José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Cuando creció, Gracinda Maltiempo no fue a la escuela. Ni tampoco iría Amelia. Ni Antonio había ido. En tiempos muy antiguos, era niño el padre de estos tres, anduvieron los propagandistas de la república clamando por las aldeas, Mandad a vuestros hijos a la escuela, eran como apóstoles de perilla y bigote y sombrero blando anunciando la buena nueva, la luz de la instrucción, llamando a la cruzada, con la extrema diferencia de que entonces no se trataba de expulsar al turco de Jerusalén y del sepulcro del Señor, no eran cosas de huesos ausentes, sino de vidas presentes, éstas que luego irían con el saco de los libros en bandolera, colgando de un bramante, y dentro la cartilla ofrecida por la misma república que mandaba cargar a la guardia contra sus progenitores cuando éstos reclamaban salario mayor. Recibió por eso Juan Maltiempo sus letras, las suficientes para haber escrito en el cuaderno de Montemor su nombre errado Juan Maltiempo, aunque, inseguro, a veces escribía Juan Maltiempo, ya bastante mejor, si no exacto, que Mal-tiempo es alarde evidente de presunción gramática. Avanza el mundo de conformidad con lo que puede ser. Pero en Monte Lavre no ha avanzado lo suficiente para que vayan los tres hermanos a la escuela, y ahora, cómo va a escribir Gracinda Maltiempo al novio cuando él esté lejos, buena pregunta ésta, y cómo iba Antonio Maltiempo a dar más noticias de su vida, si el pobre no aprendió y anda de temporero con distintas cuadrillas, Dios quiera que no se le pegue ningún veneno, y no se le pegó, dice Faustina al marido, De ti sólo tuvo buenos ejemplos.

Juan Maltiempo dice que sí con la cabeza, pero, en su corazón, duda. Le duele no tener al hijo al lado, mirar a su alrededor y ver sólo mujeres. Faustina, tan distinta de como fue de joven, y ya entonces no era bonita, y las hijas cuya lozanía resiste aún al trabajo de arrancar matojos, la pena es que Amelia tenga tan estragados los dientes. Pero de buenos ejemplos no tiene Juan Maltiempo la certeza. Durante toda su vida no hizo más que ganarse el pan, y no todos los días, y esto le arma un nudo ciego en la cabeza, que venga un hombre al mundo sin haberlo pedido, que pase frío y hambre infantil más de la cuenta, si cuenta puede haber, que, llegado a crecido, tenga hambre redoblada como castigo de haber tenido cuerpo para aguantar tanto, y luego de maltratado por amos y capataces, por guardias y guardas, llega a los cuarenta años, dice lo que piensa, y es llevado preso como ganado a la feria o al matadero, y en la prisión todo es humillarlo a uno, hasta la libertad es una bofetada, un mendrugo tirado al suelo, a ver si lo coges. Esto hacemos al pan cuando cae, lo ponemos en la mano, soplamos levemente como devolviéndole el espíritu, y luego le damos un beso, pero no lo comeré aún, lo parto en cuatro partes, dos mayores, dos más pequeños, toma tú, Amelia, toma, Gracinda, éste para ti, y éste para mí, y si alguien pregunta para quién fueron los dos pedazos mayores, es menos que un animal, porque hasta un animal lo sabría.

Los padres no pueden hacerlo todo. Los padres ponen a los hijos en el mundo, hacen por ellos lo poco que saben, y quedan a la espera de que lo mejor ocurra, pareciéndoles que si prestan mucha atención, o incluso no tanta, con cualquier cosa un padre se engaña, cree que está atento y no lo está, pero, en fin, es imposible que mi hijo sea un trotamundos, mi hija deshonrada, mi sangre envenenada. Cuando Antonio Maltiempo pasa épocas en Monte Lavre, Juan Maltiempo se olvida de que es padre y más viejo y se pone a dar vueltas alrededor del hijo, como si quisiera compensar aquellas ausencias, por lugares tan lejanos como Coruche, Sado, Samora Correia, Infantado e incluso del otro lado del Tajo, y los casos verídicos que por la boca del hijo vienen a confirmar o confundir la leyenda de José Gato, leyenda decimos, aunque hay que ponerlo todo en su debida proporción, José Gato es un desgraciado sin gloria, que dejó ir a los de Monte Lavre a la cárcel, esos casos valen más porque en ellos aparece Antonio Maltiempo, por haber estado allí u oírlo decir, que como información pintoresca para la historia de la pequeña y campestre delincuencia. Y Juan Maltiempo tiene a veces un pensamiento que no conseguiría poner en palabras por extenso, pero que, entrevisto, parece decir que si es de buenos ejemplos de lo que se trata, tal vez esos de José Gato no sean tan malos como dicen, aunque robe o no aparezca en las horas más necesarias. Un día Antonio Maltiempo dirá, En mi vida sólo tuve un maestro y un explicador, y ahora, a mi edad, he vuelto al principio para volver a aprenderlo todo. Si es necesario empezar a esclarecer ya ciertas cosas, digamos que el maestro fue su padre, y José Gato el explicador, y lo que está aprendiendo Antonio Maltiempo no lo está aprendiendo solo.

Estos Maltiempo memorizan bien las lecciones. Cuando Gracinda Maltiempo se case, ya sabrá leer. Parte del noviazgo fue eso, una cartilla de Joâo de Deus, la letra negra y la otra de rayitas, de color gris, para que se distingan las sílabas, pero no es natural que estas finuras se graben en memorias nacidas entre otros decires, basta con que vacilante vaya leyendo y haciendo pausas entre las palabras a la espera de que en el cerebro se enciendan las luces del entendimiento, no es acega, Gracinda, es acelga, a ver si te enteras Manuel Espada entra ya en casa, si no fuera por la cartilla aún estaría en el umbral algún tiempo mas, pero, en fin, parecería mal estar tomando la lección mientras otros pasaban, y el noviazgo además era firme, Manuel Espada es buen muchacho, decía Faustina, y Juan Maltiempo miraba al futuro yerno y lo veía andando de Montemor a Monte Lavre, a pie, despreciando carros y carretas, sólo para sostener su opinión, para no quedar debiéndole favores a la gente que le había negado el pan de la boca. Era también una lección, por tal la tomaba, aunque Sigismundo Canastro hubiera dicho, Manuel Espada hizo bien, pero nosotros no hicimos mal tampoco, ni él ganó nada viniendo a pie ni nosotros nos bajamos los calzones viniendo a caballo, todo está en la conciencia de las personas. Y Sigismundo Canastro, que tiene una risa maliciosa, aunque de pocos dientes, dijo luego, Sin contar con que él es joven y a nosotros nos pesan ya las piernas. Pues sí, pero si hubo treinta y tres razones para la buena acogida que tuvo la declaración de Manuel Espada en el ánimo de los padres de Gracinda, la primera de todas, si alguna vez Juan Maltiempo se la confesó a sí mismo, fueron aquellos veinte kilómetros andados a pie, la reacción arrebatada del mozo, eso de afirmarse como hombre durante casi cuatro horas con su constancia bajo el sol, batiendo con las botas la tierra y el polvo como si llevara una gran bandera que no podría ir en los carros del latifundio. Así, y como ha ocurrido siempre desde que el mundo es mundo, aprendió el viejo del joven.

Mayo es el mes de las flores. Va el poeta caminando en busca de las margaritas de que oyó hablar, y si no le sale oda o soneto le saldrá al menos pareado, que es saber más común. El sol no está aún en la locura de julio o de agosto, corre incluso una fresca brisa, y dondequiera que uno pose los ojos, desde aquí, desde esta altura que en otros tiempos habrá servido de atalaya, todos son campos verdes, no hay espectáculo más capaz de desahogar las almas, sólo por dureza de corazón quedaría uno sin sentir la caricia de la felicidad. Mirando hacia este lado, los matorrales son un jardín sin riego ni jardinero, plantas todas que tuvieron que aprender por sí mismas los modos de conciliarse con la naturaleza, con esta piedra recia que resiste a la penetración de las raíces, y tal vez por eso, por esta energía obstinada en lugares de los que se apartan los hombres, aquí donde la lucha es entre lo vegetal y lo mineral, son las esencias tan penetrantes, y cuando el sol abrasa la colina, todos los perfumes se abren y aquí infinitamente dormiríamos, tal vez muertos con el rostro pegado a la tierra, mientras las hormigas, alzando la cabeza como perros, avanzan protegidas por máscaras de gas, pues ésta es también su residencia.

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