Son rebaños de mal andar. Están en tierras de Berto, van a tierras de Berto, es una suposición generalizadora y un modo inadecuado de contar, pues de Adalberto se trata y no de otro, y en ese tránsito pasan por tierras de Norberto, y mientras pasan comen, que esto de ovejas no es jauría de perros a la que se pueda poner bozales, y si fuese práctica y lo admitieran las ovejas, no los pondría el pastor, o no valdría la pena la correría, aunque quizá deba añadirse otra hipótesis, que es que el pastor finja, en casos en que no tiene la disculpa de ir de una tierra a otra, haberse perdido y pasar los linderos cuando el buen arte está en aprovechar los límites y dar a estas incursiones un aire de acabada naturalidad, de inocencia evidentemente ofendida por injustas sospechas, ni me di cuenta, venía andando con el ganado, estaré ciego, corté derecho, creía que estaba todavía en las tierras de mi amo, fue eso y nada más. Estará el pastor en connivencia, proponen los más apresurados, y no les falta razón, no señores, pero son estos casos de mayor sutileza, y lo primero que habría que averiguar es si en el acto irregularísimo no estará el pastor pensando más en la barriga de sus ovejas que en los intereses del patrón Berto o encubierto. Y apuntado esto para que no quede fuera cualquier eventualidad, volvamos a la historia, a las seiscientas ovejas que retozando vienen, amparadas por pastor, ayudadores y canes, y nosotros que somos de ciudad a esta sombra nos acogemos, admirable es ver el ganado derramándose por la costanera, o en suelo llano, qué serenidad, lejos de las malsanas aglomeraciones urbanas, del tumulto desenfrenado de las metrópolis, Empezad, musas mías, empezad el canto bucólico, y tenemos la suerte de que el rebaño venga hacia acá, así podremos saborear el episodio desde el inicio, ojalá no nos muerdan los perros.
Quiso el destino en este día que saliera Adalberto de paseo en su automóvil a dar una vuelta campestre y propietaria por las heredades, es sabido que el amor a la naturaleza necesita a veces estas expansiones, y si el vehículo no puede meterse entre matojos, por trochas y vericuetos, en todo caso tiene suficiente libertad de andar porque, con maña de volante y paciencia de muelles, bastan los caminos carreteros, lo que hay que hacer es no andar con prisas. Va solo Adalberto para mejor estimar la soledad rural, el canto de los pajarillos, aunque el motor del vehículo turbe la calma, pero todo es cuestión de saber integrar lo antiguo y lo moderno, no quedarse prendido de placeres pasados, el trotecillo suelto del caballo tirando del tílburi, y, de perfil, el sombrero campero bajo el ondular elástico del látigo que de vez en cuando acaricia la grupa del trotador, no es preciso más, él entiende. Son bellezas del latifundio que apenas se ven ya, porque un caballo cuesta una fortuna, come incluso cuando no trabaja, bien sabemos que el caballo es más distinguido, tiene reminiscencias feudales, pero los tiempos cambian, qué le vamos a hacer, y verdaderamente con el coche hay otra limpieza, deja a la gente boquiabierta y ahorra familiaridades, venga que se hace tarde.
Hoy, sin embargo, va Adalberto remansado, dibujando vagorosas curvas, displicente el codo en la ventanilla abierta, toda esta tierra es mía desde Lamberto, aunque no toda la que de Lamberto fue, sería otra buena historia la del partir, repartir, juntar y añadir, pero ya nos falta tiempo, ojalá hubiéramos empezado antes, ahora asoma Adalberto entre los árboles, brillan los pulimentos y cromados al sol, y de repente se detiene, Nos habrá visto, mejor es que empecemos a bajar por este lado, así evitaremos preguntas, soy hombre pacífico y respetuoso con la propiedad, y cuando nos volvemos para ver si nos sigue y viene cerca el furibundo Adalberto, vemos con asombro que sale del coche mira con airado semblante el cachazudo rebaño que ni caso le hace, como tampoco lo hizo de nosotros, ni siquiera los perros, que andan olfateando conejos, y luego, con un gesto de amenaza vuelve al automóvil, da media vuelta, a sacudidas, por malicia del terreno, y desaparece entre una nube de polvo, como dicen que es costumbre en las novelas. De aquí ya no nos movemos porque algo va a ocurrir, por qué se habrá marchado el hombre, esto es un rebaño de ovejas no una tropa de leones, pero los motivos quien los conoce es Adalberto, ahora en magnífica carrera directo a Monte Lavre, a buscar refuerzos, cuyos son la guardia que en esta misma hora se muere de tedio en el puesto, tiene esto el latifundio, alterna grandes agitaciones y grandes pausas adormecidas, al fin y al cabo así es el destino de quien militarmente vive, para eso se hacen maniobras y ejercicios, pero, nuestro cabo, ni tanto ni tan poco.
Ya se apea Adalberto a la puerta del puesto de la guardia, es una nube de polvo, y aunque el cuerpo le pese por la edad y otros excesos, entra ligero, el espacio no es holgado pero aun así permitió sin demasiado embarazo el paso y la consignada operación de entrar y salir en el tiempo de los treinta y tres escudos, han de acordarse, y cuando sale lleva compañía, es el cabo Tacabo y un número, se meten en el coche, Dios santo, doña María, adonde irá la guardia con esas prisas, no lo saben las viejas del poyo de la puerta, pero sí lo sabemos nosotros, vienen aquí al rebaño que paciendo está, mientras el mayoral descansa bajo una encina y los ayudantes dan la vuelta para amparar a los ovinos, con refuerzo de los perros, es maniobra de baja estrategia, pero tiene su aquel, mantener un rebaño tan grande pastando junto, sin excesos de apertura, hasta a una oveja le gusta respirar con amplitud, Y ahora, mientras Adalberto llega, una cosa me preocupa, ese entendimiento perfecto entre el latifundio y la guardia, por qué será, Simplicidad suya, o distracción, estar en este punto del relato y tener dudas todavía, o será quizá astucia o artificio de retórica, efecto de repetición, pero, sea lo que fuere, hasta un chiquillo sabe que la guardia está aquí para guardar el latifundio, Guardarlo de qué, si él no huye, De los peligros de robo, saqueo y perversidades varias, que esta gente de la que venimos hablando es de mala casta, imagine, unos miserables que en toda su vida y en la vida de sus padres y de los abuelos y de los padres de los abuelos no han hecho más que pasar hambre, cómo no han de codiciar los bienes ajenos, Y eso es malo, la codicia, Es lo peor que hay, Se está burlando de mí, Sí, lo estoy, pero hay por ahí quien tome muy en serio que esta caterva de rústicos quiere robar las tierras, las santísimas propiedades que de lejos vienen, y entonces se puso aquí a la guardia para mantenerlos en orden, aquí nadie mueve un dedo, Y a la guardia le gusta esto, A la guardia le gusta, la guardia tiene sus compensaciones, uniforme, bota, carabina, autoridad para usar y abusar, y la gratitud de los latifundistas, voy a darle un ejemplo, por esta operación militar extraordinaria, el cabo Tacabo recibirá unas decenas de litros de aceite, unos carros de leña, y el guardia, si el otro recibe setenta, recibirá un poco menos, por cuestión de jerarquía, pero se llevará sus treinta o cuarenta, en eso el latifundio es muy cumplidor, nunca queda a deber lo que le hacen, y la guardia, además, es fácil de contentar, imagino lo que pasará en Lisboa a puerta cerrada, Son casos tristes, No se ponga a llorar, entonces qué haría si viniera de lejos con un saco de astillas a cuestas, tras el desmate, cargado y jadeando como un animal de carga, y le sale un guardia al camino, apuntándole con el arma, manos arriba, qué es lo que llevas ahí, y responder, vengo de tal sitio y tal otro, y ellos van a ver si es verdad, y si no lo es, que Dios le ayude, Mejor José Gato, al menos ése, Mejor José Gato, pero lo malo es encontrarse un poco más adelante con una carrada de seis o setecientos o mil kilos de leña bien serrada e igualada para los guardias, oferta del latifundio en paga de sus buenos y leales servicios, Hay gente que se vende por muy poco, Venderse por poco o por mucho no es diferente, lo malo no está en que sea por un céntimo o por un millón.
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