José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Y entonces se empieza a hablar del primero de mayo, es conversación que todos los años se repite, pero ahora es un alborozo público, la gente se acuerda de que aún el año pasado andaba escondiéndose por ahí para combinar, organizar, era preciso volver constantemente al principio, ponerse en contacto con los de confianza, animar a los indecisos, tranquilizar a los temerosos, e incluso ahora hay quien no cree que la fiesta del primero

de mayo pueda hacerse a las claras como dicen los periódicos, cuando es grande la limosna hasta el pobre desconfía. No es ninguna limosna, dicen Sigismundo Canastro y Manuel Espada, se desdobla un diario de Lisboa, Aquí está escrito, el primero de mayo podrá ser celebrado libremente, es día

festivo en todo el país, Y los de la guardia, insisten los de buena memoria, La guardia esta vez se quedará viéndonos pasar, quién iba a decir que esto

iba a ocurrir un día, la guardia quieta y callada mientras tú gritas viva el primero de mayo.

Y como sobre lo que nos permiten tenemos que poner siempre lo que imaginamos, o no somos hombres merecedores del pan comido, empezaron a decir que todos debían extender colchas en la ventana, y poner flores, como si fuera el día de salir el Señor de los Pasos a la plaza, un poco más y se barrían las calles y se encalaban las fachadas, tan fáciles son de subir las escaleras de la alegría. Sin embargo, así son los dramas humanos, exageración es llamarles dramas, porque son sin duda perplejidades, ahora qué voy a hacer yo si en mi casa no hay colchas ni tengo jardines de claveles y rosas, de quién habrá sido la idea. Tiene María Adelaida parte en esta ansiedad, pero siendo joven y llena de esperanza le dice a su madre que algo tendrán que hacer, que no habiendo colcha hará un mantel sus veces, blanquísimo paño suspendido del postigo de la puerta, bandera de paz en el latifundio, hombre civil que por allí pasase habría de descubrirse con respeto, y siendo guardia o militar firmes y en saludo marcial prestarán homenaje ante la puerta de Manuel Espada, trabajador y buen hombre. Y no sean las flores vuestra preocupación, señora madre, que a la fuente del Amieiro iré a buscar de las silvestres que en este mes de mayo cubren valles y colinas, y estando los naranjos floridos, ramos de azahar traeré y así nuestra puerta será ventana adornada como mirador de un alcázar, menos que los otros no seremos, porque somos tanto.

Bajó entonces María Adelaida a la fuente, ni siquiera sabe por qué ha elegido este lugar, si como ella misma dijo están cubiertos de flores valles y colinas, va por el camino entre cercados, y hasta allí mismo le bastaría con tender la mano, pero no lo hace, son determinaciones antiguas que están en la sangre, flores sólo las recogidas en este fresco lugar, helechos abundantes, y más allá en un espacio de suelo liso donde da el sol de pleno, no-me-quie-res silvestres, flores que tienen el nombre cambiado desde que Antonio Maltiempo llevó un ramo a su sobrina María Adelaida el día de su nacimiento. Ya tiene una brazada de verdor, una constelación de soles de corazón amarillo, ahora volverá a subir el camino, irá cortando por encima del muro ramas floridas de naranjo, pero de repente le da un extraño quebranto, no sé qué siento, no es que esté enferma, nunca me he sentido tan bien, tan feliz, será del olor de este ramo apretado contra mi pecho, apretado, dulce violencia le hago, y él a mí. María Adelaida se sentó en el murete de la fuente, como si estuviera a la espera de alguien. Tenía el regazo lleno de flores, pero nadie apareció.

Son bonitas estas historias de fuentes encantadas, con moras danzando a la luz de la luna y cristianas asaltadas gimiendo sobre los helechos, quien no las aprecie es que ha perdido la llave de su propio corazón, es lo menos que se puede decir. Pero, pasado muy poco tiempo después de abril y mayo, vuelven al latifundio los rigores conocidos, no los de la guardia y la policía política, que ésta se acabó y aquélla vive dentro del puesto, mirando la calle por la ventana cerrada, o, cuando tiene que salir, y esto sólo por máxima obligación, va pegada a las casas, ni te vi ni te conozco. Rigores son los otros acostumbrados, dan ganas de volver atrás en este relato y repetir lo ya dicho, Estaba el trigo en la tierra y no lo segaron, no lo dejan segar, cosechas abandonadas, y cuando los hombres van a pedir trabajo, No hay trabajo, qué es esto, qué liberación fue ésta, se va a acabar la guerra de África y no se acaba esta del latifundio. Tanto se habló de mudanzas y esperanzas, salió la tropa de los cuarteles, se coronaron los cañones de rama de eucalipto y claveles encarnados, diga rojos, señora mía, diga rojos, que ahora ya se puede, andan ahí la radio y la televisión predicando democracias y otras igualdades, y yo quiero trabajar y no tengo dónde, quién me explica qué revolución es ésta. La guardia ya se despereza al sol, son como los gatos cuando afilan las uñas, al fin, la ley del latifundio siguen haciéndola los mismos para que sigan cumpliéndola los mismos, yo Manuel Espada, yo Antonio Maltiempo, yo Sigismundo Canastro, yo José Medronho el de la cicatriz en la cara, yo Gracinda Espada y mi hija María Adelaida que lloró cuando oyó gritar Viva Portugal, yo hombre o mujer del latifundio, heredero sólo de pertrechos de trabajo, si antes no se han gastado o partido, como partido y gastado me voy quedando yo, volvió la desolación a los campos del Alentejo, volverá a correr la sangre.

Al fin se está viendo quién tiene más fuerza, dice Norberto a Clariberto, si no les damos trabajo bastará con dejar pasar el tiempo lentamente y volverán a comer en nuestras manos, son palabras de desprecio y rencor de quien ha pasado por gran susto y durante un tiempo se mantuvo cerrado y manso en su concha doméstica, importunando a la mujer y a los parientes con las pavorosas noticias de revolución que llegaban de Lisboa, todo el gentío en las calles, manifestaciones por todo y nada, banderas, y la policía obligada a entregar las armas, pobrecillos, tan grande ofensa a los bríos de una corporación que tantos servicios había prestado y podría aún prestar, pero esto es como las olas del mar, no te enfrentes a ellas con el cuerpo rígido, parecería valor y es estupidez, encógete lo más que puedas y la ola pasará sin reparar en ti, se deslizó, no halló donde golpear, y ahora sí, has rebasado el punto de empuje, la espuma y la corriente, son términos de pescador, pero cuántas veces será necesario decir que el latifundio es un mar interior, con sus barracudas, pirañas, gigantescos pulpos, y si tienes trabajadores despídelos, quédate sólo con el hombre que anda con los puercos y las ovejas, y el guarda de la heredad, para que no pierdan el respeto.

Ya se sabe el destino de las mieses, está todo en el suelo, y se acerca el tiempo de sementera, qué hará Gilberto, vamos a preguntárselo a su casa, vivimos en un país libre y todos tenemos que presentar cuentas, Dígale a su amo que hay aquí unas personas que quieren saber lo que va a hacer, ya han caído las primeras aguas, es tiempo de sembrar, y habiendo ido la criada a saber la respuesta nos quedamos en la puerta, que no nos han mandado entrar, y vuelve la criada con malos modos, ojalá no sea ésta la Amelia Maltiempo de que en este relato ya se ha hablado, y dice, El señor me manda decir que eso no les importa, la tierra es suya, y que si vuelven a aparecer manda llamar a la guardia, y apenas acaba de decirlo nos da con la puerta en las narices, ni a un vagabundo se le trataría así, porque de vagabundos con navaja escondida tienen éstos un miedo que se pelan. No vale la pena preguntar más, Gilberto no siembra, Norberto no siembra, y si alguno de otro nombre siembra es por temor de que venga por ahí la tropa preguntando, A ver qué pasa, pero hay otras maneras de matar estas moscas, decir que bueno, mostrar sonrisas y apariencia de buena voluntad, vaya, claro que sí, no faltaba más, y hacer lo contrario, afilar la intriga, se saca el dinero del banco y se manda al extranjero, que sobran los que de eso se encarguen con el pago de una comisión razonable, o se disponen unos escondrijos en el coche, la frontera cierra los ojos, pobrecillos, no van a perder tiempo rastreando bajo el coche, no son unos chiquillos, o desmontando los guardabarros, son funcionarios meritorios, tienen que mantener limpio el uniforme, y así van cinco millones, o diez, o veinte, o las joyas de la familia, las platas y los oros, lo que quiera, sin ceremonia. Brutos sin remedio fueron aquellos jornaleros que viendo el olivar cargado de aceituna, negra y madurita, brillante, como si ya el aceite estuviera rezumando, fueron a recogerla tras mucho pensar y decidir, cómo es, qué vamos a hacer, apartaron el jornal que les correspondía según los salarios de la época y fueron a entregar el resto al amo, Quién les ha dado permiso, qué pena que no pasara por allí la guardia, se llevarían un tiro para que aprendieran a no meterse donde no los llaman, Patrón, estaba el olivar a punto para la recogida, esperar más tiempo era perderlo todo, ahí está la aceituna que sobró de nuestro jornal, es más que la que apartamos para nosotros, es fácil hacer las cuentas, Pero yo no he dado autorización, ni la daría aunque me la pidieran, Lo decidimos nosotros. Fue éste un caso, señal de las mudanzas de los tiempos, pero cómo se iba a salvar el fruto de la tierra si Adalberto mandó que pasaran las máquinas por encima de la mies, si Angilberto metió el ganado en los sembrados, si Ansberto prendió fuego al trigo, tanto pan perdido, tanta hambre agravada.

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