José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Los primeros en llegar fueron Sigismundo Canastro y Juan Maltiempo, se esmeraron en la puntualidad por ser novato uno de ellos. Mientras esperaban, sentados al sol para no enfriarse demasiado de prisa, Sigismundo Canastro dijo, Si te quitas el sombrero ponlo con la copa para arriba, Por qué, preguntó Juan Maltiempo, y Sigismundo Canastro respondió, Por lo del nombre, no debemos saber unos los nombres de los otros, pero yo sé el tuyo, Lo sabes, pero no lo dirás, los camaradas harán lo mismo, esto es por si nos detienen, no sabiendo los nombres estamos a salvo. Aún dijeron otras cosas, hablar suelto, divagante, pero Juan Maltiempo se quedó pensando en esto, tantas precauciones, y cuando llegó el de la bicicleta supo que de éste no iba a saber nunca el nombre verdadero, quizá por el respeto que mostraba Sigismundo Canastro, aunque lo tratara de tú, a no ser que justamente el tuteo fuese un respeto mayor. Éste es el nuevo camarada, dijo Sigismundo Canastro, y el de la bicicleta tendió la mano, no era mano gruesa de jornalero, pero fuerte sí, y sólida en el apretón, Camarada, la palabra no es nueva, también la usan los compañeros de trabajo, pero es como decir tú, es igual y al mismo tiempo tan diferente que las rodillas se doblan y la garganta se contrae, caso extraño en hombre que pasa de los cuarenta y ha visto mucho del mundo y de la vida. Están los tres en esto haciendo tiempo mientras los otros no llegan, Esperaremos media hora, si no vienen empezamos nosotros, entonces se quitó Juan Maltiempo el sombrero y antes de dejarlo en el suelo de copa para arriba como Sigismundo Canastro le había recomendado, miró adentro, disimuladamente, y vio escrito Juan Maltiempo en la cinta, en letras de sombrerero, era ésa una costumbre provinciana de aquellas épocas en las que ya en la ciudad se cultivaba el anonimato. El de la bicicleta, eso lo sabemos nosotros, porque Juan Maltiempo creía que vino todo el camino a pie, el de la bicicleta, digo, lleva boina, no es seguro que lleve el nombre en ella, y si lo llevara cuál sería, las boinas se compran en las ferias, en tenderetes que no tienen prosapia de comercio letrado ni instrumentos de pirograbación o dorado y al que vende tanto le da que el parroquiano pierda el gorro o no.

Con pequeños intervalos, cada uno por su lado, llegan los dos que faltaban. Se conocían de haberse visto y encontrado otras veces, era sólo Juan Maltiempo quien estaba allí como pañuelo de muestra, con perdón, a quien los otros miraban fijamente para aprenderle el rostro de memoria, cosa fácil, con unos ojos como aquéllos no había error posible. El de la bicicleta con voz grave y sencilla pidió mayor puntualidad en el futuro, aún reconociendo que es difícil calcular el tiempo en tan grandes distancias, Yo mismo he llegado después de estos camaradas, y debería ser el primero. Hubo luego pagos generales en dinero menudo, sólo monedas, y cada uno recibió octavillas contadas y envueltas, y si allí fuese permitido decir nombres, o el milano oyéndolos los repitiera, o los sombreros boca abajo se miraran los unos a los otros oiríamos, Éstos son para ti, Sigismundo Canastro, éstos son para ti, Francisco Petinga, éstos son para ti, Joâo dos Santos, tú, Maltiempo, no llevas esta vez, tendrás que ayudar a Sigismundo Canastro, y ahora decidme cómo va todo, empieza tú. Le tocó a Francisco Petinga y dijo, Los amos han descubierto ahora una moda nueva, una manera de ahorrarse un día cuando tienen que recibirnos por orden de la casa del pueblo, cuando llega el sábado nos despiden, no queda nadie, y entonces nos dicen, El lunes vais a la casa del pueblo, decís que yo digo que quiero los mismos trabajadores, esto dice el amo, no sé si entiendes, y el resultado es que perdemos el lunes yendo a la casa del pueblo, y el amo sólo empieza a pagarnos el martes, qué es lo que debemos hacer. Dijo luego Joâo dos Santos, En mi tierra, la casa del pueblo está de acuerdo con los amos, si no no haría lo que hace, nos distribuye y nosotros salimos de allí para los campos y los patronos no nos aceptan, volvemos entonces a la casa del pueblo, Ellos no nos aceptan, y nos vuelven a decir que vayamos, y con esto ni los amos nos quieren aceptar ni la casa del pueblo tiene fuerza para obligarlos o anda jugando con los trabajadores, qué es lo que debemos hacer. Dijo Sigismundo Canastro, Los trabajadores distribuidos están ganando dieciséis escudos de sol a sol, pero hay muchos que no consiguen ser colocados, el hambre está siendo igual para todos, los, dieciséis escudos no llegan para nada, los amos se ríen de nosotros, tienen trabajo por hacer y dejan las tierras sin labrar, no hacen nada, lo que tendríamos que hacer era ocupar esas tierras, y si muriéramos, moriríamos de una vez, ya lo sé, el camarada ya lo ha dicho, sería un suicidio, pero suicidio es también lo que está pasando, apuesto a que ninguno de nosotros puede alabarse de haber cenado algo que se vea, esto no es estar desalentado, qué es lo que vamos a hacer. Asintieron los demás, sintieron roer el estómago, había pasado ya el mediodía y creyeron que podrían comer allí mismo el trozo de pan y compango que habían traído de casa, pero al mismo tiempo se avergonzaban de tener que mostrar tan poco, aunque todos supieran lo que son miserias. El de la bicicleta, mal abrigado, que no se le veía en los bolsillos bulto que pudiera ser almuerzo, y también, diremos nosotros, que los otros en esta circunstancia no lo saben, en vano van las hormigas bicicleta arriba bicicleta abajo, allí no encontrarán ni migaja, el de la bicicleta se dirigió a Juan Maltiempo y preguntó, Y tú, quieres decir algo, pregunta inesperada, interpelación que sobresaltó al novato, No sé, no tengo nada que decir, y se quedó callado, pero estaban ya todos ellos callados, mirando, y así no podía ser, cinco hombres sentados bajo un chaparro, filosofando, y como no tenía nada que decir, dijo, Nos cansamos de trabajar noche y día cuando hay trabajo, y no aliviamos nuestro castigo de vida hambrienta, cavo un pedazo de tierra cuando me lo dejan cultivar, y hasta altas horas, y ahora estamos todos en paro, lo que quisiera saber es por qué las cosas son así y si van a seguir siendo así hasta que nos muramos todos, no hay justicia si unos lo tienen todo y otros nada, y sólo quería decir que los camaradas pueden contar conmigo, sólo esto y nada más.

Dijo cada uno sus razones, son como estatuas a distancia, tan quietos los veríamos, y ahora esperan lo que el de la bicicleta dirá, va a decir, está diciendo. Por el mismo orden sigue, primero habla para todos, luego para Francisco Petinga, después para Joâo dos Santos, más brevemente con Sigismundo Canastro, pero con Juan Maltiempo es un largo hablar, algo así como juntar piedras de calzada o puente, mejor será de puente, pues sobre él pasarán los años, los pasos, las cargas, y debajo hay un abismo. A esta distancia es una escena muda, vemos sólo los gestos, y son pocos, todo depende de la palabra y del énfasis de ella, y también de la mirada, que desde aquí ni la tan azul de Juan Maltiempo distinguimos. No tenemos ojos de milano, aquel que va volando y planeando muy alto sobre el chaparral, en círculo, bajando a veces por debilidad de sustentación del aire y luego con un batir de alas lento y elástico, sube nuevamente para alcanzar lo próximo y lo distante, esto y aquello, el latifundio excesivo y la paciencia en su justa medida.

Se ha acabado el encuentro. El primero en alejarse es el de la bicicleta, y luego, en un mismo movimiento de expansión, como un sol que explotara, siguen los hombres hacia sus destinos, primero aún a la vista unos de otros, si se volvieran hacia atrás, y no lo hacen, es también una regla, y luego se ocultan, no se ocultan sino que los oculta el desnivel de una vaguada o la silueta se les va apagando en la distancia tras el lomo de una colina, o simplemente la distancia y la dureza del frío, sentido al fin, que obliga a entornar los ojos, aparte de que es preciso que vaya uno mirando dónde pone los pies, no se puede andar por ahí a ciegas. Entonces el milano lanza un grito que resuena por toda la bóveda celeste, y se aleja hacia el norte, mientras los ángeles sobresaltados corren a la ventana atropellándose, y ya no ven a nadie.

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