– ¡Qué opio de novela!
– ¡Mirá, perdóname, pero lo que tengo que contarte es un opio!
– La pintura de Clorindo es un opio. -Qué opio que ahora hay chusma hasta en la calle Santa Fe (a propósito de peronistas). Ejemplos de Monada:
– Qué monada el último cuento de Monique en La Nación.
– Qué monada esa vista de Michéle Morgan. -El mundo se divide en Opio y Monada. La Lucha Eterna y nunca definida entre esas dos potencias da todas las alternativas de la realidad. Cuando predomina Opio, es cosa de morirse: modas horrendas o cursis, novelas complicadas y teológicas, conferencias de Capdevila o Larreta en Amigos del Libro a las que Uno se ve obligado a concurrir porque si no Albertito se ofende, gente que se muere de hambre y quiere Estatutos (cuando no se les da por gobernar), visitas que llegan a horas absurdas, parientes ricos que no mueren ("¡Qué opio Marcelo, que es eterno y con las hectáreas que tiene!"). Cuando predomina Monada, las cosas se ponen divertidas (otra palabra del vocabulario básico de Lala) o por lo menos soportables, che: un muchacho que se le ha dado por escribir, pero al menos no ha dejado de jugar al polo ni se ha hecho amigo de gente con apellidos raros como Ferro o Cerretani; una novela de Graham Greene que trata de espías o ruletas; un coronel que no se propone conquistar a las masas; un presidente de la república que es bien y va al hipódromo. Pero no siempre las cosas son tan nítidas, porque, como te digo, hay una lucha permanente entre las dos fuerzas, así que a veces la realidad es más rica y resulta que de pronto Larreta dijo un chiste (bajo la misteriosa presión de Monada) o, al revés, como Wanda, que es una monada de modista, pero cuando se le da por seguir las payasadas americanas, che, es un opio. Y, en fin, antes el mundo estaba bastante divertido pero en los últimos tiempos, con los peronistas, hay que reconocer que se ha vuelto casi totalmente Opio. Ésa es la filosofía de mi prima Lala. Como ves, una especie de cruza de Anaximandro con Schiaperelli y Porfirio Rubirosa. Burdísimo.
En ese momento se oyeron las voces de Wanda y la cliente que se acercaban. Aparecieron en la sala y detrás de ellas, un poco retardada, también entró Alejandra. Su cara pareció demostrar sorpresa por la presencia de Martín, pero esa misma impasibilidad le revelaba a Martín, que tan bien la conocía, una gran irritación contenida. En aquel absurdo ambiente, contestando a su saludo con la misma cordialidad superficial con que podría saludar a un conocido cualquiera, sin tomarse el trabajo de apartarse un segundo para explicarle su inasistencia a la cita, con el aire de frivolidad que asumía delante de Wanda y de Quique, Alejandra parecía pertenecer a una raza que no hablaba el mismo lenguaje que Martín y que ni siquiera sería capaz de comprender a la otra Alejandra.
La cliente venía parloteando sin interrupción con Wanda sobre la necesidad impostergable de matar a Perón.
– Habría que matar a toda la negrada -decía-. Ya las personas decentes no podemos ni andar por las calles.
Una serie de sentimientos confusos y contradictorios entristecieron a Martín aun más.
– Yo les digo -prosiguió la mujer, después de besarse con Quique en la mejilla- que se viene el comunismo. Pero yo lo tengo ya pensado: si se viene el comunismo, me voy a la estancia y se acabó.
Y mientras aceptaba distraídamente la presentación de Martín, Quique, por encima de su hombro la mirada con cara de regocijo a Alejandra, porque, como dijo después, "¿cómo nadie puede inventar una frase como ésa?"
Martín observaba a Alejandra luchando por hacerlo con una cara indiferente; pero su rostro, como independiente ya de su voluntad, iba adquiriendo los inevitables y siempre desagradables indicios del reproche, el sufrimiento y la interrogación.
– ¿Sabes, Marita -le dijo Quique a la dienta-, que se ha comprobado que el tipo no se llama Perón sino Peroné?
– ¡Qué me decís! -comentó la mujer con enorme interés.
– Ni más ni menos: el individuo se llama Peroné.
Apenas se fue Marita, Quique desarrolló su teoría:
– Si en este país vos te llamas Vignaux, aunque tu abuelo haya sido carnicero en Bayona o en Biarritz, sos bien. Pero si sobrellevas la desgracia de llamarte De Ruggiero, aunque tu viejo haya sido un profesor de filosofía en Nápoles, estás refundido, viejito: nunca dejarás de ser una especie de verdulero. Este asunto de los apellidos hay que estudiarlo con mucho cuidado -prosiguió, mientras Wanda y Alejandra comenzaban a reírse-. Porque con la cosa de las cruzas y la emigración el país está expuesto a Grandes Peligros. Ahí tenés el caso de Muzzio Echandía. Un día María Luisa se vio obligada a decirle:
– ¡Callate, vos, que ni con dos apellidos haces uno solo!
– Y tiene razón, qué diablos. Si al menos el segundo apellido hubiese sido Ibarguren o Álzaga. En fin, cualquier vasco de pro. Pero ahora el barro está hecho y como yo le dije un día a Juan Carlitos:
– Te equivocaste de vasco, viejito. Acá, queridas, hay que andar con pies de plomo, porque donde menos se piensa salta la liebre. Y si no, miren lo que le pasó a Jeannette, que se peleó con el Negro y el Negro le mandó una carta. Y Jeannette, que ya tenía unas copas, se me vino encima en la Biela Fundida y me dijo:
– ¡El hijo de puta! Porque vos sabrás (miró a los costados) que a mí me falta el cuarto apellido.
– Sans blague -comenté.
Entonces me mostró el sobre, con el inicuo chiste del Negro, destinado, qué duda cabe, a los mucamos. La carta dirigida, en efecto a Jeannette Álzaga Basavilbaso Álzaga ¡y cáete de espaldas!… ¡Murature! ¿Te imaginas, Alejandra? Un gringo marinero que lo nombraron comandante de la Flota de Buenos Aires en la guerra contra la Confederación. Algo así como Mariscal del Ejército de San Marino. ¿Realizas? L 'Amiraglio. cara mia! Comprendé ahora el drama de Jeannette. Es cierto que tiene un par de Álzaga. Pero si al menos fuera "Álzaga y". Pero no: un Basavilbaso y un Murature. Y si por lo menos uno de los dos fuera una avenida. Pero no: una calle de treinta centímetros de largo. ¡Burdísimo! Mi teoría es que si tenés un apellido grasa tenés que defenderte como gato panza arriba, che. Imagináte que soportas la desgracia de llamarte Pedro Mastronicola. Bueno, no, eso es demasiado, eso no tiene defensa, mismo en la clase media. Digamos que te llamas Pedro Marolda. ¿Qué podes hacer? tenés que luchar a muerte y, sin embargo, ésa es otra de las bromas del asunto: con suma cautela. De la mesure avant toute chose! Porque no es cosa que por llamarte Marolda te precipites como un hambriento sobre un Uriburu. ¿Cómo podrías llamarte Pedro Marolda Uriburu? Todo un mundo te tomaría por un farsante, por un estafador internacional, por un déguisé. Tampoco podrías reemplazar el Uriburu con dos apellidos menores, como podrían ser Moyano y Navarro. Comprenderás que Pedro Marolda Moyano Navarro es una payasada, un especie de cordobés de corso. En esos casos es preferible elegir un solo apellido y no demasiado estruendoso: Pedro Marolda Moyano. Me dirán ustedes que no resulta tan importante. De acuerdo, pero al menos that works. Les diré que en caso de apuro, nada mejor que recurrir a las calles. En un tiempo, con el Grillo lo enloquecíamos a Sayús, que es un snob, diciéndole que le íbamos a presentar a Martita Olleros, a la Beba Posa das, a Titina Azcuénaga. Los subtes, les doy el dato, son un verdadero filón. Tomen, por ejemplo, la línea a Palermo, que no es de las mejores. Sin embargo funciona casi desde la salida: Chuchi Pellegrini (medio sospechoso, pero así y todo da cierto golpe, porque al fin el gringo fue presidente), Mecha Pueyrredón, Tota Agüero, Enriqueta Bulnes. ¿Realizan?
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