¿Sientes que lo odias? Entonces de una vez te voy a dar motivos para que le deseemos la muerte juntos. ¿Te acuerdas que una vez te dije que le estaba muy agradecida a mi jefe? No sé si habrás captado la ironía. Lo único que yo le agradecía a Ferreiro era que no se hubiera decidido a acabar de pisotearme. Que me hubiera dejado vivir, aunque fuera en sus garras. Y de paso, que no se diera cuenta que el pinche poeta en el destierro estaba ahí para zafarme de esas putas garras carroñeras. Dirás que soy fanática, pero me aprendí toda la hoja de memoria. Como si fuera un rezo. Porque al final me hacía sentir así. La decía en voz alta y era como si hubiera rezado. Creía que todo iba a salir bien, que un güey que escribe cosas así de inútiles por fuerza tiene que ser un dandy. Ya te aclaré que en el primer minuto te vomitaba, pero un rato después de que te habías ido, pensé: Lo único que le falta es el caballo.
Ahora déjame te cuente lo del villano. ¿Sabes quién me sacó de Cuernavaca? Fue en julio del noventalcinco. Era apenas el tercer día que salía a la calle, pero el primero que iba completamente sola. Traía el coche, además. Me sentía como si me lo hubiera robado, juraba que mi cara o mis placas o mis huellas estaban en algún archivo de la policía. Siempre que veía cerca una patrulla, trataba de mirar para otra parte. Llegué al semáforo, vi una patrulla y zas: me volteé en chinga para el otro lado. En eso el del volante me sonríe, y yo le sigo el cuento para disimular, sin fijarme gran cosa en los detalles. No veo la cicatriz a media frente, ni el Rolex gigantesco en la muñeca, ni la jeta asquerosa que ya conocía. Cuando menos lo espero, ya tengo a Nefastófeles en mi ventana.
Podía haber huido, pero me desarmó. En lugar de decirme: Hija de puta, te fuiste como sirvienta, se acercó a darme un beso, de lo más cariñoso. Y de traje, además. Elegantísimo. Tenía no sé qué asunto en Cuernavaca y shit, que nos topamos. ¿Sabes también por qué no me escapé? Porque apenas me vio me llamó por mi nombre, con todo y apellidos. ¡Rosalba Rosas Valdivia, qué agradable sorpresa! ¿Cómo me iba a escapar, si lo primero que hacía el hijo de perra era enseñarme que sabía quién era? Así como hay enfermos capaces de tener a flor de hocico la exacta frase que van a decirte cuando vuelvan a toparte, hay quienes agarramos el mensaje al vuelo: si Nefastófeles sabía mi nombre completo, seguro había hablado con mis papis. Pero estaba en buen plan, como diciendo: Todavía no te he contado nada. Nos conocíamos, ¿ajá? Con todo y eso tengo que reconocer que parecía otro. Nada que ver con el pimp que yo había conocido en New York. Cómo sería la cosa que pensé: Ya cambió. Se veía decentísimo. Digo, para sus posibilidades. Y lo que más me impresionó fue que en lugar de pedirme mi teléfono o mi dirección, me diera su tarjeta de Vicepresidente Ejecutivo. Me acuerdo que me preguntó qué andaba haciendo, y yo por no decir que nada le aventé un mentirón: Pues fíjate que estudio mercadotecnia. Fue entonces que sacó su tarjeta y me dijo: Ve a verme a la oficina. ¿Te gustaría ser ejecutiva? Le eché una sonrisota de hielo. Sí, cómo no, pendejo, ahorita voy corriendo a comprarme un traje sastre. Esperaba que me pidiera algo, que tratara de chantajearme, o de insultarme, pero nada. Se fue con su sonrisa y su mal aliento y me dejó la business card: Licenciado Rodolfo Ferreiro. Nefistófeles, para servir a usted.
¿Ya entiendes por qué nunca me molestó que hablaras mierda de él? A veces creo que me fijé en ti porque según yo eras su contrario perfecto. En la agencia podía haber muchos que lo aborrecieran, pero ninguno daba la talla de enemigo. No digo que me parecieras muy fuerte, o muy correoso. Me parecías conveniente, punto. Ya después empezaste a ser simpático, pero eso no me convenía decírtelo. Ya parece que te iba a dar llaves de más. ¿Amigo, confidente, novio, amante? No way. Yo buscaba un aliado. Alguien que hiciera trampas, que se sintiera igual de pinche fuereño, que me ayudara a pendejear a los clientes, que detestara con el alma a Rodolfo Ferreiro. Y según yo tú estabas que ni pintado. Ahora ya no quería que me volvieran buena; me conformaba con que terminaran de sacarme del Infierno. Por eso me pasó que buscaba al forajido y me topé al Diablo Guardián. Pensaba: Puta madre, qué guapo se vería este galán con alas. Te veía dar vueltas por la agencia, pasar por mi escritorio, buscarme la mirada. Entonces decía: No. Que ni crea que vaya a mirarlo. Parecías no sé, desamparado, solo, aburridísimo. Andabas como loco buscando las mismitas alas que yo quería darte. Cuando llegué y te hablé pusiste cara de pordiosero agradecido. Ya después agarraste más estilo, pero esos segunditos fueron suficientes para decir: Es mío. Tenía que comprarte de cualquier manera, pero no haciendo trampas. Quería darte la valiosa oportunidad de convenirme, pero sin que Ferreiro se enterara. Pensé: Este güey estaba haciendo una novela y ahora aquí lo tenemos, puteado. Yo quería vivir en mi película y cada vez que lo intentaba terminaba puteado. En una de estas yo podía ser tu novela, o tú mi película. ¿Me creerías que estaba emocionadísima?
No te he dicho cómo llegué hasta allí. Es una historia de lo más vulgar, yo diría que hasta cursi. Chica equivocada decide superarse y recupera su destino. Bullshit, darling. Tal vez sí fui una bruta yendo a buscar a Ferreiro, pero puede que lo haya hecho sólo por demostrarle que no era la pendeja que él creía. Yo sabía exactamente lo que había querido decirme con su show de Mírame, soy gente bien. Sí, tú, pinche nagual y yo soy Wonderwoman. Y ahí estuvo el error, porque era obvio que entre Nefastófeles y yo no quedaba gran cosa por demostrar. Sabíamos que íbamos a traicionarnos, pero también sabíamos trabajar en equipo. I mean, hacer dinero. ¿Y sabes una cosa? También me interesaba que supiera que no nada más él había cambiado de liga.
Me da vergüenza contarte estas cosas. Nada más imagíname estudiando mercadotecnia y publicidad en una escuela chafa de Cuernavaca. ¿Sabes más bien a qué me dedicaba? Nadie nunca se imaginó que yo era la que robaba los libros y los apuntes. Después día en casa de Richie Ranch, leyendo, copiando, haciendo méritos solita porque decía: Bueno, sí Mefistófeles, que es un pinche ignorante This Big, pudo hacerse publicista, ¿yo por qué no? Richie se ríe mucho de mi Academia Ranch, pero igual yo sabía lo que estaba haciendo. Tenía que apurarme, armar algo. Aprenderme lo básico y conseguirme un diploma. Gastarme lo que me quedaba del dinero en algo bueno, ¿ajá?, algo que me sirviera, que no me hiciera daño. Hasta pensaba en ir a otras agencias, no a la de Nefastófeles. Pero ni lo intenté. Me daba miedo que un día fuera a contarles mi vida a mis papás. ¿O por qué crees que ese día me dejó ir tan fácil? Ya nomás con llamarme por mi estúpido nombre me había puesto la pistola en la sien.
Tenía rato pensando en volver a la casa. Un par de veces les llamé y colgué. En la segunda mi mamá había dicho: ¿Eres tú, Rosi? Rosi. O sea, dejaba de verme más de cinco años y lo primero que se le ocurría era llamarme por el diminutivo que más me cagaba. ¿No crees que eran ya ganas de joder? Al final, mi mamá también se había convencido de que llamarme Víoletta me había sacado el diablo. Dios mío, pero si la huella del diablo la ves mucho más obvia en Rosa del Alba. ¿Para eso me pintaban de rubia, los pinches inditos? Rosa, Rosi, Rosita. Rosi. Rosas. No sabes el coraje que me da pensar en eso. El mismo que sentían mis papás cada vez que les escribía firmando Violetta. Con decirte que la primera vez mi papá leyó Vedette.
También por eso tenía que volver a ver a Nefastófeles. Yo no podía aparecerme por la casa, ni llamar, ni escribir, si no hablaba primero con Ferreiro. O sea, qué carajo les había dicho, ¿ajá? No quería que me agarraran con los dedos en la puerta, y eso me iba a pasar si mi versión no coincidía con la de él. No creas que no pensaba en llamarle a Hans o a Fritz, pero igual ellos dos no me iban a servir más que de estorbo. Y como Richie Ranch estaba instaladísimo en el yate del Capitán Bacardí, ya sabrás, sonrisita ultracool pantaloncito blanco, Hollywood in his mind, finalmente yo estaba sola con mi juego. Como que ya lo estaban fatigando mis problemas, y de repente yo agarraba un humor dark que le rompía la madre a todo. Estaba convertida en una bruja, ya ni siquiera me reta de sus chistes. A lo mejor porque eran todos a costillas mías. Yo siempre era la ranch, la naca, la nativa pendeja, y él con su sonrisita de playboy, diciendo: Youcantbeatme con la pura mirada. Supongo que ya había sido demasiada convivencia. Además, yo no quería juntar a Richie Ranch con Nefastófeles. ¿Te das cuenta de toda la basura que habrían descubierto juntos? Diez minutos de plática y me hacían mierda. Mis papás, la Cruz Roja, mis mariditos, mis feligreses, Tía Montse, el judicial muerto. Dios mío, decía, tengo que hablar mañana mismo con Rodolfo Ferreiro, y era una comezón que me quemaba. Y él debía de saberlo, hijo de puta. Por mucho que hubiera logrado pulir sus patanerías, la mala leche no se le iba a quitar nunca. Sólo que ahora bordaba más fino. Sus cachetadas eran menos ruidosas, pero más eficientes. ¿Sabes qué fue lo primerito que me dijo cuando le llamé? Ya te habías tardado, licenciada. Casi podía oler su alientazo a podrido en el teléfono.
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