Xavier Velasco - Diablo Guardian

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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la práctica). La niña vive en un ambiente de mentira (su padre tiñe de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros años de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El papá planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalización.

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Un día Richie Ranch me dejó sola el día entero. Me hablaba cada media hora: ¿Estás bien, baby? ¿Qué necesitas, flaca? ¿Me extrañas, Violettilla? Más que flaca era un fiambre. Estaba como muerta, pesaba menos de cincuenta kilos. Y por supuesto me sentía mucho peor que eso. Pero en la noche me llegó con un recorte de periódico. Había ido a comprar los últimos de enero y los primeros de febrero, y en uno de ellos venía la foto del muerto. Afortunadamente Richie tuvo el buen gusto de recortar la pura foto, sin noticia. Y bueno, así, ya viendo la foto, sí, claro que era él. El pobrecito Comandante Pito Corto. Primero me solté chillando como escuincla pendeja, luego ya Richie Ranch me explicó que lo habían encontrado en el Ajusco, que según esto había sido cosa de narcotraficantes. Creo que la noticia siguió saliendo varios días, pero le pedí a Richie que no me contara. Quiso decirme el nombre del comandante que lo había encontrado, pero en ese momento me tapé las orejas. No quería saber su nombre, ni ver su foto. Prefería pensar que si, efectivamente: unos narcos de mierda se lo habían echado en lo más alto del Ajusco, mientras yo estaba buenamente dormidita en mi casa. Volví a pensar en la cinta, quemarla de una vez y olvidarme de todo, pero dije: No. Tenía que protegerme. Ni siquiera sabía qué rollo con Tía Montse.

Le llamé mucho rato después, cuando ya me empezaba a aburrir de pasarme los días a un lado de la alberca. O sea dos semanas, tampoco creas que tanto. Richie Ranch me prestó un celular no sé de quién, y zas: que me contesta. No lo podía creer: estaba encantadora. Un dulce, la gordita. Hijita, cómo estás, ¿estás bien?, dime, Violetta, Dios bendito, dónde te habías metido, hija. Vieja cabrona. Sabía perfectamente en qué asquerosas manos me había puesto. Según ella hasta me mandó decir una misa. Negra, sólo que fuera. Pero se portó bien, te digo. Le inventé que me había ido a Monterrey, que me pensaba regresar a Estados Unidos. Y ella bien, muy de acuerdo. Al día siguiente me depositó el dinero que me debía y en fin: Dios te bendiga, hijita. Según Richie fue porque le pegó la cosa en la conciencia. Creyó que ya me habían matado y yo le aliviané toda esa culpa. Para mí que más bien se portó como mujer de negocios. No dudo que haya dicho: Ésta va a regresar en dos semanas. Porque yo nunca le conté del muerto, solamente le dije que habían pasado unas cosas horribles y me tiré a chillar en el teléfono. Y ella que casi no era paranoica con las líneas telefónicas, más tardé yo en hablarle de cosas horribles que la vieja en callarme la bocota. Y callármela bien, porque con esa lana sobreviví al noventaicinco entero.

De pronto me pregunto por qué volví esa vez con Tía Montse, luego de haberme divertido tanto con Hans y Fritz. Pues claro: por la lana. La vieja me debía tres meses de chamba, tú dirás si pensaba regalárselos. No sé qué le dijeron, me imagino que sus finísimos clientes la habrán amenazado, un rollo así. Después del último Dios te bendiga, le dije rapidísimo: Tía, te juro que no me acuerdo de nada y ahí mero me colgó. Cuando, dos días después, se me ocurrió checar el saldo de mi cuenta, bingo: the bitch was rich. No riquísima, pues, pero de menos ya no tan jodida. Con casa, coche y novio. Porque en eso sí Richie Ranch era de lo más formal. Conmigo sólo viven mis putas y mis novias, decía. Así que nos hicimos novios, porque como él también decía: De putita me arruinas, baby.

No es que tuviera putas, cómo crees. Pero así les llamaba a las putitas que se lo ligaban sólo para que las llevara a Cuernavaca. ¿O sea como Yo? No way. Yo estaba ahí escondida sólo para evitar que me mataran. Además, una cosa es que mi familia sea no sé, nacona, y otra sería que me hubieran educado como a esas putitas de balneario público, que para conocer una casa en Cuernavaca tienen que hacer o deshacer las camas. Y aunque creas que me muerdo media lengua, lo mío no era así. O por lo menos yo no lo veía así. Hasta que me pasó lo del muertito y dije: Puta madre, esto sí es de verdad En Cuernavaca igual nadaba y me reía y las arañas, lo único que no hacía era verme en el espejo. Sentía que la cara me había cambiado, que aunque estuviera igual la iba a ver diferente. Cara de puta y narca y estafadora y asesina, disfrazada de novia del joven de la casa. ¿Checas cómo el lenguaje doméstico me sale solito? Veía a la micifuza tendiendo mi cama y decía: Shit, Yo soy la que tendría que estar de miau, sólo que en una cárcel de mujeres. ¿Qué me quedaba? Ni modo, tenía que portarme mamoncísima. Me llevaban el desayuno a la cama y yo no daba ni las putas gracias, pero supongo que se desquitaban cada vez que me veían chillando en el jardín. En todo caso habrán pensado: Pinche vieja loca. Seguro me soñaban: daba vueltas como alma en pena el día entero, no salía ni para ir a la tiendita. Traía todo el tiempo la paranoia galopando, veía judiciales colgando de los árboles, entre los tabachines. Luego también lloraba pensando:

Nunca voy a acabar de pagarle a mí familia. A veces sentía ganas de ir a los cuartos de servicio y pedirles que me dejaran llorar en sus hombros. O todavía mejor, en los de mis papás. Lo único bueno de todo ese chilladero era que luego caía muerta por no sé cuántas horas. Dormía profundísimo y me levantaba ya con menos miedo, pero igual me quedaban llantitos pendientes. Era lo único que tenía claro del futuro: al día siguiente iba a llorar. Y a la semana, y al mes, y a los dos meses.

Richie Ranch se las arreglaba para hacerme reír, pero nunca me acompañaba a mis cavernas. Lo suyo era más bien quedarse a flote. Me conseguía motita, pero él apenas se animaba a probarla. Jamás se daba el lujo de bajar, tenía que estar arriba todo el tiempo. ¿Te digo cómo le decía su mamá? Capitán Bacardí. Por alegre según él. Por barato según yo. Lo jodía todo el tiempo, ésa era mi terapia. Y él sonreía así, como de lado. Me decía: No puedes hundir la nave del Capitán Bacardí, baby.

Nunca me tuvo lástima, por eso nunca me clavé en bombardearlo. Además, era el único que se atrevía a decirme en mi cara: Pinche naca. Yo por supuesto le decía que el tlahuica era él, pero eso mal que bien me dejaba ir puliendo las orillas más ranch de mi corrientona educación. Así se dice, ¿ajá? ¿Cómo ves a esa vieja? Pues, medio corrientona. Tenía como un mes trabajando en la agencia cuando oí que un cliente decía eso de mí. Pero eso fue ya en el noventaiséis, cuando por fin tuve un trabajo dizque decente, justo donde tuviste la suerte de encontrarme, todavía no sé si mala o buena. Me estoy adelantando a propósito, y al mismo tiempo contra mi voluntad. Creerás que ya solté toda la sopa, pero hay algo que falta de embonar. Necesito contártelo y no puedo. No quiero, no me sale.

Vas a decir que soy una cobarde, que qué fácil decírtelo sin darte la cara, pero peor es quedarme sin ver tu reacción. Podrías deprimirte, o indignarte, o burlarte, o yo no sé: amargarte la vida. Me siento como un cirujano con el serrucho en la mano. Sólo piensa que para cuando escuches esta cinta ya habré rezado no sé cuántos Padres Nuestros para que no te joda el corazón. ¿Ves cómo si te quiero, imbécil?

Supongo que tendría que saltarme al día en que nos conocimos, o más bien el día en que decidí que teníamos que conocernos. Que fue el mismo día, pero no a la misma hora. Entraste en la oficina con carita de huérfano masturbado, te me acercaste con los ojos en el piso y me hablaste de usted. Yo dije: Este pendejo ya me vio cara de secre. No es que yo no tuviera el puestecito. Ajá, era secretaria, pero a mí ningún huérfano masturbado me iba a tratar así. O sea que te detesté, me cagaste ipso-facto, darling. Y me habrías bailado en el hígado la vida entera, si no hubieras dejado esa hoja en mi escritorio. No creas que no piense que la dejaste ahí a propósito, lo que si estoy segura es que jamás te imaginaste todo lo que yo te necesitaba en esos momentos. Violetta pinche misma no sabía lo necesario que eras, cuándo iba a figurarme el papelazo que ibas a conseguir en la película. De repente llegué, leí la hoja y dije: I need this. No sabía exactamente para qué, pero era obvio que te iba a ocupar. Richie Ranch, Hans, Fritz, Supermán: todos tenían un mundo en el que yo no terminaba de encajar. Me llevaban ventaja en su territorio, y al mío casi nunca se metían. No sabían hacer trampas, y cuando las hacían nunca querían llegar hasta el final. Y a ti se te veía clarísimo que no tenías territorios. No en este mundo, pues. Venías cargando con tu aborto de novela para ver si de menos te conseguía chamba de publicista. Me acuerdo de que Ferreiro te vio y dijo: Mira, un pinche poeta en el destierro.

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