José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Ya no está lejos, va al Cabezo del Desgarro, por las cuentas llegará a la hora del almuerzo. Traerá consigo de regreso a Juan Mal tiempo, con un pretexto cualquiera como cebo, un caso insignificante que nada tiene que ver con él, la historia no necesita ser complicada, cuanto más sencilla mejor, más creíble. Entre los árboles ve el campamento, los hombres de pie ante la hoguera, sacando el caldero antes de que hierva o escalde, va a ser rápido, es llegar allí y decir, Ven conmigo al puesto, pero José Calmedo no da los dos pasos que lo colocarían a la vista de todos, si mirasen. Retrocede tras unas dunas muy altas y se queda allí, calculando el tiempo que tardará Juan Maltiempo en comer el almuerzo escaso, mientras por el cielo siguen pasando nubes altas, tan pocas que ni sombra dan. José Calmedo fuma un pitillo, está sentado en el suelo, arrimó la carabina al tronco de un árbol, se desarmó a sí mismo. Es buena vida esta de guardia, con pocas obligaciones, ver pasar los días, sólo muy de tarde en tarde hay casos más serios, aunque otros se adivinen, aparte de eso, entran los meses salen los meses, calma y sosiego en el latifundio, sosiego y calma en el cuartel y en la zona, entre los partes y las rondas, entre los autos y las quejas que los malos vecinos siempre tienen. Uno va viviendo así, y sin darse cuenta está en la edad de jubilarse. Son pensamientos de hombre pacífico, ni parece que haya allí carabina y cartuchera, bota pesada de siete leguas recorridas, sobre la cabeza de José Calmedo canta un pájaro cualquiera, no trae el nombre en el collar, salta de rama en rama, se le ve desde aquí, es un abanico de cola y alas. Si mirásemos al suelo, veríamos a la tribu rastrera de los insectos, la hormiga que alza la cabeza como los perros, la otra que siempre la lleva abatida, una araña minúscula, dónde meterá lo que come, pero no nos distraigamos, tenemos que ir a detener a un hombre, sólo estamos esperando a que acabe de almorzar, guardia somos pero tenemos corazón, a ver qué se creen.

No hay grandes comilonas en el latifundio. José Calmedo mira entre los arbustos, ya todos han acabado. Entonces se levanta, suspira tal vez con el esfuerzo que hace o va a hacer, se cuelga la carabina al hombro, con gestos medidos, no porque estos gestos sean importantes, sino porque son puntos de apoyo, maneras de agarrarse un hombre, de no perderse en la sinrazón de sus actos, y empiezan a bajar hacia la vaguada donde los hombres están. Lo ven de lejos, sabe Dios qué corazones estarán latiendo precipitados, las leyes del latifundio son estrictas, tanto da que regulen la propiedad de la bellota como la recogida de la leña, cuando no peores atentados. Se acerca al fin José Calmedo y, a unos pasos de distancia, llama al capataz, no quiere acercarse a donde están todos de charla, un hombre no es una mozuela pero tiene sus pudores, Dígale a Juan Maltiempo que quiero hablar unas palabras con él.

El corazón de Juan Maltiempo late agitado como el de un pajarillo. No es que se reconozca reo de culpas extraordinarias, culpas de esas que no suelen ser perdonadas con multa y porrazo. Presiente que es el buscado y, a partir del momento en que el capataz diga, Juan Maltiempo, vete a hablar con el guardia, todo será como estar arrancando una corteza de alcornoque, oírla rechinar y saber que el esfuerzo llegará hasta el final, mi esfuerzo, el esfuerzo del árbol, falta aquí la interjección del hombre, aaaaah, y el rumor de la corteza al desprenderse, crrra, Bien señor Calmedo, qué me quiere, esto pregunta Juan Maltiempo intentando parecer sereno, como si estuviera felicitando al guardia por su excelente aspecto, es una suerte que los corazones estén ocultos, de no ser por eso todos los hombres serían condenados antes o después por su inocencia, cuando no por su crimen, que es el corazón un arrebatado incapaz de comedimiento e impaciente, poco sabía del oficio quien hizo los corazones, pero la astucia se aprende, menos mal, si no cómo iba a decir José Calmedo, sin que nadie le hubiera dado el recado, No es nada importante, sólo se trata de aclarar el caso de dos individuos que robaron unas gavillas, y el dueño dice que fueron ellos, pero ellos dicen que Juan Maltiempo es testigo de que ellos no fueron, ya ves, un lío que ni yo mismo entiendo. Siempre es así, por muy buenas que sean las intenciones, un hombre se embrolla cuando menos debía y lo que dice se convierte en la capa del diablo, que tanto tapa como destapa, es corta la capa del diablo, aun cuando Juan Maltiempo dice, ahora sí, inocentísimo en la materia, Yo no tengo nada que ver con el caso, por qué me meten en el lío, a lo que la autoridad responde con el decisivo argumento de mayor confianza, No tengas miedo, vas, dices lo que tengas que decir y vuelves en seguida.

Así sea. Se dispone Juan Maltiempo a recoger los pertrechos y las sobras del fardel, pero José Calmedo continúa hablando embalado en la onda de su invención y dice, No vale la pena, volverás inmediatamente, no será cosa de mucho tiempo. Y colmada su medida de mentiras, se aleja llevándose al pobre Juan Maltiempo, algo más sereno ya, chacoloteándole los zuecos que calzaba en el trabajo. De allí a Monte Lavre fue José Calmedo con cara ceñuda, como conviene a guardia que ha hecho un prisionero y lo lleva escoltado, pero la razón no era ésa sino la tristeza de tan pobre victoria, nacieron dos hombres para esto. Y Juan Maltiempo, hundido en sus pensamientos y en no poca aflicción, intentaba convencerse de que había realmente un robo de gavillas y dos inocentes a quienes su testimonio iba a salvar.

Vuelve Juan Maltiempo a entrar en el puesto de la guardia donde ya estuvo detenido durante unas horas cuatro años atrás. Todo está igual, el tiempo no ha pasado. El guardia José Calmedo va a comunicar al cabo que el detenido ya está allí, sin novedad, misión cumplida, pero por favor guárdense las medallas para otra ocasión, déjenme aquí con mi vida, con estas nubes de pensamiento, un día extenderé ante mí una hoja de papel sellado, excelentísimo señor comandante general de la guardia nacional republicana, excelencia, y el cabo Tacabo manda entrar y dice, Siéntese, señor Maltiempo, no hay nada extraño en este trato de señor, no siempre van a estar en plan de verdugo, Sabe para qué ha sido llamado al puesto de guardia. Va Maltiempo a decir que si es por lo de unas gavillas, nada sabe, pero no consigue abrir la boca, y menos mal, porque quedaría con mancha de mentiroso José Calmedo, afortunadamente el cabo Tacabo añadió de inmediato, porque cuanto más rápidamente se despache esto, mejor, Entonces no sabes qué es lo que estuviste haciendo por Vendas Novas, Eso debe de ser un error, yo no hice nada, Pues mira tengo aquí una orden del puesto de Vendas Novas para detenerte por comunista.

He aquí un ejemplo de diálogo simple, directo, sin ninguna armonización o arpegios en las cuerdas, sin acompañamiento o taracea de pensamientos o sutilezas, que no parece que se estén tratando cosas serias, es como si dijeran, Qué, cómo va eso, Bien, gracias y usted, Le manda saludos uno de Vendas Novas, amigo suyo, Déle recuerdos de mi parte si lo ve. Dentro de la cabeza de Juan Maltiempo golpeó de repente el badajo de una campana, hay un gran sonido como si estuviesen cerrándose con estruendo las puertas de un castillo, aquí nadie entra. Pero el castellano tiembla, le tiemblan las manos y la voz, Defiéndete, alma mía, y esto fue sólo un segundo, el tiempo de simular el asombro, la sorpresa, la inocencia ofendida y ultrajada, Señor, no me diga tal cosa, hace cuatro años que no me meto en líos, desde que me llevaron preso a Montemor, será un error, y dice el cabo Tacabo, Mejor para ti si no eres cómplice, la autoridad te mandará en seguida a casa. Tal vez el asunto no vaya a peores, tal vez sea una falsa alarma, un toque de rebato sin motivo, tal vez no esté nadie ahogándose, tal vez el incendio se apague por sí solo, sin que nadie se queme las manos, Entonces, señor cabo, le ruego que avise a mi mujer y le diga que venga a hablar conmigo. Nada más natural que decir esto, pero el comandante, el comandante aquí es el cabo porque Monte Lavre no es una villa importante, es sólo una aldehuela en un latifundio, no necesita más que un cabo de la guardia, el cual responde tan firme como el comandante general que en Lisboa manda, No señor, tu mujer no puede hablar contigo, ni ella ni nadie, estás considerado peligroso, pide lo que quieras, que un número irá a buscar lo que necesites a tu casa.

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