Los hombres crecen, crecen las mujeres, crece todo en ellos, el cuerpo y el espacio de la necesidad, crece el estómago para quedarse a la medida del hambre, el sexo a la medida del deseo, y los senos de Gracinda Maltiempo son dos ondas del mar y dos remansos, pero esto es sólo el lirismo de costumbre, el cantar de amor y de amigo, que la fuerza de los brazos de ella y las fuerzas de los brazos de él, hablamos de Manuel Espada, no hubo aquí inconstancia de sentimientos, sino más bien mucha firmeza, y pasaron ya tres años, la fuerza de los brazos de ambos es con poca diferencia requerida o despreciada por el latifundio, en definitiva no resulta tan grande la diferencia entre hombre y mujer, a no ser en el jornal. Madre, me quiero casar, dijo Gracinda Maltiempo, aquí está mi ajuar, es cosa pobre, pero será suficiente para que nos acostemos Manuel Espada y yo en una cama suya y mía y en ella seamos mujer y marido, y él entre en mí y yo sea en él, y estemos ambos como desde siempre, que yo no sé mucho de lo que pasó antes de que hubiera nacido, pero toda mi sangre recuerda a una muchacha que en la fuente del Amieiro fue de un hombre que tenía los ojos azules como nuestro padre y sé que habrá de nacer de esta mi barriga un hijo o hija que tendrá los mismos ojos, para qué, eso no lo sé.
Era lo que faltaba, que Gracinda Maltiempo dijera estas palabras, sería una revolución en el latifundio, pero es deber nuestro entender lo que las verdaderas palabras dijeron, digan ahora o vengan a decir, que bien sabemos cuánto cuesta este hablar tan poco que es el de todos los días, unas veces por no saber qué palabra corresponde mejor a este sentido, o de dos que tenemos cuál es la exacta, muchas veces porque ninguna palabra sirve, y esperamos entonces que este gesto explique, esta mirada confirme, este sonido confiese. Madre mía, dijo Gracinda Maltiempo, lo poco que tengo alcanza para hacer nuestra casa, Madre mía, Manuel Espada dice que ya es hora, o quizá nada de esto sino el gran grito de milana solitaria, Madre mía, si no me caso iré y me acostaré sobre los helechos de la fuente del Aliso o en medio de un trigal y esperaré allí a Manuel Espada para que él venga a romper este mi cuerpo, y luego me levantaré el vestido y en el arroyo me lavaré, sangre mía que corriendo irá hasta que no se sepa dónde está, pero sabiendo yo quién soy. Y tal vez no haya sido así, tal vez una noche cualquiera Faustina le dijo a Juan Maltiempo, interrumpiendo quizá sus pensamientos de poner mañana los papeles en el hueco del árbol acordado, Lo mejor sería casar a la muchacha, ya tiene sus cosas dispuestas, y Juan Maltiempo habría respondido, Tendrá que ser una boda modesta, bien me gustaría que fuese mejor, pero no es posible, ni Antonio puede ayudarnos, estando en la tropa, dile a Gracinda que arreglen los papeles y que ya haremos lo que podamos. Todavía son los padres los que dicen la última palabra.
Casa tiene, la que cabe en el bolsillo que la había de pagar, tan pequeño el bolsillo, tan pequeña la casa, alquilada, para que no se crea que Gracinda Maltiempo y Manuel Espada iban a ponerse a decir, Esta casa es nuestra, hasta ganas de ocultarla tienen, Vivo por ahí, en cualquier lado, y jugar a las cuatro esquinas o al trapo quemado, si éstos no son sólo juegos de escuela y de ciudad, para que no sepa nadie dónde vivo, en esta casa que es sólo pared y puerta, una división abajo y otra arriba, una escalerilla que tiembla cuando le pongo el pie encima, y el fuego apagado cuando estamos ausentes. Vamos a vivir en esta ladera de Monte Lavre, dentro de este bancal, ni hay espacio para levantar la azada si quisiéramos cultivar un repollo, verdad es que le da el sol todo el día, no sé si vale la pena, no estamos más gordos por eso. Dormiremos abajo, en la cocina, que no lo será cuando, por estar acostados, sea dormitorio, que tampoco será tal cuando estemos levantados, qué nombre tendrá entonces, cocina si estamos cocinando, cuarto de costura si Gracinda está remendando ropa, y yo mirando las colinas de enfrente, con las manos caídas entre las rodillas, sala de espera, luego sabremos de qué, parece esto un juego de palabras y si no se entiende es porque son formas de ansiedad que se atropellan, cada una queriendo hablar primero.
Si empezamos a anticipar de ese modo, no tardaremos en hablar de hijos y de cuidados. Hoy es día de fiesta, se va a casar Gracinda Maltiempo con Manuel Espada, hace muchos años que no se ve una boda así en Monte Lavre, tanta diferencia de edad, él con veintisiete, ella con veinte, pero hacen buena pareja, más alto él como debe ser, y ella tampoco es pequeña, no salió al padre. Los tengo ante los ojos, ella con un vestido rosa que le llega a media pierna, cerrado en el cuello, de manga larga, abotonada en el puño, si hace calor no lo siente, o lo siente de tal manera que tanto da que sea invierno, y él de oscuro, chaquetón, que es más chaqueta que paleto, pantalón ajustado y zapatos que no hay quien los haga brillar, camisa blanca y corbata de rameado indescifrable como la copa de los árboles que nadie poda, es preciso que no haya confusiones, lo de los árboles es una comparación y nada más, que la corbata es nueva y probablemente nunca más será usada, o en otro casamiento si es que a él somos invitados. No es tan grande el cortejo de los novios, pero no faltan amigos y conocidos, y chiquillos al acecho de los confites, y viejas a la puerta diciendo sabe Dios qué, nunca se sabe lo que dicen las viejas, reniegos o bendiciones, pobrecillas, de qué les sirve la vida.
La boda fue después de la misa, como es costumbre, menos mal que estamos en tiempo de no faltar trabajo, siempre pueden las caras estar más alegres. Y, como hace buen día, Va bonita la novia, y los mozos no se atreven a decir las chirigotas habituales en los casamientos, porque, al fin y al cabo, Manuel Espada es mayor, tiene casi treinta años, exageración como hemos visto, pero no creación nuestra, situación interesante ésta, que hasta los hombres casados se retraen de hacer bromas, el novio, en definitiva, no es ningún muchacho, y tiene ese aire serio, ya era así de pequeño, nunca se sabe qué está pensando, sale a la madre, que murió el año pasado. Mucho se equivoca quien así habla. Verdad es que Manuel Espada va con rostro grave, eso es el semblante, como antiguamente se decía, pero por dentro, ni él sabría explicarlo aunque quisiera, es como un cantar de agua entre las piedras, más allá en Ponte Cava, sitio severo que por la noche asusta un poco, pero en cuanto amanece se ve que no había ninguna razón de miedos, y el agua canta entre las piedras
Se cometen grandes injusticias por culpa de las apariencias, y una fue el caso de la madre de Manuel Espada, mujer que parecía de granito y que por la noche se derramaba dulce en la cama, por eso quizá va llorando silencioso el padre de Manuel Espada, hay quien dirá, Es de alegría, y sólo él sabe que no. Están aquí, cuántas, veinte personas, y cada una de ellas sería una historia, no puede uno ni imaginárselo, años y años viviendo es mucho tiempo y muchos casos, si cada uno escribiera su vida qué gran biblioteca, tendríamos que llevar los libros a la luna, y cuando quisiéramos saber quién o qué fue Fulano, viajaríamos por el espacio para descubrir aquel mundo, no la luna, sino la vida. Dan ganas de volver atrás y contar con detalle la vida y el amor de Tomás Espada y Flor Martinha, si no fuera por las urgencias de estos acontecimientos y la nueva vida y amor del hijo y de Gracinda Maltiempo, que han entrado ya en la iglesia, también lo han hecho los más jóvenes y excitados, atropelladamente, no se debe hacer eso, son chiquilladas, y los más viejos, expertos y sabedores de los ritos y de las prédicas, entran muy compuestos, embutidos en ropa vieja de un tiempo más esbelto. Sólo este entrar en la iglesia y estar en ella, sólo estas caras, rasgo por rasgo y, lentamente, cada arruga, serían capítulos extensísimos como el latifundio que alrededor de Monte Lavre parece un mar.
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