José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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A veces, una persona se pone a leer la historia de esta tierra portuguesa y hay despropósitos que nos hacen sonreír, esto es lo menos que se puede decir, mejor estaría aquí la risa declarada, y no es para ofender, cada uno hace lo que puede o le ordena la jerarquía, y si mucho de bueno y digno de alabanza hubo en que doña Filipa de Vilhena armara a sus hijos caballeros para ir a combatir por la restauración de la patria, qué diremos de Manuel Espada, que sin caballería alguna dice, Aquí estoy, y no lo mandó su madre, que está muerta, sino su propia voluntad de hombre. No faltó a aquella doña Filipa quien le cantara y contase los aplausos, él fue Joâo Pinto Ribeiro, él fue el conde de Ericeira, él fue Vicente Gusmâo Soares, él fue Garrett, y hasta Vieira Portuguense hizo su pinturilla de la dama, pero Manuel Espada y Sigismundo Canastro no tienen quien los cante y apadrine, es una conversación entre dos hombres, ya han dicho lo que tenían que decir y ahora cada cual va a su vida, sólo faltaría que tuvieran beneficio de cháchara y cincel, para este caso, este narrador es suficiente.

Sobre todo cuando mucho conviene a la inteligencia de estos casos dar otra vuelta pausada por el latifundio, sin objeto especial y preconcebido, coger una piedrecilla y una rama y darles el nombre que tienen, y lo mismo a los animales y por qué, y, como de este lado se oyen tiros, qué será, empecemos por aquí mismo, véase la coincidencia, es el camino que llevó José Calmedo cuando detuvo a Juan Maltiempo, parece como si el latifundio fuese minifundio, tan fácil es que las personas encuentren donde antes estuvieron. Es verdad que por aquí pasamos en ocasión menos ruidosa, allí están las ruinas de la aceña, y allá arriba, invisible, el horno del tejar, pero no hay que temer nada de los tiros, son tiros de puntería alta, qué será, qué no será, es tiro de bala, obra fina, nada de esas perdigonadas que sólo dan para caza de cinturón, éstos son otros cantares.

Paró ahora el fuego, podemos pasar sin temor, pero del sitio donde disparaban baja un hombre que por el trato y modo es del pueblo común y atraviesa el valle, esta lisura oscurísima de tierra, pasa por un puentecillo de antepecho bajo, el río es tan sólo un arroyuelo de tres pasos, y empieza a subir por este lado, mato espinoso donde sólo un mal carril serpentea, hasta perderse, Qué irá a hacer allí aquel hombre, sin azada ni azadón, sin hacha ni podadera, sentémonos aquí a descansar mientras él sube, forzosamente ha de bajar y entonces lo sabremos, Esto está muy abandonado, fue lo que dijo, Sí que está, y no se crea que el caminillo que va entre los zarzales servirá de mucho al lacayo que ha pasado, Es un lacayo, Sí señor, es un lacayo, Pero no lleva librea, Eso de la librea eran costumbres antiguas, del tiempo de la condesa que armó a sus hijos caballeros, no sé si la conoce, estos lacayos de ahora visten como cualquiera de nosotros, no como el señor, que es de la ciudad, aquí la gente sólo los distingue por los actos, Pero por qué dice que no va a servirle de mucho el caminillo, Porque lo que él va a buscar está fuera del sendero, y no puede dar la vuelta, todavía sería peor, tiene que ir derecho, ésas son las órdenes que tiene, lleva un cayado para abrirse paso en los zarzales, es como si no llevara nada, Y por qué hace eso, Porque es lacayo, y será tanto más estimado cuanto más arañado vuelva dentro de poco, También aquí se usa eso, También, pero volviendo a lo que hablábamos, le decía yo que esto está hecho un abandono, mire que no fue siempre así, puede creerlo, hubo un tiempo en que las huertas se extendían hasta allá al fondo, la tierra es buena, y no faltan fuentes por aquí, sin hablar ya del río, Entonces, cómo se ha llegado a este desierto, Bueno, sucedió que el padre de los amos de esto, aquellos que estaban dando tiros, tanto anduvo que acabó por tomar posesión de este sitio todo, lo de siempre, había aquí unos pequeños agricultores, tenían sus dificultades de dinero, y entonces él, ni me acuerdo ya de cómo se llamaba, era Gilberto, o Adalberto, o Norberto, o algo así, les prestaba dinero, luego no le podían pagar, fueron malos años, y él se iba quedando con todo, Parece imposible, No parece nada imposible, siempre se ha hecho así en el latifundio, el latifundio es como las mulas que tienen querencia por morder a las que van al lado, Mucho me cuenta, No crea, si le contara mucho, nos quedaríamos el resto de la vida charlando, y la historia debería continuar hasta nuestros nietos, no sé si usted los tiene, pero atención que ahí viene el lacayo, vamos tras él.

El ruido era de algo pesado, con arrastrar de pies y grandes resbalones por la cuesta, una vez cayó y fue rodando hasta allí abajo, con riesgo de matarse, Qué lleva a cuestas, Es un bidón, el bidón es el blanco de que se sirven los dueños de esto y del lacayo, Pero la esclavitud se ha acabado ya, Eso es lo que usted cree, Pero cómo una persona se presta a esto, Pregúnteselo a él, Claro que se lo pregunto, oiga, amigo, qué es lo que lleva a cuestas, Es un bidón, Pero está lleno de agujeros, no sirve para agua o cualquier líquido, acaso lo quiere llenar de piedras, Es el blanco de mis amos Alberto y Angilberto, ellos disparan, yo voy a buscar el bidón para contar si han acertado o no, y luego vuelvo a ponerlo en el mismo sitio, y cuando el bidón está ya hecho una criba, llevo otro, y así, Y usted acepta esto. El mundo está de tal forma que ni se puede conversar, aparecen del otro lado Alberto y Angilberto gritando impacientes por el exagerado retraso, dentro de poco llegará la tarde y todavía tenemos dos cajas de balas, van a echarle una bronca al lacayo, y el pobre hombre atraviesa la vaguada a trote corto, pasa el puente, el bidón es una enorme corcova herrumbrosa, y ahora, al subir la cuesta de enfrente lo que se ve desde aquí no es un hombre, es un escarabajo, Bueno, sigue usted pensando que la esclavitud se ha acabado, Parece imposible, Qué manía, qué sabe usted de las imposibilidades, Estoy tratando de aprender, Pues oiga sólo ésta, a la orilla derecha del río, pasado el viaducto, hay unas terrazas que van hasta los cabezos, lo ve, pues bien, los tiradores que usted ha visto vendieron esas tierras a unos pequeños agricultores, y si fueran hombres puros, como deberían, habrían vendido hasta la orilla del río, pero no señor, se quedaron con diez, veinte metros, y entonces los campesinos que quisieron tener agua tuvieron que cavar pozos, qué le parece, Me parece imposible, Realmente, parece imposible, es lo mismo que si usted tuviera sed y yo tuviera un vaso de agua y se lo negara, y si quiere usted agua, cave el suelo con las uñas mientras yo vacío mi vaso y me entretengo viendo correr el agua, Hasta un perro puede acerarse a beber a la orilla, y los campesinos no, En fin veo que ha empezado a entender algo, mire, ya viene otra vez el lacayo con un bidón nuevo, Se ve que sus amos han tenido buena puntería, Sí señor, pero me han preguntado que quiénes son ustedes, y les dije que no lo sabía, y ellos dicen que si no se largan en seguida llaman a la guardia. Se fueron los dos paseantes, la amenaza tiene su peso y el argumento su autoridad, invasión de la propiedad ajena, aunque no esté vallada, será un delito serio si el guardia está de malas, de nada les va a servir argumentar que no conocen los linderos, aquí, por ejemplo, no habiendo servidumbre de paso, pueden decir que han tenido suerte de no llevarse un tiro, Con decir que era una bala perdida, se acaba la historia, eso es lo que estaban pidiendo esos dos, hermano Alberto.

Pero hay ocasiones en las que sería justo que sobre el latifundio resonara una gran carcajada si tuviéramos ganas de diversión, aunque no sé si nos valdría la pena, tan habitual es que la gente se ría y a continuación sienta ganas de llorar o dar un grito de rabia que se oiga hasta en el cielo, qué cielo ni qué mierda, más cerca está el cura Agamedes y no oye, o se hace el sordo, un grito que se oyera en toda la tierra, a ver si nos escuchaban hombres y venían hasta nosotros, pero quizá no nos oigan porque también ellos están gritando. Relátese el caso entretanto y ría quien pueda, sobre todo teniendo en cuenta que para esto nos sirve la guardia, no para que nos riamos de ella, Dios Nuestro Señor nos libre de la tentación, sino para ser llamada y mandada, y si bien es verdad que la mayor parte de las veces quien la manda y llama es el gobernador civil u otras oficiales entidades, también el latifundio tiene sobre ella gran poder y autoridad, como se verá por el excelente relato en el que intervienen Adalberto, un pastor, dos ayudantes, tres perros, seiscientas ovejas, un jeep, una patrulla de guardias republicanos, por no exagerar diciendo que era un destacamento, con las carabinas de reglamento, paso ordinario, marchen.

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