José Saramago - Levantado Del Suelo

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Un escritor es un hombre como otros: sueña. Y mi sueño fue el de poder decir de este libro, cuando lo terminase: «Esto es el Alentejo». De los sueños, sin embargo, nos despertamos todos, y ahora heme aquí, no delante del sueño realizado, sino de la concreta y posible forma del sueño. Por eso me limitaré a escribir: «Esto es un libro sobre el Alentejo». Un libro, una simple novela, gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios y grandes hambres, las victorias y los desastres, el aprendizaje de la transformación, muertes. Es un libro que quiso aproximarse a la vida, y ésa sería su más merecida explicación. Lleva como título y nombre, para buscar y ser buscado, estas palabras sin ninguna gloria: Levantado del suelo. Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez soñando. Como los hombres a los que me dirijo.
JOSÉ SARAMAGO

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Los hombres van a trabajar lejos, donde se pueda ganar algún dinero más. En el fondo, son todos cimarrones, andan de aquí para allá y vuelven a casa semanas o meses después para hacerle otro hijo a la mujer. Entretanto, en los desbroces de la montanera, o arrancando corcho, por cuenta de los mesegueros, cada gota de sudor es una gota de sangre perdida, y los desgraciados todo el santo día penando, y a veces también de noche, se cuentan las horas de trabajo con los dedos de tres manos, cuando no hay que ir a la cuarta mano de la bestia para enumerar lo que falta, no se les seca la ropa en el cuerpo en toda una quincena. Para descansar, si tal verbo cabe aquí, se tumban en un lecho de brezos con paja por encima, y gimen de noche, sucios, pisoteados, así no vale, no se puede creer al cura Agamedes que viene de su almuerzo dominical en casa de Floriberto, y buen almuerzo fue, como se comprueba por el eructo que resuena en todo el latifundio.

Este es el poder de los cielos. Aparte, obsérvese, la historia se repite mucho. Están los hombres en la cabaña, derribados por la fatiga, vestidos, duermen unos, otros no pueden, y por las rendijas de las cañas que sirven de paredes se filtra una claridad jamás vista, la mañana está lejos aún, no es la mañana, sale uno y queda sobrecogido de temor, que todo el cielo es un chaparrón de estrellas, cayendo como lámparas, y la tierra está clara como jamás logró iluminarla la luna. Salen todos a ver, hay quien se asusta con miedo de verdad, y las estrellas caen silenciosamente, va a acabarse el mundo, o a comenzar por fin. Dice uno con fama de más sabio, Movimiento en los astros, movimiento en la tierra. Están muy juntos, miran hacia arriba, con el cuello estirado, y recogen en los rostros sucios la polvareda luminosa de las estrellas candentes, lluvia incomparable que deja la tierra con una sed diferente y mayor. Y un vagabundo medio tonto que pasó por allí al día siguiente aseguró, por su propia alma y la de su madre aún viva, que aquellos celestes signos anunciaban que en una majada próxima, a tres leguas de allí, había nacido, pero de otra madre, y probablemente no virgen, un chiquillo que sólo no sería Jesús si no lo bautizaban con ese nombre. Nadie le creyó, y gracias a ese escepticismo se vio facilitada la tarea del padre Agamedes quien, al domingo siguiente, en la iglesia repleta y ansiosa como nunca, se burló de los estúpidos que creen que Jesucristo va a volver a la tierra así, sin más, Para decir lo que él diría estoy yo aquí que soy el cura, tengo órdenes sagradas e instrucción y poderes de la santa madre iglesia católica apostólica y romana, lo habéis entendido todos, o queréis que os abra otro oído en lo alto de la cabeza.

Razón tenía aquel sabio que pronosticó, Movimiento en los astros, movimiento en la tierra, y lo confirmaron de inmediato los abisinios, los que pudieron, luego los españoles, y más tarde medio mundo. Por aquí se mueve la tierra según antiguos usos. Llega el sábado, y con él el mercado, pero tan mezquino que nadie sabe cómo llenar el fardel para la semana siguiente. Iba la mujer al tendero y le decía, Por favor, a ver si me puede fiar esta semana, que apenas trabajamos por causa del mal tiempo. O decía la misma cosa con otras palabras, empezando del mismo modo, Por favor, a ver si me puede fiar esta semana que mi marido está en paro. O bien, clavando avergonzados los ojos en el mostrador como quien no tiene otra moneda con que pagar, Mi marido ganará más este verano, entonces le pagaremos todo. Y el tendero, pegando un puñetazo en el libro de contabilidad, respondía, Esa historia la vengo oyendo hace mucho tiempo, luego pasa el verano y el perro se pone otra vez a ladrar, las deudas son perros, es curioso esto, quién habrá sido el primero al que se le ocurrió tal cosa, éste es un pueblo de invenciones pequeñas y necesarias, imagínese la libreta del tendero o del panadero, con grandes números a lápiz, tanto aquél, tanto éste, un cachorrillo, todo felpa, puede crecer, y esta fiera, con dientes de lobo, deuda gorda ya del año pasado, O paga o se acabó el fiado, Pero mis hijos tienen hambre, y las enfermedades, y mi marido sin trabajo, no tenemos a quién recurrir, A mí qué me dice, sólo se lleva algo después de pagar. Ladran por toda esta tierra los perros, los oímos en las puertas, vienen detrás de quien no pagó, le muerden en las canillas, le muerden el alma, y el tendero va hasta la calle y dice a quien le quiera oír, Díselo a tu marido, el resto ya se sabe. Hay quien acecha por los postigos a ver quién es la de la vergüenza, son crueldades de pobre, hoy tú, mañana yo, no hay que tomarlo a mal.

Cuando un hombre se queja es que algo le duele. Quejémonos nosotros de esta ferocidad sin nombre, y es pena que no lo tenga, Qué va a ser de nosotros hoy, sólo con este dinero, y tan atrasados en la tienda, y el tendero que no fía, cada vez que voy allí amenaza que se acaba el crédito, ni un céntimo más, Mujer, vuelve a intentarlo, eso son cosas que se dicen, ese hombre no tiene una piedra por corazón, Pues yo no voy sola, que ya no tengo cara para entrar por esa puerta, sólo si tú vienes conmigo, Entonces vamos los dos, pero de poco sirve un hombre en estos casos, su deber es ganarlo, hacerlo rendir es cosa de la mujer, aparte de que las mujeres están habituadas, protestan, juran, regatean, lloriquean, son capaces hasta de tirarse al suelo, ay un vaso de agua que a la pobrecilla le dio un soponcio, y el hombre va, pero va temblando, porque debía ganar y no gana, porque debía gobernar la familia y no gobierna, Señor cura Agamedes, cómo voy a cumplir lo que prometí cuando me casé, a ver dígamelo. Llegamos a la tienda y hay allí otros parroquianos, unos salen, otros entran, no todos de compra pacífica, y nosotros nos vamos quedando atrás, aquí en este rincón, junto al saco de habichuelas, pero cuidado, que no piense que hemos venido a robarle. No hay más clientes, aprovechemos ahora, entonces me adelanto yo que soy hombre, me tiemblan las manos, Señor José, a ver si puede adelantarnos algo, esta semana no se lo puedo pagar todo, que ha sido una semana muy mala, pero cuando saque algo por ahí se lo pago todo, puede estar seguro, no le voy a dejar nada a deber. Digamos que estas palabras no son nuevas, quedan dichas ya en la página anterior, dichas en todo el libro del latifundio, cómo vamos a esperar que sea distinta la respuesta, No señor, no te fío más, pero antes el tendero adelantó la mano como una garra y cogió todo el dinero que yo, para ablandarlo, había puesto sobre el mostrador, sólo entonces respondió. Y yo dije, con toda la calma que podía, y Dios sabe que era bien poca, Señor José, no me haga eso, qué voy a dar de comer a mis hijos, tenga compasión de mí. Y él dijo, A mí no me vengas con historias, no te fío más, y aún me quedas a deber mucho. Y yo dije, Señor José, por favor, déme al menos algo por el dinero que me ha cogido, sólo para remediar el hambre de mis hijos, por darles algo de comer. Y él dijo, No puedo fiar más, lo que me he quedado no es ni la cuarta parte de lo que me debes. Dio un puñetazo en el mostrador, me desafía, voy a pegarle, o clavarle el cuchillo, si la navaja, esta hoja curva, esta daga moruna, Ay, que te pierdes, mira por nuestros hijos, no le haga caso, señor José, no lo tome a mal que esto es desesperación de pobre. Me empujan hasta la puerta, Déjame, mujer, que mato a este cabrón, pero por dentro me va el pensamiento, no lo mato, no sé matar, y él me dice desde dentro, Si fío a todo el mundo y nadie me paga, de qué voy a vivir. Todos tenemos razón, quién es mi enemigo.

Por estas carencias o por otras semejantes inventamos historias de tesoros escondidos, o ya las encontramos inventadas, señal de mucha necesidad antigua, no es sólo de hoy. Y hay avisos que conviene entender con mucha atención, al menor error se deshace el oro en pez y la plata en humo, o queda uno ciego, que ya se han visto casos. Hay quien dice que en sueños no hay firmeza, pero si sueño tres noches seguidas con un tesoro y no hablo de él a nadie, ni del sitio en que en sueños lo vi, es seguro que doy con él. Pero si hablo, no, porque los tesoros tienen su destino marcado, no pueden ser distribuidos por voluntad del hombre. Es caso antiguo el de aquella muchacha que tres veces soñó que en la rama de un árbol había catorce reales y debajo de las raíces una cazuela de barro llena de monedas de oro. En estas cosas hay que creer siempre, aun cuando sean inventadas. Dio cuenta la muchacha de su sueño a los abuelos con quienes vivía y fueron todos al árbol. Allí estaban los catorce reales en la rama, medio sueño realizado, pero les dio pena de cavar hasta las raíces, porque el árbol era hermoso, y con las raíces al sol moriría, son debilidades del alma. No se sabe cómo fue, pero se extendió la noticia y, cuando decidieron volver allí, enmendados de su pena, estaba el árbol por tierra y en el fondo del agujero una olla de barro partida, y nada más. O el oro había desaparecido por arte de magia, o alguien, menos escrupuloso o de curtida sensibilidad, se había llevado el tesoro y con él se calló. Puede ser.

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