Los hombres están hechos de tal modo que incluso cuando mienten dicen otra verdad, y si por el contrario es la verdad lo que quieren lanzar de dientes para fuera, siempre va con ella una forma de mentir, aunque no sea con intención. Por eso nunca llegaríamos al final si nos pusiéramos a discutir lo que hay de verdad y de mentira en las historias venatorias de Antonio Maltiempo, basta que sepamos y tengamos la hombría de reconocer que cuanto en ellas se dice puede tocarse con los dedos, sea la liebre o el conejo después de cazados, el trabuco, que los hay aún, la pólvora, que es barata, las tachuelas con que se hierra la pobreza de los malcalzados, la bota que es testigo, la pimienta que es milagrosa desde la India, la piedra que es lo que no falta, el periódico que mejor lo saben leer las liebres que los hombres, y Antonio Maltiempo que está aquí, contador de historias, no existirían las historias si no existiese quien las cuenta.
Ya he contado una, ya he contado dos, vamos ahora por la tercera, tres fue la cuenta que Dios hizo, el padre, el hijo y el espíritu santo de la oreja por donde quedó atrapado el conejo en este caso excelente que voy a contar, Así no tiene gracia, si sabemos ya el final de la historia, Y qué importancia tiene eso, también el fin de los hombres es morir y lo mejor de ellos es la vida contada y por contar, Vamos, y cuente lo del conejo, Tenía yo el mismo trabuco, tanto me habitué a él que me daban ganas de reír esas escopetas de dos cañones, o de cuatro, armas de guerra que debían estar prohibidas, Por qué, No le parece que es mucho más bonito que cargue uno el arma por la boca, echándole la pólvora y midiendo el plomo, cuando lo hay, tranquilamente, y ver pasar la caza y decirse uno para sus entretelas, bueno, por esta vez escapaste, se siente uno lleno de amistad hacia el animal de pluma o pelo que se aleja, es cuestión de creer en el destino, aún no le había llegado la hora, Es una manera particular de ver las cosas, y luego, Luego, no, antes, ocurrió que tampoco en esta ocasión tenía dinero para los perdigones, Hombre, usted no tenía dinero nunca, De qué se asombra, acaso a usted no le ha faltado nunca, Bueno, no nos salgamos del tema, de mis necesidades sé muy bien, siga usted, Pues estaba sin dinero para plomo pero tenía una bola de acero, de esas que vienen en los cojinetes, la encontré en los desechos de un taller, y entonces apliqué la misma receta, pero esta vez sin árbol, el árbol era sólo para las tachuelas, A ver, explíquemelo mejor, Pensé que una bola de acero bien apuntada sería como una bala, ni destruía la carne del animal ni le estragaba la piel, es sólo cuestión de puntería, y de eso, no es por alabarme, tenía yo de sobra, Y luego, Luego fui al campo, a un sitio que ya conocía, un terreno arenoso por donde solía andar un conejo del tamaño de un cabrito, era el padre de los conejos, de verdad, a la que nunca vi fue a la madre, nunca sale del cubil, que es tan hondo como la sima de Ponte Cava, se mete tierra adentro y nadie sabe dónde acaba, Está bien, pero eso es otra historia, Está equivocado, es todo la misma historia, lo que pasa es que no tengo tiempo para contarla, Y luego, Luego, el conejo ya me había hecho otras veces alguna mala jugada, que tenía un arte especial para ocultarse apenas levantaba yo el trabuco, las veces que iba cargado con plomo, Entonces no le importaba estropearle la piel, A un conejo de ese tamaño, igual da, Pero acaba de decirme usted, Mire, así no puedo seguir contando, Está bien, continúe, Esperé, esperé, pasó una hora, pasaron dos, y a las tantas aparece el animal a saltitos, es un decir porque los saltos eran como de un cabrito, como ya he dicho, y en un momento en que iba por el aire me imaginé que era una perdiz, y pum, fuego, Y lo mató, No señor, el conejo sacudió las orejas antes de caer al suelo, acabó el salto, dio otro, otro más, y yo desarmado, y echó a correr todo recto contra un cercado, volvió a dar un salto, de esos largos, parecía que iba a volar sobre el cercado, esto lejos como de aquí a ahí, y qué veo, Qué fue, El conejo preso, perneando, parecía como si alguien lo estuviera agarrando por una oreja, y entonces me acerqué y lo vi todo, Hombre, no se quede usted tanto tiempo callado, que me pica la curiosidad, Usted es también como las liebres, Déjese de bromas y cuente el resto, Ocurrió que habían estado por allí arreglando el cercado y pusieron alambre con unas púas de hierro del tamaño de este dedo, y como la bola había perforado la oreja del conejo, se quedó el animal enganchado por la oreja agujereada en una púa, imagínese, Entonces lo soltó, le dio un golpe detrás de las orejas, No señor, lo saqué de allí y dejé que se fuera, No me diga, Digo, acertarle en la oreja no fue puntería, fue casualidad, y suerte, y el padre de los conejos no podía morir por una casualidad, Gran historia es ésta, Son todo verdades, como verdad fue que anduvieran aquella noche los conejos danzando hasta la madrugada, era luna llena, Y por qué, Estaban contentos porque el padre de los conejos había escapado, Los vio usted, No los vi, pero los soñé.
Así es. El pez muere por la boca cuando, de tan pequeño en el anzuelo y triste en la sartén, no lo devuelve el hombre al agua, acto que no se sabe si es de compasión por la infancia o de proyección del interés futuro, crece y aparece, pero al padre de los conejos, que seguro que ya no iba a crecer más, lo salvó la honradez de Antonio Maltiempo que, muy capaz de inventar buenas historias, no inventó otra mejor, teniendo en cuenta que más difícil era acertar en la oreja que en el resto del cuerpo, cuando muy bien sabe, y en el silencio del latifundio pronto confesó, ya los ecos de los disparos se habían apagado en los rastrojos, que no tendría paz de conciencia para pasarse el resto de su vida recordando el ojo colérico y dilatado del conejo al verlo aproximarse al cercado.
El latifundio es un campo cercado de púas, y en cada una de ellas hay un conejo perneando, con la oreja perforada, no por obra de un tiro, sino de nacimiento, y se quedan allí toda la vida, labran el suelo con las uñas, lo estercolan con sus propios excrementos, y si alguna hierba hay la comen hasta donde el diente puede llegar, con el hocico bien rastrero pegado al suelo, mientras a su alrededor andan pasos de cazadores, muero, no muero. Un día, Antonio Maltiempo se soltó de la alambrada y atravesó la frontera, lo hizo durante cinco años, una vez en cada uno, fue por tierras de Francia, norte de Francia, Normandía, pero iba llevado por la oreja, enhebrado al agujero de la necesidad, cierto es que no se había casado ni tenía hijos pidiéndole pan, pero el padre no estaba bien de salud, consecuencias de la cárcel, no lo mataron, pero lo molieron bien molido, y en Monte Lavre lo que mandaba era el paro, al menos en Francia el trabajo estaba garantizado y era bueno el pago en comparación con la medida del latifundio, en un mes, o poco más, se sacaban quince o dieciséis mil, una fortuna. Lo era, pero en llegando a Monte Lavre se le iba la mayor parte en pagar atrasos y la menor en guardar para el futuro.
Y Francia, qué es. Francia es un campo infinito de remolachas en el que se trabaja en binar dieciséis horas al día, o diecisiete, es un decir, porque siendo tantas son todas las del día y no pocas de la noche. Francia es una familia de normandos que ve que le entran por la puerta tres animales ibéricos, dos portugueses y un español de Andalucía, para más detalle, Antonio Maltiempo y Carolino da Avó, de Monte Lavre, y Miguel Hernández, de Fuente Palmera, éste sabe unas cuantas palabras de francés, ciencia de emigrante, y con ellas dice que están allí los tres contratados. Francia es un pajar de poco resguardo para el poco dormir y un plato de patatas, es una tierra donde misteriosamente no hay domingos ni días santos. Francia es un derrengarse los riñones, dos cuchillos clavados aquí y aquí, una aflicción de cruces martirizadas, una crucifixión en un pedazo de tierra. Francia es para verla con los ojos a cuatro palmos del tallo de remolacha, son de remolacha los bosques y los horizontes de Francia, no tiene nada más salvo eso. Francia es este desprecio, este mirar y hablar a modo de burla. Francia es el gendarme que viene a comprobar los papeles, línea a línea, comparando e interrogando, alejado tres pasos por causa del hedor. Francia es una desconfianza que está siempre de centinela, es un vigilar incansable, es un normando que va a inspeccionar el trabajo hecho y asienta el pie como si nos pisara las manos adrede. Francia es ser maltratado en alimento y aseo, nada que se pueda comparar con los caballos de la ferme, que son gordos, culones y soberbios. Francia es un cercado de alambre de espino con conejos ensartados por las orejas como peces en un junco, ya hasta el aire falta, y Carolino da Avó es el que menos aguanta, doblado por la cintura y flojo como una navaja a la que de pronto se le ha roto el muelle, y tiene el filo romo, la punta partida, para el próximo año no vuelve. Francia son largos viajes en tren, una gran tristeza, un montón de billetes atados con un cordel y los celos estúpidos de quien se quedó y murmura ahora de quien fue, Está rico, son las envidias del pobre, lo mal que se quieren unos a otros por motivo de intereses.
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