Si dijeran las patrias la verdad, oiríamos este discurso, punto más, coma menos, pero entonces tendríamos que sufrir el disgusto de dejar de creer en las admirables historias para niños, las de ayer y las de hoy, unas veces de armadura y guantelete, otras de dragona y greba, por ejemplo aquella del soldadito que vivía en la trinchera nostálgico de su madre carnal, que la celeste ya murió, mirando el retrato de aquella que le dio el ser, hasta que cierto día una bala perdida, o por el contrario muy bien disparada por tirador especial del enemigo, hizo el retrato astillas, mando la esfinge de la dulce anciana y señora madre al quinto infierno, y entonces el soldado, loco de dolor, saltó el parapeto y corrió empuñando el arma contra las trincheras adversarias, pero no fue lejos, le cayó encima una ráfaga que lo segó, así dicen los relatos de guerra, y esa ráfaga fue disparada por un soldado alemán que también llevaba en el bolsillo el retrato de su madre y suave anciana, esto se añade para que queden más completas las historias de madres y patrias y de quien muere o mata por historias de éstas
Antonio Maltiempo dejó el trabajo donde lo tenía, bajó a Monte Lavre, salió del tren en Vendas Novas, miró desde fuera el cuartel donde tendría que estar dentro de tres días, y se puso en camino, tres leguas son, y como el tiempo estaba hermoso fue con su paso seguro pero sin prisa, dejando a mano izquierda el polígono de tiro, hay tierras que nacen con mala estrella, castigada es esta por estériles explosiones, es como algunos hombres, y finalmente la pierde de vista o, con mas exactitud, de saber que está allí hasta no viéndola, y se estremece sólo de pensar que durante año y medio tendrá perdida su libertad. Se acuerda de José Gato, se pregunta si él habría hecho el servicio, y siente en su corazón un desahogo grande, como si el destino le estuviera abriendo una puerta a los caminos diciéndole, Déjalo todo, para qué vas a meterte en un cuartel, entre cuatro paredes, y luego volver a arrancar corcho, a cavar, a segar, eres tonto, vete a buscar a José Gato, aquélla sí que es vida, quién se atreve a ponerle la mano encima, tiene los de la cuadrilla, él es el jefe, lo que él dice se hace, y por qué no vas a acabar tú de jefe también, tienes que aprender, eres joven, para empezar no estaría mal. Tentaciones, cada uno tiene las que puede y aprendió. Parecerá esto desatinado en muchacho que viene de familia honrada, sólo aquella mancha de la vida y muerte del abuelo Domingo Maltiempo, uno no puede pasarse la vida entera dándole vueltas a esto, pero que tire la primera piedra quien nunca haya pensado en acciones así o peores, sobre todo cuando Antonio Maltiempo todavía no conoce toda la historia de José Gato, falta lo que está por ocurrir, y sólo le encuentra el buen sabor de la carne de cerdo que compró clandestina con su dinero ganado honradamente.
Con quince kilómetros por delante, un hombre tiene tiempo suficiente para ir pensando, hacer balance de su vida, todavía ayer era un niño y dentro de poco recluta, pero quien está en la carretera, con pie firme, es el mejor desollador de alcornoques de los nueve mozos que con él aprendieron, a lo mejor encuentra a alguno de ellos en la tropa. Hace ya más calor, el morral no pesa mucho, pero se bambolea y resbala hombro abajo, aquí me siento a descansar, unos metros fuera de la carretera, no muy lejos, pero a cubierto, tiendo doblada la manta por la humedad del suelo, poso la cabeza en el morral y me quedo dormido, aún tengo tiempo de llegar a Monte Lavre. Se me ha sentado ahora al lado una vieja muy vieja, poca suerte para mí y mucha para ella, poca para mí, pienso, qué fuerza tiene, será una bruja, me toma la mano, me abre los dedos cerrados, y dice, Veo en tu mano, Antonio Maltiempo, que no vas a casarte nunca ni a tener hijos, que harás cinco largos viajes a tierras lejanas v que arruinarás tu salud, no tendrás tierra tuya a no ser la de la sepultura, no eres más que los otros, e incluso ésa sólo será tuya mientras seas polvo y nada, luego los huesos que queden, iguales a los de todos, irán a parar a cualquier lado, hasta ahí no llega mi adivinación, pero mientras estés vivo no harás nada mal hecho, aunque te digan lo contrario, y ahora levántate que ya es hora. Pero Antonio Maltiempo, que sabía que estaba soñando, hizo como si no oyera la orden y siguió durmiendo, e hizo mal porque así no llegó a saber que sentada a su lado estuvo una princesa llorando y que tomó su mano áspera y callosa, pese a tan joven, tan joven era, y luego, habiendo esperado tanto, se fue la princesa arrastrando por las aliagas y los rastrojos la seda de su vestido, por eso cuando despertó Antonio Maltiempo estaba el campo cubierto de flores blancas que antes no había visto.
En la vida del latifundio se dan muchos casos que parecen imposibles y son verdad verdadera No obstante desde allí a Monte Lavre fue Antonio Maltiempo pensativo porque se había encontrado dos gotas de agua en la palma de la mano y no atinaba a saber de dónde procedían, además no se mezclaban la una con la otra, rodaban como perlas, son prodigios también habituales en el latifundio, sólo los sabihondos tienen dudas. Estamos en que Antonio Maltiempo aún hoy tendría las gotas de agua, si al llegar a casa, con el gesto de abrazar a la madre, no se le hubiesen escapado de la mano y volado hacia la puerta tremolando unas alas blancas, Qué pájaros son ésos, No lo sé, madre.
Hay quien tiene el sueño pesado, hay quien lo tiene leve, hay quien al dormir se despega del mundo, hay quien no sabe estar sino de este lado y por eso sueña. Diremos que Joana Canastra es de éstos. Que la dejen dormir en paz, es lo que ocurre cuando está enferma, si los dolores no duelen demasiado, y ahí se queda en la postura que aprendió en la cuna, diría quien desde entonces la conozca, el rostro sobre la mano abierta, morenísima y cansada, en el más profundo y prolongado sueño. Pero si tiene algunos cuidados, y los cuidados hora cierta, quince minutos antes de la hora abre los ojos bruscamente, como obedeciendo a un mecanismo interior de relojería y dice, Sigismundo, arriba. Si fuese este relato contado por quien lo ha vivido en seguida se vería que ya comenzaron las variantes, involuntarias unas, premeditadas otras, y obedientes a reglas, porque lo que Joana Canastra dijo fue realmente, Sismundo, arriba, y aquí se comprueba hasta qué punto es pequeño el margen para el error cuando ambos saben de qué se trata, la prueba es que Sigismundo Canastro, a quien a su vez no faltan dudas ortográficas, echa la manta hacia atrás, salta de la cama en calzoncillos y cruza la casa para abrir el postigo y mirar fuera, Aún es noche oscura, sólo un ojo agudísimo, que Sigismundo Canastro ya no tiene, o una experiencia de milenios, que le sobra, permitirían distinguir la imponderable mudanza que hay por la banda de levante, tal vez, entienda quien pueda estos misterios de la naturaleza, el brillo mayor de las estrellas, cuando es precisamente lo contrario lo que debiera parecer cierto. Está fría la noche, no es extraño, estamos en noviembre, que es buen mes para eso, pero el cielo aparece descubierto y así seguirá, como también en noviembre suele acontecer. Joana Canastra se ha levantado ya, enciende el fuego, empuja la tiznada cafetera para calentar el café, que es el nombre que se sigue dando a esta mixtura de cebada, o achicoria, o altramuces quemados y molidos, que ni saben ya lo que beben, y va a buscar al arca medio pan y tres sardinas fritas, no queda mucho más en el arca si es que queda algo, lo pone todo en la mesa y dice, Tienes el café caliente, ven a desayunar. Estas palabras parecerán triviales, pobre hablar de gente poco imaginativa que nunca aprendió a adornar los pequeños actos de la existencia con palabras superlativas, no hay comparación posible entre la despedida de Romeo y Julieta en el balcón del cuarto donde la doncella dejó de serlo y las palabras dichas por el alemán de ojos azules a la no menos doncella, pero plebeya, que sobre los helechos fue forzada. Y lo que ella le dijo. Si se mantuvieran estos diálogos en la elevación de sus circunstancias, sabríamos que, aunque no primera, esta salida de Sigismundo Canastro tiene quien la cuente, y por eso vamos a contarla. Comió Sigismundo Canastro media sardina y un pedazo de pan, sin plato ni tenedor, cortando pedacitos de ella y trozos de él con la minuciosa punta de su navaja, asentó sobre esta papilla, ya en el estómago, el bienestar cálido del falso café, hay quien jura a pies juntillas que la existencia de Dios se demuestra por la existencia y la concordancia del café con la sardina frita, pero eso son cuestiones de teología, no de viajes matinales, se caló el sombrero, se calzó las botas, enfiló las mangas de una pelliza vieja y dijo, Hasta luego, mujer, si preguntan por mí di que no sabes adonde he ido. No valía la pena hacer esta recomendación, es siempre la misma, y además tampoco Joana Canastra podría decir mucho, pues sabiendo a lo que va el marido, y eso no lo diría aunque la mataran, no sabe adonde va, y en consecuencia no podría decirlo aunque la matasen. Sigismundo Canastro pasará todo el día fuera, volverá cuando sea noche cerrada, más por razones de camino y distancia que por el tiempo realmente ocupado, aunque nunca se sabe. La mujer le dice, Hasta luego, Sismundo, ella insiste en decir el nombre así, no nos riamos, ni sonriamos siquiera, qué es un nombre, y después de que él saliera por la puerta de la cerca, ella se sentó junto al fuego y allí permaneció hasta el amanecer, con las manos juntas, pero no consta que rezase.
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