Entretanto, allá en lo alto, los miradores del cielo están desiertos, los ángeles duermen la siesta, de Jehová y de sus iras restantes no quedaron noticias que en el entendimiento humano se hayan manifestado, y no consta que los pirotécnicos celestiales hayan sido llamados para concebir, componer y lanzar cualquier nueva estrella que brille, durante tres días y tres noches, sobre la casa arruinada donde viven Gracinda Maltiempo y su marido Manuel Espada, y ahora, además, la primera hija de ambos, María Adelaida, que éste es el nombre que tendrá. Y, con todo, estamos en una tierra en la que no faltan pastores, unos que lo fueron en sus tiempos de puericia, otros que lo siguen siendo y no serán ya otra cosa hasta que mueran. Y son grandes estos rebaños, uno vimos que tenía seiscientas ovejas, y están también las piaras de cerdos, pero este animal no es propio para belenes navideños, le falta esa apariencia airosa que el borrego tiene, la piel felpuda, la caricia de la lana, mi amor, dónde has puesto el ovillo, con animales así se pueden componer adoraciones, pero con el puerco, perdida la gracia de cuando nace, aquel aire suyo de caramelo color rosa, pronto se torna trompudo y hediondo, amador de la pocilga, sólo sublime en la carne que dará. En cuanto a los bueyes, andan trabajando, no son tantos en el latifundio que sobren para adoraciones tardías, y los burros, bajo las albardas no hay más que mataduras, los moscardones zumban excitados por la sangre, mientras en casa de Manuel Espada, sobre Gracinda Maltiempo con su olor de mujer recién parida, revolotean febriles las moscas, Écheme fuera ese mosquerío, dice la vieja Belisaria, o ni eso, tan habituada está a esta corona de ángeles alados y zumbadores cada vez que es verano y va a un parto.
No obstante, hay milagros. La recién nacida está tendida sobre la sábana, la golpearon en cuanto vino al mundo y ni de tanto precisaba porque en su garganta voluntariamente se estaba ya formando el primer grito de su vida, y ha de gritar otros que hoy ni se imaginarán posibles, y llora, sin lágrimas, es un fruncir de párpados, una carantoña que podría asustar a un habitante de Marte y, sin embargo, nos debería hacer llorar a nosotros sin parar, y como es día de cálida y clara luz y la puerta está abierta, cae sobre este lado de la sábana una luminosidad reflejada, no nos cuidemos de saber de dónde, y Faustina Maltiempo, tan sorda que ya ni oye llorar a la nieta, es la primera que le ve los ojos, y son azules, azules como los de Juan Maltiempo, dos gotas de agua bañadas de cielo, dos pétalos redondos de hortensia, pero ninguna de estas vulgares comparaciones sirve, son decir de quien no sabe inventar nada mejor, ninguna comparación podría servir, aunque en el ejercicio de ellas se esfuercen los enamorados de la dama de estos ojos, que son azules, no aguados ni celestes, ni de capricho botánico, ni de forja subterránea, azules intensos y brillantes, como los de Juan Maltiempo cuando él llegue haremos la comparación entonces podremos saber al fin de qué azul se trata. En este momento sólo Faustina Maltiempo lo sabe, y por eso puede proclamar, Tiene los ojos del abuelo, y entonces las otras dos mujeres, Belisaria ofendida en sus primeros derechos de partera Gracinda Maltiempo celosa loba de su lobezna, una y otra quieren ver, pero Belisaria abusa y mira con toda calma, por eso Gracinda Maltiempo es la última, no importa, tiene tiempo de quedar atada por la punta de los senos a aquella boca chupadora, tiene tiempo de olvidarse de contemplar aquellos ojos azulísimos mientras la leche le va manando del pecho, aquí bajo estas tejas mal unidas, en medio del campo, debajo de una encina, de pie cuando no pueda ya permanecer sentada, de prisa cuando no pueda lentamente, lo poco y lo mucho de este pecho, de esta vida, de esta blanca sangre que de la otra, roja, se va formando.
Entonces vinieron los tres reyes magos. El primero fue Juan Maltiempo, vino por su pie, había aún luz del día, para él no sería precisa ninguna estrella, y si no llegó antes fue sólo por cuestiones de pudor masculino, bien podría haber asistido al parto si tales cosas se usaran en aquel tiempo y en este lugar, qué mal sería el ver parir a su propia hija, pero no puede ser, no faltarían murmuraciones, queden estas ideas para el futuro. Llegó temprano porque está en paro, anduvo cavando un pedazo de tierra que le dieron para arreglar, y cuando entró en casa no vio a la mujer, pero la vecina le dijo que era abuelo de una niña, y él quedó satisfecho, pero no tanto como sería de esperar, prefería un hombre, en general se prefieren hombres, y entonces volvió a salir de casa, va con su paso balanceado entre dos dolores, uno para aquí, otro para allá, la antigua punzada de las grandes cargas carboneando y el quebranto sordo de la estatua, parece un marinero de altura que acaba de desembarcar y se asombra ante la inmovilidad del suelo que pisa, o es como si viajara en la corcova de un camello, navío del desierto, y esta comparación dibuja exactamente el cuadro porque, siendo Juan Maltiempo el primer rey mago, justo es que viaje conforme condición y tradición, los otros que vengan como puedan, y de ofrendas no hablemos, a no ser que sea recibida como ofrenda esta arca de sufrimiento que Juan Maltiempo lleva en su corazón, cincuenta años de padecer, oro ninguno, incienso es humo de iglesia, padre Agamedes, y si de mirra vamos a hablar, no faltan muertos por el camino. Es poco, y malo, para llevar a quien acaba de nacer, pero estos braceros sólo pueden elegir entre lo que les fue permitido, sudor cuanto sea preciso, alegría no más que esta sonrisa de pocos dientes, y tierra, la necesaria para comerles los huesos, que la otra hace falta a otras agriculturas.
Va pues Juan Maltiempo con las manos vacías, pero de camino recuerda que ha nacido su primer nieto, y de un seto florido arranca un geranio, un tallo lleno de nudos, este olor de casa pobre, y es bonito ver al rey mago en lo alto de su camello con gualdrapa de oro y carmesí, inclinarse Juan Maltiempo a la humildad de coger una flor de jardinera ni siquiera mandó a un esclavo de los muchos que le acompañan y sirven, véanse estos grandes ejemplos. Y cuando llega Juan Maltiempo a la puerta de la casa de su hija, parece como si el camello conociera sus obligaciones, dobladas las rodillas el animal facilita el descenso de este señor de los latifundios, mientras toda la guarnición del puesto de la guardia republicana presenta armas, aunque el cabo Tacabo tenga sus dudas sobre el derecho a que anden animales de tal porte y complexión por la vía pública. Son fantasías nacidas del sol violento, ya quebrado en el cielo pero que recuece aún todas las piedras del camino, calientes como si hubiesen sido acabadas de parir por la tierra, Mi querida hija, y es entonces cuando Juan Maltiempo ve que sus ojos son inmortales, están allí después de una larga peregrinación, ni él conoce lo más distante de ella, de dónde vienen, cómo fue, le basta que en Monte Lavre no haya otros así, tanto en su familia como fuera de ella, los hijos de mi hija mis nietos son, los de mi hijo lo serán o no, nadie se libra de las malicias populares, pero de éstos nadie puede dudar, mírenme bien, miren estos ojos azules, y vean ahora los de mi nieta, que va a llamarse María Adelaida y es el vivo retrato de aquella abuela suya de hace más de quinientos años, más estos ojos que le vienen de su abuelo, el extranjero violador de doncellas. Todas estas familias tienen sus fábulas, algunas ni lo saben, como esta de los Maltiempo, que bien la pueden agradecer al narrador.
El segundo rey mago llegó ya con noche cerrada. Venía del trabajo, no había luz en la casa, el fuego apagado, de puchero lleno ni rastro, entonces le dio el corazón un salto y luego otro cuando le dijo la misma vecina, Tu hermana acaba de tener una niña, tu padre y tu madre están en su casa, ahora ya se sabe que el niño nacido es niña y tiene los ojos azules, saberlo es una distracción para Monte Lavre, pero la vecina nada le dice sobre el último punto, es una buena mujer que cree que las sorpresas tienen su lugar y su momento, qué gracia tendría decirle a Antonio Maltiempo, Tu sobrina tiene los ojos azules, así él con sus propios ojos castaños verá y hará la fiesta de haber visto. Ya está la guardia recogida en el puesto, nadie espera para presentar armas a Antonio Maltiempo, era lo que faltaba, loco es quien lo haya creído, pero es en carne y hueso un rey mago quien baja la calle, sucio como debe estar quien de trabajar viene. No se ha lavado, no ha tenido tiempo, pero no olvida sus obligaciones y de una lata encalada que está junto a una puerta coge una margarita, y para que no se marchite entre los dedos la sostiene con los labios, la alimenta de saliva y cuando al fin entra dice, Hermana, y le da el me-quiere, es lo más natural, que muden las flores de nombre, como se vio con el geranio y la jardinera y un día se verá con el clavel.
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