Después de la tierra, lo primero que Lamberto necesita es un capataz. El capataz y el látigo que pone orden en la jauría. Es un perro elegido entre los perros para morder a los perros. Conviene que sea perro para conocer las mañas y defensas de los perros. No se va a buscar a un capataz entre los hijos de Norberto. Alberto es Humberto. Un capataz es, en primer lugar, un criado, con privilegios y remuneración acordes con el exceso de trabajo que es capaz de arrancar a la cuadrilla. Pero es un criado. Está colocado entre los primeros y los últimos, es una especie de mula humana, una aberración, un judas, alguien que traiciona a sus semejantes a cambio de más poder y algún mendrugo más.
El arma grande y decisiva es la ignorancia. Es conveniente, decía Sigisberto en su cena de cumpleaños, que nada sepan, ni leer, ni escribir, ni contar, ni pensar, que consideren y acepten que el mundo no puede ser cambiado, que este mundo es el único posible, tal como está, que sólo tras la muerte hay paraíso, quien lo puede explicar mejor es el padre Agamedes, y que sólo el trabajo da dignidad y dinero, pero no tienen por qué pensar que yo gano más que ellos, la tierra es mía, cuando llega el día de pagar impuestos y contribuciones no es a ellos a quien pido dinero prestado, y además siempre ha sido así y lo seguirá siendo, y si no les diera yo trabajo, quién se lo iba a dar, estamos juntos yo y ellos, yo soy la tierra, ellos son el trabajo, y lo que es bueno para mí, es bueno para ellos, Dios quiso que las cosas fueran así, quien lo puede explicar mejor es el padre Agamedes, con palabras sencillas que no añadan más confusión a la confusión que ya tienen en la cabeza, y si no basta el cura, se ordena a la guardia nacional que se dé una vuelta a caballo por las aldeas, sólo exhibirse, es una advertencia que ellos entienden sin dificultad. Pero dígame, madre, también pega la guardia a los amos del latifundio, Para mí que este chico no anda bien de la mollera, dónde se ha visto cosa igual, la guardia, hijo mío, fue creada y sustentada para arrearle al pueblo, Cómo es posible, madre, es que se hace una guardia sólo para arrearle al pueblo, y qué es lo que hace el pueblo, El pueblo no tiene quien arree al dueño del latifundio que manda al guardia a arrear al pueblo, Pero yo creo que el pueblo podría pedirle a la guardia que arreara a los amos del latifundio, Ya decía yo, María, que este muchacho no está en sus cabales, no lo dejes andar por ahí diciendo estas cosas, que todavía tendremos problemas con la guardia.
El pueblo se hizo para vivir sucio y hambriento. Un pueblo que se lava es un pueblo que no trabaja, quizá en las ciudades no sea así, no digo que no, pero aquí, en el campo, en los latifundios, va uno contratado tres o cuatro semanas lejos de casa, a veces hasta meses si así conviene a Alberto, y es punto de honor en el hombre no lavarse durante todo el tiempo de la contrata ni la cara ni las manos, ni afeitarse tampoco. Y si lo hace, hipótesis ingenua por lo improbable, puede contar con la burla de los amos y de sus propios compañeros. Es éste el lujo de los tiempos, gloriarse los sufridores de su sufrimiento, los esclavos de su esclavitud. Preciso es que este animal de la tierra sea exactamente un animal, que sume con el alba la legaña matutina a la legaña de la noche, que la suciedad de las manos, de la cara, de los sobacos, de las ingles, de los pies, del agujero del cuerpo, sea halo glorioso del trabajo en el latifundio, es preciso que el hombre esté por debajo del animal, que ése, para limpiarse, se lame, es preciso que el hombre se degrade para que no se respete a sí mismo ni a su prójimo.
Y más aún. Se envanecen los trabajadores de los golpes que recibieron en los trabajos de labranza. Cada uno de ellos es medalla para vanagloria de taberna, entre vaso y vaso, Trabajando para Berto y Humberto recibí tantos y tantos. Estos son los trabajadores buenos, los que, en tiempo de vergajazos, mostrarían envanecidos los verdugones rojos, y mejor aún si sangran, fanfarronería igual a la de la chusma de las ciudades, que presume de virilidad tanto mayor cuantas más purgaciones duras o chancros blandos hayan atrapado en el comercio de la cama de alquiler. Ah, pueblo conservado en la grasa o en la miel de la ignorancia, nunca te faltarán ofensores. Y trabaja, mátate a trabajar, revienta si es preciso, que así dejarás buen recuerdo en el capataz o en el patrón, ay de ti si adquieres fama de gandul, nunca más tendrás quien te contrate. Puedes ponerte a las puertas de las tabernas, con tus compañeros de infortunio, también ellos te despreciarán, y el capataz, o el patrón, si le da por ahí, te mirará con asco y sólo tú quedarás sin trabajo, para que aprendas. Que los otros han aprendido su lección, irán todos los días a matarse en el latifundio, y cuando tú llegues a casa, si casa es eso, con qué cara vas a decir que no encontraste trabajo, que los otros sí, pero tú no. Corrígete si todavía estas a tiempo, jura que has aguantado ya veinte punzadas, crucifícate, tiende el brazo a la sangría, ábrete las venas y di, Esta es mi sangre, bebed de ella, ésta es mi carne, comed, ésta es mi vida, tomadla, con la bendición de la iglesia, el saludo a la bandera, el desfile de las tropas, la entrega de credenciales, el diploma de la universidad, háganse en mí vuestras voluntades, así en la tierra como en los cielos.
Ah, pero la vida es también un juego, un ejercicio lúdico, jugar es un acto de imponente seriedad, grave, filosófico incluso, para los niños es exigencia de crecimiento, para los adultos una vuelta a la infancia, provechosa para algunos. Sobre estas materias se han escrito bibliotecas, sólidas todas, ponderadísimas, sólo un estúpido llegaría sin convencerse al final de ellas. Pero el error está en creer que trascendencia tanta sólo en los libros se encuentra, cuando, en verdad, basta una mirada, un minuto de atención, para apreciar cómo juegan el gato y el ratón, y cómo éste acaba siendo comido por aquél. Porque la cuestión, la única que importa, es saber a quién aprovecha realmente la inocencia primera del juego, sirva de ejemplo ese jugar que nunca fue inocente, cuando el capataz les dice a los jornaleros, Venga rápido, a ver quién es el último, a correr. Y los inocentes, eso sí, ciegos al claro engaño, iban de Monte Lavre a Val de Perros al trote, al galope, a rastras para conquistar la gloria de llegar el primero, o la satisfacción confirmada de no ser el ultimo. Porque el último, y hay siempre uno que es el último, no se puede evitar, tendrá que oír las burlas, las mofas de los triunfadores jadeantes, ya sin huelgo, y eso que aún no ha empezado el trabajo, y arman todos una algazara de escarnio, pobres tontos, Ay que fue Juan Maltiempo quien llegó el último, para él la gaita, y nadie sabe qué gaita es ésa, es una gaita cualquiera, una señal de torpeza, de poca prisa en las piernas, ni es hombre ni es nada. Que Portugal es un país de hombres, de eso aquí no falta, sólo no lo es el último de cada carrera, largo de aquí, gandul, que no vales el pan que comes.
Pero no acaban ahí los juegos. El último en llegar, si es que tiene vergüenza en la cara, querrá ser el primero en cargar, siempre hay una compensación. Están armando el montón de leña de la que saldrá el carbón, y tú dices, tras ponerte un saco a la espalda para no sentir tanto el dolor que viene ahí, A ver, venga ese tronco, que lo cargo yo. Está mirando el capataz y hay que demostrar a los compañeros que eres tan hombre como ellos, y además no puedes quedarte sin trabajo la semana que viene, están los hijos, y entonces van dos y levantan el tronco, no son tus hijos, pero como si lo fueran, gimen ya con el esfuerzo, y te lo ponen sobre el hombro, tú te doblas como un camello para recibir la carga, como si hubieras visto ya un animal de ésos, y al sentir la carga, se te doblan las rodillas, pero clavas los dientes, tensas los riñones, y poco a poco te vas aplomando, es un tronco enorme, una rama gigantesca, hasta crees que tienes sobre los hombros un alcornoque de cien años, y das el primer paso, qué lejos está el montón de leña, los camaradas mirando, el capataz, A ver si aguantas, valiente. Es eso exactamente, ser un valiente, aguantar el tronco en los omóplatos que crujen, el corazón, para quedar bien visto por el capataz, que dirá a Adalberto, Ese Maltiempo, y quien dice Maltiempo dice otro nombre cualquiera, es un valiente, cargó con el tronco, ni se lo puede imaginar, hombre de una pieza, fue una hazaña. Será, pero hasta ahora no has dado más que esos tres pasos. Tienes ganas ya de tirar la carga al suelo, eso es lo que te pide el cuerpo violentado, pero el alma, si es que a ella tienes derecho, el espíritu, si pudiste parirlo dentro de ti, te dicen que no puedes, que preferirás reventar antes que quedar mal en tu tierra, quedar como un flojo, cualquier cosa menos esa vergüenza. Mucha retórica se ha venido haciendo desde hace dos mil años por haber llevado Cristo la cruz al Gólgota, y lo hizo con ayuda del Cireneo, pero de este crucificado que aquí va no habla nadie, a él, que ayer apenas cenó y casi nada ha comido hoy, todavía le queda medio camino por andar, ya se le enturbian los ojos, es una agonía, señores, todos mirando, y gritan, A que no eres capaz, a que no eres capaz, y tú has dejado de ser tú, menos mal que no has llegado a animal, gran ventaja, porque si dejas que las piernas cedan quedarías tumbado bajo la carga, y tú, tú no eres un hombre, eres un comparsa embaucado de una gran juerga universal, juega, qué más quieres, el salario no da para comer pero la vida es este juego alegre, Está casi, está casi, oyes decir, y te sientes como si no fueras de este mundo, una carga así, tened piedad, echadme una mano, compañeros, si nos unimos menor será el esfuerzo de cada uno, pero no, no puede ser, es cuestión de honor, no volverías a hablarle en la vida a quien intentara ayudarte, aquí está vuestro error, el de todos. Dejas caer el tronco en el sitio exacto donde tenía que quedar, gran proeza, y los compañeros dan vivas, ya no eres el último, dice gravemente el capataz, Sí señor, una proeza. Te tiemblan las piernas, estás cansado como una mula que ha cargado demasiado, y te cuesta respirar, esta punzada, Dios santo, esta punzada, eres un ignorante, lo que tienes es una distensión, una ruptura fibrilar, no sabes las palabras para nombrarla, pobre bestia.
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