En este punto se puso Juan Maltiempo muy colorado y, teniendo que mirar a alguien, miró a Sigismundo Canastro que miraba a su vez al cura fijamente con ojos serios y ya no sonreía, y entonces se oyó la voz de Antonio Maltiempo diciendo, Estamos en la boda de mi hermana, señor cura, y no es hora de hablar de huelgas ni de merecimientos, y la voz fue tan serena que no parecía de ira, pero lo era, se quedaron todos muy callados a la espera de lo que iba a ocurrir, y el cura dijo que brindaba por los novios y luego se sentó. No fue una buena idea, señor cura Agamedes, dijo más tarde Norberto, recordar allí esas cosas, lo que hizo es como mencionar la soga en casa del ahorcado, Tiene razón, respondió el padre Agamedes, no sé qué tentación me dio, quizá mostrarles que si no fuera por nosotros, iglesia y latifundio, dos personas de la santísima trinidad, siendo la tercera el Estado, alba paloma donde las haya, si no fuera por nosotros, cómo iban a sustentar ellos el alma y el cuerpo, y a quién darían o para quién tomarían los votos en las próximas elecciones, pero confieso que erré, mi culpa, mi grandísima culpa, por eso, con el pretexto de mis deberes pastorales, me fui de allí en seguida, cierto es que un poco aturdido, aunque la verdad es que apenas bebí de aquella zurrapa, temiendo que me diera acidez de estómago, para vino bueno el de su bodega, don Lamberto.
Entonces dijo Antonio Maltiempo, Ya se ha ido el padre Agamedes, ahora estamos en familia, diga cada cual lo que quiera de acuerdo con sus inclinaciones y para el lado que le lleve el corazón, y así hablará Manuel Espada con Gracinda su mujer y mi hermana, y la otra hermana mía Amelia tendrá a alguien a quien mirar, aunque hablar no pueda, y si él no estuviera, piense, y todos lo entenderemos, a veces no se puede hacer otra cosa, y recuerden mis padres sus vidas y las nuestras, y lo que hicieron cuando eran jóvenes, y así perdonarán nuestros errores, y los demás todos meditarán sobre sí y sobre sus allegados, algunos han muerto ya, lo sé, pero si los llaman, volverán, los muertos no desean otra cosa, y aquí ya siento la presencia de Flor Martinha, alguien la llamó, pero como soy yo quien está hablando, continuaré en el uso de la palabra, y no se admiren de estos torneos de fineza, que en la tropa no se aprende sólo a matar, quien lo desee aprenderá también a leer, a escribir y a contar, con esto ya se puede empezar a entender el mundo y un algo de la vida, que no sólo es nacer, trabajar y morir, a veces tenemos también que rebelarnos, y es de eso de lo que os voy a hablar.
Acabaron allí las conversaciones que iban mediadas, se desligaron los ojos pero no las manos de Gracinda Maltiempo y Manuel Espada, se despidió Flor Martinha, hasta pronto, Tomás, y en torno de la mesa se dispusieron los codos, esta gente no sabe comportarse, y si alguien se metió un dedo en la boca para sacar de una caries una hebra mascada de cordero, no se lo tomemos a mal, vivimos en una tierra donde la comida no se puede desperdiciar, sobre todo cuando Antonio Maltiempo, en su uniforme de dril, habla de eso mismo, de comida, Es verdad que en estas tierras se pasa mucha hambre, nos vemos obligados a comer hierbas y andamos por ahí con la barriga tensa como la piel de un tambor, y quizá por eso el coronel piensa que burro con hambre cardos come, y siendo nosotros los burros, en el cuartel no se oye otra palabra, oye tú, burro, la verdad es que se oyen otras, pero peores, entonces comamos cardos, pues yo os digo que más vale comer cardos que el rancho del cuartel, sólo los cerdos no lo rechazarían, y así así. Hizo Antonio Maltiempo una pausa, bebe un traguito de vino, para hablar mejor, se limpia la boca con el dorso de la mano, no hay servilleta más natural, y sigue diciendo, Creen que si pasamos hambre en nuestras tierras tendríamos que aguantarlo todo, pero ahí se equivocan, porque nuestra hambre es un hambre limpia, y los cardos que tenemos que arrancar los arrancan muestras manos, que incluso estando sucias limpias son, no hay manos más limpias que las nuestras, es lo primero que aprendemos cuando entramos en el cuartel, no forma parte de la instrucción de armas, pero se adivina, y un hombre puede elegir entre el hambre entera y la vergüenza de comer lo que nos dan, cuando también es cierto que a mí vinieron a buscarme a Monte Lavre para servir a la patria, dicen ellos, pero yo no sé qué es eso de servir a la patria, si la patria es mi madre y mi padre, como dicen también, de mis verdaderos padres sé yo, y cada uno sabe de los suyos, que se sacaban el pan de la boca para que no faltara en la nuestra, así que la patria se debe sacar el pan de su propia boca para que no le falte a la mía, y si yo tengo que comer cardos, que los coma la patria conmigo, a no ser que haya unos que son hijos de la patria y otros que son hijos de puta.
Se escandalizaron algunas mujeres, fruncieron algunos hombres el entrecejo, pero a Antonio Maltiempo, que tiene algo de rebelde, pese al uniforme, todo se le perdona desde que supo poner en su sitio al padre Agamedes, y sigue diciendo estas frases que son como el vino de la bodega de don Lamberto, es un imaginar, porque allí el labio nunca lo pusimos, Entonces en el cuartel decidimos hacer una protesta contra el rancho, no comer ni tanto así de lo que nos ponían delante, como si fuésemos cerdos que rechazasen la artesa donde se echan más porquerías de las que el cerdo admite, no nos importa comer medio celemín de tierra al año, que la tierra es tan limpia como nosotros, pero esto que nos dan, no, y yo, Antonio Maltiempo que os hablo, fui el de la idea y eso lo tengo a mucha honra, uno sólo sabe la diferencia después de haber hecho cosas así, hablé con los compañeros y todos estuvieron de acuerdo, que aquello era como si nos escupieran encima, y entonces llegó el día, nos sirven el rancho y nosotros nos sentamos como si fuésemos a comerlo, pero la comida así como vino así se fue, por más que gritaban los sargentos no hubo uno que cogiera la cuchara, era la revolución de los cerdos, y vino luego el oficial de día y echó un discurso como los del cura Agamedes, pero nosotros era como si no entendiéramos ni la misa ni el latín, primero quiso convencernos por las buenas, con palabras dulces, pero pronto se le acabó la mansedumbre y empezó a gritar, nos mandó formar a todos, y esto sí lo entendimos porque lo que queríamos era salir del comedor, al salir nos íbamos diciendo unos a otros con la boca pequeña, aguantar, fuerza, valor, aquí no se raja nadie, y entonces formamos, nos dejaron allí media hora, y cuando creíamos que eso era el castigo vimos que estaban encarando tres metralletas contra nosotros, todo de acuerdo con el reglamento, tiradores y sirvientes, y cajas de cintas, y entonces va el oficial y dice que o vamos a comer o da orden de disparar contra nosotros, ésa fue la voz de la patria, era como si mi madre me dijera o comes o te corto el cuello, ninguno se lo creyó, pero el caso es que entonces arman las ametralladoras y a partir de ahí ya no sabíamos qué podía ocurrir, hablo por mí que sentí que se me estremecía el espinazo, y si es verdad, y si disparan, y si esto es una matanza por culpa de un plato de sopa, valdrá la pena, no es que flaqueáramos, pero en situaciones como ésta no se controla el pensamiento, y entonces en la formación, no sé dónde, ni los compañeros que estaban allí cerca lo supieron, se oyó una voz, muy tranquila, como si sólo estuviera preguntándonos cómo íbamos de salud, Camaradas, aquí no se mueve nadie, y otra voz, del lado opuesto, Pueden disparar, y entonces no sé qué pasó, aún hoy me dan ganas de llorar, toda la formación gritó, como un desafío, Pueden disparar, estoy convencido de que no iban a disparar contra nosotros, pero si lo hubieran hecho, sé que nos quedábamos todos allí, y ésa fue nuestra victoria, no el haber mejorado el rancho, que a veces la gente empieza a luchar por una cosa y acaba ganando otra, y ésta era la mejor de las dos. Hizo Antonio Maltiempo una pausa y después añadió, mucho más sabio de lo que por su edad podría pensarse, Pero para ganar la segunda hay que empezar luchando por la primera.
Читать дальше