Juan Maltiempo firmó donde ya otros habían firmado, o habían puesto la huella por no saber escribir, que era la mayoría. Y cuando Requinta salió para continuar la colecta, alzada la nariz al aire, bebiendo los vientos el muy despreciable, Juan Maltiempo sintió una sed inmensa, repentina, y bebió directamente de la cántara, inundando en agua el súbito fuego que era sólo una señal de vergüenza inexplicada, algunos beberían vino. Entendió algo Faustina, no le gustó lo que había oído, pero quiso calmarlo, Al menos vas a Évora, que siempre es una distracción, y sin pagar, en camioneta de aquí para allá, qué pena que no puedas llevarte a Antonio, con lo que le iba a gustar. No dijo Faustina sólo esto, continuó murmurando, sin darse cuenta siquiera de que estaba hablando, y Juan Maltiempo sabía muy bien que las palabras al fin y al cabo son como gestos de los que no se espera salvación, pero que el enfermo agradece, aquí en la frente, suave mano, o áspera, dónde se cree usted que está, pero incluso así. Pero incluso así no está bien que vengan obligar a un hombre, que esto es obligar, lo que me gustaría es simular que estoy malo. Dijo Faustina, Déjalo estar, es un paseo, y no se nos van a caer los anillos en el barro, creo yo que no se nos caerán, seguro que el gobierno no hace mal las cosas. Dijo Juan Maltiempo, Pues no las hará. Y quien ante este diálogo diga que el pueblo está perdido no sabe lo que pasa, es ya tiempo de decir que el pueblo vive lejos, no le llegan noticias, o no las entiende, sólo él sabe lo que le cuesta mantenerse vivo.
Ha llegado el día, la hora, los hombres se han reunido en la carretera, y algunos mientras esperan entran en la taberna, y hasta donde la bolsa aguanta beben unos vasos, alargando el bebedor los labios para atrapar la florescencia de espuma que crepita bajo la nariz, ah, vino, Dios le dé el cielo a quien te inventó. Otros más finos e informados esperaban maravillas de Évora y guardaban el apetito para allá, muy escarmentados quedarán, que los dejarán a todos a la puerta de la plaza de toros y allí los recogerán al remate de la fiesta. Candela que va delante alumbra dos veces, vale más una toma que dos te daré, con estos dichos se entretiene la gente, hay incluso quien sólo de esta sabiduría vive y es feliz y no muere por eso. Esta vez tuvieron razón los tales, ya felizmente confortados cuando llegaron las camionetas, con la barriga cantando hosannas, el santo eructo del vino de la tierra, y ese regusto que queda en la boca, que es deleite del paraíso.
Son viajes. En las curvas, aunque no aventuradas en velocidad, la camioneta se inclina a un lado y los hombres tienen que agarrarse unos a otros para no irse todos con el bandazo, se atropellan los pies, pega el viento en los sombreros y hay que sujetarlos para que no vuelen por la borda, Eh, el del volante, ve más despacio, no se caiga alguien al agua. Fue uno muy gracioso el que lo dijo, menos mal que hay gente así, que si no la vida sería muy triste. Pararon en Foros para cargar más gente, y desde allí todo derecho, Montemor a la vista, no es tiempo todavía de que entremos, y Santa Sofía y San Matías, Nunca he estado ahí, pero tengo familia, un primo de mi cuñada, que es barbero, se ha hecho rico, otra cosa sería si no les creciera la barba a los hombres, lo mismo que las putas si la picha no creciera. Quien así habla la lleva bien pensada, una vez al año no hace daño, desde la mili que no he vuelto a ir de putas, esta vez me voy a hartar. Son charlas de hombres. La humanidad se ha esforzado en mejorar la comunicación entre la especie, en estos latifundios ya hay hasta camionetas, Évora está a la vista, y el Requinta, también vino el podenco, exclama, Cuando bajemos, todos detrás de mí, y con estas palabras fatales empiezan a mustiarse los diversos apetitos de vino y hembra, éste de mujer saboreado en la noche imaginativa y mal dormida, en sueños no hay firmeza.
La plaza está llena. Vienen los campesinos a bandadas, en masa, todos apacentados, a veces por un amo que viene risueño y de charleta, y siempre hay un lacayo que le hace la pelotilla avergonzando la seriedad de quienes fueron allá sólo por miedo de quedarse sin trabajo. Pero generalmente se espolean a sí mismos para aparentar que son felices. Abundan estas bondades en el pueblo, no decepcionar a quien espera de nosotros alegría, y aunque es verdad que esto no parece una fiesta, tampoco es un entierro, y a ver, dígame qué cara he de poner cuando empiezan a gritar viva esto y muera lo de más allá, es para reír o para llorar, a ver díganmelo. Están sentados en las gradas, otros llenan la arena, mejor sería que hubiera toros, y no saben qué va a ocurrir ni lo que es un mitin, Dónde está Requinta, Eh Requinta, a ver cuándo empieza la fiesta. Los amigos y conocidos se saludan gesticulando, los tímidos cambian de lugar en busca de quien más desenfrenado se muestra, Ven para aquí, y entonces dice Requinta, No os disperséis, y a ver si estáis atentos que esto es serio, que hemos venido aquí para saber quién nos quiere bien y quién nos quiere mal, no estaría mal si fuera así, ir de mano de Requinta al conocimiento del bien y el mal, tan sencillo todo, y al fin y al cabo, señor cura Agamedes, no pensar y pegar el trasero a las gradas, Dónde se mea, tú, Requinta, hablar así es ya una primera falta de respeto, y Requinta frunció el entrecejo, hizo como que no oía, y ahora sí, ahora empieza, Señoras y señores, tiene gracia, ahora resulta que soy un señor en la plaza de toros de Évora, no recuerdo haber sido señor en otro lugar, ni siquiera de mi voluntad, qué dice el hombre, Viva Portugal, no lo entiendo, Estamos aquí reunidos, hermanados en un mismo patriótico ideal, para decir y mostrarle al gobierno de la nación que somos prenda de fiel continuidad de la gran gesta lusa y de aquellos nuestros mayores que dieron nuevos mundos al mundo y dilataron la fe y el imperio, y al toque del clarín nos juntamos como un solo hombre en torno a Salazar, el genio que consagró su vida, aquí todos gritan salazar, salazar, salazar, el genio que consagró su vida al servicio de la patria contra la barbarie moscovita, contra esos comunistas malditos que amenazan a nuestras familias, que matarían a vuestros padres, que violarían a vuestras hijas y esposas, que mandarían a vuestros hijos a trabajos forzados en Siberia y destruirían la santa madre iglesia, pues todos ellos son unos ateos, unos sin Dios, sin moral y sin vergüenza, abajo el comunismo, abajo, mueran los traidores a la patria, mueran, la plaza grita la consigna, todos a una, hay quien aún no ha entendido qué está haciendo allí, otros empiezan a entenderlo y se entristecen, tampoco faltan los convencidos, o engañados, un obrero que echa un discurso, y ahora viene otro orador, éste es de la Legión portuguesa, tiende el brazo y grita, Portugueses, quién manda, portugueses, quién vive, buena es la pregunta, manda el amo, y vivir, qué será. Pero la plaza obediente da los gritos de ritual, y apenas se ha callado el legionario, ya hay otro allí desgañitándose, mucho habla esta gente, son cosas de España, nacionalistas contra rojos, y que en los campos de Castilla y Andalucía se defienden los sagrados y eternos valores de la civilización occidental, que es un deber de todos ayudar a nuestros hermanos de fe, y el remedio contra el comunismo está en el regreso a la moral cristiana cuyo símbolo vivo es Salazar, caramba, tenemos un símbolo vivo, no puede haber contemplaciones con los enemigos, tanta palabra, y se pasa a hablar del buen pueblo de la región allí presente para dar testimonio de gratitud al inmortal estadista y gran portugués que consagró la vida entera al servicio de la patria, Dios se la conserve, y yo iré a decirle al señor presidente del consejo lo que he visto en esta histórica ciudad de Évora, y a llevarle el testimonio y la seguridad de que estos millares de corazones laten al unísono con el corazón de la patria, ellos son la patria, inmortal, sublime, la más hermosa de todas las patrias, porque tenemos la suerte inmensa de un gobierno que pone por encima de los intereses de cualquier clase los superiores intereses de la nación, porque los hombres pasan y la nación queda, muera el comunismo, abajo, abajo el comunismo, muera, qué diferencia hay, en medio de tanta gente ni se nota, y recordemos que la vida del Alentejo, contra lo que muchos piensan, no es propicia al desarrollo de ideas subversivas, porque los trabajadores son verdaderos socios de los propietarios, compartiendo con éstos los beneficios y daños del trabajo, ah, ah, ah, Dónde se puede mear, oye Requinta, esto no es serio, nadie se atreve a decir tal cosa en tan grave momento, cuando la patria, que no mea nunca, es invocada por aquel señor tan puesto del estrado, que abre ahora los brazos como si quisiera abrazar a todos, y como no llega tan lejos se abrazan allí unos a otros, el comandante de la legión, el mayor que vino de Setúbal, los diputados, los de la unión nacional de ellos, el capitán del regimiento de caballería número cinco, uno que es del i-ene-te-pe, si no sabes pregunta, instituto nacional de trabajo y previsión, y todos los demás que vinieron de Lisboa, parecen grajos encaramados en una encina, pero éste es tu error, los grajos somos nosotros, aquí alineados en los grádenos, moviendo las alas, dándole al pico, y viene ahora la música, es el himno, todos en pie, unos porque saben que ésta es la etiqueta, la mayoría por imitación, Requinta pasa revista a su gente, A cantar todos, eso querría yo, pero quién se sabe el himno, aún si fuera eso de marianita, algo se haría, vamos saliendo ya, aún no, no ha llegado el momento de salir, quién pudiera volar, abrir las alas y marchar lejos de aquí, sobre los campos, viendo desde arriba las camionetas que regresan, qué tristeza, fue todo tan triste, y encima gritábamos como si nos hubieran pagado, ni yo sé qué habría sido peor, no es justo, parecía el baile del oso, Entonces no te divertiste allá, Juan, Ni tanto así, Faustina, fuimos como borregos, como borregos vinimos. En la camioneta, va cayendo la tarde y eso ayuda a la melancolía, aún hay quien prueba la voz para cantar y dos le acompañan, pero cuando es demasiada la tristeza, hasta la voz triste se calla, y entonces sólo se oye el ruido del motor de la camioneta, y todos, en silencio, van dando bandazos de un lado a otro, carga mal estibada, carga a granel, éste no fue trabajo de hombre, Juan Maltiempo. Deja la camioneta a los hombres junto a Monte Lavre, es una bandada de pájaros oscuros que se dispersa torpemente sin saber andar, hay algunos que aún van a la taberna a tratar de la sed y de la amargura, otros murmuran palabras aturdidas, los más tristes se recogen en sus casas, Somos muñecos que traen y llevan, quién nos paga el día ahora, con lo que tenía que hacer en el huerto, maldito Requinta, un día me va a oír, dichos y promesas que valen sólo por el dolor que transparentan, pero de este dolor es poco lo que pueden expresar, es algo confuso, tal vez no duela pero mortifica. Por eso Faustina pregunta, Vienes enfermo. Responde Juan Maltiempo que no, y si dice tan poco es por no saber decir lo que siente. Acostados ya, siguen hablando todavía, Entonces no te divertiste, Ni tanto así, y el mayor desahogo y confesión será posar Juan Maltiempo la cabeza en el hombro de Faustina, y quedarse así dormido.
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