José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Menos mal que Antonio no se empeñó en ver aquellos ojos azules. La chiquilla duerme en buena paz, tiene los ojos cerrados, fue decisión de ella, sólo los abrirá para el tercer rey mago, pero éste llegará mucho más tarde, en plena noche, porque viene de lejos y todo el camino lo hizo a pie, repite este viaje desde hace tres días, o tres noches, para quien guste de informaciones rigurosas, sépase pues que Manuel Espada va en su tercera noche de poco dormir, ya está habituado, es lo que salva a esta gente, y para que se entienda mejor, mejor conviene explicarlo, así que oigan, Como Manuel Espada trabaja muy lejos de casa, ha dormido por allí, en barracón de pastores o majada de monte, no importa al caso, pero como se estaba aproximando la hora del parto, qué es lo que hace Manuel Espada, pues deja el trabajo al ponerse el sol, llega a casa pasada la medianoche, del hijo sólo ve el volumen de la barriga, descansa una hora al lado de Gracinda Maltiempo y luego se levanta y vuelve al trabajo, entre la noche y la madrugada, y ésta es la tercera, pero como a la tercera va la vencida, cuando llegue verá a su mujer parida y a su hija nacida, ya ven cómo son las cosas.

Cenaron Faustina, Juan y Antonio Maltiempo de la gallina muerta para la parturienta, Gracinda Espada bebió un caldo, salutífero para mujer que acaba de tener un hijo, y entretanto vinieron otros tíos y parientes, entraron y volvieron a salir, Gracinda necesitaba descansar, al menos hoy, adiós, hasta mañana, es una linda niña y el retrato de su abuelo. El reloj de la torre ha dado ya la medianoche, y si la mala suerte no se ha entrometido en la vida del viajero, si no hubo resbalón en ribazo o vallado, si ningún vagabundo insolente quebró la regla de no asaltar a otro tan pobre como él, no tardará en llegar el tercer rey mago, qué presentes traerá consigo, qué comitiva, tal vez venga en un caballo árabe con herraduras de oro y freno de plata coralina, bien podía ocurrir, y que en vez de vagabundo barbado y maleante le salga al camino un hada madrina y diga, Ha nacido tu hija, y como tiene los ojos azules te doy este caballo para que los puedas ver cuanto antes, no sea que con la vida se decoloren, pero aunque esto aconteciera, es un suponer de la imaginación, estos caminos son difíciles, de noche peor aún, el caballo se ha cansado ya o se partió una pierna, de modo que Manuel Espada hará el viaje a pie, oh gran noche estrellada e inmensa, noche de terrores y de indescifrables murmullos, pero, aun así, tienen los reyes magos sus poderes de Ur y Babilonia, de otro modo no se explicaría que vuelen ante Manuel Espada dos luciérnagas, no puede haber error, basta con ir tras ellas como si fueran los dos lados de un camino, quién había de decir que sean posibles tales sortilegios, que unos bichos sean capaces de encaminar a un hombre, y así suben colinas y descienden valles, bordean arrozales y atraviesan llanuras, ahí están las primeras casas de Monte Lavre, y ahora las luciérnagas se han posado en las jambas de la puerta, a la altura de la cabeza, brillando, gloria al hombre en la tierra, y Manuel Espada pasa entre ellas, que al menos no falte luz a estas horas a quien de un pesado trabajo viene y a él tendrá que regresar antes de que salga el sol.

Manuel Espada no trae presentes, ni de aquí ni de más allá. Tiende las manos y cada una de ellas es una gran flor, dice, Gracinda, no sabe otra palabra, y le da un beso en la mejilla, uno solo, pero este único beso no sabemos qué tiene para hacernos un nudo en la garganta, aunque fuésemos de la familia, aunque tuviésemos algo que decir aquí, no podríamos, en el momento de tales gestos y murmullos particulares es cuando María Adelaida abre los ojos, parecía incluso que estaba a la espera, es su primera habilidad de niña, y ve un bulto grande y aquellas grandes manos abiertas, es su padre, aún no sabe qué significa eso, lo sabe Manuel Espada, hasta tal punto que el corazón es como si se le despegara del pecho, le tiemblan las manos inermes, cómo va a levantar a aquella niña que es su hija, los hombres son muy torpes, y entonces Gracinda Espada dice, Se parece a ti, pues será, que a esta edad, con tan pocas horas, nunca se sabe, pero quien tiene toda la razón es Juan Maltiempo cuando proclama, Pero esos ojos son los míos, mientras Antonio Maltiempo escucha callado porque es sólo tío, y Faustina, tan sorda, lo adivina todo y dice, Mi amor, ni sabe por qué lo dice, son palabras que no se usan en estos latifundios en casos tales, cuestión de recato o de circunspección.

Dos horas después, aunque hubiera más tiempo todo parecería corto, Manuel Espada salió de casa, va a tener que forzar el paso para llegar al trabajo antes de que salga el sol. Las dos luciérnagas, que habían estado a la espera, se ponen de nuevo a volar, pegadas al suelo, con tal claridad que los centinelas de los hormigueros gritaron adentro que estaba saliendo el sol.

La historia de las cosechas se repite con notable constancia pero tiene sus variantes. No es que esté el trigo pronto para la siega más tarde o más temprano, eso son dependencias de la lluvia que faltó o sobró, del sol que tuvo sus desmanes de calor o se olvidó, ni de haber sido sembrados los trigos en cabezo o en tierra fondera, en suelo de barro o de más arena. A las perversidades de la naturaleza y a los errores propios están habituados los hombres del latifundio, por unas cosas así, inevitables, no van a perder el norte y el sur. Y si es verdad que las variantes señaladas, cada una por sí y por los efectos de conjunto, merecerían un hablar más extenso, un decir sin prisas, un volver atrás por causa de un terrón olvidado, sin tener que sufrir recelos de las impaciencias de quien escucha, también es desgraciadamente verdad que tales contemplaciones no son admitidas en usos de relato, aunque de latifundio como éste. Quedémonos entonces con esta pena de ver las diferencias y no poderlas contar, unamos a defectos menores este gravísimo de simular que todo es igual en la recolección un año y otro, y preguntemos sólo qué demora es ésta, por qué no entran los segadores y las máquinas en el campo, cuando hasta hombres ignorantes de la ciudad ven claramente que el tiempo ha llegado y que está ya pasando, que el susurro seco de las espigas cuando pasa el viento es áspero como un roce de alas de libélula, en fin, qué daño se está aquí preparando y contra quién.

La historia de las siegas se repite con variantes. En este caso de ahora no es una variante el que los hombres anden en ese obstinado alborozo de pedir salario mayor. A decir verdad, es la misma letanía de todos los años, en todas las estaciones y propuestas de trabajo, Parece que no hayan aprendido a decir otra cosa, padre Agamedes, en lugar de preocuparse de la salvación de su alma inmortal, si es que la tienen, sólo se preocupan del bienestar del cuerpo, no han aprendido la lección de los ascetas, sólo piensan en el dinero, ni preguntan si lo hay y si a mí me conviene pagarlo. Es la iglesia gran consoladora en estas situaciones, bebe discreta el licor del cáliz, por favor, una gota más, no lo alejéis de mí, y compungida levanta los ojos al cielo donde esperan los premios para el latifundio, llegada nuestra hora, y que sea cuanto más tarde mejor, Señor padre Agamedes, qué me dice de estos holgazanes que andan por ahí dando vivas al general, ya no se puede confiar en nadie, un militar que parecía tan seguro, bienquisto del régimen que lo hizo, y ahora ya lo ve, anda por ahí desorientando a las multitudes, cómo habrá permitido el gobierno que las cosas hayan llegado al punto a que han llegado. No obstante, a esto no sabe responder el padre Agamedes, su reino no siempre es de este mundo, sin embargo fue testigo y principal víctima del gran susto nacional, que aparezca un exaltado a gritos, frenético, que dimita, que dimita, quién, quién, el señor profesor Salazar, no parecían siquiera maneras de candidato, un candidato ha de ser bien educado, pero le salió el tiro por la culata, y dicen que anda huido, vivíamos todos tranquilos y ahora nos vienen con estos arrebatos, Pero entre nosotros, padre Agamedes, ahora que nadie nos oye, las cosas podían haber acabado mal, fue precisa mucha habilidad para que no se escapara la situación, ahora hay que estar vigilantes, y lo primero es darles un escarmiento a esos vagabundos, ni un tallo de trigo se segará este año, Para que aprendan, señor Norberto, Para que aprendan, señor cura Agamedes.

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