Cuando vuelva del hormiguero, verá el cuarto lleno de hombres. Estarán allí Gargajo y Gargajillo, el teniente Contento, el sargento Armamento, el cabo Tacabo, dos números anónimos y tres presos elegidos a dedo para testimoniar que, habiéndose vuelto de espaldas los policías un minuto, no más, para tratar de asuntos urgentes, cuando volvieron vieron al preso ahorcado de un alambre, tal como ahora está, la punta enrollada en aquel clavo, el otro cabo con dos vueltas en el cuello de Germano Santos Vidigal, sí, se llama Germano Santos Vidigal, es importante para el certificado de defunción, hay que llamar al delegado de salud, y está de rodillas, como ven, sí, de rodillas, no es nada extraño, cuando alguien quiere ahorcarse, hasta en los barrotes de la cama, la cuestión es querer, alguien tiene dudas, Yo no, dice el teniente, y el sargento, y el cabo, y los dos números, y los tres presos, a quienes con esto les ha tocado la lotería y quizá los dejen hoy mismo en libertad. Hay gran indignación entre las hormigas, que habían asistido a todo, ahora unas, ahora otras, pero entretanto se juntan y juntan lo que vieron, tienen la verdad entera, hasta la hormiga mayor, que fue la última en verle el rostro, en primer plano, enorme, como un gigantesco paisaje, y es sabido que los paisajes mueren porque los matan, no porque se suiciden. Ya se han llevado el cuerpo. Gargajo y Gargajillo guardan las herramientas del oficio, el vergajo, la fusta, se frotan los nudillos, inspeccionan punteras y tacones, no sea que haya quedado agarrado hilo de ropa o mancha de sangre que denuncie a los ojos agudísimos del detective Sherlock Holmes la debilidad de la coartada y el desacuerdo de las horas, pero no hay peligro, Holmes está muerto y enterrado, tan muerto como Germano Santos Vidigal, tan enterrado como sin tardanza va a estarlo éste, y sobre estos casos pasarán los años y pasará el silencio hasta que las hormigas tomen el don de la palabra y digan la verdad, toda la verdad, y sólo la verdad. Entretanto, si nos apresuramos, aún veremos al doctor Romano, va ahí delante, con la cabeza baja, el maletín negro en la mano izquierda, por eso podemos pedirle que levante la derecha, Jura decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad, con los doctores ha de ser así, están habituados a hacer las cosas con toda solemnidad, Dígame, doctor Romano, médico delegado de salud, jure por la memoria de Hipócrates y sus actualizaciones en forma y sentido, dígame, doctor Romano, aquí bajo este sol que nos alumbra, si es realmente verdad que este hombre se ha ahorcado. Alza el doctor delegado de salud su mano diestra, posa sobre nosotros sus ojos cándidos, es hombre muy estimado en la ciudad, puntual en la iglesia y meticuloso en el trato social, y habiéndonos mostrado su alma pura, dice, Si alguien tiene un alambre enrollado dos vueltas en su propio cuello, con una punta sujeta a un clavo encima de la cabeza, y si el alambre está tenso por causa del peso aunque parcial del cuerpo, se trata sin duda, técnicamente, de ahorcamiento, y, habiendo dicho esto, baja la mano y se va a sus ocupaciones, Pero mire, doctor Romano delegado de salud, no vaya tan de prisa que todavía no es hora de cenar, si es que le queda apetito después de aquello a lo que asistió, hasta me da envidia un estómago así, dígame si no vio el cuerpo del hombre, si no vio las mataduras, los verdugones, las llagas, los cardenales negros, el aparato genital reventado, la sangre, Eso no lo vi, me dijeron que el preso se había ahorcado y ahorcado estaba, no había más que ver, Será mentiroso, Romano doctor y delegado de salud, cuándo, cómo y por qué se ha aficionado a ese feo hábito de mentir, No soy mentiroso, pero la verdad no la puedo decir, Por qué, Por miedo, Pues vaya en paz, doctor Pilatos, duerma en paz con su conciencia forníquela bien, que ella bien los merece, a usted y a la fornicación, Adiós, señor autor, Adiós, señor doctor, pero acepte el consejo que le doy, evite las hormigas, sobre todo esas que levantan la cabeza como los perros, son bichos de mucha observación, ni usted, doctor Pilatos, puede imaginar de cuánta, queda bajo la mirada de todas las hormigas de todos los hormigueros, no tenga miedo que no le van a hacer daño, es sólo para ver si un día su conciencia le pone cuernos, sería su salvación.
Esta calle en que estamos se llama de la Parra, no se sabe por qué, tal vez en tiempos idos la sombreara una de uvas señaladas y, no habiendo nombre de santo, de político, bienhechor o mártir para ponerlo en la esquina, quedará de la Parra hasta un día. Qué haremos ahora si los hombres de Monte Lavre, Escoural, Safira y Torre da Gadanha no llegan hasta mañana, si la plaza de toros está cerrada y nadie entra, qué haremos, pues vamos al cementerio, quién sabe si Germano Santos Vidigal ya ha llegado, los muertos, cuando les da por ahí, andan de prisa, y no está muy lejos, seguimos esta calle, va refrescando la tarde, doblamos luego a la derecha, como si fuésemos a Évora, es fácil, después se vuelve a la izquierda, no hay pérdida, se ven ya los muros blancos y los cipreses, como en todas partes. El depósito está allí, pero está cerrado, ellos lo cierran todo, y se han llevado la llave, no podemos entrar, Buenas tardes, señor Ourique, todavía trabajando, Es verdad, qué se le va a hacer, no todos los días muere gente, pero todos los días hay que cuidarles las camas, barrer las calles, en fin, Vi arriba a su mujer, Cesaltina, y a su hijo, un muchacho majo, Es verdad, Buena palabra ésa, señor Ourique, Es verdad, Dígame entonces si es verdad que el cuerpo que está en el depósito murió de malos tratos, o sólo porque su antiguo amo decidió ahorcarlo, Es verdad que mi hijo es un chiquillo muy majo, con esa costumbre suya de querer estar siempre jugando al sol, es verdad que el cuerpo que está ahí fue ahorcado, es verdad que en el estado en que se hallaba ni fuerzas tendría para ahorcarse, es verdad que tiene sus partes todas reventadas, es verdad que todo él es un amasijo de sangre, es verdad que ni después de muerto se le redujeron los verdugones, cardenales como huevos de perdiz, y es verdad que con mucho menos habría muerto yo, pese a que estoy habituado a la muerte, Gracias, señor Ourique, usted es enterrador y hombre serio, quizá por querer tanto a su hijo, dígame de quién es esa calavera que tiene en las manos, será del hijo del rey, Eso no lo sé, que ya no es de mi tiempo, Buenas tardes, señor Ourique, va siendo hora de cerrar el portón, déle recuerdos a Cesaltina y un beso al hijo por gustarle tanto jugar al sol.
Se dicen estas cosas como despedida, desde aquí abajo se ve el castillo, quién pudiera contar todas sus historias, las pasadas y las venideras, error grave sería juzgar que hoy se hacen las guerras del lado de fuera de los castillos, se acabaron las acciones en que son parte, hasta las mezquinas, hasta las menos gloriosas, como decía el marqués de Marialva, Ya he dado cuenta a vuestra majestad de cómo Manuel Ruiz Adibe, que gobierna Montemor, no está capacitado para el gobierno de esta plaza, porque, aparte de su insuficiencia para todo, excusa a los jornaleros de venir a trabajar en la fortificación por el dinero que dan, y por esa razón está tan atrasada la obra como se puede ver, y así ruego a vuestra majestad se sirva permitir que yo informe de las personas que más convienen para este puesto, siendo que en la del teniente-general de artillería Manuel da Rocha Pereira concurre toda suficiencia, actividad y celo, y buena disposición para ocupar este puesto, haciéndole vuestra majestad merced de mandar pasar patente de él, con título de maestre de campo general, y Manuel Ruiz Adibe puede gozar su sueldo por entretenimiento como gozan los demás capitanes de caballos que vuestra majestad reformó, no está tan falto de bienes ni tiene tantas obligaciones que no tenga un pasar de toda comodidad, aunque el sueldo no le sea puntualmente pagado. Diablo del Adibe aquel, que tan mal cuidaba del servicio de su majestad y tan bien del propio, están los tiempos mudados, hay ahora funcionarios celosos que matan dentro del cuartel de la guardia en Montemor y salen luego a echar un pitillo, saludan con un gesto, hasta mañana, al centinela que observa valerosamente la línea del horizonte no vayan a asomar por allí los españoles, y luego bajan la calle serenamente conversando, con paso firme, echan cuentas del trabajo del día, tantas bofetadas, tantos puntapiés, tantos vergajazos, y lo encuentran bien hecho, ninguno de ellos se llama Adibe, se llaman Gargajo y Gargajillo, parecen gemelos, y se paran entonces ante el cine donde se anuncia la película del domingo, mañana ya, inicio de la temporada de verano con la interesante comedieta El Magnífico Perezoso, Buena idea la de traer a las mujeres, a ellas esto les gusta, pobrecillas, seguro que la película vale la pena, pero para buena, buena, la del jueves, con Estrellita Castro, la diosa de la canción y del baile, y Antonio Vico, Ricardo Merino y Rafaela Satorres, en el maravilloso film Mariquilla Terremoto, ole.
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