronho, y cuando estuvieron seis estaba Pedro Calçâo, y éste fue el primero en hablar de todos. En la segunda reunión había cuatro voces más, dos de hombre, Joaquim Caroço y Manuel Martelo, y dos de mujer, Emilia Profeta y María Adelaida Espada, que es el nombre de su preferencia, y todos en secreto hablaron, y siendo preciso que alguien respondiera por el grupo, eligieron a Manuel Espada. En las dos semanas siguientes dieron los hombres, como quien no quiere la cosa, las vueltas precisas por las heredades y, de acuerdo con los ya conocidos métodos, dejaban caer aquí una consigna, allí otra, discutieron y sentaron el plan, tiene cada cual sus guerras, no llevemos a mal su vocabulario, y decidieron luego pasar a la segunda fase, que fue convocar a los capataces de las fincas donde aún se trabajaba y decir, noche era de aquel ardiente verano, Mañana, a las ocho, todos los jornaleros, estén donde estén, se montan en los carros y se dirigen a la finca de Mantas, vamos a ocuparla, y de acuerdo con los capataces, con quienes ya hemos hablado uno a uno, y avisados muchos de los que irían como soldados principales de esta batalla, fue cada uno a dormir su último sueño de prisión.
Este sol de justicia. Quema e inflama la gran sequedad de los rastrojos, este amarillo de hueso lavado o curtido de sementera vieja y requemada de calores excesivos y aguas destempladas. De todos los lugares de trabajo confluyen las máquinas, es el avance de los blindados, ay este lenguaje guerrero, quién lo puede olvidar, son tractores que avanzan, van lentamente, hay que establecer contacto con los que vienen de otros sitios, éstos ya han llegado, gritan de un lado y otro, y la columna se va engrosando, se hace más fuerte allí delante, van cargados los tractores, hay quien camina a pie, son los más jóvenes, para ellos es una fiesta, y llegan a la heredad de Mantas, hay aquí ciento cincuenta hombres arrancando corcho, se unen a los demás, y en cada finca que ocupan se queda un grupo de responsables, la columna la forman ya más de quinientos hombres y mujeres, seiscientos, no tardan en ser mil, es una romería, una peregrinación que rehace las vías del martirio, los pasos de este vía crucis.
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