Nefastófeles me decía: Estás progresando, pero mis papás no lo veían como un progreso. Decían: Rehabilitación. Sin embargo, no me trataban como enferma. Como loca, más bien, porque muy rara vez me contestaban. En la mesa nunca se dirigían a mí. No preguntaban: ¿Quieres más? Decían: ¿Nadie se va a tomar lo que queda de sopa? Y Nadie era Violetta, of course. ¿Nadie va ir hoy a trabajar?, y yo tenía que entender que era hora de largarme a la oficina. Y el día de quincena, en la noche: Nadie nos ha pagado, ¿verdad? Y se supone que yo tenía que esperar que cuando me rehabilitara iba a dejar de ser Nadie. De chica me decían: Cuando seas grande, y por lo menos yo podía pensar: Cuando tenga dieciocho años. O diecinueve, o diecisiete, pero tú dime cómo calcular un cuando te rehabilites. ¿Sabes lo que según mis queridos padres iba yo a hacer cuando me rehabilitara? Pues sí: casarme con Rodolfo Ferreiro. Tendría que sonar chistoso, pero los ingenuotes lo decían muy solemnemente. Ahora que Mi Hija y Don Rodolfo sean marido y mujer… Me daba pena oírlos, y me daba coraje oír a Nefastófeles diciendo: Créame, señora, que me acerco a su hogar con las mejores intenciones. Te juro que así hablaba, como de cartón. O de cartón más bien. Mi vida entera se había vuelto una historieta chafa.
Aunque no me iba mal. Era un trabajo feo, la verdad, pero de todos modos me servía el dinero. Hacía negocitos por todas partes, sobre todo con los clientes a los que iba a ver, ya ves que se me da sacarle el Sugar Daddy al Uncle Scrooge. Pero era horrible porque no podía una desafanarse; había que tener una relación con los clientes, decirles que los extrañaba, un rollo de lo más apestoso. Sucio, pues, mentiroso en mala onda. Todo me lo invitaban, me daban regalitos, me aprobaban cualquier proyecto que les llevara. Y Ferreiro feliz. Se encerraba conmigo en la oficina y me decía: Licenciada, estamos salvando a la empresa. Pero yo todavía creía que la cosa era entre nosotros, no que todos estaban enterados. ¿Tú crees que iba yo a hacer una amiga en esa agencia, cuando ya me tenían señalada como Puta Oficial? Por más que me sintiera una extraña entre mi familia, me daba mucha lástima pensar que cualquier pinche gato en esas oficinas sabía más de mi que mis papás. Terminaba la junta y yo me quedaba en la oficina del cliente, mientras al Nefas ya le estaban llamando de su casa. Licenciado Ferreiro, su esposa. Y mis papás haciendo planes para cuando nos casáramos. Ya se veían riquísimos, los mensos. Estaban orgullosos de lo bien que se llevaban con Don Rodolfo. ¡Bendito sea Dios que nuestra pobre hija se lo encontró a usted, licenciado! Me acuerdo en Navidad, cuando fue de visita con sus regalos de feria: antes de despedirse, ya en la puerta, los abrazó a los dos y hasta le prometió un súper trabajo a mi papá. Ahora que emparentemos, decía. Yo los veía a los tres y sentía calientes las mejillas. Parecía que estaban compitiendo a ver quién era más lambiscón, y mis papás le iban ganando de calle. Hazte cuenta que era un programa de concurso, con Nefastófeles de conductor. Y yo estaba entre el público diciendo: No los conozco, no los conozco, no los conozco.
Después supe que Paul no me quería. Como que no acababa de comprarle su estrategia a Ferreiro. Un día oí que le decía: Vas a ver que esta vieja hace milagros, yo sé lo que te digo, levanta muertos. Y como Paul apenas acababa de heredar la agencia, no le quedó otra que apostarle al único caballo que tenía, o sea el que le estaba vendiendo Ferreiro. Yo, pues: la yegua ponedora. Nunca creí que fuera a funcionar, prefería que Ferreiro me declarara inútil. Que me corriera y ya, carajo. Pero también pensaba que podía aprender algo, y a lo mejor después cambiarme a alguna agencia de verdad. No me gustaba estar ahí encerrada, pintándome las uñas y contestando el teléfono, pero decía: Me voy a acostumbrar. Algún día tenía que trabajar en un lugar decente. Aunque todavía estuviera Ferreiro para impedirlo, ¿ajá? Ese trabajo no era lo que yo quería, pero tenía buen lejos. Si no te me acercabas demasiado, jurabas que era yo una exitosa ejecutiva. Y lo era, carajo, ahí estaba lo peor. Nadie en la puta vida de esa agencia levantó más pedidos que la simpatiquísima Licenciada Posturopedic.
A veces me la daban de psicóloga. Iba a comer con el dueño de la fábrica y acababa llorándome en el hombro. Cuando menos pensaba, ya estábamos comprando juguetitos para sus hijos. Paul decía que teníamos que involucrarnos emocionalmente con la empresa, pero a mí me pagaba por involucrarme con los empresarios. Nunca me dijo nada, porque como que le daba vergüenza hablar conmigo de esas cosas, pero hubo un par de veces en que medio alcanzó a meterme manotas. Yo por supuesto que me hacía la occisa. No podía decirle: No me toques, ¿ajá? Si quería room service, se lo tenía que dar, ni modo que me hiciera la indignada. Pero no lo pedía, ni me lo iba a pedir porque yo le daba asco. No sé qué le diría Nefastófeles, supongo que lo suficiente para mantenerme bien lejos de él. Para que me mirara con ese menosprecio de niño mimado que me torcía el hígado. Detesto a Nefastófeles con toda mi alma, pero en el fondo Paul es peor. Paul es de los que nunca se salpican. Está detrás de todo pero no da la cara por nada. Siempre tan cool el niño taradito, haciéndose el muy fuerte con huevitos prestados. O rentados. ¿Sabes por qué el mamón de Paul nunca me vio a la cara? Porque no soportaba la idea de que yo los tuviera mejor puestos que él. Porque yo no tenía que fingir que estaba trabajando. Y también porque yo trabajaba en un área donde él era un inútil. ¿O qué? ¿Vas a decirme que su esposa no tiene cara de piruja insatisfecha? No hay pierde, darling. Paul nunca me pidió que me le pusiera flojita porque tenía miedo a que me riera de él. El típico fantoche que dispara antes de desenfundar.
Cuando empecé a contarte todas estas cosas trataba de cuidar lo que decía. Me intimidaba imaginarte echando espuma por la boca, mentándome la madre, renegando de mí. Pero ya luego me fui acostumbrando, y ojalá tú también. Me gustaría agarrar las cintas y quemarlas, y después inventar algo lindo y contártelo. Pero ya sé que no funcionaría, que acabaría como acaban todas mis historias. Siempre que me disfrazo de buena me sale lo mala. Odio a todos y todos me odian a mí. ¿Dónde está el problema? En todos, por supuesto, ni modo que en mí. Eso es lo que me gustaría escuchar una vez en mi vida: Fueron ellos, no tú. Y semejante mentirota sólo tú podías creerla, porque eras todavía más inocente que mis papás. Ellos creían en mí porque yo era dinero, pero tú te embarcaste así, por nada. Diablo Guardián sin sueldo. Y ya sé que con esta grabación estoy haciendo mierda tu inocencia, pero igual es la única manera de encontrar la mía. Nunca un hombre me había considerado más importante que él, ¿Cómo querías que no abusara de ti? ¿Cómo crees que voy a ser buena y generosa, cuando tú eres mi última oportunidad de portarme como una perra déspota? ¿Te imaginas siquiera cuánto te lo agradezco?
Perdón, pero no puedo controlarme. No quiero, no me importa. Necesito soltar a mis monstruitos y como siempre tú eres el domador. No se por que los mimas.
Deberías curtirlos a cuerazos, a lo mejor así te harían más caso. Pero quién sabe, porque te tienen tirria. Saben que tú eres el más leal de los traidores, que eres capaz de cualquier cosa por hacer que en las vidas de los demás pase lo que tú quieres, y todo porque no te atreves a sentarte a escribir una novela. Ya sabes de qué trata, cómo empieza, cómo acaba, pero por eso mismo no vas a escribirla. Ya hiciste demasiadas trampas, ya caíste solito en todas ellas. Lo único que te queda soy yo, y yo tengo tu historia aquí, en las manos. Te la estoy platicando y no la creo. ¿Por qué tuviste que venir a salvarme, Diablo Guardián? ¿No era mejor seguir con esa historia donde hablabas tan lindo del amor? ¿Tenías que venir a estrellarte contra mí? ¿No te da pena haber andado cacheteando el pavimento por una bruja ególatra y tramposa como yo? ¿No te dan ganas de aventarme un abogado, por ejemplo?
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